04 septiembre, 2012

La honestidad de Felipe Calderón



La honestidad de Felipe Calderón

Jorge Fernández Menéndez

Quizás algunos analistas lo consideren algo normal, pero no es una tarea menor en un sexenio haber decidido lanzar una lucha frontal contra el narcotráfico, cuando el crimen tenía en los hechos controladas varias regiones del país y las instituciones eran débiles en muchos ámbitos.


Haber tenido que sobrellevar la peor crisis financiera y económica internacional en décadas, con consecuencias devastadoras para muchos países; asumir el gobierno en medio de una crisis institucional y con un país polarizado; gobernar sin contar con mayoría legislativa ni con la mayor parte de los gobiernos estatales; perder en un sexenio en sendos accidentes de aviación a dos secretarios de Gobernación (y cercanísimos amigos) con buena parte de su equipo.


Esas son sólo algunas de las muchas vicisitudes que tuvo que afrontar la administración de Calderón y creo que más allá de visiones parciales, de errores, algunos de ellos muy importantes, y de diferencias políticas e ideológicas, el saldo que dejará Felipe Calderón será positivo.


Se dirá que no es así: que la lucha contra el crimen organizado, por ejemplo, ha dejado miles de muertos y un país desgarrado por la violencia. En parte es verdad, pero también lo es que esa violencia ha sido generada por los propios grupos criminales, que son los que han sometido a la sociedad a la dictadura de la inseguridad y la impunidad.


El gobierno federal sin duda ha cometido errores en este proceso, de instrumentación, pero sobre todo de política, sin embargo, enfrentó el desafío en forma integral, con entereza y asumiendo costos, incluso con el boicot de sectores políticos y sociales, algunos beneficiarios de esa impunidad, otros simplemente opuestos a una política que tampoco les fue correctamente explicada y presentada.


Y es un mal momento para insistir en el tema, pero más allá de las fallas de coordinación, de los actos de corrupción que algunos funcionarios de alto y de bajo nivel pudieran haber cometido, lo cierto es que el Ejército y la Marina Armada respondieron a esa lucha con compromiso y tenacidad y se construyeron instituciones que deberán ser preservadas, desde la Policía Federal hasta las policías estatales que comienzan a reconfigurarse.


La siguiente administración deberá revisar las políticas y su implementación, pero no podrá abandonar el espíritu de lucha contra la delincuencia que impregnó este gobierno.


En el tema económico nos encontramos con una de las mayores paradojas: el manejo económico y financiero del país ha sido notable ante la crisis internacional de 2008, y cuyas repercusiones continúan desde España hasta China. El país lleva un crecimiento sostenido de más de dos años, con una tasa de desempleo relativamente baja, sin una inflación significativa, con un déficit manejable y con reservas de más del doble de su deuda. Y todo ello sin contar con las reformas hacendaria, energética y laboral, que quedaron estancadas en el Congreso.


Falta, es verdad, muchísimo por hacer, pero las bases de la economía están muy sanas y con una estabilidad interna que resulta inestimable en la actual coyuntura internacional. Si se impulsan las reformas pendientes en lo hacendario, lo energético y lo laboral, las posibilidades de un crecimiento importante, sólido, son más que ciertas y verosímiles.


Probablemente el muy personal estilo de gobernar del presidente Calderón no haya sido, desde mi punto de vista, el mejor: el Presidente, desde julio de 2006, dijo que armaría sus equipos basado en la lealtad de sus colaboradores, a la que subordinaría las demás consideraciones, y así gobernó.


La lealtad, sin duda, es imprescindible, pero quizás habría que haber asumido que la lealtad hacia la silla, hacia la institución presidencial, tiene bases mayores, posibilidades más amplias que la lealtad entendida en términos personales. Pero cada presidente tiene su forma de gobernar y de ejercer el poder.


En todo caso, Calderón lo hizo sin coartar libertades, sin autoritarismo y sin imposiciones. Sin beneficiarse personalmente de él. A eso habrá que sumarle, hay que insistir en ello, los costos políticos y humanos de la pérdida de importantes colaboradores y amigos (Mouriño y Blake, sobre todo) en accidentes aéreos que, además de la pérdida personal, de ellos y de otros funcionarios ejemplares, como José Luis Santiago Vasconcelos, implicó incertidumbre y desconfianza, entre las autoridades y entre la sociedad.


No es, no será, la de Felipe Calderón, una administración que deje una obra acabada. Es un gobierno que deja cimientos y proyectos de construcción en marcha. Con fallas, con peligros estéticos y funcionales, pero que pueden remediarse porque no son estructurales, porque no ponen en peligro a la obra.


Pero, por sobre todas las cosas, construida por un hombre, un político que, con sus aciertos y errores, corriendo riesgos y asumiéndolos, ha sido honesto consigo mismo y con la ciudadanía. No es poca cosa.


 

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