El caso de Bo Xilai
Hace pocos días, como sabe
medio mundo, una mujer llamada Gu Kailai fue condenada a muerte con pena
suspendida, lo que quiere decir enviada al calabozo de por vida, en un
juicio sumario con una vista de apenas siete horas ocurrido en la
provincia de Anhui, en China. La acusada no sólo no había negado los
cargos: también aceptó muy agradecida la condena. “Es una sentencia
justa”, dijo ante todo el país, pues su juicio fue televisado. Todo
tenía visos de haber sido arreglado de antemano.
En el tribunal, la mente de todos los asistentes estaba poblada de
preguntas que la sentencia fulminante no había respondido. Todas tenían
que ver con el marido de Gu, el combustible Bo Xilai, mezcla de
populista y maoísta ortodoxo, recientemente destituido de su cargo como
jefe del gobierno local de Chongking y como miembro del Politburó del
Partido Comunista Chino por una vaga acusación de corrupción. ¿Qué
pasará con él? ¿Se atreverán a juzgarlo y condenarlo? ¿Por qué cargos?
¿Se atreverán a darle la pena máxima?
Ningún alto dirigente del Partido Comunista ha sido condenado a
muerte y ejecutado desde 1976, cuando murió Mao. Ni siquiera la Banda de
los Cuatro, el grupo de maoístas -entre los que estaba la viuda de Mao-
juzgados por crímenes relacionados con la Revolución Cultural, había
sido enviada al paredón. Pero si lo que había detrás de la actuación de
Bo Xilai era tan grave como indicaba lo que sucedía desde su destitución
como alcalde en marzo y su expulsión del Politburó en abril -desde
intensos rumores de golpe de Estado en reacción a su purga hasta el
propio juicio sumario contra su mujer, Gu, acusada del asesinato de un
empresario-, parecía inevitable que al purgado se le aplicara un castigo
ejemplar.
Y, sin embargo, hasta el día de hoy esto no ha sucedido. Todo el
castigo judicial ha recaído hasta ahora en la mujer, que aparentemente
envenenó, junto a su empleado, Zhang Xiaojun, al empresario británico
Neil Haywood, suministrándole cianuro en un vaso de agua en represalia
porque se negó a ayudarla a sacar dinero ilegalmente del país si no le
pagaba una suculenta comisión. Que el gobierno chino quisiera enviar al
Reino Unido y a Occidente el mensaje de que sus empresarios estarán
protegidos en China en el futuro dando un alto relieve al castigo
judicial contra Gu se entiende. Pero no guarda proporción con la
supuesta gravedad de lo que estaba pasando con Bo Xilai, el verdadero
epicentro del drama político que se vive desde febrero. Después de todo,
crímenes como el del británico y casos de corrupción como el que dicho
crimen encierra los hay de vez en cuando en China. En cambio, no es
frecuente una lucha de poder como la que acabó con la carrera de Bo
Xilai por la importancia que este había adquirido.
¿Qué sucedió en febrero de este año? Fue entonces que el jefe de
policía de Chongking, Wang Lijun, se metió en el consulado
estadounidense en Chengdu, el más cercano a la ciudad de cuya seguridad
era responsable. No se sabe a ciencia cierta por qué, pero seguramente
después de recibir garantías de los gobernantes chinos salió de ese
lugar aparentemente reforzado en su disputa con Bo Xilai, a quien había
acusado de perseguirlo políticamente. ¿La razón? Sus desavenencias con
una campaña de intimidación política que Bo Xilai llevaba a cabo contra
todo aquel que se opusiera a su movilización frenética en favor del
rescate de los valores maoístas y las viejas prácticas comunistas, todo
ello mezclado con un fuerte tono populista. Bo Xilai, se decía, había
enviado a matar a adversarios reales o supuestos. También se hablaba de
la osadía que había cometido el jefe policial al hacerle saber a Bo
Xilai que su esposa, Gu, era sospechosa de haber asesinado a Neil
Heywood, el empresario británico que era amigo de la familia y que los
había asesorado en temas financieros.
Muy poco después de que el jefe policial saliera del consulado,
empezó la purga de Bo Xilai. Primero lo sacaron del cargo administrativo
y, luego, de la representación política que tenía en el Politburó. Esto
último, en realidad, era bastante más importante de lo que sonaba, pues
Bo Xilai era un firme candidato a ser elegido miembro del Comité
Permanente del Politburó en el XVIII Congreso del Partido Comunista, a
celebrarse este otoño. Es decir, iba derechito a la máxima instancia del
poder en China, donde su prédica en favor del regreso a la ortodoxia
maoísta y en contra de la liberalización capitalista iba a tener amplias
posibilidades de complicarle la vida a la pareja señalada para asumir
próximamente los cargos clave del aparato del poder: Xi Jingping como
presidente y Li Keqiang como primer ministro en reemplazo,
respectivamente, de Hu Jintao y Wen Jiabao. Aunque no sería sino en la
reunión anual del Parlamento, unos meses después del Congreso, que
recibirían el encargo definitivo de asumir la presidencia y el
premierato, sería en el Congreso del Partido Comunista donde su destino
quedaría definitivamente sellado, en el caso de Xi Jingping por el
nombramiento como nuevo secretario general. Por eso, Bo Xilai y los que
pudieran estar con él representaban un factor de incertidumbre e
inestabilidad política muy grande.
El Comité Permanente cuenta con nueve miembros, de los cuales siete
se van a renovar en el cónclave político del otoño. ¿Cuántos de los
inminentes nuevos miembros estaban en la órbita ideológica de Bo Xilai?
¿Cuántos de quienes decían seguir la línea actual de los jefes
salientes, Hu Jintao y Wen Jiabao, eran en realidad emboscados
simpatizantes del retorno al maoísmo puro y duro bajo influencia de Bo
Xilai? Y en el Ejército de Liberación Popular, ¿había también una
corriente cercana a Bo Xilai dispuesta a dar el zarpazo ideológico y
enderezar la desviación capitalista del partido?
Estas preguntas se las hacía la burocracia política, pero también el
país. La purga de Bo Xilai desató una ola de rumores, primero en la
prensa de Taiwán, de Hong Kong y de los simpatizantes del movimiento
Falungong, y luego en los microblogs de los servicios al estilo del
Twitter occidental, especialmente Sina Weibo, dentro del territorio
continental. La prensa de Occidente pronto se hizo eco de todo esto y
empezó a hacer conjeturas sobre la eventualidad de un golpe contra Hu
Jintao del sector afín al purgado. El Financial Times llegó a titular en
primera página al respecto.
Xilai tenía el respaldo de figuras clave en el aparato político y el
militar. En el caso del aparato político, sus aliados ya estaban en la
instancia máxima; en el del poder militar, estaban a punto de entrar a
ella. De cara a la renovación del poder máximo, esto era especialmente
importante. El zar en temas de seguridad, Zhou Yongkang; el presidente
de la Asamblea Nacional Popular, Wu Bangguo; y el jefe de propaganda, Li
Changchun, eran cercanos a él. Miembros, todos ellos, del Comité
Permanente del Politburó, protegían a Xilai y a su vez recibían de él,
cada vez más popular entre los conservadores, un soporte importante en
su forcejeo contra los reformistas, encabezados por el premier Wen
Jiabao. Aunque estaba más cerca de este que de aquellos, el Presidente
Hu Jintao arbitraba estas disputas aparentemente. In péctore, ahora
sabemos que buscaba la oportunidad de dar un golpe a los aliados de
Xilai. Lo que no hace de él necesariamente un reformista político, pero
sí un partidario de mantener por lo menos las reformas económicas.
No era fácil. Xilai tenía también aliados militares, empezando por el
hecho de que su mujer es hija de un general, Gu Jingsheng, represaliado
en la Revolución Cultural y de mucha reputación en China por su
participación en las guerras de los años 30 y 40. Como jefe del gobierno
de Chongqing, había cultivado a los líderes militares locales tanto o
más que a los miembros del aparato político, y alguna vez se había
refugiado en la guarnición castrense ante el riesgo de represalia por
parte de sus enemigos políticos. A nivel nacional, donde había movido
hilos, tenía amigos cercanos como el general Zhang Haiyang, que
supervisa el armamento nuclear y es el comisario de la Segunda
Artillería, así como el general Liu Yuan, comisario político de
logística de las fuerzas armadas. Si sus aliados militares lograban
entrar, como se daba por descontado, a la Comisión Militar Central, es
decir, la máxima instancia castrense, que es nombrada por el Comité
Permanente del Politburó, Xilai tenía asegurado un esquema de poder para
impedir o, al menos, reducir significativamente el avance de los
reformistas.
Nunca sabremos -o mejor dicho, lo sabremos cuando alguien publique el
equivalente a las memorias clandestinas de Zhao Ziyang, el secretario
general del Partido Comunista Chino purgado tras los sucesos de
Tiananmen- qué pasó exactamente detrás de bambalinas con el caso de Bo
Xilai. Pero lo que está claro es que le tienen mucho miedo, porque no se
han atrevido todavía a enjuiciarlo y condenarlo, como lo han hecho con
su esposa. Su paradero es un misterio, pero lo más probable es que, como
sucedió con Ziyang, lo tengan en una suerte de arresto domiciliario.
En estos momentos, la jerarquía china está reunida en el enclave
veraniego de Beidaihe, en el mar de Bohai, una práctica, curiosamente,
inaugurada por Mao Zedong para discutir lejos de la canícula
insoportable de Beijing los grandes asuntos de Estado anualmente. Aunque
en principio Xi Jingping, el designado sucesor de Hu Jintao, ha
convocado a una sesentena de expertos en distintas áreas para discutir
ideas y propuestas, en realidad lo que allí se está planeando es cómo
asegurar que los planes sucesorios, cuidadosamente planificados con
mucha anticipación, no se descarrilen. Porque, no hay que olvidarlo,
aunque Bo Xilai está fuera de combate, no necesariamente lo está la
corriente maoísta que lo vio durante un tiempo como líder con
posibilidades de dar un bandazo ideológico y de socavar a las figuras
responsables del partido en estos tiempos. Ninguno de los aliados de Bo
Xilai ha sido purgado, probablemente porque las consecuencias podrían
ser peligrosas, sobre todo ahora que la desaceleración relativa de la
economía da argumentos a los conservadores, para la actual dirigencia.
Tanto la prensa política como la prensa militar -ambos estamentos
tienen en China un importante aparato de propaganda mediática- han
prestado especialmente atención en los últimos meses a lo que ha dicho
en tono especulativo la prensa occidental sobre el “affaire” Bo Xilai.
La línea básica ha consistido en argumentar que cada cinco años, con
motivo del Congreso del Partido Comunista Chino, se desatan las
conjeturas desde el exterior con afán desestabilizador. En otras
palabras, ha primado un enfoque nacionalista para tratar que la
población y la burocracia cierren filas contra la intromisión extranjera
en los asuntos internos de China. Pero el tono especialmente sensible y
nervioso de la propaganda en estas últimas semanas indica que el blanco
no sólo es la prensa y los políticos extranjeros, sino sectores
internos probablemente minoritarios, pero peligrosos para la marcha
actual del régimen.
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