Elegimos un gobierno débil
Héctor Aguilar Camín
Puntos más puntos menos, los
mexicanos elegimos,
otra vez, un gobierno débil. Lo que se conoce como un “gobierno
dividido”: un Presidente cuya oposición será mayoría en el Congreso.
Es lo que hemos tenido desde 1997, en los últimos tres años del gobierno de Zedillo, los seis de Fox y los seis de Calderón.
Durante todo ese tiempo la sociedad se ha quejado de la falta de acuerdos entre sus políticos. En particular, de la incapacidad de sus presidentes para negociar las diferencias y hacer las reformas que el país espera.
Es lo que hemos tenido desde 1997, en los últimos tres años del gobierno de Zedillo, los seis de Fox y los seis de Calderón.
Durante todo ese tiempo la sociedad se ha quejado de la falta de acuerdos entre sus políticos. En particular, de la incapacidad de sus presidentes para negociar las diferencias y hacer las reformas que el país espera.
La irritación por tal ineficacia tiende a verterse contra los políticos irresponsables y corruptos, y contra lo partidos, que no piensan sino en sus intereses, sus pleitos, el botín electoral, etcétera.
La fiebre crítica culmina desde luego en el gobierno federal y el presidente, incapaces de vencer la resistencia de sus opositores y de convocarlos a trabajar juntos en bien del país, etcétera.
Con mirar un poco esa pequeña historia, cualquiera puede reconocer al menos uno de sus enigmas. Cómo es posible que presidentes tan distintos como Zedillo, un tecnócrata, Fox, un comunicador, y Calderón, un parlamentario, se hayan tropezado con la misma piedra y arrojado el mismo resultado.
¿Será porque han sido igualmente torpes e incapaces de inducir a sus oposiciones a la colaboración?, ¿tan malos políticos que ni siendo presidentes pudieron obligar o convencer a sus competidores?
Estas son las respuestas que suelen darse en muchos ámbitos: el problema es que son unos ineptos.
Algunos hemos ensayado otra respuesta, es verdad que sin convencer a muchos, diciendo que el problema no es la ineptitud del inquilino de la casa presidencial, sino que la casa está mal.
Para empezar ya no es una casa —la casa donde reside el poder—, sino un condominio donde conviven, discuten y deciden muchos otros poderes.
Desde 1997, los condóminos adversarios del antiguo dueño de la casa son mayoría en el condominio, e impiden al dueño hacer las reformas que la casa pide a gritos.
Este es el riesgo, en realidad la experiencia probada, de cómo han funcionado los gobiernos divididos en los últimos 15 años.
Es lo que elegimos los mexicanos el domingo: un presidente con minoría en el Congreso, un gobierno dividido, débil, como todos los que ha tenido hasta ahora la improductiva democracia mexicana.
Nos quejamos de esa improductividad pero volvimos a votar por ella.
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