El cambio verdadero está por llegar
Víctor Beltri*
La
nueva derrota del candidato de izquierda, en las elecciones
presidenciales de hace un mes, ha sacado a relucir expresiones de odio y
resentimiento que parecen más propias de otra época que del momento
actual. Oligarquía, burguesía, proletariado, lucha de clases. Lenguaje
que, de manera falaz, nos lleva al terreno de lo blanco y lo negro, de
los buenos y los malos, del ellos y nosotros. De la década de
los 70 del siglo pasado y, así, en los discursos improvisados salen
consignas y banderas que remiten a un México que no ha sabido entender, o
no ha querido aceptar, el desarrollo innegable de los últimos cuarenta
años.
El escarnio que de manera pública se
ha hecho de la clase empresarial, así como las recientes protestas ante
algunos medios de comunicación, y los ataques directos a una cadena de
supermercados que, si bien no han sido abiertamente propiciados por el
PRD, tampoco han sido condenados por la izquierda ni por sus líderes,
son una fuente peligrosa del conflicto social que parece ser la meta de
quien no ha sido capaz de vencer ni en las urnas ni en los tribunales.
Uno de los errores recurrentes ha sido el llamar “mal perdedor” a quien
en realidad busca ante todo el poder como fuente de satisfacción
personal. A quien es, tan sólo, un vulgar egoísta.
El candidato perdedor, y sus
partidos, aducen estar representando al pueblo, sin entender que éste no
es una masa susceptible de ser manipulada, sino un conjunto de personas
que son capaces de formar su opinión y hacerla valer. El ataque artero a
las tiendas de autoservicio, sin justificación alguna, es una falta de
respeto a la sociedad entera y un ataque a quienes han desarrollado su
vida profesional, y encontrado el sustento, en torno a estos
establecimientos. Es completamente irresponsable que se tomen
represalias, además ilegales, contra personas morales sin darse cuenta
de que las consecuencias las sufren personas físicas.
El discurso retrógrada que azuza,
mientras esconde la mano, no logra entender la necesidad real y urgente
que tiene la sociedad de generar más empresas, y fomentar, con estímulos
positivos y negativos, que sean capaces de encontrar la eficiencia a
través de la honestidad y el juego leal. La empresa debe caracterizarse
por la capacidad de coadyuvar a los fines últimos de la sociedad,
mediante la producción de bienes y servicios: es un proceso que no sólo
genera riqueza, sino que convierte a la empresa en un agente de la
función social, creando oportunidades de desarrollo y crecimiento
personal. Los objetivos de la empresa se llevan a cabo, indudablemente,
con criterios económicos, pero no deben descuidar los valores que
permiten el desarrollo de la persona y la comunidad. Y esto es algo que
parece no entender quien no cree en la dignidad del trabajo ajeno, sino
en la obtención del poder a como dé lugar, sustentada por aquellos que
pasaron, sin darse cuenta, de seguidores a creyentes.
Este es el momento de que la
comunidad empresarial arrope a Soriana, en cuanto a generadora de
riqueza para la sociedad entera y de satisfacción para las necesidades
de sus trabajadores. Es momento, también, de que las empresas estén
dispuestas a actuar de manera responsable y transparente, y que asuman
el papel que deben de jugar en el México actual: en la medida en que las
empresas se desarrollen satisfactoria y legalmente, el país entero
progresará. El desarrollo no puede ser meramente económico: la empresa
que atienda solamente los resultados en la contabilidad se asemeja al
conductor que pretende llegar a su destino atendiendo meramente al
espejo retrovisor. Los empresarios deben ser el motor del país, y
reconocidos como tales por la clase política: las órdenes veladas de
linchamiento, y la complacencia y el cinismo de algunos líderes,
visibles en sus declaraciones de la semana pasada, nos hablan de manera
fehaciente de políticos que han olvidado que el pueblo del que tanto
hablan debe, a diferencia de ellos, de trabajar para vivir. Y esas
fuentes de trabajo son las que están comprometiendo.
Hoy hablamos de Soriana, pero mañana
podríamos estar hablando de otra empresa y al día siguiente de otra
más. Y el gran problema es que se está atacando una supuesta injusticia a
través de la comisión de otra más grave aún. El candidato perdedor
aceptó entrar en la contienda con las reglas del juego que su propio
grupo pergeñó y aceptó, y en su gran incapacidad de asumir una derrota
busca desesperadamente asirse de cualquier recurso que logre, ya no el
que se reconozca su triunfo, sino que se empañe el de quien lo venció en
las urnas, y a quien no pudo derrotar ante las instancias
correspondientes.
México quiere trabajar, quiere
desarrollarse, quiere crecer. México necesita certeza jurídica, política
y económica, misma que no puede ofrecer quien convoca conferencias de
prensa para comentar su ocurrencia más reciente. Fraude simple y llano,
fraude a la antigüita, fraude cibernético. Mafia en el poder, inequidad,
presidencia legítima y ahora interina. Cualquier palabra, cualquier
mentira con tal de que distraiga y ponga en entredicho al adversario,
sin importar la pérdida de oportunidades para el país, de credibilidad
para su partido, de empleo para sus seguidores.
Andrés Manuel ofreció un cambio
verdadero que hace apenas un poco más de un mes tendría que haber
llegado, de acuerdo a sus propias palabras. La sorpresa es que, ahora,
quienes lo esperan con más ansiedad son aquellos que no pertenecen a su
grey. El cambio verdadero sería, sin duda, que aceptara su derrota y se
decidiera a aportar su por otro lado indiscutible talento al beneficio
del país, construyendo en lugar de seguir minando las instituciones. El
cambio verdadero llegará el día en que Andrés Manuel se decida a
trabajar por todos los mexicanos, y no solamente por su obsesión de
dormir en la recámara de Juárez. En ese orden de ideas, esperemos, de
verdad, que el cambio verdadero esté por llegar.
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