Cada vez que escucho su
nombre o lo observo en cualquier actividad relacionada con sus tareas de
activista político, lo recuerdo en aquella triste fotografía,
tímidamente a un lado, sosteniendo con la punta de dos dedos una esquina de
la bandera nacional, mientras el Subcomandante Marcos y el obispo
Samuel Ruiz entonaban a voz en cuello las estrofas del Himno Nacional.
Manuel Camacho Solís cumplía la deslavada tarea de negociador con los
alzados de Chiapas, los mismos que habían declarado la guerra al
gobierno federal –declaratoria vigente hasta la fecha—, patochada que costó
la vida de
un número nunca informado de indígenas a los
que lanzaron al combate contra el Ejército, muñidos con rifles de
madera.
Los soldados, a distancia, el único interés que seguramente no tenían era
el de averiguar la autenticidad de las armas con que les apuntaban. Los
muertos en esta desigual pelea debieron acreditarse a quienes promovían el
alzamiento, pero no fue así, quedaron en la contabilidad de los uniformados
y del gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Es la imagen recurrente de Camacho Solís,
con su cara triste como
disculpándose ante los hombres con cabeza de estambre, mientras
hacía cuentas del futuro. Aceptó el cargo, pero sin remuneración
porque esperaba –¿sabía?– que en la candidatura presidencial podría haber
una sustitución. Y sólo aquel que tuviese más de seis meses sin cargo
oficial pagado tendría posibilidades legales que, ciertamente, no es algo
que inquiete mucho a nuestros políticos de las extensas izquierdas.
Tras innumerables avatares políticos, como formar un partido propio,
lanzarse a La Grande por su cuenta e hilar fracasos sin cuenta,
encontró
su bolita con Andrés Manuel López Obrador, donde a su amparo llega
al Congreso, aunque su sueño, como el de Ricardo Monreal, es
disputarle la candidatura presidencial. Y ganársela, desde luego.
Tiene otras perspectivas. Si Marcelo Ebrard logra la candidatura
presidencial en 2018, Camacho Solís tendrá alguna recompensa por su
paciencia y lealtad. Nada destacable, porque para entonces estará
viejo, fané y descangallado, pero podrían mantenerlo como guardián
de las instituciones en el Congreso.
Monreal, quizá el más fiel palafrenero de López Obrador, con gesto
airado
defiende lo que sabe que es indefendible. No es un
inocente, como posiblemente lo sea su compañero de ruta, Camacho. Tribuno
temible, se recuerdan sus virulentas intervenciones en el Senado (cuando
Emilio González Parra era el presidente de la Gran Comisión)-, contra la
primera camada de perredistas en el viejo edificio de Xicoténcatl, entre
los cuales su ahora compañero de aventuras, Porfirio Alejandro Muñoz
Ledo y Lazo de la Vega.
Al zacatecano el líder senatorial lo ayudaba. Lo mismo con comisiones y
representaciones en las que algún sobresueldo le permitía cierta holgura
económica, que con la consecución de un modesto departamento de
interés social, o la adquisición en abonitos de un vochito. Entonces no
aspiraba a más.
Hasta que un día decidió cambiar de partido y apoyado por las tribus
perredistas logró la gubernatura de su estado natal.
De allí a
Jauja el tránsito fue acelerado. Como gobernador impulsó a su
familia, a unos o a unas los hizo alcaldes, a otros legisladores y ni
siquiera el escándalo de una bodega, propiedad familiar, repleta de
mariguana lo pudo afectar. Nuevamente en el Congreso, de la mano
de uno de sus hermanos, espera paciente el derrumbe de El Peje y su ascenso
a las ligas mayores, hasta la Presidencia.
Un querido y respetado amigo me dice: Porfirio es muy inteligente. Hago un
poco de memoria y recuerdo cuando a don Adolfo Ruiz Cortines, presidente de
1952 a 1958, le recomendaban a alguien “porque es muy inteligente”.
El viejo sabio preguntaba: ¿Inteligente para qué? Y dejaba sin
respuesta a su interlocutor.
Pero cierto, Porfirio es
muy inteligente, y culto, y habilidoso, y
buen político. Múltiples características que de nada sirvieron
mientras fue servidor público de primer nivel donde dejó huellas de su
paso, pero no lo suficientemente importantes como para que se le hubiese
incluido seriamente en la lista de los aspirantes a La Grande. De allí su
eterna furia y su huida al amparo de otras siglas partidarias.
Ya lo dijimos: habilidoso, maniobró para que se aceptara su candidatura al
gobierno de Guanajuato, donde
ni nació ni vivió. Pero en
uno de los pueblos cercanos a Celaya hay una calle de que se llama “Muñoz
Ledo”, por lo que reclamó su derecho de sangre –derecho divino para las
familias reales—y logró competir con desastrosos resultados. Ni lo
conocían ni les atraía el oportunismo del entonces senador.
También aspiró al gobierno de la ciudad de México y a la Presidencia de la
República, candidatura ésta que pudo negociar con el puntero, Vicente Fox,
hasta colarse en el frustrado gobierno del cambio.
Al que cambió
cuando, nuevamente, vio mejores oportunidades en el partido de sus
amigos los perredistas. Quería una embajada que le fue negada, pero regresó
al Congreso, donde, como buen tribuno, se mueve como pez en el agua.
Soterrado, esperará igual que los anteriores una oportunidad para volver a
brincar hacia arriba, aunque lo más probable es que el sueño de ocupar Los
Pinos, como titular, se haya convertido en algo más cómodo como escaños y
curules donde se trabaja poco, se gana mucho, se viaja más y siempre se
está visible en las principales páginas de los periódicos. Por lo pronto, y
ante la incertidumbre de lo que hará su jefe nato, Andrés Manuel, está a la
expectativa.
De los amenazantes dirigentes del sol amarillo no hay nada que se pueda
decir. Seguirán, vociferantes, anunciando el fin del mundo, pero con la
vista puesta en las negociaciones que dentro de las Cámaras les garanticen
mejores posiciones, más prebendas y la perspectiva de continuar en el
candelero percibiendo las enormes sumas de dinero del erario para su
partido, y los ríos de dinero asignados a los llamados grupos
parlamentarios.
Ya negociarán su participación en las propuestas legislativas con la
condición no hablada de dejar de lado a Andrés Manuel y sus protestas. Se
acabará así el idilio con los 132 espurios dedicados a elaborar la
respuesta al Informe presidencial. Como si importaran.
Como tarea, tendrán que explicar el enjuague de los contratos para ex
funcionarios del gobierno capitalino de López Obrador, pero sin dejar de
gritar: “!Al ladrón, al ladrón!”, mirando para el lado de los tricolores.
Ojalá también justifiquen los ahorritos de Yeidckol Polenvsky, nada menos
de 90 millones de pesos en cuenta personal, pero sin obviar que se trata de
la tesorera de la campaña del eterno aspirante. Y la coincidencia con la
petición de apoyo de empresarios, seis millones de dólares, hasta ahora,
dicen los malquerientes de los pejistas, localizables en las manos de la ex
empresaria y ahora furibunda lopezobradorista.
|
No hay comentarios.:
Publicar un comentario