EE UU
Charles Krauthammer
No
seré ningún teólogo, pero estoy bastante seguro de que ni Jesucristo ni
sus antepasados rabínicos pretendían indicar alguna obligación con el
Estado cuando hablaban de dar
En el Desayuno Nacional de la Oración, la pasada semana, en busca de
sustento teológico a su iniciativa de subir los impuestos a las rentas
altas, el Presidente Obama invocaba a la autoridad más elevada. Su
legislación, atestaba "como cristiano", "coincide con las enseñanzas de
Jesucristo de A quien mucho se le da, se le pedirá cuenta de mucho".
Bien, yo no seré ningún teólogo, pero estoy bastante seguro de que ni
Jesucristo ni sus antepasados rabínicos pretendían indicar alguna
obligación con el Estado cuando hablaban de dar. El diezmo va al
religioso, no al recaudador. La tradición judeocristiana impone por
mandamiento la generosidad personal.
Pero no importa. Supongamos que Obama ostenta la autoridad bíblica de
elevar el tipo fiscal marginal 4,6 enteros exactamente en el caso de los
matrimonios que ganan más de 250.000 dólares (dependiendo, por
supuesto, del cambio en vigor entre la moneda israelí y el dólar).
Supongamos, en interés del argumento, que la invocación por parte de
Obama de la religión en el Desayuno de la Oración como aval de su
política no fue, Dios nos coja confesados, electoralismo interesado
hipócrita y burdo, sino una expresión sincera de un cristianismo de los
evangelios sociales que considera la caridad el pilar central del
concepto mismo de religiosidad.
Perfecto. Pero estos Evangelios según Obama tienen un rival -el
recientemente revelado Evangelio según Sebelius, en torno al cual ha
saltado todo un percance. Según alguna lógica peculiar, compete a la
responsable de Salud y Servicios Sociales promulgar la definición de
"religioso" - a efectos, por ejemplo, de declarar exentas de ciertos
dictados de regulación a determinadas instituciones de carácter
religioso.
Tales medidas de gracia se conceden en reconocimiento a regañadientes
de que, mientras el resto de nuestra sociedad civil puede estar sometida
a la voluntad de los reguladores del Estado, nuestra original
Constitución concede especial autonomía a las instituciones religiosas.
En consecuencia, supondría una mofa del Capítulo del Libre Ejercicio de
la Primera Enmienda que, por ejemplo, la Iglesia Católica fuera
obligada por ley a dispensar con libertad "servicios de salud pública"
(en la jerga secular) tales como medidas anticonceptivas,
esterilizaciones o el aborto
farmacológico - al que el catolicismo se opone de forma doctrinal como
grave violación de sus enseñanzas a tenor de lo sagrado de la vida
humana.
Ah. Pero no se produce ninguna vulneración del Capítulo del Libre
Ejercicio si las instituciones así consideradas se consideran, por
mandato regulador, no religiosas.
De ahí, que se nos revelara la nueva de que Sebelius va a decretar el
criterio exacto exigido (a) para satisfacer su definición de "religioso"
y por tanto (b) acogerse a una cantidad ínfima de independencia del
control estatal de la salud pública estadounidense recién promulgado,
dentro del cual la antes mencionada secretario de salud Sebelius y su
ministerio de expertos determinan todo -desde quién está cubierto a los
servicios que se dispensarán gratuitamente de manera garantizada.
Criterio 1: La "institución religiosa" tiene por obligación que tener
"la inculcación de los valores religiosos entre sus objetivos". Pero no
es ése el objetivo de las organizaciones católicas de caridad; es dar
consuelo al pobre. No es el objetivo de los centros hospitalarios
católicos; es atender al enfermo. Por tanto, no cumplen el criterio de
"religiosos" -- y por tanto se les puede exigir por ley, entre otras
cosas, expender la píldora del día después.
Criterio 2: Cualquier institución exenta tiene por obligación que "dar trabajo principalmente" y "atender principalmente a los que comparten sus principios religiosos". Los comedores
sociales católicos no piden el carné religioso ni a los hambrientos ni a
los ayudantes a los que dan trabajo. Las organizaciones y los centros
hospitalarios católicos -hasta las escuelas católicas- no rechazan a
judíos o a hindúes.
Su vocación es universal, exactamente el tipo de vocación universal de
amor al prójimo que constituye la definición misma de religiosidad
celebrada según el Evangelio de Obama. Pero según el Evangelio de
Sebelius, estas mismas instituciones católicas no tienen nada de
religioso -dentro de la premisa secular de que la religión es lo que
sucede los domingos bajo algún techo gótico, al tiempo que la caridad
son "servicios sociales" prestados idóneamente por César.
Todo esto sería sencillamente la crónica de las teologías
contradictorias, si no fuera por esto: Sebelius es la elegida de Obama.
Ella trabaja para él. Estas regulaciones fueron decisión de él. Obama es
autor de ambos evangelios.
Por tanto: al halagar a sus invitados del desayuno religioso y
justificar sus políticas tributarias, Obama declara esencia de la
religiosidad la caridad. Pero gira en redondo y, a través de Sebelius,
predica a los fieles que practican la caridad que lo que hacen no tiene
nada de religión. ¿Quiere usted practicar religión? Lárguese a un
convento. ¿Quiere usted asilo de las competencias del Estado? Salga de
su comedor social y vuélvase a los bancos de su Iglesia. Fuera, el
Leviatán manda.
La contradicción es flagrante, la hipocresía pasmosa. Pero no es la
razón de que Obama ofreciera un compromiso precipitado el viernes. La
razón es la tempestad de protestas que se convertía en una amenaza a su
reelección. Claro, la reforma sanitaria, la caridad y la religión son
importantes. Pero la reelección es divina.
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