Soledad Loaeza
Muchas son las causas de la derrota
del PAN, desde la incapacidad que han mostrado dos gobiernos panistas sucesivos
para resolver los problemas de una economía que no ha podido crecer en forma
sostenida hasta el descontento creciente con la política de seguridad pública
del gobierno.
Es posible, como asegura este
último, que las percepciones negativas de su desempeño sean injustas o producto
de una mala prensa, pero entonces tendrían que preguntarse por qué no han
podido vencerlas, y si estas percepciones no encuentran apoyo en nuestra vida
cotidiana.
Aquí me refiero a otras causas de la derrota que son menos generales, pero de ninguna manera son irrelevantes: las divisiones entre los panistas y el pobre atractivo del discurso de campaña de Josefina Vázquez Mota.
Aquí me refiero a otras causas de la derrota que son menos generales, pero de ninguna manera son irrelevantes: las divisiones entre los panistas y el pobre atractivo del discurso de campaña de Josefina Vázquez Mota.
El presidente del PAN, Gustavo Madero, ha declarado que él no pertenece a la cultura de la dimisión, y que no ve en los catastróficos resultados que obtuvo su partido el pasado primero de julio motivo para abandonar el barco.
Pero también habló de
luchas intestinas, de reconstitución y de rencuentro, en alusión al impacto disruptivo de la derrota sobre el partido, y dijo que hay suficientes tensiones y disputas en el partido como para añadir una más.
No es raro que una derrota saque a flote tensiones, resentimientos, que provoque reproches y pleitos y exacerbe rivalidades y fracturas. Así se explica que, como dijo Madero, en este momento para los panistas la prioridad es el partido; pero si reviso lo ocurrido durante la campaña desde la elección de Josefina Vázquez como candidata presidencial, todo sugiere que para algunas corrientes internas la prioridad siempre fue el partido, incluso por encima de la victoria en la presidencial.
Me pregunto incluso si, convencidos de antemano de que iban a perder, esos panistas no habrán apoyado la precandidatura de Ernesto Cordero, con la idea de que con él como candidato podrían conservar el control del partido incluso después de la previsible derrota, y así protegerlo de sus estragos.
La protección del partido es un objetivo razonable, pero no todos los panistas estaban de acuerdo en que fuera lo más importante, sobre todo durante una campaña electoral, en las que normalmente la primera línea de ataque está a cargo de los partidos.
Contrariamente a lo que se hubiera esperado del PAN, que ha hecho de la disciplina casi una biografía, no todos los panistas se alinearon detrás de su candidata, y la fractura que abrió la competencia por la candidatura presidencial nunca sanó del todo.
El PAN escapó al control de los josefinistas, en la campaña estuvo casi todo el tiempo en la retaguardia, y se ahorró muchas batallas; pero la integridad del partido fue un costo para la candidata que daba la impresión de estar sola. Josefina no es Vicente Fox, quien en una situación lejanamente similar pobló esa distancia con empresarios y clases medias que aspiraban a vivir como si estuvieran en Texas.
Al tibio apoyo del partido como factor de derrota, yo sumaría el discurso de la candidata. No me refiero al estilo, a la oratoria bien entrenada, a la gestualidad ensayada y seguramente supervisada por un experto en la materia. A mi manera de ver la selección de los temas, la identificación del interlocutor, los recursos retóricos tuvieron mucho que ver con el tercer lugar de Josefina en los resultados.
A través de ellos, temas, retórica y destinatario del mensaje, la candidata proyectó una y otra vez la imagen que tiene de lo que es la sociedad mexicana, y ésta resultó tan alejada de la realidad que no hubo manera de que las grandes audiencias se identificaran con esa candidatura.
Ahora la ex candidata ha mudado el discurso, tal vez porque reconoció el error que fue pensar que la sociedad a la que se dirigía estaba integrada por familias que se reúnen a las siete de la noche todos los días a rezar el rosario y tomar chocolate Abuelita.
De ahí que en el discurso de reconocimiento de la derrota haya insistido tanto en los ciudadanos, en el papel central que cumplen en la construcción de la democracia, y que haya anunciado la formación de un movimiento ciudadano (así de enojada está con su partido).
Confieso que el tipo de sociedad que evocaba Josefina en sus discursos me resultaba intolerable, en particular cuando se refería a las mujeres. Me pregunto cómo es posible que después de haber sido secretaria de Desarrollo Social haya insistido en llevar a cabo una campaña mojigata y rezandera, en la que las mujeres eran sólo madres de familia, o esposas, hermanas, hijas, novias, ahijadas; es decir, Josefina nos definía una y otra vez en relación con un hombre.
Como si no supiera que un tercio de los hogares en México tiene a una mujer como jefe de familia; que nos hemos integrado en masa al mercado laboral; que la planificación familiar nos ha liberado y nos ha favorecido tanto que no queremos dar ni un paso atrás.
Nunca nos vio como individuos, o si quieren, como personas que vivimos en el siglo XXI, con voluntad de independencia. Tendría que haber revisado la Encuesta Mundial de Valores de Ronald Inglehart, para ver cuánto han cambiado las actitudes de las mujeres hacia los hombres, el trabajo o la Iglesia católica.
El México disfrazado de clase media texana que ofreció Vicente Fox tampoco me gustaba, pero debe de haber sido mucho más cercano para millones de electores, porque ganó con esa oferta chabacana; en cambio, perdió el México ultramontano de Josefina.
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