02 septiembre, 2012

EEUU: Por qué el capitalismo tiene un problema de imagen

EEUU: Por qué el capitalismo tiene un problema de imagen – por Charles Murray

El currículum de Mitt Romney en Bain debería ayudarlo a llegar a la Casa Blanca. Ha sido un capitalista exitoso y el capitalismo es lo mejor que jamás le haya pasado a la condición material de la raza humana. Desde los inicios de la historia hasta el siglo XVIII, todas las sociedades del mundo eran pobres, con sólo una delgadísima franja de riqueza en la parte superior. Luego vino el capitalismo y la Revolución Industrial. En todos los lugares donde el capitalismo echó raíces, la riqueza nacional comenzó a aumentar y la pobreza a disminuir. En todos los lugares donde el capitalismo no se instaló, la gente siguió siendo pobre. En todos los lugares donde el capitalismo ha sido rechazado desde entonces, la pobreza ha crecido.

El capitalismo ha sacado al mundo de la pobreza porque le da a las personas la oportunidad de hacerse ricos al crear valor y cosechar las recompensas. ¿Quién mejor para ser presidente del mayor de todos los países capitalistas que un hombre que se hizo rico por ser un capitalista brillante?
Sin embargo no ha resultado así para Romney. “Capitalista” se ha convertido en una acusación. La destrucción creativa que está en el corazón de una economía que crece ahora que considera malvada. Cada vez más parece que los estadounidenses aceptan la mentalidad que mantuvo al mundo sumido en la pobreza durante milenios: si te hiciste rico, es porque hiciste que otra persona se empobreciera.
¿Qué llevó el ánimo de EE.UU. tan lejos de nuestra celebración histórica del éxito económico?
Dos cambios importantes en condiciones objetivas han contribuido a este cambio de parecer. Uno es el ascenso del capitalismo de colusión. Parte del fenómeno involucra el capitalismo de amigotes, por el cual la gente en la cima se ocupa de sus pares a expensas de los accionistas. Si quiere un ejemplo basta mencionar el caso de los “paracaídas de oro”, las gigantescas indemnizaciones que se llevan los ejecutivos de las compañías aunque hayan hecho una pésima labor.
Pero el problema del capitalismo de amigotes es trivial comparado con la colusión engendrada por el gobierno. En el mundo actual, las operaciones y resultados de todas las empresas son afectadas por reglas establecidas por legisladores y burócratas. El resultado ha sido corrupción a escala masiva. A veces, la corrupción es al por menor, cuando una empresa crea una ventaja competitiva a través de la cooperación de reguladores o políticos. A veces, la corrupción es al por mayor, lo que crea un potencial para que toda una industria obtenga ganancias que no existirían de no ser por los subsidios o regulaciones del gobierno (como el etanol que se usa para los autos y las hipotecas de intereses bajos para personas que probablemente no las paguen). El capitalismo de colusión se ha vuelto visible y define cada vez más al capitalismo en la mente del público.
Otro cambio en las condiciones objetivas ha sido el surgimiento de grandes fortunas acumuladas con rapidez en los mercados financieros. Siempre ha sido fácil para los estadounidenses aplaudir a quienes se hacían ricos al crear productos y servicios que la gente quiere comprar. Por eso Thomas Edison y Henry Ford fueron héroes estadounidenses hace un siglo, y Steve Jobs se convirtió en héroe cuando murió el año pasado.
En cambio, cuando una gran fortuna se genera al tomar decisiones inteligentes de compra y venta en los mercados, huele a información privilegiada, instrumentos financieros misteriosos, oportunidades que no son accesibles para las personas comunes y corrientes, y engaños. El bien que han hecho estas personas en el proceso de ganar una fortuna es poco claro. Los beneficios de una asignación más eficiente de capital son enormes, pero son realmente difíciles de explicar de forma simple y persuasiva. Parece ante una gran parte del público que se trata de personas increíblemente ricas que no hicieron nada para merecer su riqueza.
Los cambios objetivos en el capitalismo tal y como es practicado pueden representar gran parte de la hostilidad hacia el capitalismo. Pero no explican la falta de predisposición de los capitalistas que están haciéndose ricos a la antigua —ganando el dinero— para defenderse.
Le asigno esa timidez a otras dos causas. Primero, grandes cantidades de los capitalistas exitosos de hoy son personas de la izquierda política que podrían creer que su propio trabajo es legítimo pero no sienten lealtad al capitalismo como sistema o afinidad con capitalistas del otro lado del espectro político. Es más, estos capitalistas de la izquierda están concentrados donde más cuenta. Los emprendedores más visibles de la industria de alta tecnología son predominantemente de izquierda. Lo mismo sucede con la mayoría de las personas que manejan las industrias del entretenimiento y las noticias. Incluso los líderes de la industria financiera comparten cada vez más las posturas de George Soros. Ya sea que se mida según datos de recaudación de fondos o el código postal de las residencias de los miembros del Congreso, los centros de elite con mayor influencia en el mundo de la cultura están llenos de gente que se avergüenza de identificarse a sí mismos como capitalistas, y se nota en el efecto cultural de su trabajo.
Otro factor es la segregación del capitalismo de la virtud. Históricamente, los méritos de la libre empresa y las obligaciones del éxito estaban entrelazados en el catecismo nacional. Los Lectores de McGuffey, los libros con los cuales se criaron generaciones de estadounidenses, tienen abundantes historias que tratan a la iniciativa, el trabajo duro y la actitud emprendedora como virtudes, pero también tienen la misma cantidad de historias que elogian las virtudes del auto control, la integridad personal y la preocupación por los que dependen de uno. La libertad de actuar y una severa obligación moral de actuar de una cierta manera eran dos caras de la misma moneda estadounidense. Poco de ese espíritu ha sobrevivido.
Aceptar el concepto de virtud requiere que uno crea que ciertas formas de comportarse están bien y que otras están mal siempre y en todos lados. Esa postura abiertamente crítica ya no es aceptable en las escuelas de EE.UU. ni en muchos hogares estadounidenses. A la vez, hemos observado el deterioro del sentido de responsabilidad que en su momento estaba tan extendido entre los estadounidenses más exitosos y la virtual desaparición del sentido de decoro que llevó a los capitalistas exitosos a obedecer estándares de lo que es apropiado que nadie los obligaba a cumplir. Muchas figuras históricas del mundo financiero estaban consternadas ante lo que sucedía durante la etapa previa a la crisis financiera de 2008. ¿Por qué no dijeron nada antes y después de la catástrofe? Los capitalistas que se comportan de forma honorable y con control ya no tienen ni la plataforma ni el vocabulario para predicar sus propios estándares y para condenar a los capitalistas que se comportan de forma deshonrosa y temeraria.
Y así la reputación del capitalismo pasa por un momento difícil y se debe volver a elaborar una defensa del capitalismo basada en sus principios. Tal defensa se ha realizado de forma brillante y a menudo en el pasado, y “Capitalismo y libertad” de Milton Friedman es mi versión favorita. Pero en el actual clima político, actualizar el caso en favor del capitalismo requiere volver a anunciar las viejas verdades de formas que puedan aceptar los estadounidenses de todo el espectro político. Este es mi mejor esfuerzo:
EE.UU. fue creado para fomentar el florecimiento humano. Los medios para ese fin fueron el ejercicio de la libertad en busca de la felicidad. El capitalismo es la expresión económica de la libertad. La búsqueda de la libertad, donde la libertad se define en el sentido clásico de satisfacción justificada y duradera con la vida como un todo, depende de la libertad económica tanto como depende de otras clases de libertad.
La “satisfacción duradera y justificada con la vida como un todo”, es producida por una cantidad relativamente pequeña de logros importantes que podemos justificadamente atribuir a nuestras propias acciones. Arthur Brooks, mi colega en el Instituto de la Empresa Estadounidense, ha llamado útilmente a esos logros “éxito ganado”. El éxito ganado puede surgir de un matrimonio exitoso, niños bien criados, un lugar valorado como miembro de una comunidad, o devoción a una fe. El éxito ganado también surge de logros en el ámbito económico, que es donde aparece el capitalismo.
Ganarse la vida para uno mismo y su familia a través de los esfuerzos propios es la forma más elemental de éxito ganado. Lanzar una empresa exitosa, sin importar cuán pequeña sea, es un acto de crear algo de la nada que aporta satisfacción mucho más allá del dinero. Encontrar trabajo que no sólo paga las cuentas, sino que también es disfrutado es un recurso crucialmente importante para el éxito ganado.
Ganarse la vida, fundar una empresa y encontrar un trabajo que se disfrute dependen de la libertad de actuar en el campo económico. Lo que puede hacer el gobierno para ayudar es establecer un estado de derecho para que se puedan realizar transacciones informadas y voluntarias. Más formalmente, el gobierno puede hacer cumplir con vigor las leyes contra el uso de la fuerza, el fraude y la colisión criminal, y usar las demandas para responsabilizar a la gente por el daño que les causan a otros.
Todo lo demás que hace el gobierno restringe inherentemente la libertad económica para actuar en pos del éxito ganado.
Soy un libertario y creo que casi ninguna de esas restricciones se justifica. Pero no hay que ser libertario para aceptar la defensa del capitalismo. Usted es libre de postular que ciertas intervenciones económicas se justifican. Sólo debe reconocer esta verdad: cada intervención que levanta barreras para lanzar una empresa, encarece la contratación o despido de empleados, restringe el ingreso a las vocaciones, prescribe las condiciones e instalaciones laborales, o confisca ganancias, interfiere con la libertad económica y suele dificultar que tanto empleadores como empleados ganen éxito. Además no hace falta que sea un libertario para demandar que cualquier intervención nueva tenga el deber de probar esto: logrará algo que la ley y el cumplimiento de las leyes básicas contra la fuerza, el fraude y la colisión no logran.
Las personas con un amplio rango de opiniones políticas también pueden reconocer que estas intervenciones hacen el mayor daño a individuos y las pequeñas empresas. Los grandes bancos pueden, aunque pagando costos altos, hacerle frente a las cargas regulatorias absurdas de la ley Dodd-Frank; muchos bancos pequeños no pueden. Las grandes corporaciones pueden hacerle frente a las innumerables reglas emitidas por la Oficina de Seguridad y Salud Ocupacional, la Agencia de Protección Ambiental, la Comisión de Oportunidades Equitativas de Empleo y sus socios a nivel estatal en EE.UU. Las mismas reglas pueden aplastar pequeñas empresas e individuos que intentan formar una pequeña empresa.
Finalmente, la gente con un amplio rango de opiniones políticas puede reconocer que lo que ha pasado cada vez más durante los últimos 50 años ha llevado a un sistema regulatorio laberíntico, leyes de responsabilidad irracionales y un código impositivo corrupto. Simplificaciones abarcadoras y racionalizaciones de todos estos sistemas son posibles de formas que incluso los demócratas moderados podrían aceptar en un entorno menos polarizado políticamente.
Para ponerlo de otro modo, debería ser posible revivir un consenso nacional que afirme que el capitalismo aboga por los mejores y más esenciales aspectos de la vida estadounidense; que liberar el capitalismo para que haga lo que hace mejor no sólo creará riqueza nacional y reducirá la pobreza, sino que expandirá la capacidad de los estadounidenses para lograr éxito ganado, para buscar la felicidad.
Revivir ese consenso también requiere que regresemos al vocabulario de la virtud cuando hablamos de capitalismo. La integridad personal, un sentido de decoro y preocupación por quienes dependen de nosotros no son “valores” que no son ni mejores ni peores que otros valores. Históricamente, han estado profundamente arraigados en la versión estadounidense del capitalismo. Si es necesario recordarle a la clase media y la clase trabajadora que los ricos no son sus enemigos, es igualmente necesario recordarles a los más exitosos entre nosotros que sus obligaciones no se reducen a pagar sus impuestos. Un liderazgo responsable y basado en principios puede nutrir y restaurar nuestra herencia de libertad. Su indiferencia a esa herencia puede destruirla.
* Murray es autor del libro “Coming Apart: The State of White America, 1960-2010″ a investigador W.H. Brady en el Instituto de la Empresa Estadounidense.

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