Juan Ramón Bustillos
López Obrador está destinado a
quedarse solo, y lo sabe; por eso ha endurecido su discurso y amenaza con
acciones que sólo él conoce
Dirigentes más conspicuos de las
izquierdas permanecen al margen del movimiento de López Obrador
El magistrado Pedro Esteban Penagos afirma que no valdrán marchas, declaraciones de prensa o plantones en la calificación del proceso electoral presidencial.
Más vale para el país que el magistrado del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (Trife) exprese la posición de sus compañeros de la última instancia electoral porque, de lo contrario, en el futuro bastaría con que cualquiera organizara una marcha, inventara un rosario de supuestos delitos de su o sus contrarios, para suplir el cumplimiento de los ciudadanos en las urnas.
Andrés Manuel López Obrador, que fue superado por Enrique Peña Nieto por casi 3 millones y medio de votos, pretende que el Trife ceda ante las protestas del brazo armado de Morena y que las insostenibles acusaciones de lavado de dinero en el proceso electoral se impongan sobre la voluntad de los electores.
Nada novedoso, si acaso la promesa, cuyo incumplimiento es previsible, de que, a diferencia del 2006, en esta ocasión no acudirá a la toma de la avenida de la Reforma y del Zócalo. No por lo menos él, pero sí, en cambio, los grupos radicales, como el SME, la CNTE, los Atencos, el #YoSoy132 y otros de igual manufactura.
Pero es buena noticia saber que, como en 2006, el Trife no cederá ante las presiones de López Obrador ni de sus radicales, y concentrará el análisis de los comicios a las pruebas y contrapruebas que obran en su poder.
Nada meritorio, por cierto, pero de observancia ineludible para cualquier juez que se respete.
Si esto ocurre, ya podrá Andrés Manuel hacer el berrinche de su vida y ordenar la ocupación de la capital de la República a los grupos que han sido convenientemente atados a sus seguidores de último momento.
Lo curioso es que mientras los grupos radicales participan, día a día, en asambleas y marchas, los dirigentes más conspicuos de las izquierdas permanecen al margen del movimiento de López Obrador, con excepción de Ricardo Monreal (por cierto, cada vez más alicaído) y Jesús Zambrano, cuyas apariciones públicas se observan más falsas que un billete de a dos pesos.
Es evidente que día a día, y en proporción directa a su radicalización, la otra izquierda toma distancia. La razón es sencilla: Marcelo Ebrard, Manuel Camacho, Juan Ramón de la Fuente y otros no quieren perder en una aventura sin futuro lo alcanzado por la izquierda el pasado 1 de julio.
El futuro está a seis años de distancia, que parecen muchos, pero que, en realidad, no lo son. Para entonces, Marcelo, que seguramente buscará la candidatura del PRD, no querrá estar contaminado por las consecuencias de la intransigencia de López Obrador, y De la Fuente, que podrá ser candidato independiente, tampoco estará dispuesto a ser asociado con un movimiento que empieza a acercarse a la línea que separa la protesta justa de la violencia.
López Obrador está destinado a quedarse solo, y lo sabe; por eso ha endurecido su discurso y amenaza con acciones que sólo él conoce. Y todo porque quiere otra oportunidad.
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