La
llama de la polémica en torno al comercio sexual se vio reavivada en la
Argentina con la decisión de la presidente Cristina Fernández Viuda de
Kirchner de prohibir los anuncios de índole sexual en los periódicos, y amenazando que el ubicuo ojo estatal se posará también sobre la tevé e internet. En
el caso de los anuncios en la prensa escrita – conocidos normalmente
como Rubro 59 por el código otorgado – el motivo de la prohibición según
CFK es desalentar el comercio sexual y la trata de personas: “La oferta sexual del rubro 59 es un delito y una profunda discriminación a la condición de la mujer como tal“. A partir de la promulgación de la ley, todo anuncio sexual queda vetado so pena de multas y prisión.
Entre los muchos puntos que se pueden
destacar de la postura de CFK quiero rescatar algunos que considero
importantes y analizarlos brevemente, ya que como es costumbre los políticos locales están mirando todo el tiempo el accionar de nuestros vecinos con el fin de importar lo que consideran medidas que valen la pena intentar aquí.
Uno de los principales errores en la
óptica de CFK es que pone en la misma bolsa al comercio sexual
voluntario y al forzado. El eje principal de la prohibición de los
anuncios es justamente desalentar el consumo de servicios sexuales, y
que con esto el tráfico de personas cese.
La trata de personas va de contramano con el derecho natural de todo ser humano de ser dueño de su cuerpo y por lo tanto la visión anarcocapitalista
rechaza rotundamente este accionar. Pero asimismo, esa visión de
libertad de accionar individual entiende que cada ser humano es el único
dueño de su cuerpo y por lo tanto puede hacer con él lo que se le venga
en gana, siempre y cuando este accionar no vaya en contra de la vida,
libertad o propiedad de un tercero.
Y precisamente es el comercio sexual
voluntario el que se ve afectado; la decisión de restringir los avisos
sexuales distorsiona el libre comercio en ese mercado y obliga – como
toda prohibición – a que surjan escenarios alternativos de contacto
entre el proveedor y el cliente de esos servicios. La decisión de CFK no
va a hacer otra cosa que generar un mercado alternativo de ofrecimiento
que para el Estado controlador son más ajenos e inaccesibles que un
periódico. Seguramente florecerán los sitios web de anuncios
clasificados en donde los más amigados con la tecnología pondrán sus
anuncios y los de la vieja escuela se quedarán con algún tipo de folleto
impreso que aparecerá en paredes de baños, subtes, trenes y estaciones.
Es decir, logra un efecto contrario al deseado.
Ahora, ¿es moralmente correcto el
comercio sexual voluntario? Total y absolutamente. Las leyes son creadas
– en principio – como métodos para reducir los conflictos. Una ley que
funciona evita todo tipo de dilema o problema de derechos claramente
asignados en el asunto referido. Llevemos esto al plano de la propiedad
del cuerpo. Hay tres únicos modos posibles: que uno se posea a sí mismo,
que un tercero posea a uno y que todos se posean simultáneamente.
Consideremos una de las alternativas a que uno se posea a sí mismo: que
otro lo haga. Aquí el conflicto es inevitable; otro podría obligarme a
realizar cosas que no deseo, violando mi libertad de acción o inacción.
La otra alternativa es que la propiedad de una persona sea en conjunto,
es decir, que dos o más personas sean copropietarios de un determinado
individuo. De vuelta, el surgimiento de conflicto es inminente: la
inacción total resultaría si se dependiese del permiso de todos. Surge
como única alternativa – lógica y correcta – como base del derecho justo
que sirva al propósito de evitar conflictos para poder vivir en
sociedad, que cada persona se posea a sí misma. Cualquier ley que diga
algo que no sea esto generará conflictos y por ende pierde su razón de
ser.
Partiendo
de este punto podemos dar otro paso y deducir que si una persona, dueña
de sí misma, utiliza una herramienta propia, el fruto de ese uso le
corresponde a esa misma persona. En el caso del comercio sexual
voluntario, mano de obra y herramienta son la misma persona. Decir a
alguien que no puede lucrar con una parte de su cuerpo es afirmar que
esta persona no es dueña de ese sector de su cuerpo y que no lo puede
utilizar para generar lucro (o para cederlo voluntariamente a cambio de
algo o nada). El nombre para una persona que no puede disponer libremente de su cuerpo
es “esclavo”. Una sociedad que entiende como común y correcto que un
obrero metalúrgico pueda vender sus manos a un patrón que a cambio le
ofrece una suma de dinero, y que aplica la misma lógica a las piernas de
un deportista o la espalda de un estibador del puerto, no puede
justificar racionalmente que dichas extensiones no se puedan realizar
con el resto de las partes del cuerpo.
Intentar justificar la negativa al uso
del propio cuerpo recurriendo a tradiciones y/o costumbres personales y
particulares es digno de una mentalidad totalitaria. Ni siquiera voy a
entrar a conversar sobre la hipocresía de llamar “discriminación” a que
una persona libremente decida que su progreso se va a dar o no a través
del comercio sexual voluntario. Es un disparate propio de los discursos
de una era victoriana en donde la masturbación era condenada con
latigazos.
El comercio sexual voluntario es moralmente irreprochable
–es una transacción en donde una de las partes ofrece un producto que
la contraparte necesita, y entre ambos fijan un precio acorde que
satisface la relación coste/beneficio de todos los involucrados. Negar
el derecho a una persona de voluntariamente ceder su
tiempo/esfuerzo/herramientas –en este caso su propio cuerpo– a cambio de
una remuneración es lo verdaderamente inmoral.
Un mercado de oferta sexual libre
beneficia tanto a los que ofertan como a los que consumen. Al haber una
oferta desregulada, la información se puede presentar amplia y
detalladamente, lo que genera una ventaja para el consumidor que sabe
mejor lo qué está adquiriendo, reduciendo la asimetría en la información.
El anunciante – por su parte – logra que los clientes que soliciten el
producto sepan las condiciones de la transacción. Creer que la
ilegalidad de la promoción del comercio sexual – en este caso el
voluntario – va a lograr que la demanda disminuya es demostrar un
desconocimiento fabuloso de cómo funcionan los mercados, la sexualidad
humana, y por sobre todo una hipocresía mayúscula. Otro punto a favor
del comercio sexual voluntario y su libre publicidad es que, al igual
que cualquier otro producto a vender, genera réditos a los que ofrecen
plataformas para dichos anuncios. Tanto la prensa papel, como la tevé e
internet mueven una importante suma de dinero en anuncios de servicios
sexuales.
La verdadera inmoralidad en esta
cuestión está en las sucias manos del Estado y sus cafichos de turno,
promiscuas manos que se empeñan en meterlas en los más íntimos fueros de
los individuos, violando la más básica de las libertades humanas, sobre
el propio cuerpo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario