Fanatismo
Gregorio Ortega Molina
Los
usos y costumbres se replican en diferentes ámbitos, en distintos niveles,
administrados por personalidades en apariencia disímbolas, pero similares en
comportamiento y ambiciones. Lo ocurrido en Nueva Jerusalén sucede en la
república, o viceversa.
Me refiero a Papá Nabor (redivivo en Martín de Tours) y Papá
Andrés Manuel. Ambos quieren lo mismo, el poder absoluto, el control total,
incluso el de las consciencias, sin importar los resultados sociales e
individuales, sin reparar en un posible derramamiento de sangre y en la certeza
de que obtendrán esa ignorancia que produce fanáticos, seres absolutamente
manipulables.
Constatar lo que sucede puede hacerse con la observación de las
imágenes. Allí está la fotografía principal de La Jornada, exhibida en la portada de la
edición del lunes 27 de agosto último. El pie dice: “Integrantes del movimiento estudiantil
#YoSoy 132, apoyados por el Sindicato Mexicano de Electricistas y la Alianza de
Tranviarios de México, marcharon del Ángel de la Independencia al Zócalo
capitalino e hicieron un llamado a los ciudadanos para evitar que unos cuantos
determinen a quién podemos elegir. Lanzaron las consignas: ¡México sin PRI!
¡Peña no ganó, el IFE no ayudó! Foto Cristina Rodríguez”.
Las frases dejarían de llamar la atención, de no ser porque dan
pie a la interpretación de una fotografía en la que un individuo, vestido con
túnica y capucha blanca cónica, al mejor estilo del KKK, con las siglas del IFE
en negro, se paseó del Ángel de la Independencia al Zócalo con ese disfraz,
para advertir a la sociedad que la época de la intolerancia y los linchamientos
regresa para imponer orden, criterios y, además, doblegar voluntades.
Entre las consignas de Papá Andrés Manuel a las de Papá Nabor
están establecidas las analogías, ambas aspiran a que el destinatario cumpla la
voluntad del emisor y, por lo pronto, se niegue a cualquier confrontación con
la realidad. De allí que en Nueva Jerusalén las mujeres sean monjas, sin serlo,
y los hombres doblen la cerviz ante la voluntad de sus mujeres, para que en los
matrimonios desaparezca todo riesgo de individualidad y en los habitantes de
ese poblado todo destello de inteligencia, por eso impiden que los niños acudan
a las escuelas para educarse.
Hay una sutil diferencia en la actitud de ambos fanatismos.
Mientras los seguidores de Papá Andrés Manuel por el momento se conforman con
la agresión verbal, con la denuncia sin pruebas, con la pirotecnia de la
oratoria política cuyas consecuencias son nefastas para el futuro inmediato de
México, las huestes de Papá Nabor no se detienen para llegar a las manos.
Pueden verse imágenes de mujeres golpeándose en nombre de una fe que muchas de
ellas no comprenden, pero aceptan como remedio a su infelicidad, a sus
carencias, al vacío de autoridad civil legal, porque la religiosa, allí está.
Hasta hoy, Papá Andrés Manuel contiene a sus huestes. El próximo 9
de septiembre constaremos lo que depara el futuro inmediato a sus fanáticos y
si él tiene una oferta distinta, si conoce lo que es la desobediencia civil.
Por lo pronto, me sumo a la actitud de Stefan Zweig: “La época
pone las imágenes, yo me limito a ponerle las palabras”.
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