Leyes Objetivas
Leyes objetivas son leyes que restringen al gobierno a su función legítima: la protección de los derechos individuales.
Las leyes deben ser objetivas tanto en
su forma como en su fondo. En su forma, la ley debe permitir que cada
individuo sepa, antes de tomar cualquier acción, qué tipo de conducta es
ilegal, por qué está prohibida, y cuál será la pena por violarla. En su
fondo, la ley debe prohibir solamente la conducta privada que viola los
derechos individuales de otros. Las leyes contra el asesinato, por
ejemplo, satisfacen ambos requisitos.
La ley objetiva es la base indispensable
para un “gobierno de leyes y no de hombres”. Cuando la ley es clara y
precisa, no deja margen para que los burócratas o los policías puedan
ejercer un poder arbitrario a través de decisiones impredecibles y
subjetivas. Por ejemplo, obsérvese el contraste crucial entre la ley del
homicidio y la ley de la defensa de la competencia (anti-trust), que
prohibe “restricciones no razonables del comercio”, una expresión
ambigua que se puede aplicar a cualquier transacción comercial – o no,
según le parezca al fiscal.
Como el gobierno ejerce un monopolio
sobre el uso legal de la fuerza, cada acción del gobierno debe ser
controlada objetivamente y autorizada expresamente. Estas rígidas
limitaciones dejan libres a los ciudadanos privados para que ellos vivan
sus vidas, sin el temor constante que se sufre bajo un régimen de leyes
no objetivas.
Preguntas y Respuestas con Ayn Rand
¿Cuál es el objetivo de la ley?
Todas las leyes deben estar basadas en los derechos individuales y tener por objeto su protección.
Bajo una ley objetiva, ¿cuál es la diferencia fundamental en el ámbito de la acción privada versus la acción del gobierno?
Un ciudadano privado puede hacerlo todo excepto lo que está legalmente prohibido; un funcionario del gobierno no puede hacer nada excepto lo que está legalmente permitido.
¿Deben todas las leyes ser formuladas objetivamente?
Lo que no puede ser formulado como una
ley objetiva, no puede ser objeto de legislación – no en un país libre,
no si queremos tener “un gobierno de leyes y no de hombres”. Una ley
indefinible no es una ley, sino sólo una autorización para que algunos
hombres puedan regir a otros.
¿Cuál es el peligro de las leyes no-objetivas?
Una ley objetiva protege la libertad de un país; sólo una ley no-objetiva puede darle a un estatista la oportunidad que busca: la oportunidad de imponer su voluntad arbitraria – sus políticas, sus decisiones, sus interpretaciones, su forma de implementarlas, su
castigo o favor – sobre víctimas desarmadas e indefensas. Él no tiene
que ejercer su poder con demasiada frecuencia ni demasiado abiertamente;
él simplemente tiene que tener ese poder y hacerles saber a sus
víctimas que lo tiene; el miedo hará el resto.
Cuando los hombres están aprisionados en
la trampa de leyes no-objetivas, cuando su trabajo, su futuro y su
subsistencia están a merced del capricho de un burócrata, cuando no
tienen forma de saber qué “influencia” desconocida caerá sobre ellos por
qué ofensa no especificada, el miedo se convierte en su motivación
básica, si deciden permanecen en la industria – y las concesiones, la
conformidad, el estancamiento, la apatía, el triste color gris de “ni
una cosa ni otra”, es todo lo que se puede esperar de ellos. El
pensamiento independiente no se somete a edictos burocráticos, la
originalidad no sigue “políticas públicas”, la integridad no pide
permisos, el heroísmo no se fomenta con el miedo, el genio creativo no
se puede hacer aparecer apuntándole con un arma de fuego. Las leyes
no-objetivas son el arma más eficaz para esclavizar a seres humanos: sus
víctimas se convierten en las fuerzas del orden y se esclavizan a sí
mismas.
Las leyes que son estrictas y precisas, ¿no llevan implícita la amenaza de la opresión y la dictadura?
Es un grave error asumir que una
dictadura rige a un país por medio de leyes estrictas y rígidas que son
obedecidas y ejecutadas con precisión rigurosa y militar. Tal norma
sería malvada, pero casi soportable; los hombres podrían soportar las
decretos más duros, siempre que estos decretos fueran conocidos,
específicos y estables; no es lo conocido lo que quebranta los espíritus
de los hombres, sino lo impredecible. Una dictadura tiene que ser
caprichosa; tiene que gobernar por medio de lo inesperado, lo
incomprensible, lo absurdamente irracional; tiene que tratar no con la
muerte, sino con la muerte súbita; un estado de inseguridad crónica es lo que los hombres son psicológicamente incapaces de soportar.
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