Jorge Fernández Menéndez
En el PRI ese cambio está literalmente en las manos de Peña Nieto. El virtual Presidente electo sabe que su partido requiere apertura y un cambio generacional: nada dañó más su candidatura que los personajes que están, de una u otra manera, siempre identificados con un paso no siempre presentable o justificable. Nada la benefició más que presentar cartas nuevas. Los más de 60 puntos de Manuel Velasco Coello en Chiapas se contraponen con los resultados en el DF, donde una mujer con una carrera larga y respetable, pero que representa el pasado, como Beatriz Paredes, obtuvo apenas un tercio de los votos que consiguió un Miguel Mancera que refleja esa nueva generación de políticos que ganó esta elección. Eso explica que el PRI, en un estado como Tamaulipas, donde su gobernador Egidio Torre está librando una lucha notable contra la delincuencia organizada mientras limpia la estructura de gobierno estatal, al llevar a un personaje que evoca como pocos lo peor del pasado, el ex gobernador Manuel Cavazos, haya perdido la senaduría. O que en Veracruz Javier Duarte haya ganado en una pelea cerradísima con el PAN. Peña Nieto tiene una enorme oportunidad: la que dan los votos y la legitimidad para operar ese cambio. Puede y debe recurrir a la experiencia pero el centro de su equipo político debe reflejar ese cambio que se tiene que mostrar, también, en su partido, en el PRI.
En el PRD, López Obrador no puede reflejar ese cambio generacional. Una vez más, Andrés Manuel perdió una enorme oportunidad la noche del domingo de mostrar otra cara y reconocer lo que era inocultable: que había perdido las elecciones por un margen que en el mejor de los casos alcanza los seis puntos, o sea más de tres millones de votos de diferencia con Peña Nieto.
Escatimar el reconocimiento al mismo tiempo que se proclaman, con toda justicia y con los mismos conteos rápidos, los triunfos en el Distrito Federal, Morelos y Tabasco, es un acto de mezquindad política. López Obrador hizo una muy buena campaña y llegó a duplicar, con sus aciertos y los errores de sus adversarios, sobre todo del PAN, sus expectativas de voto entre diciembre y el primero de julio. Pero también volvió a demostrar que tiene un techo electoral que no puede superar, lo que sí pueden hacer hombres como Mancera o Marcelo Ebrard.
En el PAN, insistimos, la tarea será refundar en los hechos el partido. El PAN triunfa cuando se muestra unido, congruente, más liberal que extremadamente conservador, cuando apuesta a la apertura y no a la cerrazón. Desde hace años, el panismo ha jugado exactamente a lo contrario: a la sectarización, a ser en ocasiones demasiado conservador, en otras a abandonar principios en aras del pragmatismo, a abandonar su agenda liberal (que no es nueva, es la que marcó en sus inicios Manuel Gómez Morin) y vivir de intereses de grupo que lo dividen. Los ajustes de cuentas y la búsqueda de un culpable de la abrumadora derrota del domingo estarán a la orden del día en el blanquiazul. Sólo tendrían que recordar que en 2006 el PRI hizo una elección incluso peor que la del PAN este domingo. Y que seis años después logró regresar a Los Pinos. En las últimas semanas de campaña, con aciertos y errores, y en el pronunciamiento de Josefina Vázquez Mota el domingo, el PAN podría encontrar las claves para decidir su futuro.
La pregunta es si podrá hacerlo sin una ruptura profunda, que balcanice a ese partido.
Vienen tiempos de cambios, de la búsqueda de refrendar en ese cambio la estabilidad, pero también de confirmar que una nueva generación llegó al poder, y a la oposición, el pasado domingo.
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