Argentina: Barbarie y civilización
La relación entre Chile y Argentina ha
sido, siempre, complicada. Durante décadas los chilenos mirábamos a
nuestros vecinos con una mezcla de admiración y envidia. Y no era tan
sólo por la superioridad futbolística argentina. También tenía que ver
con el desplante de los porteños, su arrogancia -verdadera o percibida-,
sus artistas de calidad superior, sus carnes tan tiernas como sabrosas,
esos chocolates suaves que se derretían en nuestras bocas, y la música
maravillosa de Gardel, Soda Stereo, y Fito Páez.
Cuando yo era niño, viajar a la
Argentina era todo un acontecimiento. Los afortunados se preparaban
durante meses, y hacían listas de las cosas que comprarían, de los
lugares a los que había que ir, y de las comidas que tenían que probar.
Los más osados regresaban llenos de historias inverosímiles, las que
casi siempre involucraban discotecas maravillosas -como el afamado Mau
Mau-, o modelos espectaculares e inalcanzables. Pero eso no era todo:
como ha dicho el novelista Mauricio Electorat, cuando llegaba el verano y
las playas se llenaban de transandinos, muchos de nosotros temblábamos
al pensar que “el argentino de rigor” podía robarnos a nuestras
noviecitas.
En los últimos 15 a 20 años las cosas
han cambiado profundamente. El complejo de inferioridad de antaño ha
dado paso a una actitud de superioridad, y a un desdén que sin ser
estridente, es palpable. Para la mayoría de los chilenos, Argentina ya
no genera ni admiración ni envidia. Yo diría que el sentimiento
mayoritario hacia la transandina república es de pena. Esa lástima o
compasión que uno siente por los tíos viejos que alguna vez fueron
exitosos y encantadores, pero que con el paso de los años se han
transformado en seres roñosos y un poco patéticos.
Prácticamente todos los días del año la prensa chilena da cuenta de un nuevo ranking que demuestra que Chile está por encima de la Argentina. Titulares a ocho columnas informan que nuestro país es menos corrupto (Transparency International), tiene mejor educación básica (prueba PISA de la OECD), da más facilidad a los emprendedores (Doing Business del Banco Mundial), y cuenta con mejores universidades (Times de Londres).
Prácticamente todos los días del año la prensa chilena da cuenta de un nuevo ranking que demuestra que Chile está por encima de la Argentina. Titulares a ocho columnas informan que nuestro país es menos corrupto (Transparency International), tiene mejor educación básica (prueba PISA de la OECD), da más facilidad a los emprendedores (Doing Business del Banco Mundial), y cuenta con mejores universidades (Times de Londres).
Hoy en día, y con las importantes excepciones del fútbol y el cine, los chilenos miran a Argentina hacia abajo.
Una mirada histórica
En 1845 Domingo Faustino Sarmiento
publicó su libro más importante: Civilización y Barbarie: Vida de Juan
Facundo Quiroga. A la sazón, Sarmiento -quien llegaría a ser el
séptimo presidente argentino- se encontraba exilado en nuestro país,
donde fungía como profesor de la Universidad de Chile y director de la
Escuela Normal.
En esta obra, Sarmiento argumenta que el
gran dilema de la Argentina era decidir entre un futuro de civilización
o uno de barbarie. La primera era asociada con la ciudad -especialmente
con Buenos Aires-, la cultura occidental, y las ideas republicanas. La
barbarie, en contraste, era la principal característica del interior del
país, y estaba encapsulada en la forma de ser de los gauchos y los
indios. Mientras los “civilizados” tendían a asociarse entre ellos y a
convivir en forma pacífica, los “bárbaros” vivían aislados y rechazaban
las agrupaciones civiles; eran huraños, violentos, y poco respetuosos de
las leyes y de los demás. En términos modernos, lo que distinguía a la
civilización de la barbarie era el acervo de capital social y el nivel
de confianza interpersonal.
En un libro posterior -Viajes de 1849- Sarmiento profundizó estas ideas, y postuló que el sistema político y social de los Estados Unidos era la mayor expresión de lo civilizado. Al igual que a Alexis de Tocqueville -el autor de Democracia en América-, lo que más impresionó a Sarmiento sobre los EEUU fue el que las distintas comunidades se gobernaran en forma independiente, descentralizada y democrática, y que en ellas hubiera múltiples asociaciones ciudadanas que creaban un sentido de responsabilidad, propósito, y futuro. Y, claro, también le impresionó que todo eso llevara a la prosperidad y al progreso.
En un libro posterior -Viajes de 1849- Sarmiento profundizó estas ideas, y postuló que el sistema político y social de los Estados Unidos era la mayor expresión de lo civilizado. Al igual que a Alexis de Tocqueville -el autor de Democracia en América-, lo que más impresionó a Sarmiento sobre los EEUU fue el que las distintas comunidades se gobernaran en forma independiente, descentralizada y democrática, y que en ellas hubiera múltiples asociaciones ciudadanas que creaban un sentido de responsabilidad, propósito, y futuro. Y, claro, también le impresionó que todo eso llevara a la prosperidad y al progreso.
Más de 150 años después de la
publicación de Facundo el dilema entre civilización y barbarie sigue
carcomiendo a la Argentina. Ahora no es, como lo percibía Sarmiento, un
conflicto entre la culta población urbana y los toscos del campo. Ahora
el conflicto es entre una clase política mediocre y rapaz, y el
ciudadano medio que aspira a vivir en un país ordenado y predecible,
donde pueda desplegar sus talentos, dar rienda suelta a su creatividad, y
criar a su familia en un ambiente de mínima seguridad.
Un equilibrio inestable
Un equilibrio inestable
Hace unos días le escribí a un amigo
argentino que vive en Europa, y le hablé de la vigencia del dilema de
Sarmiento. Me contestó de inmediato, diciéndome que temía que la
barbarie llevaba todas las de ganar. Luego parafraseó a Porfirio Díaz y
dijo, “Pobre Argentina, tan lejos de Dios, y tan cerca del Diablo”. Yo
no supe a quién se refería con eso de Satanás, pero por prudencia decidí
no preguntarle.
Pero la verdad es que yo no estoy tan
seguro de que la barbarie lleve ventaja. Más bien me parece que hay un
empate; una suerte de equilibrio frágil que podría resolverse en una
dirección u otra.
Es verdad que la situación política es
caótica y que el autoritarismo del gobierno de Doña Cristina Fernández
es aterrador. También es cierto que los gobiernos K han seguido una
política económica desastrosa, y que el país camina hacia adelante sólo
gracias a los altísimos precios de los commodities. Argentina es el
único país de la región donde hay mercado negro para el dólar, donde se
falsean las estadísticas, y donde se usa un sistema burdo de
prohibiciones mañosas para controlar las importaciones.
La barbarie también se presenta en la inseguridad y la violencia. La vida es completamente impredecible. Nadie sabe si los vuelos van a salir el día presupuestado, o si habrá cortes de ruta, o si los sueldos y aguinaldos serán pagados en el momento convenido, o si volverán a aparecer las monedas regionales -en la provincia de Buenos Aires ya se habla del regreso de los tristemente célebres Patacones.
La barbarie también se presenta en la inseguridad y la violencia. La vida es completamente impredecible. Nadie sabe si los vuelos van a salir el día presupuestado, o si habrá cortes de ruta, o si los sueldos y aguinaldos serán pagados en el momento convenido, o si volverán a aparecer las monedas regionales -en la provincia de Buenos Aires ya se habla del regreso de los tristemente célebres Patacones.
No hay respeto por la legalidad, el
estado de derecho es ignorado, y los derechos de propiedad son violados
en forma repetida. Peor aún, la clase política está convencida de que
existe una conspiración cósmica en contra de la Argentina.
Este auge de la barbarie política se
explica, en parte, por el calendario electoral. De acuerdo con la
legislación actual, ninguno de los tres políticos más importantes del
país -la Presidenta Fernández, el gobernador de la provincia de Buenos
Aires, Daniel Scioli, y Mauricio Macri, el jefe del gobierno de la
ciudad de Buenos Aires- pueden reelegirse. Vale decir que para seguir en
política y teniendo poder tienen que buscar otro puesto o tienen que
cambiar las reglas para lograr la reelección. Este es un panorama que,
por definición, crea una enorme inestabilidad.
Entre tanta barbarie brilla la civilización.
Entre tanta barbarie brilla la civilización.
Todo lo anterior es cierto. Pero también
es verdad que detrás de esa barbarie política hay una nación de seres
extraordinariamente civilizados, cultos, amables, creativos, llenos de
bondad y sentido del humor.
En una visita reciente a Buenos Aires volví a maravillarme por la calidez de la gente. Me perdí durante horas en librerías atiborradas de compradores y repletas de novedades que uno ni sueña con encontrar en Chile. Comí en restaurantes de calidad, con un nivel de servicio extraordinario. Me alojé en dos hoteles que están, sin duda, entre de los cinco mejores del continente. El profesionalismo de los que ahí trabajan contrasta con la improvisación chilena en todo lo que tenga que ver con turismo y la industria de la hospitalidad.
En una visita reciente a Buenos Aires volví a maravillarme por la calidez de la gente. Me perdí durante horas en librerías atiborradas de compradores y repletas de novedades que uno ni sueña con encontrar en Chile. Comí en restaurantes de calidad, con un nivel de servicio extraordinario. Me alojé en dos hoteles que están, sin duda, entre de los cinco mejores del continente. El profesionalismo de los que ahí trabajan contrasta con la improvisación chilena en todo lo que tenga que ver con turismo y la industria de la hospitalidad.
En tan sólo dos días vi tres
exposiciones maravillosas. La que más me impresionó fue una, en el Museo
de Bellas Artes, sobre arte cinético argentino de los años 1960. En una
muestra muy bien curada y pulcramente presentada, pude volver a
constatar la originalidad de Julio Le Parc y la delicadeza de la obra de
Eduardo Mac Entyre.
Pero lo que más me impresionó fue el nivel de hastío de la gente con los políticos. Taxistas, dependientes de tiendas, mozos de restaurantes -los más cultos del planeta, sin lugar a dudas-, estudiantes, y pensionados coincidieron en decir que estaban hartos con la corrupción, el desorden, y el abuso. Lo escuché en distintos barrios, y de muchísimas personas que se autodefinían como progresistas e, incluso, como peronistas. Cada vez más gente reconoce que el modelo K está agotado. Algo, dicen, tiene que pasar.
Pero lo que más me impresionó fue el nivel de hastío de la gente con los políticos. Taxistas, dependientes de tiendas, mozos de restaurantes -los más cultos del planeta, sin lugar a dudas-, estudiantes, y pensionados coincidieron en decir que estaban hartos con la corrupción, el desorden, y el abuso. Lo escuché en distintos barrios, y de muchísimas personas que se autodefinían como progresistas e, incluso, como peronistas. Cada vez más gente reconoce que el modelo K está agotado. Algo, dicen, tiene que pasar.
La tragedia Argentina siempre ha sido
que el todo sea menos que la suma de las partes; que tanta gente
civilizada sea gobernada por tanto político bárbaro. Si el nivel de
hastío sigue subiendo, y el gobierno insiste en su populismo autoritario
-ambas cosas muy probables-, es posible que las fuerzas de la
civilización se unan y que ejerciendo sus derechos le pongan atajo a la
barbarie.
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