TRAMPAS Y CONFUSIONES CON EL “NEO” LIBERALISMO |
Alberto Mansueti
Las “reformas de los ‘90” fueron basadas en el llamado “Consenso
de Washington”, y bautizadas por las izquierdas y los críticos del capitalismo
como “Neo” liberalismo, por cierto con talante despectivo.
Es muy importante un juicio evaluativo, porque luego de más de
20 años que han pasado, todavía ese es el “modelo” vigente en nuestra región,
excepto para los países como Cuba y Venezuela, que han adoptado el socialismo
duro y radical, aunque mucha gente aún no lo entiende, pensando que el lujoso
tren de vida que llevan los dirigentes socialistas contradice su ideario
aparente, pero sin advertir que esos lujos para los jefes son parte inseparable
del socialismo “real”, único que hay, y eso porque en la realidad no existe
otro. Análogamente, muchas trampas y confusiones se esconden bajo ese término
“Neo” liberalismo, y es necesario aclararlas y despejar dudas.
Poco de liberal tenía aquel “Consenso de Washington”, redactado
por los burócratas de los organismos internacionales que conviven en esa ciudad
capital de EEUU. Y para colmo, fue “reinterpretado” a la manera dirigista e
intervencionista, estatista y re-distribucionista por los jefes populistas a la
sazón Presidentes en los ’90, comenzando por “los tres Carlos”: Salinas en
México, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, y Carlos Saúl Menem en Argentina. De
hecho sirvió para que el Estado obeso y en exceso sobregirado en funciones,
poderes y recursos, saliera temporalmente de sus más acuciantes e inmediatos
problemas, mas no para que la gente pudiera resolver los suyos. Y así seguimos.
Pero aquellos problemas no fueron causados por el libre mercado,
sino por el “Cepalismo”.
Cepalismo
En los ‘90, se entendió que el “Consenso de Washington” era un
conjunto de medidas de “ajuste y estabilización”, pero encaminado a poner las
bases de una más “estrategia” de desarrollo destinada a reemplazar al
“Cepalismo”. Que era la política de “desarrollo hacia adentro”, sostenida desde
fines de los años ’40 por los economistas de la CEPAL, básicamente keynesianos
todos, inspirados por el argentino Raúl Prebisch, su fundador. A su vez este
“cepalismo” había pretendido reemplazar otra política anterior de “crecimiento
hacia afuera”, basada en las exportaciones de productos primarios, que tanto
sirvieron a nuestros países para dar sus primeros pasos en la economía mundial,
y hacer progresar las suyas, en la primera mitad del s. XX. Esta política fue
sin embargo criticada acerbamente los escritores “estructuralistas” de la
CEPAL, abanderados de la “Teoría de la Dependencia Centro-Periferia”, una
versión latinoamericana de la antigua teoría leninista del imperialismo.
Propiciaban los cepalistas una “industrialización por
substitución de importaciones”, atribuyendo al Estado funciones de
planificación, inversión y acumulación de capital. El Estado era la “mano
visible” que resolvería todos los problemas provocados por los ciclos de
prosperidad y depresión, falsamente atribuidos a la dinámica de los mercados
libres. Así inspirados en este ideario, todos los gobiernos cepalistas de los
años ‘50 y ‘60 “protegieron” al mercado interno de la competencia extranjera
con aranceles y cuotas a la importación, también favorecieron a las empresas
nacionales con créditos a bajos intereses, y “estimularon” la demanda interna,
con expansión del gasto “público” y grandes empresas estatales para “crear
empleo”.
Ya desde los ’60 este “modelo” y el consenso keynesiano en el
cual se basaba, estaba en graves crisis de inflación, excesivo endeudamiento
estatal, muy baja productividad y competitividad en la economía en general,
burocracia, corrupción, populismo y clientelismo. Su manifestación más visible
fue la sobrecarga de las instancias estatales con tareas más allá de la
naturaleza propia del Estado; los precios excesivos para bienes y productos
incapaces de afrontar la competencia internacional; las empresas estatales y
privadas directa o indirectamente subvencionadas; la corrupción creciente en
todos los niveles y ámbitos; los sindicatos exigentes y abusivos; y el retraso
tecnológico generalizado. Las sociedades se vieron “bloqueadas” en lo económico
y político, con déficit crónico del presupuesto fiscal, por lo común financiado
con inflaciones de dinero, a más de un empresariado prebendario y rentista, e
instituciones ineficientes.
“Consenso de Washington”
Entonces surgió el “Consenso de Washington”. ¿Qué fue (y sigue
siendo)? Un conjunto de 10 medidas o líneas de acción a seguir, consideradas
“Prescripciones de Política para el Desarrollo”, inspiradas en las ideas del
economista John Wiliamson. Y que los funcionarios de las organizaciones como el
FMI y el Banco Mundial consideraron en su momento como “políticamente viables”;
es decir, aceptables por los actores políticos, económicos y sociales en la
región. Aún las siguen recomendando. En las propias palabras del mismo
Williamson, se pueden resumir de esta manera:
(1) disciplina fiscal; (2) re-ordenamiento del gasto público,
orientado a la atención médica básica, educación primaria e infraestructura;
(3) reforma fiscal para reducir las tasas impositivas y aumentar la
recaudación; (4) liberalizar las tasas de intereses; (5) sostener un tipo de
cambio “competitivo”; (6) eliminar barreras cuantitativas a las importaciones,
y convertirlas en restricciones arancelarias, para luego bajar paulatinamente a
un arancel promedio entre 10 % y 20 %; (7) liberalizar el flujo de inversión
extranjera directa; (8) privatizar empresas estatales; (9) reducir las trabas
legales eliminando barreras de entrada y salida a los mercados; y (10)
fortalecer los derechos de propiedad privada.
Sobre todo comparado con el desastre que había antes, en general
estos diez pasos pueden verse casi todos como enrumbados más o menos en la
dirección correcta, en principio. Aunque insuficientes, sin duda. Y para colmo
en Latinoamérica, falta por completo de tradición de pensamiento liberal,
fueron “interpretados” en clave estatista por partidos y gobiernos populistas,
socialistas y mercantilistas. Esa “interpretación” fue y sigue siendo el famoso
y tan vilipendiado “Neo” liberalismo.
“Neo” liberalismo
Examinemos y juzguemos uno a uno los 10 Mandamientos del
"Neo" liberalismo. Comparemos con el “Consenso”. Y juzguemos punto
por punto, uno a uno, las 10 recomendaciones que en Washington escribieron en
el papel, y lo que en nuestros países hicieron los “Neo” liberales durante los
’90, y siguen haciendo todavía.
1) La disciplina fiscal es algo excelente; pero hay dos modos de
lograrla: bien reduciendo gastos estatales, o bien incrementando ingresos
fiscales, ¡esto se hizo! El gasto “público” no se redujo, en muchos casos se
incrementó, porque las funciones del Estado, en exceso sobrecargado de metas,
poderes y recursos, no fueron apropiadamente definidas. En muchos países se
introdujeron nuevos impuestos indirectos, más fáciles de recaudar, y la carga
tributaria se aumentó.
2) Reordenar el gasto público es muy necesario; pero para eso
hay que definir cuáles son las funciones del Estado: defensa y policía,
justicia y obras de infraestructura, mucho antes que atención médica y
educación. Esas no son las funciones propias del Estado. El Estado no está para
hacer agricultura, comercio, industria, banca, seguros, educación o medicina.
Ni para emitir reglamentos y prohibiciones a granel sobre todo asunto divino y
humano. Y si lo que se desea es ayuda estatal para los pobres con sus gastos
médicos y educativos, para eso están los “vouchers”, un subsidio mucho más
eficaz, a la demanda y no a la oferta.
3) Reducir impuestos es algo bueno, pero “aumentar la
recaudación” cuando la carga tributaria ya es excesiva, es mucho más
discutible. Por la vía de los impuestos, una inmensa masa de recursos fueron y
son todavía detraídos de los bolsillos de los particulares, año a año. Aunado
el exceso de carga fiscal a la carga reglamentarista, se aumentan arbitraria y
artificialmente las estructuras y magnitudes costos de todos los actores
económicos en general. Y se impide que la oferta, y la economía en general,
sean dirigidas de manera más eficiente por los agentes privados: los
consumidores, los trabajadores, los empresarios y gerentes, los ahorristas,
etc., canalizando todos sus preferencias a través de decisiones racionales y
económicas, en base a precios no distorsionados. Así también se impide la
formación de capital, y se mantienen nuestras economías con una tasa de
capitalización muy baja, que a su vez origina una baja productividad en el
factor trabajo, y por consiguiente bajos niveles de salarios e ingresos reales,
con escaso poder de compra.
4) Liberalizar las tasas de intereses es indispensable, pero la
regularización del sistema financiero exige el respeto irrestricto a la
propiedad privada de los depósitos y reservas al 100 % en la banca, y el libre
mercado en las áreas de la moneda, las finanzas, y los créditos, sin la
presencia de un Banco Central, perversamente habilitado para inflar la oferta
de dinero, y para “rescatar” a los bancos metidos en problemas por causa de
créditos concedidos de manera irresponsable.
5) El mantra “sostener un tipo de cambio competitivo” puede
leerse como un permiso para manipular discrecionalmente la moneda nacional a
fin de tenerla crónicamente devaluada, creyendo de ese modo “estimular las
exportaciones” (otro mantra). Eso es lo que se hizo, y se sigue haciendo. Lo
que debería hacerse en lugar de ello es optar entre tener o no una “moneda nacional”,
y decidir: a) si no la hay, que sean libres los tipos de cambio entre las
distintas divisas circulantes; b) si la hay, entonces que tenga un respaldo
metálico, o de otro modo sólido, para impedir su emisión indiscriminada y
consiguiente devaluación.
6) Las restricciones cuantitativas al comercio de importaciones
fueron eliminadas algunas, otras sustituidas con nuevos pretextos (sanitarios,
ecológicos, “dumping” etc.); y el arancel efectivo promedio en muchos casos
está en 10 % o menos, pero en cambio otro tipo de multas y castigos se
impusieron a los productos importados, y se imponen todavía, como los “derechos
antidumping”.
7) Liberalizar la inversión extranjera es algo que no se hizo, o
se hizo a medias. Tenemos hoy en día muchas y variadas inversiones extranjeras
y compañías extranjeras, sobre todo en la explotación de recursos naturales, y
en muchos de los servicios básicos como telefonía; pero casi siempre bajo un
rígido sistema de “contratos” de exclusividad con el Estado, esencialmente monopolista,
como se explica en el punto siguiente.
8) Se privatizaron muchas empresas estatales; pero pasaron de
ser monopolios estatales a monopolios privados. Un “monopolio” no es una
empresa grande, sino una empresa a la cual por ley, decreto o contrato con el
Estado, se libera de su deber de soportar la libre, sana y abierta competencia.
9) Reducir trabas legales a la actividad económica es otra tarea
indispensable; pero lo que se hizo y hace es sustituir algunas trabas legales,
por otras trabas legales. Así como la carga tributaria, la carga regulatoria es
hoy día insostenible, como se ve en el punto siguiente. Y ambas cargas, sobre
todo la segunda, tienen un efecto muy perverso: en las recesiones económicas,
les impiden a los empresarios corregir sus propios fallos, inducidos por las
expansionistas políticas monetarias y crediticias. Hay que identificar y
derogar las leyes malas.
10) No se han fortalecido los derechos de propiedad privada,
restableciendo el Derecho Común y ordinario de los antiguos Códigos, y un
sistema judicial capaz de soportar la vigencia de las tales leyes generales y
objetivas para castigar los verdaderos crímenes, contra los derechos a la vida,
libertad y propiedad. Como ya vimos, es al contrario: más que nunca, hoy en día
los corredores económicos están plagados de “regulaciones” y “agencias
reguladoras”, con grandes poderes discrecionales y arbitrarios. Estas leyes
malas siguen las Agendas de las Izquierdas, tanto de las antiguas, en temas
contrarios a la empresa, al capital y a la ganancia, como en las nuevas
ideologías posmodernas: ecologismo, feminismo, indigenismo, “no discriminación”
y “Nuevos Derechos Humanos” etc.
Para colmo, se insiste en la harto fracasada “Guerra a las
Drogas”, total y probadamente incapaz de cumplir su promesa de detener el
consumo. Nada se ha hecho ni se hace para liberalizar el tráfico (la
compraventa) de sustancias estupefacientes y sicotrópicas. En consecuencia,
tenemos ahora una rica y poderosa “narco-economía” para financiar campañas
electorales, de prensa y de opinión; para comprar jueces y fiscales, policías,
militares y políticos; y para sostener el terrorismo de las guerrillas, que ha
regresado por sus fueros.
Conclusiones
Por esta vía, “Neo” liberalismo y Neo Socialismo resultan a la
postre bastante parecidos, sobre todo en los fines, estribando las diferencias
más que nada en los medios o vías para llegar a esos objetivos, que en general
son dictados por el sistema de la ONU y sus agencias. Es como era en el caso de
los marxistas bolcheviques y mencheviques en al anterior siglo XX, inspirados
unos y otros en Lenin y Bernstein respectivamente. Ahora los partidarios del
“Neo” liberalismo prefieren los instrumentos “democráticos” y el lavado masivo
de cerebros, empleando para ello la prensa y las ONGs afectas a sus causas
además del aparato del Estado, mientras que los del Neo Socialismo optan por
los medios puramente estatistas y armas dictatoriales, enfatizando las medidas
represivas y violentas.
Ya estamos en condiciones de adelantar ese juicio sobre el “Neo”
liberalismo. En aquellos tiempos, hace ahora más de dos décadas, se dieron
algunos pasos en la dirección correcta, pero muy pocos y muy cortos, junto con
algunos otros cambios más de forma que de fondo. Y si ya hace dos décadas,
aquellas reformas fueron algunas bien encaminadas pero insuficientes, y otras
meramente de forma o estilo, hoy en día puede decirse con justeza que ese
“modelo” está por completo agotado: ya dio todo lo que podía dar, y no da más.
Y los “reajustes” e innovaciones no han sido para mejor sino para peor.
El drama actual de América latina, es el mismo en todos los
países. Y es que hay sólo dos “libretos” en los países de la región: uno es el
discurso retórico que los candidatos a Presidente emplean para ganar
elecciones; y otro bastante diferente es el de gobernar, una vez elegidos. El
primero es la harto conocido verborrea demagógica de las izquierdas, que culpa
a “los ricos”, al “imperialismo” y a “los grandes monopolios” (léase todas las
grandes empresas). Enfatiza los temas de “desigualdad”, el intervencionismo
económico como “solución”, y las reiteradas pero siempre incumplidas promesas
de igualdad y de “inclusión social” procedentes del “Estado de Bienestar”. Este
es el camino que han escogido algunos países de la región, como Cuba,
Venezuela, Bolivia y Ecuador.
El segundo es el libreto del “Consenso de Washington”, que todos
los candidatos a Presidente en sus campañas electorales dicen odiar, pero que
sin embargo aplican al pie de la letra una vez que ganan las elecciones, en
casi todos los demás países. Esta situación de “doble discurso” cansa a la
opinión. Y tiene muy graves consecuencias, porque desprestigia a la vez a los
políticos, a los partidos y a la democracia. Sólo beneficia a las izquierdas, y
a los críticos del capitalismo.
Lo peor de todo es que sólo hay dos libretos que se presentan a
la gente, uno que es malo, el “Neo” liberalismo, y otro que es todavía peor, el
Socialismo del siglo XXI. El Liberalismo Clásico brilla por su ausencia en la
arena de las proposiciones, las ofertas electorales y las recetas de política.
Recomendaciones
La real solución es una sola: despejar equívocos y
malentendidos, y decir la verdad en todo: en el diagnóstico y en las
soluciones. Pero antes de decir la verdad, y para que la gente nos crea, hay
que decirle clara y francamente “te han mentido”. Decirle: “te han hecho
trampas con el lenguaje y los conceptos”. Y mostrarle paso a paso las mentiras,
tanto de la inmensa mayoría de opinión, quienes critican y adversan al “Neo”
liberalismo creyendo que es liberal, cuando no es así, como de la minoría,
todos aquellos quienes le aplauden y vitorean por la misma razón: creyendo que
se trata del libre mercado, pero no lo es. Es necesario decirlo: han mentido,
tanto los unos como los otros.
Y hay que denunciar quiénes fueron específicamente los que han
mentido, para que la gente los reconozca, y pueda de este modo revocarles esa
crédula confianza que ingenuamente depositaron en todos ellos, sean políticos,
legisladores, dirigentes sindicales, líderes de ONGs, “expertos” asesores y opinadores,
Alcaldes y líderes de provincias, comentaristas de la prensa escrita, la radio
y la TV, empresarios mercantilistas y gremios empresariales, profesores
universitarios y maestros, muchos “blogueros”, incluso clérigos. Todos han
mentido, a sabiendas o no, y en el primer caso son culpables por falsedad,
mientras que en el segundo son culpables por error, crasa ignorancia y
desconocimiento.
¿Ese camino es fácil? No, pero no hay otro.
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