Autor: Thomas J. DiLorenzo
Un viaje reciente a Santa Mónica, California me dio una clara explicación de por qué los californianos, a pesar de toda su riqueza, talento y recursos, tiene un sistema de suministro de energía propio de un país del Tercer Mundo. Como muchas pequeñas dictaduras latinoamericanas o las provincias exteriores de la India, los californianos ya no confían en tener un suministro constante de electricidad.Durante mi viaje, la luz se fue durante horas en buena parte del área de Los Ángeles, causando accidentes de tráfico, millones de dólares en negocios perdidos y robos. “Con que solo tuviéramos un verano en que nos sorprendiera la niebla durante la mayoría del tiempo”, decía uno de los hombres del tiempo de la televisión de Los Ángeles, “todos estaríamos mejor” debido al menor uso de electricidad. Maravilloso.
Al día siguiente, los medios estaban llenos de rumores con la declaración del gobernador del estado de que iba a dar una rueda de prensa para explicar la situación energética. Los dóciles periodistas adoradores del estado parecían convencidos de que el gobernador Gray Davis iba a rescatarlos. La conferencia de presa fue hilarantemente divertida, más divertida que cualquier cosa que haya visto en cualquier espectáculo televisivo producido por Hollywood en años.
Con gran solemnidad, el gobernador presentó a la “comisionada de la energía”, una mujer con voz de animadora que anunciaba animadamente, que “Los californianos están muy orgullosos (MUY ORGULLOSOS) de su devoción por las fuentes alternativas de energía”, como los molinos de viento. Consecuentemente, estaba MUY ORGULLOSA de anunciar que el estado había ayudado a restructurar los planes de pago para algunos operadores de molinos de viento que producen una minúscula cantidad de electricidad.
Eso es todo. En medio de una grave crisis de suministro energético, ese fue EL GRAN ANUNCIO. Los molinos continuarán girando. Los californianos continuarán sudando hasta morir en la oscuridad este verano, pero aparentemente están muy, muy, muy orgullosos de estar a la vanguardia de las alternativas lunáticas en lo que se refiere a la política medioambiental.
Como tenía algo seca la garganta después de tanto reír, decidí acudir a un Starbucks cercano para refrescarme. Me topé con una banda de manifestantes que bloqueaba la entrada al local. Llevaban grandes pancartas advirtiéndome que si pedía un “Tall Latte”, podría convertirme en el monstruo de Frankenstein. No es broma. Sus carteles decían “NO FRANKEN-LATTE”. Aparentemente, alguien convenció a estos jóvenes con apariencia de no haber acabado el instituto, que vestían todos como mendigos, de que Starbucks utilizaba productos de ingeniería genética que podrían transformarlos a todos en jovencitos frankenesteins. Ah, sí, y a los manifestantes también les preocupaba que Starbucks aparentemente se dedicara (¡horror de los horrores!) al libre comercio.
Esa misma tarde, pasé por el mismo Starbucks. La manifestación había acabado, pero reconocí a uno de los manifestantes, que seguía sentado en la acera. Esta vez me dijo: “¿Tienes algo suelto, tío?” Y a la siguiente persona y a la siguiente…
Todos los medios locales de comunicación se ocuparon de los manifestantes, tratándolos como celebridades. Alcancé a oír a un reportero local de televisión enseñando a uno de ellos cómo salir mejor en televisión y hacer una mejor trabajo al promover su causa.
Quería algo para leer en el vuelo a casa, así que mi siguiente parada fue una librería Borders. La chica de la caja llevaba una camiseta de la Dave Mathews Band y tenía una pila de CD de la banda junto a la caja. El cliente que estaba delante de mí preguntó: “¿Quién es Dave Mathews?” a lo que replicó la cajera, “Oh, es el mejor. Es el único rockero que no se ha vendido a los Estados Unidos corporativos. Dice a las discográficas que se lo metan por donde puedan”.
Los periódicos locales estaban llenos de historias de supuesto “hinchado de precios” por parte de las empresas eléctricas, restos de las teorías anticapitalistas de la conspiración que se crearon durante la crisis energética inducida por el gobierno de la década de 1970. No se hacía ninguna mención en ninguno de los artículos a por qué las empresas eléctricas no “hinchan los precios” siempre, es decir, por qué esperaron hasta este año e ignoraron todos esos beneficios potenciales. En realidad, la lógica no importa a gente como esta: siempre echarán la culpa de los problemas causados por la intervención pública a los “malvados capitalistas”.
Esta actitud no se limita a los que no han acabado el instituto. Las dos senadoras de California, Diane Feinstein y Barbara Boxer, han estado reclamando que la administración Bush imponga controles de precios para “resolver” la crisis energética de California. Esa enorme ignorancia económica, combinada con una insistencia refleja en que prácticamente todos los problemas del estado los causan los malvados capitalistas, garantiza que los californianos continuarán sufriendo una crisis inducida por el gobierno tras otra en los años venideros.
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