Los tiempos cambian, los principios no
Un libertario nunca debe cansarse de decir “Te lo dije”. Tampoco hay escasez de oportunidades de hacerlo. Por ejemplo, antes del 11-S fueron los libertarios los que dijeron que las sanciones de la década de 1990 contra Iraq y la mayor intervención en Oriente Medio inspirarían terrorismo. Los libertarios también advirtieron de que las regulaciones de la FAA no estaban realmente haciendo seguras las aerolíneas. Los libertarios también vieron que cientos de miles de millones gastado en “defensa” e “inteligencia” no estaban proporcionando realmente ninguna de ambas.Así que el 11-S, hace dos años, fue un gran momento “Te lo dije” para los libertarios. Los secuestradores, furiosos ante la política de EEUU en la región del Golfo y Medio Oriente, aprovecharon un sistema regulado por la FAA con montones de defectos a favor de los malvados, para estrellarse contra un gran centro financiero y el gobierno de EEUU, a pesar de todo su gasto y promesas, fue impotente para detenerlo.
Y aun así, en este mundo patas arriba, el gran mensaje después del 11-S no fue que el gobierno y sus métodos nos habían fallado. Al contrario. Se nos dijo que el gobierno nos salvaría. Era el libertarismo el que había fracasado.
¿Lo recordáis? Hillary Clinton, siempre aprovechando el momento político, dijo de los esfuerzos en aquel día terrible: “vimos al gobierno en acción. (…) Fueron los cargos electivos los que estuvieron liderando y tranquilizando”. Es una forma extraña de describir el correr para salvar la vida, antes de tomar el poder en sus búnqueres burocráticos.
El vicepresidente Dick Cheney dijo: “una de las cosas que cambiaron mucho desde el 11 de septiembre es el grado en que el pueblo confía en el gobierno, un gran cambio, y lo valoran y tienen mayores expectativas de lo que podemos hacer”. ¡El triunfo de la esperanza sobre la experiencia!
George Will escribió que “El 11 de septiembre recordó forzosamente a los estadounidenses que su estado-nación (…) es la fuente de sus seguridad. (…) Los acontecimiento desde el 11 de septiembre han subrayado los límites del libertarismo”. Habla aquí del mismo estado-nación que se quedó parado y no hizo nada mientras 19 tipos con cúters echaban abajo las torres gemelas.
Francis Fukuyama se unió para proclamar el “otoño de los libertarios”:
[El 11-S] fue un recordatorio a los estadounidenses de por qué existe el gobierno y por qué tiene que gravar a los ciudadanos para promover los intereses colectivos. Fue solo del gobierno, y no del mercado o los individuos, del que se pudo depender para enviar bomberos a los edificios o a luchar contra terroristas o revisar a los pasajero en los aeropuertos.Albert Hunt, del Wall Street Journal, tipifica este tipo de comentario. “Es hora de declarar una moratoria en los ataques al gobierno”, escribía.
Durante un cuarto de siglo, la cultura pública dominante ha sugerido que el gobierno es más un problema que una solución. (…) Pero, como durante catástrofes anteriores, Estados Unidos se dirige al gobierno en las crisis. (…) En el futuro previsible, el gobierno federal va a invertir o gastar más, regular más y ejercer más control sobre nuestras vidas. (…) Oiremos mucho menos acerca de las glorias de la privatización en áreas como la seguridad en aeropuertos. (…) Los principales cargos en la administración Bush tendrán que alterar radicalmente sus opiniones sobre la regulación. (…) Además, debe darse más autoridad muscular a la nueva Oficina de Seguridad Nacional. (…) Son inevitables medidas más duras de seguridad en el interior. (…) Pero no hay un debate real sobre expansión en general. El 11 de septiembre ha subrayado la centralidad de gobierno en nuestras vidas.Y así sigue, en todo el espectro político. La idea era que los acontecimientos de ese día habían de alguna manera rebatido todos nuestros lemas acerca del recorte público, la privatización, la libertad personal, los mercados y la paz. Está claro, decían, que fue la excesiva libertad la que había llevado a este desastre. Fueron los recortes en el gobierno y la poca beligerancia en el exterior, los que lo produjeron, mientras que el sector público el que nos salvó, de los bomberos de Nueva York a los jefes militares que nos vengaron en el exterior.
Muchos libertarios moderados también lo creyeron, con la rama de DC aprobando rápidamente las guerras que siguieron mientras emitían cautelas débilmente articuladas contra ir demasiado lejos en recortar las libertades. David Boaz incluso trató de darle este giro a la mayor expansión de poder público en medio siglo:
Tiene sentido el aumento en el apoyo al gobierno federal. Por fin el gobierno se centra en su fin principal: la protección delas vidas y propiedades de los estadounidenses. La gente que había perdido la confianza en los intentos del gobierno de dirigir los trenes o correos o proporcionar de todo bajo el sol solo puede alegrarse de verle concentrándose en proteger los derechos individuales.O tal vez realmente no se lo creyeran pero sentían tanta presión que decidieron hacer sus juramentos de lealtad al estado centralizado conocido por denunciar las versiones “extremistas” del libertarismo. Aseguraron a todos que el libertarismo no está contra el gobierno como tal, sino solo contra el gobierno malo y abusivo.
Al resto se nos dijo que ocultáramos nuestras diminutas preocupaciones acerca de enredos extranjeros, privatización de aeropuertos y demás. Se nos dijo, sobre todo, dejar nuestras quejas genéricas acerca del gobierno en todas sus manifestaciones. Se dijo que el 11-S aplastó al rothbardianismo, una palabra que continúa rechinando a cualquier en una nómina pública que esté en el ajo.
¿Por qué no nos callamos? Porque la crítica libertaria del gobierno no es contingente ni está ligada al tiempo y lugar, ni puede abandonarse cuando el momento para requerir la acción del gobierno. La crítica libertaria al gobierno se basa en los fundamentos. Dice que en todo tiempo y lugar, el poder coactivo del estado viola derechos y no puede ni debería confiarse en que este violador compulsivo de derechos defienda nuestra seguridad.
Además, como el gobierno funciona fuera de los parámetros de la propiedad y el comercio de la sociedad, le faltan tanto la iniciativa como los medios para llevar a cabo una provisión eficaz de cualquier bien o servicio. Finalmente, la crítica libertaria advierte contra cualquier concesión de poder soberano a nadie, pues una vez concedido, no puede contenerse y se abusará de él.
Estas afirmaciones podrían sorprender a mucha gente por absolutistas y extremistas. Así que digamos que alteramos cada frase con la advertencia: “En circunstancias que no sean una emergencia”. Así que: la libertad es buena en circunstancias de no emergencia; los derechos de propiedad funcionan mejor en circunstancias de no emergencia; el libre mercado atiende mejor a la sociedad en la mayoría de circunstancias de no emergencia; el gobierno es derrochador y peligroso, salvo que haya una emergencia.
¿Qué tipo de estructura de incentivos establece tal advertencia para las élites gobernantes? Dado que ningún gobierno es liberal por naturaleza (como dice Mises), la advertencia de la emergencia da al gobierno un plan de acción sobre cómo eliminar la libertad y acumular poder. Quedó claro inmediatamente después de los ataques del 11-S que así es precisamente como vio la tragedia el DC. El establishment político y el gobierno permanente vieron la tragedia como la gran oportunidad para intimidar a la gente para que renunciara a sus derechos, propiedades y libertad a cambio de la promesa de seguridad (una seguridad que los sofisticados observadores sabían que no se proporcionaría ni podría proporcionarse).
Y aun así en esos días oscuros, nuestras voces eran minoría, especialmente cuando se advertía acerca de los peligros de la guerra. El estado vengativo se había desatado y buscaba sangre donde pudiera encontrarla. Empezaron guerras en Afganistán e Iraq, llevando a niveles inconcebibles de destrucción de vidas y propiedades. Ambos países están ahora en el caos político, atrapados entre una ley marcial impuesta desde el extranjero y una toma del poder por fundamentalistas religiosos. La simpatía que Estados Unidos había obtenido en Europa, Asia y Latinoamérica después del 11-S se convirtió rápidamente en odio contra nuestras élites políticas y aún tiene que desaparecer.
El gobierno de EEUU no se limitó a las guerras. Violó las libertades civiles de los estadounidenses y estableció enormes nuevas burocracias. Pisoteó los derechos de estados y municipios. Realizó una operación policial masiva. Empezó una serie de campañas proteccionistas.
La administración Bush aumentó el presupuesto y cargó al país con el mayor déficit de su historia. El Congreso y la presidencia se dedicaron a un evidente compañerismo en el que los belicistas dieron a los estatistas del estado de bienestar lo que querían, a cambio de que estos últimos dieran a los primeros lo que querían. El resto veíamos cómo se disolvía la libertad. Hicimos lo que pudimos, en nuestros escritos y defensas en público, pero la marea pública era demasiado alta como para resistirla.
Dos años después, lo que aparece en la prensa no dice nada acerca de éxitos del gobierno. Todos los titulares tratan de fracasos. El pueblo estadounidense espera más terrorismo, no menos. Nos sentimos menos seguros, no más. Increíblemente, Bin Laden, a quien la administración Bush culpa del 11-S, sigue sin aparecer. Estados Unidos tiene más enemigos que nunca. Que nadie se haga ilusiones: el pueblo que Estados Unidos “liberó” en Iraq y Afganistán nos desprecia y quiere que nos vayamos. Estados Unidos ni siquiera puede proporcionar agua y energía al pueblo de Iraq.
Se ha dado al gobierno la dirección de las cosas después del 11-S y ¿qué hemos conseguido? Guerras, burocracia, deuda, muerte, despotismo, inseguridad y montones de advertencias confusas con códigos de colores de nuestros amos en DC que parecen pensados solo para hacernos cada vez más dependientes. Sí, el gobierno se ha comportado exactamente como el libertarismo predecía que lo haría. Ha abusado de la confianza del pueblo estadounidense. Y así, a cierto nivel, el gobierno se ha beneficiado al final. Nosotros hemos perdido, ellos han ganado.
Pero ese momento está acabando o ya se ha acabado. Mucha gente ha descartado el miserable fracaso de la propuesta de aumento en impuestos en Alabama como un fenómeno localizado, pero en realidad apunta hacia una nueva tendencia nacional. No es probable que Bush consiga que se aprueben nuevas suspensiones de las libertades civiles. Los neocones temen no tener ya suficiente capital político para empezar más guerras. A la gente está harta del embrollo en Iraq. La tan pregonada venida del imperio global estadounidense está bajo ataque. La propaganda ya no parece funcionar.
En la vida real en que nos encontramos la mayoría, el sector privado está prosperando. La tecnología mejora cada día, gracias a la empresa privada. Los mercados no están dando la seguridad que reclamamos, ya sea mediante comunidades privadas, armas privadas, mejores sistemas de alarma y guardias privados de seguridad o mediante mejores sistemas de distribución y verificación de la información (también gracias a la empresa privada). La educación en casa sigue aumentando. Al contrario de lo que dice Hillary Clinton, siguen siendo nuestros amigos, familia y clérigos los que nos proporcionan tranquilidad, no nuestros líderes políticos, en quienes cada vez confiamos menos.
Los estadounidenses están recuperando la sensatez y la teoría libertaria de la sociedad y el gobierno apunta el camino. Los tiempos cambian, pero los principios resistentes que nos ayudan a interpretar y comprender el mundo, no. Sigue siendo verdad ahora, como luego, como en el futuro, en los saecula saeculorum, que el gobierno no proporciona medios ni eficaces ni morales para resolver ningún problema humano.
Igual que Fukuyama se equivocaba acerca del “fin de la historia”, se equivoca en que el 11-S sea el “otoño del libertarismo”. Tal vez miraremos atrás, con las lecciones correctas en mente y veremos ese día como el último triunfo del estado nación y el inicio de un renovado amor por la libertad y la paz, la prosperidad y la seguridad que proporciona.
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