El adelanto de la revolución que
viene lo dio el Presidente Felipe Calderón. Tras la debacle del PAN en
la elección presidencial, lo único que le queda es la refundación. No es
el único. Desde hace meses Marcelo Ebrard, Jefe de Gobierno del
Distrito Federal, piensa hacer del PRD la placenta de una nueva
izquierda. Por diferentes razones, el virtual Presidente electo Enrique
Peña Nieto, quiere hacer del PRI algo tan nuevo, que a través de la
demolición de símbolos y prácticas, haga la primera demostración de que
el PRI con el que va a gobernar sepultó al PRI del pasado.
La tercera elección de la alternancia parece tenerlos convencidos de que
el status quo, no da más. Calderón y los panistas lo tienen que hacer
para evitar que el partido entre en una larga noche de derrotas. La
izquierda, en contradicción desde hace años, tiene que imponer la cara
parlamentaria a la social, a menos que esté a gusto con perder siempre
la Presidencia. Peña Nieto, más que el PRI, tiene el mayor apremio para
el cambio, para mostrar que se extirpó el ADN autoritario que marca al
partido, y responder la pregunta que tanto preocupa: ¿con qué PRI
gobernará?
Peña Nieto tiene sobre la mesa su solución: refundar al PRI
radicalmente. En su equipo se plantea no sólo una revisión de estatutos y
reglamentos, sino hasta lo que parece banal, el cambio de sede, y lo
profundamente simbólico, el cambio de nombre. No sería la primera vez
que lo hace. Nació como Partido Nacional Revolucionario (1929), se
convirtió en Partido de la Revolución Mexicana (1938), y finalmente
Partido Revolucionario Institucional (1946).
Cambio de nombre también pretende Ebrard para el PRD o lo que quede de
él una vez que se declare Presidente electo. La fuerza de López Obrador
con los grupos radicales que han tenido bajo acoso y hostigamiento a la
izquierda parlamentaria, esperan se debilitará tras la derrota en esta
elección. Pocos pensaban que el tabasqueño tenía posibilidades en 2012, y
lo comprobaron. Aunque obtuvo más votos que en 2006, fue menor su
fuerza: perdió ocho de los 16 estados que ganó hace seis años, y su
proceso de impugnación actual no tiene la homogeneidad en la izquierda
de 2006, incuso, con llamados dentro a que acepte la derrota.
Ebrard ha pensado en un nuevo partido que se llame Movimiento
Progresista, que es como se denominó la coalición de izquierda que tuvo a
López Obrador de candidato. Su idea es el Frente Amplio uruguayo, una
coalición que aglutinaba a una docena de partidos de izquierda que tras
años de lucha contra la dictadura se consolidó y llegó al poder. El
primer paso lo dio el año pasado cuando instauró la Fundación Equidad y
Progreso –para su frustrada candidatura presidencial-, que buscaba,
dijo, aglutinar las "fuerzas progresistas" de México.
La izquierda es la que trae camino más andado para su refundación, y el
único obstáculo real se llama López Obrador. El PAN, con el Presidente
informalmente a la cabeza, comenzó la discusión desde la semana pasada
–con reuniones en Los Pinos-, y se prepara un Consejo Político en otoño
para establecer la agenda. Los puntos centrales incluirán estatutos,
eliminar lo excluyente del partido –los militantes activos- y las
anomalías coyunturales –de militantes adherentes-, así como una revisión
de los principios y plataforma, que tendrá que conciliar la derecha
moderna con lo anacrónico que representa el llamado El Yunque.
Peña Nieto tiene, quizás, los mayores obstáculos, al enfrentarse a un
aparato burocrático y corporativo que puede desafiarlo ahora que el PRI
regresó al poder. No tuvo la cantidad de votos que le habría dado un
mandato incuestionable y llegará con debilidad a la negociación interna.
Sabe, sin embargo, que no tiene opciones. No es sólo un problema de
imagen, sino de su presidencia misma, que será puesta a prueba por la
amalgama de intereses que fue funcional pero su descrédito fue un lastre
que le costó en la campaña. Pero lo tendrá qué hacer si no quiere
quedar subordinado a ese viejo PRI del que tanto se teme sea el suyo, y
no al que dice ahora enarbolar.
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