25 agosto, 2012

El caso de Bo Xilai

El caso de Bo Xilai

Gu KailaiPor Alvaro Vargas Llosa
Hace pocos días, como sabe medio mundo, una mujer llamada Gu Kailai fue condenada a muerte con pena suspendida, lo que quiere decir enviada al calabozo de por vida, en un juicio sumario con una vista de apenas siete horas ocurrido en la provincia de Anhui, en China. La acusada no sólo no había negado los cargos: también aceptó muy agradecida la condena. “Es una sentencia justa”, dijo ante todo el país, pues su juicio fue televisado. Todo tenía visos de haber sido arreglado de antemano.
En el tribunal, la mente de todos los asistentes estaba poblada de preguntas que la sentencia fulminante no había respondido. Todas tenían que ver con el marido de Gu, el combustible Bo Xilai, mezcla de populista y maoísta ortodoxo, recientemente destituido de su cargo como jefe del gobierno local de Chongking y como miembro del Politburó del Partido Comunista Chino por una vaga acusación de corrupción. ¿Qué pasará con él? ¿Se atreverán a juzgarlo y condenarlo? ¿Por qué cargos? ¿Se atreverán a darle la pena máxima?
Ningún alto dirigente del Partido Comunista ha sido condenado a muerte y ejecutado desde 1976, cuando murió Mao. Ni siquiera la Banda de los Cuatro, el grupo de maoístas -entre los que estaba la viuda de Mao- juzgados por crímenes relacionados con la Revolución Cultural, había sido enviada al paredón. Pero si lo que había detrás de la actuación de Bo Xilai era tan grave como indicaba lo que sucedía desde su destitución como alcalde en marzo y su expulsión del Politburó en abril -desde intensos rumores de golpe de Estado en reacción a su purga hasta el propio juicio sumario contra su mujer, Gu, acusada del asesinato de un empresario-, parecía inevitable que al purgado se le aplicara un castigo ejemplar.

Y, sin embargo, hasta el día de hoy esto no ha sucedido. Todo el castigo judicial ha recaído hasta ahora en la mujer, que aparentemente envenenó, junto a su empleado, Zhang Xiaojun, al empresario británico Neil Haywood, suministrándole cianuro en un vaso de agua en represalia porque se negó a ayudarla a sacar dinero ilegalmente del país si no le pagaba una suculenta comisión. Que el gobierno chino quisiera enviar al Reino Unido y a Occidente el mensaje de que sus empresarios estarán protegidos en China en el futuro dando un alto relieve al castigo judicial contra Gu se entiende. Pero no guarda proporción con la supuesta gravedad de lo que estaba pasando con Bo Xilai, el verdadero epicentro del drama político que se vive desde febrero. Después de todo, crímenes como el del británico y casos de corrupción como el que dicho crimen encierra los hay de vez en cuando en China. En cambio, no es frecuente una lucha de poder como la que acabó con la carrera de Bo Xilai por la importancia que este había adquirido.
¿Qué sucedió en febrero de este año? Fue entonces que el jefe de policía de Chongking, Wang Lijun, se metió en el consulado estadounidense en Chengdu, el más cercano a la ciudad de cuya seguridad era responsable. No se sabe a ciencia cierta por qué, pero seguramente después de recibir garantías de los gobernantes chinos salió de ese lugar aparentemente reforzado en su disputa con Bo Xilai, a quien había acusado de perseguirlo políticamente. ¿La razón? Sus desavenencias con una campaña de intimidación política que Bo Xilai llevaba a cabo contra todo aquel que se opusiera a su movilización frenética en favor del rescate de los valores maoístas y las viejas prácticas comunistas, todo ello mezclado con un fuerte tono populista. Bo Xilai, se decía, había enviado a matar a adversarios reales o supuestos. También se hablaba de la osadía que había cometido el jefe policial al hacerle saber a Bo Xilai que su esposa, Gu, era sospechosa de haber asesinado a Neil Heywood, el empresario británico que era amigo de la familia y que los había asesorado en temas financieros.
Muy poco después de que el jefe policial saliera del consulado, empezó la purga de Bo Xilai. Primero lo sacaron del cargo administrativo y, luego, de la representación política que tenía en el Politburó. Esto último, en realidad, era bastante más importante de lo que sonaba, pues Bo Xilai era un firme candidato a ser elegido miembro del Comité Permanente del Politburó en el XVIII Congreso del Partido Comunista, a celebrarse este otoño. Es decir, iba derechito a la máxima instancia del poder en China, donde su prédica en favor del regreso a la ortodoxia maoísta y en contra de la liberalización capitalista iba a tener amplias posibilidades de complicarle la vida a la pareja señalada para asumir próximamente los cargos clave del aparato del poder: Xi Jingping como presidente y Li Keqiang como primer ministro en reemplazo, respectivamente, de Hu Jintao y Wen Jiabao. Aunque no sería sino en la reunión anual del Parlamento, unos meses después del Congreso, que recibirían el encargo definitivo de asumir la presidencia y el premierato, sería en el Congreso del Partido Comunista donde su destino quedaría definitivamente sellado, en el caso de Xi Jingping por el nombramiento como nuevo secretario general. Por eso, Bo Xilai y los que pudieran estar con él representaban un factor de incertidumbre e inestabilidad política muy grande.
El Comité Permanente cuenta con nueve miembros, de los cuales siete se van a renovar en el cónclave político del otoño. ¿Cuántos de los inminentes nuevos miembros estaban en la órbita ideológica de Bo Xilai? ¿Cuántos de quienes decían seguir la línea actual de los jefes salientes, Hu Jintao y Wen Jiabao, eran en realidad emboscados simpatizantes del retorno al maoísmo puro y duro bajo influencia de Bo Xilai? Y en el Ejército de Liberación Popular, ¿había también una corriente cercana a Bo Xilai dispuesta a dar el zarpazo ideológico y enderezar la desviación capitalista del partido?
Estas preguntas se las hacía la burocracia política, pero también el país. La purga de Bo Xilai desató una ola de rumores, primero en la prensa de Taiwán, de Hong Kong y de los simpatizantes del movimiento Falungong, y luego en los microblogs de los servicios al estilo del Twitter occidental, especialmente Sina Weibo, dentro del territorio continental. La prensa de Occidente pronto se hizo eco de todo esto y empezó a hacer conjeturas sobre la eventualidad de un golpe contra Hu Jintao del sector afín al purgado. El Financial Times llegó a titular en primera página al respecto.
Xilai tenía el respaldo de figuras clave en el aparato político y el militar. En el caso del aparato político, sus aliados ya estaban en la instancia máxima; en el del poder militar, estaban a punto de entrar a ella. De cara a la renovación del poder máximo, esto era especialmente importante. El zar en temas de seguridad, Zhou Yongkang; el presidente de la Asamblea Nacional Popular, Wu Bangguo; y el jefe de propaganda, Li Changchun, eran cercanos a él. Miembros, todos ellos, del Comité Permanente del Politburó, protegían a Xilai y a su vez recibían de él, cada vez más popular entre los conservadores, un soporte importante en su forcejeo contra los reformistas, encabezados por el premier Wen Jiabao. Aunque estaba más cerca de este que de aquellos, el Presidente Hu Jintao arbitraba estas disputas aparentemente. In péctore, ahora sabemos que buscaba la oportunidad de dar un golpe a los aliados de Xilai. Lo que no hace de él necesariamente un reformista político, pero sí un partidario de mantener por lo menos las reformas económicas.
No era fácil. Xilai tenía también aliados militares, empezando por el hecho de que su mujer es hija de un general, Gu Jingsheng, represaliado en la Revolución Cultural y de mucha reputación en China por su participación en las guerras de los años 30 y 40. Como jefe del gobierno de Chongqing, había cultivado a los líderes militares locales tanto o más que a los miembros del aparato político, y alguna vez se había refugiado en la guarnición castrense ante el riesgo de represalia por parte de sus enemigos políticos. A nivel nacional, donde había movido hilos, tenía amigos cercanos como el general Zhang Haiyang, que supervisa el armamento nuclear y es el comisario de la Segunda Artillería, así como el general Liu Yuan, comisario político de logística de las fuerzas armadas. Si sus aliados militares lograban entrar, como se daba por descontado, a la Comisión Militar Central, es decir, la máxima instancia castrense, que es nombrada por el Comité Permanente del Politburó, Xilai tenía asegurado un esquema de poder para impedir o, al menos, reducir significativamente el avance de los reformistas.
Nunca sabremos -o mejor dicho, lo sabremos cuando alguien publique el equivalente a las memorias clandestinas de Zhao Ziyang, el secretario general del Partido Comunista Chino purgado tras los sucesos de Tiananmen- qué pasó exactamente detrás de bambalinas con el caso de Bo Xilai. Pero lo que está claro es que le tienen mucho miedo, porque no se han atrevido todavía a enjuiciarlo y condenarlo, como lo han hecho con su esposa. Su paradero es un misterio, pero lo más probable es que, como sucedió con Ziyang, lo tengan en una suerte de arresto domiciliario.
En estos momentos, la jerarquía china está reunida en el enclave veraniego de Beidaihe, en el mar de Bohai, una práctica, curiosamente, inaugurada por Mao Zedong para discutir lejos de la canícula insoportable de Beijing los grandes asuntos de Estado anualmente. Aunque en principio Xi Jingping, el designado sucesor de Hu Jintao, ha convocado a una sesentena de expertos en distintas áreas para discutir ideas y propuestas, en realidad lo que allí se está planeando es cómo asegurar que los planes sucesorios, cuidadosamente planificados con mucha anticipación, no se descarrilen. Porque, no hay que olvidarlo, aunque Bo Xilai está fuera de combate, no necesariamente lo está la corriente maoísta que lo vio durante un tiempo como líder con posibilidades de dar un bandazo ideológico y de socavar a las figuras responsables del partido en estos tiempos. Ninguno de los aliados de Bo Xilai ha sido purgado, probablemente porque las consecuencias podrían ser peligrosas, sobre todo ahora que la desaceleración relativa de la economía da argumentos a los conservadores, para la actual dirigencia.
Tanto la prensa política como la prensa militar -ambos estamentos tienen en China un importante aparato de propaganda mediática- han prestado especialmente atención en los últimos meses a lo que ha dicho en tono especulativo la prensa occidental sobre el “affaire” Bo Xilai. La línea básica ha consistido en argumentar que cada cinco años, con motivo del Congreso del Partido Comunista Chino, se desatan las conjeturas desde el exterior con afán desestabilizador. En otras palabras, ha primado un enfoque nacionalista para tratar que la población y la burocracia cierren filas contra la intromisión extranjera en los asuntos internos de China. Pero el tono especialmente sensible y nervioso de la propaganda en estas últimas semanas indica que el blanco no sólo es la prensa y los políticos extranjeros, sino sectores internos probablemente minoritarios, pero peligrosos para la marcha actual del régimen.

No hay comentarios.: