23 julio, 2012

Por el bien de todos, primero los pobres


Por el bien de todos, primero los pobres

Víctor Beltri*
 
Es indudable que algo ocurre en México. Las protestas que presenciamos en las últimas semanas no pueden ser ignoradas, en tanto constituyen manifestaciones legítimas del repudio popular a un sistema que no ha sido capaz de brindar las mismas oportunidades a toda la población, misma que asiste al espectáculo de líderes que parecen estar guiados solamente por el interés popular y el ansia de poder, antes que por el bien común de la sociedad entera.



Mucho se ha comentado, por propios y ajenos, del papel del candidato de la izquierda en la construcción de la joven democracia mexicana. Al margen de su capacidad selectiva para reconocer la derrota, Andrés Manuel ha conseguido llevar a la palestra pública temas de gran importancia: simplemente, el lema que en algún momento enarboló de ‘por el bien de todos, primero los pobres’, es de una contundencia tremenda.


Es imposible que un Estado prospere, y pueda vivir en paz, sin entender que la brecha entre pobres y ricos no puede seguir ampliándose; la única manera de concebir que un gobierno aplique políticas públicas que beneficien a tan sólo unos cuantos, mientras que en las calles la miseria es dolorosa y patente, implicaría que los dirigentes vivieran en una esfera de cristal completamente alejada de la realidad. Esto, lamentablemente, parece ser el caso en nuestro México.


La pobreza es un cáncer que se expande y hace metástasis manifestándose en los órganos más vitales de la sociedad. La pobreza es el principal motor de la migración, de ciudadanos que buscan mayores oportunidades en otros lugares y que llegan a enriquecer otras comunidades.


Cada día se pueden escuchar historias de éxito de mexicanos de primera, segunda o tercera generación que triunfan en el extranjero, ya sea en el sector público o privado, en las artes o las ciencias. Mexicanos que tendrían que haberse quedado en nuestro país, y desarrollado su potencial en la sociedad próspera e igualitaria que no hemos sido capaces de construir.


La pobreza, la falta de oportunidades, y el enaltecimiento de un modelo perverso en el que vale más quien más tiene, orillan a nuestros jóvenes a buscar de manera rápida la prosperidad que de otra manera no podrían obtener, y que les es ofrecida de manera inmediata por las actividades delincuenciales que, por otro lado, el Estado ha fallado en perseguir de manera efectiva.


El gobierno se ha limitado a ser reactivo, antes que preventivo: es definitivamente más sencillo, y más vistoso, llenar las calles de policías y las cárceles de presuntos culpables que atender las raíces del problema.


La lucha contra las causas de la pobreza supera necesariamente el ámbito temporal de un período presidencial, y no puede ser vendida como argumento electoral: de ahí que sea poco lo que realmente se hace al respecto, y la pobreza, siempre la pobreza, subsiste de manera vergonzosa.


Tenía razón Andrés Manuel: por el bien de todos, primero los pobres. Pero por el bien de los pobres, políticas sociales efectivas y planes transexenales contra la pobreza. Por el bien de los pobres, instituciones públicas y privadas eficientes y sólidas. Por el bien de los pobres, transparencia y rendición de cuentas a todos los niveles. Y sobre todo, por el bien de los pobres, por el bien de todos, prevalencia ineluctable del Estado de Derecho. 


Muchas veces se ha tratado de asimilar la política al juego del ajedrez, en el sentido de que tienen que utilizarse todos los recursos disponibles para la consecución del fin último, de la victoria, anticipándose siempre al juego del adversario. Estrategia, paciencia y previsión hacen a los grandes jugadores de ajedrez, y a esto ha jugado, con maestría, Andrés Manuel.


Sin embargo, en este caso el juego es otro, y eso deberían entenderlo tanto quien resultó vencedor en los pasados comicios como quienes no fueron favorecidos con el voto popular. El ajedrez es un juego de blancos y negros, de escaques conquistados y posiciones de poder, de piezas tomadas y vencedores absolutos.


La política no puede ser así, en tanto que no puede iniciarse cada vez un juego nuevo. Ese es el gran error de nuestra clase política, pretender que en cada período comienza una nueva partida, sin darse cuenta de que el futuro del país implica, necesariamente, una visión que supere los enfrentamientos temporales.


Esta visión es la que debemos demandar, como sociedad, de los líderes que están empeñados, en la situación actual, en seguir con una partida que sólo daría lugar a otra, y otra más. La elección ha terminado, y es el momento de acatar los fallos y asumir los errores, pero sobre todo de comenzar a construir un nuevo esquema de juego.


No podemos seguir jugando al ajedrez, y comenzar ahora la partida que culminará en el 2018. Es el momento de reformar el Estado, de sumar voluntades y crear una sociedad más justa e igualitaria.


Este debería de ser el tema de discusión en estos momentos, antes que pretender arrojar el tablero al suelo cada vez que se pierde la partida. Andrés Manuel tiene una oportunidad magnífica para denunciar las malas prácticas que supone se cometieron en su contra, y comprometer no al nuevo gobierno, no a la nueva administración, sino al Estado en su conjunto para evitar que vuelvan a ocurrir.


Andrés Manuel tiene el capital electoral, social, y moral suficiente para convertirse desde la oposición en el gran reformador que México necesita para construir un Estado más sólido, más ético y más responsable.


Los días se suceden y la partida de ajedrez que juegan los partidos políticos se acerca cada vez más a la temida situación en la que los movimientos de los jugadores se repiten una y otra vez. En las reglas de ajedrez, la repetición de movimientos sin salida alguna da lugar a que el juego se declare tablas.


Sin embargo, en asuntos de Estado esta solución no existe, pero sí la premura por resolver los problemas que nos apremian. Parafraseando de nuevo a Andrés Manuel, por el bien de todos, primero los pobres, pero por el bien de los pobres, primero un Estado de Derecho. Por el bien de todos, primero México.
       

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