18 julio, 2012

El asfixiante abrazo del Estado de Bienestar

Sanidad

El asfixiante abrazo del Estado de Bienestar

Mark Steyn

&quote&quoteExigir al gobierno que se haga cargo preventivamente de nuestras vulnerabilidades potenciales nos vuelve a todos nosotros, a largo plazo, muchos más vulnerables. Una sociedad de niños no puede sobrevivir, sin que importe demasiado la calidad de la niñera.

Willie Whitelaw, un genial dinosaurio que ocupó el cargo de representante en funciones durante la etapa de Margaret Thatcher durante muchos años, acusó en una ocasión al Partido Laborista de ir por Gran Bretaña fomentando la apatía. La evidente paradoja del vizconde de Whitelaw es, de hecho, una astuta puñalada política y resulta todavía más precisa por haber sido accidental. Los gobiernos grandes dependen, en gran medida, de ir por el país fomentando la apatía, creando la sensación de que los problemas son tan abrumadores, complejos e inabordables que tan sólo ponerse a pensar en cómo solucionarlos supone tal quebradero de cabeza que es preferible exhibir una cierta indiferencia y aceptar las propuestas que sólo el Estado puede elaborar.

Tome por ejemplo la sanidad. ¿Se ha leído alguno de los diversos planes sanitarios? Por supuesto que no. Son demasiado voluminosos e ilegibles. A menos que usted forme parte de un lobby sanitario, un periodista que cubre este tipo de temas o algún otro tipo al que se le paga directa o indirectamente para enterarse sobre el asunto, ¿para qué debería molestarse? Ninguno de los senadores cuyos nombres aparecen en las diferentes propuestas de ley se las han leído realmente; entonces, ¿por qué debería hacerlo usted?
Y es lógico que se tomen su tiempo. Si usted intentara crear un "plan" sanitario para 300 millones de personas, lo tendría un poco complicado. Pero gestionar su propio seguro médico no solía ser tan complicado, ¿verdad? Digamos que se le cae por un descuido el plan sanitario de Ted Kennedy sobre su pie y que se rompe el dedo gordo. En los viejos tiempos, acudiría a su médico (en realidad, lo crea o no, él iría a verle a usted), se lo momificaría y usted le extendería un cheque. Esa es la forma en que solía funcionar la mayor parte del mundo desarrollado que se recuerde. En la actualidad, bajo el disfraz de "seguro", varios intermediarios interceden entre el médico y su talonario, y a esto el gobierno le propone sumar una masiva burocracia federal para "controlar el gasto". El Servicio Nacional de Salud británico es el mayor empresario no sólo del Reino Unido, sino de toda Europa. ¿Quién se va a molestar en estimar el tamaño y el presupuesto de la burocracia sanitaria estadounidense?
Según las cifras de las Naciones Unidad, la esperanza de vida en los Estados Unidos es de 78 años; en el Reino Unido de 79: ¡toma ya, viva la sanidad socializada! Por otro lado, en Albania, donde la población entera fuma cartones y el sistema sanitario supone tener que nadar hasta Italia, la esperanza de vida sigue siendo de 71 años (más o menos donde estaba en Estados Unidos hace una generación). Una vez que se tiene bajo control la mortalidad infantil y se siguen ciertas normas básicas de higiene y estilo de vida, el "sistema sanitario" pasa a tener una influencia bastante marginal. Incluso en Somalia, donde la mortalidad infantil es bastante elevada –por no hablar de su permanente guerra civil– y el gobierno se ha derrumbado, la esperanza de vida ha pasado del 49 a los 55 años. Tal vez si el Estado se viniera abajo por completo en Washington, nuestra esperanza de vida lograra avances igual de notables. Sólo estoy aportando una nueva perspectiva sobre el asunto.
Cuando Obama nos dice que está "reformando" la sanidad para "controlar el gasto", debemos tener presente que la única manera de "controlar el gasto" en la sanidad es reducir la cobertura. En un sistema público, el médico, la enfermera, el celador y el director adjunto en funciones del Departamento del Sistema de Control de Gastos, deben cobrar cada viernes: el único medio de controlar el gasto es limitar el acceso de los pacientes a los pertinentes tratamientos. En la provincia de Quebec, los pacientes con una incontinencia severa –es decir, los que se levantan para ir al baño 12 veces por la noche– han de esperar tres años para someterse a un tratamiento quirúrgico que dura 30 minutos. Vale, es verdad, los habitantes de Quebec disfrutan de una esperanza de vida uno o dos años superior al de los americanos, pero hacer 12 viajes por por la noche a la taza del retrete los 365 días del año durante tres años, reduce sin duda la esperanza de vida "fuera del baño".
Como se dice que predijo Luis XV, Après moi, le deluge (Después de mí, el diluvio): una observación tan incisiva como cualquier otra en un mundo en el que los ciudadanos nacidos libres en las sociedades más ricas de la historia de la humanidad están obligados a levantarse de su cama cada media hora todas las noches y deambular hasta el baño para realizarle una visita más simplemente porque la burocracia gubernamental les obliga a hacerlo. La "sanidad" es un artículo potencialmente caro, pero también lo son la vivienda o el automóvil y la mayor parte de la gente logra sufragarlos sin necesidad de un Plan de Acomodo Gubernamental ni de un Sistema Estatal de Vehículos de Motor (o al menos así sucedía en los Estados Unidos anteriores a los planes de rescate).
Pero sobre todo, hay que tener presente que existe un coste de estatalizar cada una de las responsabilidades de las personas adultas: y es, en la formulación de Lord Whitelaw, fomentar la apatía. Si usted viaja de Liverpool a Amberes o de Hamburgo a Lyon, podrá palpar el fatalismo. En Gran Bretaña, crisol de la libertad en otros tiempos, la vida civil está totalmente muerta: en Gales, Irlanda del Norte y Escocia, alrededor de las tres cuartas partes de la economía dependen del gasto público; una alianza maligna entre burócratas y chupópteros estales ha corroído la democracia, puede que de forma irreparable. Inglaterra cedió constantemente ante el empuje de las peores patologías sociópatas y el último informe sobre los "siete males" que aquejan a este país cada día más desagradable, culpa a la "pobreza" y el "individualismo" de su situación. No entienden que si se elimina el ancla de la responsabilidad individual y se relajan todos los límites al hedonismo individual, la desaparición del espacio público deviene inevitable. En Ontario, Christine Elliott, candidata a la dirección del llamado Partido "Conservador" recibe los halagos de la prensa por predicar la "necesidad" de un conservadurismo más compasivo que "se haga cargo de los vulnerables".
Véamoslo así. Según los estándares históricos, estamos más que satisfechos: disfrutamos de televisiones, iPods, lavadoras y lavavajillas y somos la primera sociedad en la que el mayor síntoma de pobreza es la obesidad. Y por supuesto somos "vulnerables", por definición siempre lo somos. Pero exigir al gobierno que se "haga cargo" preventivamente de nuestras "vulnerabilidades" potenciales nos vuelve a todos nosotros, a largo plazo, muchos más vulnerables. Una sociedad de niños no puede sobrevivir, sin que importe demasiado la calidad de la niñera gubernamental.
Recibo un montón de correos cada semana argumentando que cuando la gente se dé cuenta de las facturas de los planes de Obama se va a enfadar. Quizá. Pero si Europa es el modelo en el que fijarse, otra tanta gente caerá en la apatía. Una vez instaurado el gran gobierno, volver atrás es muy complicado.

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