"LA GRAN INTERROGANTE ES: ¿HASTA
QUÉ PUNTO LA SOCIEDAD MEXICANA ESTARÁ DISPUESTA A INVERTIR SU ESFUERZO
EN MANTENER Y ENSANCHAR LOS ESPACIOS DEMOCRÁTICOS QUE HA GANADO?"
El gran saurio
En el esfuerzo por mantener la esencia del pequeño cuento de Tito
Monterroso, el título de esta columna no es fiel a la realidad del
retorno del saurio priista. Y no lo es, porque éste nunca estuvo dormido
tras ser expulsado en el 2000 por la sociedad mexicana de su lugar de
privilegio sino en duerme vela. Fue el espectacular fracaso, de su
sustituto, la derecha panista y la debilidad de una izquierda derrotada
en 2006, lo que despabiló y animó al PRI a recuperar lo que había sido
suyo por 71 años: la Presidencia de la República. Sin embargo, el
entorno social y político al que busca volver el saurio ya no es el que
era, ya cambió.
La expulsión del PRI de "Los Pinos" pudo haber sido el principio de su
decadencia y quizá de su desaparición, pero no fue el caso. Cuando esa
criatura producto de nuestro Siglo 20 fue echada de la Presidencia, se
marchó a reponerse y sobrevivir en aquellas zonas del País que no fueron
muy afectadas por el cambio del clima político, como el Estado de
México, Veracruz o Tamaulipas. Ahí el PRI efectivamente recuperó fuerza
en tanto su vencedor, el PAN, se desgastó a gran velocidad y la
izquierda se dividió más de lo que ya estaba. Por eso el PRI ha vuelto
al centro de la escena en el momento exacto y usando los métodos que
históricamente le son propios.
Y que no se argumente que en su retiro el PRI cambió. Ese partido sigue a
fiel a sus orígenes y a su historia. Indicadores de esto abundan: la
impunidad que Enrique Peña Nieto (EPN) dio a quien lo protegió, el ex
gobernador del Estado de México, Arturo Montiel; la forma como en 2006
EPN y Ulises Ruiz buscaron acabar con la protesta social en Atenco y
Oaxaca, los acuerdos para hacer jugar a la televisión en estas
elecciones al lado de EPN y documentados aquí y en el exterior, la
manera ilegal e ilegítima en que se manipularon los recursos públicos de
Coahuila, la compra de votos en gran escala, etcétera. Todos son
ejemplos de que el tigre ni quiere ni puede quitarse las rayas.
No es posible saber cuál será el efecto final de este ya inminente
retorno del PRI al poder, pero tenemos derecho a imaginarlo basándonos
en el examen de su biografía tanto a nivel nacional como local, en el
Estado de México.
Lo que está en juego
A diferencia de lo que asegura la prensa internacional, (Financial
Times, 2 de julio), en la elección del 2012 no se quiso hacer triunfar a
una opción de centro. Desde hace casi tres décadas, la dirigencia
priista optó por colocarse abiertamente a la derecha. Y la suya no es
una derecha democrática, sino una forjada en la subcultura del que fuera
el partido autoritario más exitoso del mundo en el Siglo 20 -y aquí
éxito se define como el tiempo en que ese partido pudo mantenerse en el
poder de manera ininterrumpida.
La tercera ola democrática de la historia moderna mundial, la que se
inició en Portugal en 1974 y que llegó a su punto culminante en los 1990
con la implosión de la Unión Soviética, también llegó a México; en
parte por eso el partido creado hace 83 años por Plutarco Elías Calles
se vio obligado a aceptar su derrota en las urnas en el 2000.
Esa capitulación del PRI, aunada a la atmósfera creada en 2010 por una
cuarta ola democrática iniciada con la caída de dictaduras en el África
del Norte y el Cercano Oriente, pudieron haber hecho creer a los
optimistas que partidos como el PRI se mantendrían marginados o de plano
desaparecerían, ahogados por el peso de sus abusos y su corrupción y
que finalmente se podía vislumbrar el tiempo de la izquierda. Sin
embargo, lo ocurrido en Taiwán, donde el Kuomintang, otro partido
autoritario, fue capaz de sobrevivir al punto que este año ganó la
elección presidencial, debió alertarnos: los partidos autoritarios
pueden reciclarse y volver. Hoy, la joven e imperfecta democracia
mexicana está en camino de colocar en el centro del proceso político al
que fue uno de sus enemigos más persistentes y más astutos.
En el 2000, a los vencedores, a los que "tomaron palacio" para
supuestamente acabar con el autoritarismo, finalmente, les pareció
conveniente que el partido desplazado no se convirtiera en historia,
sino que sobreviviera, pues podía serles útil contra el verdadero
enemigo: la izquierda. Y esa lógica explica, al menos en parte, que hoy
la derecha identificada con el PAN y encabezada por Felipe Calderón, no
muestre pesar por dejar un poder que va ir a dar a manos del PRI de EPN.
La relación entre la misma especie
El PRI, como se sabe, no nació como un partido ordinario. Se le insufló
vida desde la Presidencia no para que elaborara de manera independiente
sus plataformas, designara a sus candidatos y compitiera electoralmente.
No, simplemente nació para auxiliar al grupo ganador de la Revolución
Mexicana en la administración del poder adquirido tras la guerra civil.
En efecto, el PRI nació para obedecer a una voluntad superior y
administrar una contradicción permanente: la que se dio entre el
discurso del Gobierno -democracia y respeto al marco legal- y el
funcionamiento real de un sistema donde no había contrapesos, no había
rendición de cuentas, la corrupción era sistemática y las elecciones se
decidían antes de que se votara. Por una buena parte de los años que el
PRI monopolizó el poder, la administración de la contradicción fue
exitosa y aún lo es en casos como el del Estado de México.
Sin embargo, a partir del 2000, con la pérdida de la Presidencia, los
gobernadores priistas -que son la mayoría- se independizaron
políticamente de cualquier control superior y se convirtieron en señores
de sus feudos. Si finalmente EPN es ungido Presidente, ¿podrá volver a
imponer la disciplina y la centralización que antaño fue indispensable
para el modus operandi priista? Bajo ese mismo supuesto, en el congreso
federal, ¿los legisladores obedecerán las órdenes de sus gobernadores o
las del centro? Ahora bien, lo más importante va a ser no esa relación
interna del PRI sino la externa: su relación con un entorno más de
ciudadanos y menos de súbditos.
El nuevo hábitat y el viejo saurio
En lo inmediato, el proceso político mexicano depende de cómo se procese
el triunfo electoral que hoy reclaman como legítimo el PRI y todas las
fuerzas que le apoyan o toleran, tanto dentro como en el exterior. Sin
embargo, la izquierda, encabezada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO)
aún no acepta la validez del proceso electoral que acaba de tener
lugar. Y sin esa aceptación, la legitimidad del supuesto vencedor no
queda afianzada del todo; eso lo sabe por experiencia propia Felipe
Calderón. Así, la forma como se resuelva la impugnación presentada por
AMLO -esta implica reabrir los paquetes electorales, investigar la
compra de votos y los gastos de la campaña- será determinante para la
siguiente etapa del proceso, pues condicionará la manera como los
adversarios se enfrentarán en las varias arenas de la política, como se
ejercerá el poder y como se enfrentarán los grandes y muy complicados
temas de las agendas económica, social y de seguridad del País.
Lo que cambió
Si finalmente llega a la Presidencia el hombre de Atlacomulco, el gran
problema político será la relación entre esa Presidencia y el conjunto
de intereses que representa -Televisa, los feudos sindicales, las
grandes empresas, etc.- con esa parte muy amplia de la sociedad mexicana
que ya no está dispuesta a aceptar una restauración. Por otro lado,
también cabe preguntar ¿cuánta energía estará dispuesta a invertir la
sociedad en la defensa de lo ya ganado, en sostener y ensanchar el
espacio democrático? Y es que hay que tener en cuenta lo señalado por
Latinobarómetro en 2011, que apenas el 40 por ciento de los mexicanos
dicen apoyar la democracia.
La actitud asumida por AMLO al cuestionar la legitimidad y la legalidad
del triunfo priista, es ya un indicador de que las agendas del PRI van a
topar con resistencias. Las movilizaciones de los estudiantes del
movimiento "#YoSoy132" son otro indicador. La Ciudad de México, en tanto
bastión de la izquierda, será el escenario privilegiado de la
confrontación entre los instintos antidemocráticos del PRI -el estilo
Estado de México de gobernar- y la capacidad de la sociedad civil para
oponerse.
En suma
Todo indica que una parte -quizá la esencial- del proceso político
mexicano en los años por venir, será el esfuerzo de la parte más
democrática de la sociedad mexicana -la izquierda, "#YoSoy132", las ONG y
similares- por neutralizar la esencia autoritaria del PRI. Ojalá ese
esfuerzo se hubiera dirigido a algo más constructivo, pero ese es un
"hubiera sido" que ya no tiene caso lamentar.
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