La segunda vuelta
Si la Segunda Vuelta existiera entre
nosotros, Peña Nieto y AMLO, solo los contendientes que más votos hubieran
acaparado, hubieran tenido que someterse a otra ronda electoral un mes después
de la primera elección.
Francisco Martín
Moreno
El
empantanamiento padecido en el Congreso de la Unión a lo largo de las últimas
legislaturas lo ha pagado la Nación desde que ha sido imposible imponer las
leyes relativas a las reformas estructurales. El egoísmo, la inquina, los intereses inconfesables, la
mezquindad y la vileza en sus diversas manifestaciones, se
hicieron presentes para impedir la evolución política de México de la que son
responsables los representantes populares cómodamente instalados en las cámara
de diputados y de senadores (que de Honorable, nada de nada) mientras cobran
dietas insultantes en relación al IPC nacional, además de traicionar al
dolorido pueblo de México desde el momento en que ignora su voluntad soberana.
Los partidos políticos y el Congreso tienen
secuestrada a la nación.
En
lo que hace a la reforma del Estado es inaplazable imponer la llamada Segunda
Vuelta, tal y como se da en Francia y, para nuestra vergüenza, también en
Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, (aunque el lector no lo
crea, Ja!), Chile, Ecuador, Salvador, Guatemala, Haití, Nicaragua, Perú,
República Dominicana y Uruguay.
Dicha
institución electoral existente en Francia nada más hace 150 años, consiste,
entre otras razones, en confirmar la decisión del electorado para que sus
candidatos lleguen más que legitimados al poder con una mayoría del 50%
de sufragios.
Si
la Segunda Vuelta existiera entre nosotros, Peña Nieto y AMLO, solo los
contendientes que más votos hubieran acaparado, hubieran tenido que someterse a
otra ronda electoral un mes después de la primera elección.
Este
paréntesis hubiera tenido que ser utilizado por ambos adversarios políticos
para trabar alianzas y lograr una mayoría de más del 50% del electorado. Tal
vez Peña hubiera tenido que invitar al PAN para lograr dicha mayoría, que una
vez aplicada al congreso, bien se hubiera podido traducir en acuerdos para
ejecutar las Reformas Estructurales.
La alianza hubiera sido la alianza de voluntades políticas.
En
resumen: después de la Segunda Vuelta y en el evento nada remoto de que Peña la
hubiera ganado aliado al PAN, dicho triunfo se hubiera traducido no solo en mayoría legislativa, sino
en una coalición gobernante, un reparto de carteras en
sugabinete, una cohabitación política, para que no se hubiera repetido el
esquema de un gobierno estrictamente azul y, por lo mismo, estrictamente ineficaz,
que representó la gestión amurallada de Calderón.
Pero
hay más: las elecciones presidenciales francesas se llevaron a cabo el 6 de
mayo y Hollande tomó posesión el 15 del mismo mes, es decir, a solo 9 días de
los comicios. ¿Qué tal que se hubiera reformado nuestra Constitución y que
quien hubiera ganado las elecciones, no
tuviera que esperar 5 interminables meses para tomar posesión abriendo espacios
para el desquiciamiento del país? En nuestro caso, el IFE ya
habría resuelto y Peña Nieto ya hubiera sido investido Presidente de la
República desde este lunes pasado? A trabajar entonces…
¡Cuántos
problemas nos evitaríamos en el futuro si existiera una Segunda Vuelta y la
transmisión de poderes, a la francesa, se efectuara a la semana de haber sido
celebrado los comicios! Esa
es eficiencia política electoral, paz social y pólvora mojada para los eternos
enemigos de las instituciones de la República.
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