La nostalgia equivocada de los uruguayos
Hernán Bonilla es columnista del diario El País (Uruguay), consultor independiente y diputado suplente del Partido Nacional de Uruguay. Obtuvo su maestría de Economía de la Universidad de Ort.
Nuestro país se apresta a celebrar su principal fiesta nacional el próximo 24 de agosto, la ya tradicional noche de la nostalgia. Es una fiesta en que se recuerdan viejos éxitos musicales y tocan bandas de los ochenta y setenta. Aunque cueste creerlo, es la noche en que salen a bailar mayor número de uruguayos en el año. Sin dudas que ha sido un acierto comercial que tocó una fibra sensible en todo ser humano, recordar los tiempos de su juventud, con algo muy uruguayo, mirar para atrás. También es cierto que ha opacado al 25 de agosto, fecha de la independencia del Uruguay en que recordamos el desembarco en nuestras tierras de la “Cruzada Libertadora” comandada por Juan Antonio Lavalleja y Manuel Oribe, que suele pasar inadvertido en la resaca de la noche anterior, aunque este año merecerá algo más de atención, gracias a la digna actitud del Intendente de Florida Carlos Enciso de invitar a representantes del Paraguay, pese a la oposición del gobierno nacional. La condenable actitud del Mercosur de suspender a Paraguay para posibilitar el ingreso de Venezuela, de la que Uruguay fue partícipe, además de un profundo error fue una vergüenza internacional inconmensurable.
Ahora bien, cuando los uruguayos miramos hacia el pasado, ¿qué país añoramos? El de mediados del siglo XX, el de la sociedad hiper-integrada, el país tolerante, culto, civilizado, dónde todos eramos iguales y el futuro lucía promisorio. Sin embargo, nos ocurre como sociedad lo mismo que como individuos, recordamos el pasado que vivimos mejor de lo que fue. El Uruguay de Maracaná, que ganó el mundial de fútbol, era un país que entraba en el estancamiento económico, un país cerrado al mundo, atrasado tecnológicamente y que acumulaba más de medio siglo de retroceso en el concierto internacional. En efecto, el producto por habitante de Uruguay en 1875 era el mismo que el de los países del primer mundo, mientras que por 1950 era la mitad.
Es evidente entonces que algo ya no andaba bien cuando Ghiggia enmudeció a Brasil al anotar el gol de la victoria en la final del mundial. Y el tobogán continuó en el resto del siglo. La paz de los años cincuenta dónde se da la embestida final del modelo de sustitución de importaciones —tan equivocado como popular en su momento— fue la calma antes de la tormenta. Uruguay sufriría desde allí hasta la dictadura las consecuencias de las pésimas políticas económicas que siguió desde fines del siglo XIX, que es lo que explica como pasamos de ser un país rico a uno más del tercer mundo. En particular, un proteccionismo cada vez más duro y un estatismo exacerbado nos fueron hundiendo lentamente, tan lentamente que nos costó darnos cuenta.
Es entendible que en el momento fuera difícil de interpretar lo que pasaba, pero no aceptarlo hoy es una necedad. La mayoría de los uruguayos, sin embargo, sigue creyendo que nuestra edad dorada fue hacia 1950. ¿Por qué ocurre eso? Simplemente porque nuestra historiografía dominante y lo que aprendemos en la escuela y en el liceo repite ese verso surgido de la pluma de intelectuales más militantes que científicos. El caso paradigmático es el José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, aunque por cierto no son los únicos. Esta dupla de historiadores de inspiración marxista escribió varios de los principales trabajos académicos que contaminaron el sano entendimiento de nuestro pasado. El mundo académico de aquel Uruguay se fue abroquelando en concepciones cada vez más radicales, expulsando a quien no comulgara con la nueva verdad revelada y convirtiendo en sentido común la mentira.
Hoy que contamos con reconstrucciones estadísticas del producto nacional que no tuvieron nuestros mayores debemos encarar con urgencia la tarea de difundir una historia más ajustada a los hechos, porque es la única que nos permitirá encontrar las verdaderas causas de nuestros problemas. Debemos añorar con nostalgia el país que salió de la Guerra Grande y construyó el Teatro Solís, mutualistas, escuelas, patentaba inventos, recibía inversiones, bajaba aranceles, liberaba los ríos y crecía como la "California del Sur", en palabras de Juan Bautista Alberdi. Ese es el Uruguay que deberíamos añorar y no el que descompuso el batllismo, la ideología que dominó el país desde comienzo del siglo XX hasta nuestros días confiando el el estatismo y el proteccionismo para lograr el desarrollo. Todavía es visible en los importantes y perniciosos monopolios públicos que se mantienen, el insoportable peso del Estado en la economía y, especialmente, en una cultura que ha permeado a la sociedad que suele esperarlo todo del Estado.
Rescatar nuestra mejor memoria de cuando fuimos libres y prósperos y condenar las políticas que nos condenaron al subdesarrollo es una tarea impostergable para construir el futuro.
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