30 agosto, 2012

Andrés Manuel y sus secuaces

Andrés Manuel y sus secuaces
CARLOS FERREYRA

Cada vez que escucho su nombre o lo observo en cualquier actividad relacionada con sus tareas de activista político, lo recuerdo en aquella triste fotografía, tímidamente a un lado, sosteniendo con la punta de dos dedos una esquina de la bandera nacional, mientras el Subcomandante Marcos y el obispo Samuel Ruiz entonaban a voz en cuello las estrofas del Himno Nacional.

Manuel Camacho Solís cumplía la deslavada tarea de negociador con los alzados de Chiapas, los mismos que habían declarado la guerra al gobierno federal –declaratoria vigente hasta la fecha—, patochada que costó la vida de
un número nunca informado de indígenas a los que lanzaron al combate contra el Ejército, muñidos con rifles de madera.

Los soldados, a distancia, el único interés que seguramente no tenían era el de averiguar la autenticidad de las armas con que les apuntaban. Los muertos en esta desigual pelea debieron acreditarse a quienes promovían el alzamiento, pero no fue así, quedaron en la contabilidad de los uniformados y del gobierno de Carlos Salinas de Gortari.

Es la imagen recurrente de Camacho Solís,
con su cara triste como disculpándose ante los hombres con cabeza de estambre, mientras hacía cuentas del futuro. Aceptó el cargo, pero sin remuneración porque esperaba –¿sabía?– que en la candidatura presidencial podría haber una sustitución. Y sólo aquel que tuviese más de seis meses sin cargo oficial pagado tendría posibilidades legales que, ciertamente, no es algo que inquiete mucho a nuestros políticos de las extensas izquierdas.

Tras innumerables avatares políticos, como formar un partido propio, lanzarse a La Grande por su cuenta e hilar fracasos sin cuenta,
encontró su bolita con Andrés Manuel López Obrador, donde a su amparo llega al Congreso, aunque su sueño, como el de Ricardo Monreal, es disputarle la candidatura presidencial. Y ganársela, desde luego.

Tiene otras perspectivas. Si Marcelo Ebrard logra la candidatura presidencial en 2018, Camacho Solís tendrá alguna recompensa por su paciencia y lealtad. Nada destacable, porque para entonces estará viejo, fané y descangallado, pero podrían mantenerlo como guardián de las instituciones en el Congreso.

Monreal, quizá el más fiel palafrenero de López Obrador, con gesto airado
defiende lo que sabe que es indefendible. No es un inocente, como posiblemente lo sea su compañero de ruta, Camacho. Tribuno temible, se recuerdan sus virulentas intervenciones en el Senado (cuando Emilio González Parra era el presidente de la Gran Comisión)-, contra la primera camada de perredistas en el viejo edificio de Xicoténcatl, entre los cuales su ahora  compañero de aventuras, Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega.

Al zacatecano el líder senatorial lo ayudaba. Lo mismo con comisiones y representaciones en las que algún sobresueldo le permitía cierta holgura económica, que con la consecución de un  modesto departamento de interés social, o la adquisición en abonitos de un vochito. Entonces no aspiraba a más.


Hasta que un día decidió cambiar de partido y apoyado por las tribus perredistas logró la gubernatura de su estado natal.
De allí a Jauja el tránsito fue acelerado. Como gobernador impulsó a su familia, a unos o a unas los hizo alcaldes, a otros legisladores y ni siquiera el escándalo de una bodega, propiedad familiar, repleta de mariguana lo pudo afectar. Nuevamente en el Congreso, de la mano de uno de sus hermanos, espera paciente el derrumbe de El Peje y su ascenso a las ligas mayores, hasta la Presidencia.

Un querido y respetado amigo me dice: Porfirio es muy inteligente. Hago un poco de memoria y recuerdo cuando a don Adolfo Ruiz Cortines, presidente de 1952 a 1958, le recomendaban a alguien “porque es muy inteligente”.
El viejo sabio preguntaba: ¿Inteligente para qué? Y dejaba sin respuesta a su interlocutor.

Pero cierto, Porfirio es
muy inteligente, y culto, y habilidoso, y buen político. Múltiples características que de nada sirvieron mientras fue servidor público de primer nivel donde dejó huellas de su paso, pero no lo suficientemente importantes como para que se le hubiese incluido seriamente en la lista de los aspirantes a La Grande. De allí su eterna furia y su huida al amparo de otras siglas partidarias.

Ya lo dijimos: habilidoso, maniobró para que se aceptara su candidatura al gobierno de Guanajuato, donde
ni nació ni vivió. Pero en uno de los pueblos cercanos a Celaya hay una calle de que se llama “Muñoz Ledo”, por lo que reclamó su derecho de sangre –derecho divino para las familias reales—y logró competir con desastrosos resultados. Ni lo conocían ni les atraía el oportunismo del entonces senador.

También aspiró al gobierno de la ciudad de México y a la Presidencia de la República, candidatura ésta que pudo negociar con el puntero, Vicente Fox, hasta colarse en el frustrado gobierno del cambio.
Al que cambió cuando, nuevamente, vio mejores oportunidades en el partido de sus amigos los perredistas. Quería una embajada que le fue negada, pero regresó al Congreso, donde, como buen tribuno, se mueve como pez en el agua.

Soterrado, esperará igual que los anteriores una oportunidad para volver a brincar hacia arriba, aunque lo más probable es que el sueño de ocupar Los Pinos, como titular, se haya convertido en algo más cómodo como escaños y curules donde se trabaja poco, se gana mucho, se viaja más y siempre se está visible en las principales páginas de los periódicos. Por lo pronto, y ante la incertidumbre de lo que hará su jefe nato, Andrés Manuel, está a la expectativa.


De los amenazantes dirigentes del sol amarillo no hay nada que se pueda decir. Seguirán, vociferantes, anunciando el fin del mundo, pero con la vista puesta en las negociaciones que dentro de las Cámaras les garanticen mejores posiciones, más prebendas y la perspectiva de continuar en el candelero percibiendo las enormes sumas de dinero del erario para su partido, y los ríos de dinero asignados a los llamados grupos parlamentarios.


Ya negociarán su participación en las propuestas legislativas con la condición no hablada de dejar de lado a Andrés Manuel y sus protestas. Se acabará así el idilio con los 132 espurios dedicados a elaborar la respuesta al Informe presidencial. Como si importaran.


Como tarea, tendrán que explicar el enjuague de los contratos para ex funcionarios del gobierno capitalino de López Obrador, pero sin dejar de gritar: “!Al ladrón, al ladrón!”, mirando para el lado de los tricolores.


Ojalá también justifiquen los ahorritos de Yeidckol Polenvsky, nada menos de 90 millones de pesos en cuenta personal, pero sin obviar que se trata de la tesorera de la campaña del eterno aspirante. Y la coincidencia con la petición de apoyo de empresarios, seis millones de dólares, hasta ahora, dicen los malquerientes de los pejistas, localizables en las manos de la ex empresaria y ahora furibunda lopezobradorista.


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