04 julio, 2012

AMLO: El derecho a impugnar


AMLO: El derecho a impugnar


Pues sí, habría sido una estampa muy democrática que todos los candidatos de oposición hubieran salido el domingo en la noche a reconocer la derrota… Si estuviéramos en Suiza. Se ha cuestionado duramente a López Obrador por su decisión de impugnar las elecciones presidenciales. Se aducen rasgos de intolerancia, se habla de necedad, de su inclinación al martirologio o de plano ausencia de espíritu democrático.
 
No coincido. Se asume que la impugnación por parte del derrotado es un rasgo pre democrático, una muestra de inmadurez personal y una falta de lealtad a los compromisos bajo los cuales se compite. A mi me parece que es más inmaduro y dañino pretender que nada pasa y que en aras de una supuesta paz pública simulemos que las elecciones son prístinas y puras, o que las irregularidades representan meros negritos en el arroz.



Incluso, si así fuera, ¿por qué conformarnos con una democracia electoral de segunda? ¿Por qué aceptar como natural los negritos en el arroz?


No sólo creo que López Obrador está en su derecho al impugnar, me parece que es necesario. ¿Por qué? Porque nuestras elecciones siguen siendo imperfectas. Desde luego hemos ganado mucho en materia de libertades electorales.


Hay algo mágico en el hecho de que los ciudadanos puedan “tumbar” a un partido en el gobierno sin necesidad de balazos, gritos y sombrerazos. En Jalisco, Morelos o en Los Pinos, los ciudadanos le dijeron a las autoridades panistas “ya no las queremos”  y estas tendrán que hacer sus maletas y ceder el poder.


O de igual forma, los ciudadanos decidieron continuar con el mismo partido en el poder en el Distrito Federal (PRD), Guanajuato (PAN) o Yucatán (PRI) simplemente ejerciendo sus atribuciones electorales. No es poca cosa.


Hemos avanzado mucho, pero, ¿por qué conformarnos con esta democracia electoral aún plagada de parches? Estamos muy lejos aún de gozar de comicios verdaderamente limpios y equitativos.


Si vamos a tener elecciones con la calidad de país del primer mundo, no será por la imitación de los rituales (como la aceptación de la derrota por parte de los contendientes), sino por el apego al cumplimiento de las reglas del juego por parte de autoridades, actores políticos y factores de poder.


Deben ser las reglas del juego las que expliquen el beneplácito de los derrotados; y no al revés, como ahora se quiere, la aceptación de la derrota para justificar las reglas del juego bajo las que se compitió.


Muchos estarán convencidos de que las irregularidades electorales no alcanzan a neutralizar una ventaja de más de 3 millones de votos de Peña Nieto sobre López Obrador. Quizás, aunque sigue siendo una apreciación sujeta a interpretación. Pero incluso si así fuera, y el PRI hubiera ganado sin necesidad de triquiñuelas, no hay razón para aceptarlas como algo inevitable.


La única manera de impedir que las argucias ilegales o inmorales se repitan elección tras elección es justamente esa: exhibirlas ante las autoridades, obligar a los tribunales a dictaminarlas y propiciar que los legisladores modifiquen normas y procedimientos para mejorar nuestros comicios.


¿De veras alguien cree que la campaña presidencial de Peña Nieto respetó el tope de 336 millones de pesos? (probablemente ninguno de los candidatos lo hizo, pero la desproporción de la maquinaria publicitaria priísta es evidente).


¿Qué va a hacer el PAN frente a su propia denuncia de la utilización por el PRI de  tarjetas de Monex con dineros de procedencia oscura? ¿Qué decir de las fotos en Soriana de electores que el lunes estaban reclamando su despensa a cambio del voto? ¿O los miles de incidentes reportados en la jornada? ¿O la ahora evidente utilización de encuestas infladas para instalar en la opinión pública la noción de un triunfo inevitable de Peña Nieto? ¿Qué haremos al respecto en el futuro?


Estoy convencido que eso dependerá de lo que hagamos ahora.


Se dice que López Obrador no tiene vocación democrática porque no es capaz de reconocer su derrota. Los mismos medios y columnistas que dieron cuenta de las denuncias del diario The Guardian (sobre los arreglos entre Televisa y Peña Nieto para perjudicar a AMLO) o exhibieron las estrategias de compra de votos, se muestran indignados por “el radicalismo” del tabasqueño.


Los analistas y actores políticos “demócratas” que critican a López Obrador no conceden el derecho absolutamente democrático que tiene un candidato derrotado a impugnar frente a las autoridades unos comicios que, a todas luces, todavía son imperfectos. La impugnación del resultado es un recurso que han utilizado el PRI, el PAN y el PRD en distintas elecciones estatales.


Yo creo que a diferencia del 2006, no hay ahora la intención de mandar al diablo a las instituciones. “Seré responsable”, dijo el líder de la izquierda. Lo sabremos cabalmente hasta septiembre cuando el Trife dictamine el recurso de apelación y la elección en su conjunto.


Ciertamente, López Obrador tuvo un par de exabruptos el domingo, que remiten al estado de ánimo del 2006: “nosotros tenemos otra información” (sobre los resultados). Pero no convocó a actos de resistencia y sí en cambio expresó su deseo de recurrir a los procedimientos institucionales para mostrar su desacuerdo.


Mi hipótesis es que al final no habrá desestabilización alguna ni riesgos de ingobernabilidad. No pasó nada hace seis años cuando la diferencia fue medio punto y Calderón se mofaba diciendo “haiga sido como haiga sido”.


Lejos de linchar a López Obrador habría que agradecer que por lo menos está elevando la factura política de los delitos electorales y las imperfecciones de nuestros comicios. En el fondo, no es más que la exigencia de una rendición de cuentas a un proceso electoral cargado de claroscuros.


Me preocupa mucho más indagar que papel jugará la izquierda ahora que es la principal fuerza de oposición. ¿Seguirá metida en sus guerras tribales e intereses facciosos de corto plazo? ¿O se convertirá en un interlocutor del poder, crítico pero responsable, democrático y moderno? Eso al tiempo.


Por lo pronto, impugnar porque “es imprescindible que no quede ninguna duda acerca de los resultados por el bien de México”, como dijo López Obrador, me parece  una actitud responsable, democrática y moderna. Lo demás es satanización.

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