por Manuel Suárez-Mier
Manuel Suárez-Mier es Profesor de Economía de American University en Washington, DC.
La semana pasada la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó un detallado análisis sobre las políticas y regulación gubernamental de las telecomunicaciones en nuestro país (que se puede consultar en el sitio de internet de esa institución), que llega a conclusiones terribles para México.
El estudio aludido documenta en su cuidadoso análisis que el dominio monopólico que ejercen las empresas de Carlos Slim
de telefonía e internet, le han costado a los mexicanos, en promedio,
el 2,2% del Producto Interno Bruto cada año en la última década, en
comparación con una situación en la hubiera habido libre competencia.
Trataré de desgranar en lenguaje llano lo que significa lo anterior
para el bolsillo de cada usuario de los servicios de telefonía fija, de
telefonía móvil o de conexión para el internet de las empresas de Slim.
El sobreprecio que el monopolio puede imponer a sus
usuarios es exactamente igual a un impuesto como los que cobra el
gobierno, excepto que lo recaudado por ese gravamen va a la cartera del
señor Slim y no al financiamiento del gasto público, como ocurre con los verdaderos impuestos.
Para ilustrar lo mejor posible el monto del tributo de 130.000 millones de dólares que pagamos los usuarios de los servicios de Telmex y Telcel
cada año entre 2005 y 2009, se trata del gasto anual del gobierno en la
educación pública del país de preescolar hasta secundaria, o el
presupuesto de una década entera de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM).
Con estas descomunales cifras del abuso que ejerce sobre los
mexicanos usuarios de sus servicios telefónicos el monopolio de las
empresas de Slim, se empieza a entender cómo es que se volvió la persona
más rica del orbe, de acuerdo a la respetada revista Forbes, que lo
ubica este año más de 24% arriba de Bill Gates, el segundo en la lista.
Como era de esperarse, Slim rechazó el estudio de la OCDE aduciendo
que eran mentiras e inventos, que “era un refrito de varias cosas” y que
estaba “jalado de los pelos”. Por supuesto, nunca explicó de dónde
hubiera salido su fantástica fortuna, de no haber mantenido una posición
férreamente dominante en el mercado de las telecomunicaciones de
nuestro país por más de dos décadas.
El ingeniero Slim, quien dicta cátedra sobre los más diversos temas,
como suele suceder con algunos millonarios que por el hecho de serlo se
vuelven sabelotodo, no parece entender que los costos que registra el
estudio de la OCDE de pérdida en el bienestar para una sociedad obligada
a comprar sus servicios, no son exclusivamente ni las ganancias ni
siquiera los ingresos de sus empresas.
Ello se debe a que los monopolios se apropian sólo de una parte de
las pérdidas aludidas, pues el resto es simplemente una merma para la
sociedad, que no utiliza los servicios de telefonía como la haría si los
precios fueran menores y si los servicios fueran de una calidad que
sólo se da cuando hay real competencia en el mercado.
Las pérdidas cuantificadas rigurosamente en el estudio de la OCDE,
incluyen los costos de la gente a la que no le alcanzó para contratar un
teléfono a las tarifas existentes, sumados a los de quienes usaron el
servicio menos de lo que lo hubieran hecho con menores precios, en
adición al tiempo perdido de millones de usuarios por interrupciones y
conexiones lentas en internet, llamadas perdidas o equivocadas, etc.
Los males derivados del dominio monopólico de Telmex y Telcel
incorporan también su severo y negativo impacto en el crecimiento
económico del país al carecer del dinamismo que le inyecta la
competencia en telecomunicaciones y tecnologías de la información, que
ha sido clave para acelerar el crecimiento en muchos países.
Cuando se privatizó Telmex hace dos décadas el gobierno le otorgó al
consorcio ganador en la subasta, encabezado por Slim, un monopolio que
duraría cinco años, para que tuviera los recursos suficientes para
realizar las cuantiosas y necesarias inversiones para elevar la calidad
del servicio y ampliar su cobertura geográfica.
Como todo buen monopolista, el ingeniero Slim adoptó, desde que se
hizo cargo de la empresa, una estrategia para impedir la apertura a la
competencia, lo que logró cabalmente hasta hace poco apoderándose de los
órganos regulatorios a cargo del sector, y aprovechando la extreme
debilidad del sistema judicial del país como escudo para eludir o
posponer indefinidamente decisiones desfavorables de la autoridad.
Hay indicios de que esta situación está cambiando y el estudio de la
OCDE resulta una bienvenida aportación para acicatear al gobierno y a la
sociedad a liberarse por fin de la tiranía del monopolio en
telecomunicaciones.
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