Colombia: ¿La paz, a qué precio?
El Tiempo, Bogotá
Lo leímos en este diario y sin duda es cierto: llevamos treinta años
de contactos secretos con la guerrilla. Desde Belisario, todos los
presidentes han querido hacer realidad el sueño de la paz. Incluso,
Álvaro Uribe. A su manera, mediante una flagrante derrota del
terrorismo. Con tales antecedentes, no debe sorprendernos descubrir hoy
en día que desde el mes de febrero el Gobierno está jugando en Cuba esta
carta. Y su propósito en sí mismo no exacerba los ánimos. El país,
contra lo que algunos piensan, no está dividido entre amigos y enemigos
de la paz. Por la paz nos la jugamos todos. Nada sería más grato para
cualquier colombiano que levantarse una mañana y abrir el periódico sin
hallar noticias de bombas, secuestros, atentados o imágenes de mujeres
llorando a sus muertos.
Aquí el problema es otro. Se trata, en primer término, de saber por
qué la guerrilla hizo fracasar todos los anteriores intentos de paz.
Luego, cuáles deberían ser los necesarios requisitos para el diálogo. Y
por último, qué aceptarían y qué no aceptarían las Farc, dada la fuerza
que creen tener.
A propósito de los requisitos, el investigador y analista antioqueño
Jaime Jaramillo Panesso nos recuerda que mientras se desarrollan los
diálogos de paz la guerrilla propicia "ataques brutales que se encaminan
a matar policías y soldados, a destruir torres de energía eléctrica,
puentes y carreteras, a realizar secuestros y atentados, extorsiones y
otros actos terroristas". Es cierto. Hay quienes afirman que no es
justo, mientras estos hechos se producen impune y diariamente, que se
dialogue con las Farc sin poner como condición el cese de estas
atrocidades. ¿Una posición de la llamada ultraderecha? No, más bien es
la reacción de muchos colombianos del común.
¿Qué espera la guerrilla de un posible acuerdo de paz? Sería
necesario verlo con cabeza fría. Si fuese cierto, como creen algunos,
que la guerrilla está debilitada, le bastaría a esta una desmovilización
sin sanciones penales, según lo anticipa el marco jurídico para la paz.
Pero, pese a los duros golpes sufridos con la muerte de sus máximos
comandantes, su última estrategia terrorista le está dando resultados.
Según mi amiga de siempre, Noemí Sanín, tres factores la han
fortalecido. El primero fue la eliminación del fuero militar, que ha
permitido la más tenebrosa cacería de oficiales y soldados por parte de
una justicia politizada. Doce mil militares, al ser objeto de
investigaciones, están hoy fuera de combate. El segundo factor fue la
eliminación del DAS, pues reconociendo que tenía serias fallas
estructurales, con él se perdió un arma definitiva en toda guerra: sus
necesarias redes de información. Y, por último, todo anuncio de
negociación desata de parte de la guerrilla una intensificación de sus
acciones armadas.
Si a estas fallas que no son solo del Gobierno, sino de todos los
poderes del Estado, sumamos los ingresos que las Farc reciben del
narcotráfico, sus hábiles brazos políticos, su Marcha Patriótica y el
real control que ejercen en muchas regiones como el Cauca, entenderemos
por qué quieren dialogar en igualdad de condiciones como uno de los dos
actores del mal llamado conflicto interno. Por esa razón, no sería
sorprendente -como me lo dijo un amigo con figuración en la izquierda
más combativa- que la guerrilla se negara a dejar las armas mientras el
Ejército mantiene las suyas. Tampoco creo que renuncie al narcotráfico
ni a la imposición de políticas económicas muy propias del peligroso
socialismo bolivariano.
Sí, el precio fijado por las Farc para alcanzar la paz puede ser más
alto de lo que espera el Gobierno e imagina el país. No es fácil el
acuerdo con una organización cuya fuerza reposa en el terrorismo.
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