Hace muchos años, un sabio político chileno
bautizó a la clase media y obrera de su país como “mi chusma dorada”.
Como recompensa, esa “chusma dorada” lo eligió presidente.
Aunque
con las diferencias clásicas de un país en desarrollo y una potencia
mundial, en los Estados Unidos también existe ahora una chusma dorada.
Se le conoce como “Tea Party”, el Partido del Té.
El Tea Party no
tiene, por ahora, una estructura definida como entidad política. Se
trata de millones de personas que actúan individualmente o en grupos,
pero unidas por una férrea creencia libertaria: mientras menos
intromisión del gobierno en la vida de las personas y menos impuestos
agobiantes, mejor.
El nombre proviene de la época de la colonia,
cuando los patriotas que darían origen a la nación más poderosa de la
tierra se rebelaron contra el monopolio y los impuestos aplicados por el
reino británico y descargaron y arrojaron al mar los cargamentos de té
de tres barcos. Eso ocurrió el 16 de diciembre de 1773, dos años antes
del comienzo formal de la revolución contra los ingleses. La protesta es
conocida como el Partido del Té de Boston.
Los adeptos del Tea
Party actual votan por los candidatos de sus preferencias en el Partido
Republicano y fueron vitales en la reconquista de la mayoría de la
Cámara de Representantes en las elecciones legislativas del 2010.
Pero,
a pesar de la fuerza demostrada por el Tea Party, las élites
tradicionales del Partido Republicano miran con desconfianza y hasta
desdén a los millones que comulgan con las ideas de menos gobiernos,
menos impuestos y mayor libertad de comercio.
En otras palabras,
la aristocracia republicana no acepta a esta “chusma dorada” excepto
cuando se trata de contar los votos. Sin embargo, todo eso podría
cambiar ahora debido a la aprobación por la Corte Suprema de Justicia de
la nueva ley de la salud, impulsada por el presidente demócrata Barack
Obama.
Para inmensa sorpresa de la élite republicana, el
presidente de la Corte Suprema de Justicia, John Roberts, nombrado por
un presidente derechista, George W. Bush, se alineó con los cuatro
ministros “izquierdistas” del máximo tribunal del país para ratificar la
ley y no declararla inconstitucional.
Los otros cuatro jueces,
considerados conservadores, se manifestaron en contra de ley por estimar
que viola los preceptos de la Carta Magna. El argumento de Roberts es
que la ley de salud se financiará con un nuevo impuesto y que el
Congreso, que aprobó la legislación, tiene la facultad de imponer ese
tributo.
Los demócratas dicen que no se trata de un impuesto, sino
de una “penalidad” para obligar a comprar seguro de salud. Los
republicanos afirman que es la mayor carga impositiva aprobada en la
historia del país.
Cualquiera hayan sido los motivos de Roberts,
lo cierto es que con su decisión proporcionó al candidato presidencial
republicano, Mitt Rommey, una poderosa arma para tratar de derrotar a
Obama en las elecciones de noviembre próximo. Esa herramienta habría
desaparecido si la corte hubiera dictaminado que la ley era
inconstitucional.
El Partido del Té no ha demostrado hasta ahora
mucho entusiasmo con la candidatura de Romney por considerar que sus
ideas políticas son blandas e inadecuadas para sacar al país de su
peligrosa situación económica, con una deuda externa que, literalmente,
aumenta en millones de dólares con cada minuto transcurrido.
El
Tea Party se opone abrumadoramente a la ley de salud, sentimiento que ha
aumentado ahora con la definición de Roberts de que su financiamiento
depende de un nuevo impuesto. Por ello, calculan los expertos, la
“chusma dotada” del Tea Party votará ahora por Romney, quien ha
prometido derogar la ley tan pronto como llegue a la Casa Blanca.
El destino y la política, actúan de manera misteriosa.
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