¿Provocador del odio o promotor
de la democracia? ¿Populista irresponsable o luchador social incansable?
¿Un mal perdedor de la elección o el único que critica su podredumbre?
Estas son las preguntas que acompañan a Andrés Manuel López Obrador
desde 2006 y que lo persiguen persistentemente ahora. Estas son las
interrogantes que suscita alguien que algunos condenan como un mesías
tropical y otros idolatran como un líder providencial. AMLO polariza.
AMLO divide. AMLO enciende pasiones entre quienes lo consideran un héroe
y quienes lo califican como un traidor. Y aunque no hay una
decatantación definitiva sobre el personaje, queda claro que la
izquierda mexicana tendrá que decidir qué hacer con él.
Hay mucho por lo cual el País le debe agradecimiento. La demanda de
aclarar y limpiar la elección. La propuesta de concientizar a la
población sobre lo que significa la compra del voto y cómo coaccionarlo.
La manipulación cotidiana en la que incurre la television y cómo
construye candidaturas. La incompetencia que en ocasiones demuestran
instituciones como el IFE y cómo afecta eso su credibilidad. La
utilización de tarjetas Monex y Soriana y cómo contribuyeron a la labor
de los operadores del PRI. La triangulación de presupuestos estatales y
cómo se utilizaron con fines electorales. AMLO evidencía una lista de
prácticas condenables y cotidianas, amplias y arraigadas, visibles y
cuantificables.
Ante ellas AMLO exige –y con razón– que no hay más opción que
investigar. Airear. Transparentar. Castigar. Informar con rigor y
sancionar con vigor. Crear un contexto de exigencia en el cual el PRI se
vea obligado a reconocer las irregularidades en las que incurrió y
pagar multas multimillonarias por ello. Dar la batalla política por la
opinion pública, para que el electorado entienda lo que pasó, y dar la
batalla legal para que no vuelva a repetirse. Eso es lo más a lo cual
AMLO puede aspirar y no es poca cosa. Pero difícilmente el Tribunal
Electoral nulificará la elección o declarará su invalidez. La
documentación no es lo suficientemente contundente, la evidencia no es
lo suficientemente determinante, los tiempos no dan.
Aunque el triunfo de Peña Nieto no haya sido recto –como lo escribe Pepe
Merino– una ley electoral que incentiva la trampa acabará avalándolo.
Los partidos acarrean y compran y triangulan y gastan sabiendo que es
mejor ganar la Presidencia primero y pagar la multa después. En algunos
meses, el IFE declarará que el PRI rebasó los topes de campaña y le
impondrá una multa, pero ya con Peña Nieto despachando en Los Pinos. Aun
con información incompleta, la elección terminará validada. Aun con un
proceso manchado, la elección terminará certificada. Habrá ganado el que
mejor viola las reglas.
Y después de ese paso probable, la pregunta es si AMLO se retirará o si
permanecerá como el líder indiscutible de la izquierda mexicana. Porque
junto con la crítica loable al proceso electoral coexiste su posición
criticable con respecto a la vida institucional. Un día dice respetar
las reglas y al otro las desconoce. Un día manifiesta su respeto a las
instituciones y al otro erosiona la confianza en ellas. Un día se apega a
las rutinas de la democracias y al otro las desdeña. Desconoce los
resultados de la elección pero no los logros que su partido obtuvo con
su participación. López Obrador representa lo mejor y lo peor de la
izquierda: el diagnóstico correcto, pero la receta equivocada; la
crítica certera, pero la solución inadecuada; la postura moral
encomiable, pero el proyecto postelectoral limitado.
Porque después del conflicto postelectoral la pregunta seguirá allí: qué
tipo de izquierda quiere y necesita México. La que obstaculiza o la que
propone. La que descalifica o la que participa. La que bloquea o la que
abre camino. La que mira con nostalgia al pasado o la que contempla con
ambición el futuro. Y a pesar de las contribuciones que AMLO ha hecho,
llegó el momento de un relevo generacional. Un relevo mental. Un relevo
político. Para que una izquierda que será segunda fuerza en la Cámara de
Diputados no piense en cómo prevenir la llegada de Enrique Peña Nieto a
Los Pinos, sino en cómo promover la movilidad social entre los pobres.
Para que una izquierda con presencia relevante en el Senado no acabe
tomando el proscenio, sino liderando la agenda progresista. Para que una
izquierda que ganó 15 millones de votos no termine tirándolos por la
borda, como lo hizo después de 2006.
AMLO puede permanecer como líder moral, como conciencia crítica, como
ombudsman necesario. Pero la izquierda debe buscar otros liderazgos más
innovadores, más visionarios, más liberales, más socialdemocráticos.
Liderazgos que promuevan los derechos sociales, respeten la diversidad
sexual, crean en los mercados junto con la necesidad de regularlos,
entiendan la globalización y sus imperativos, comprendan que la
izquierda debe ser acicate del cambio, pero también avatar de la
responsabilidad. Y por ello, ante la pregunta de qué hacer con AMLO, la
respuesta parece obvia: sustituirlo por Marcelo Ebrard. |
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