¿Y ahora qué? Responder a esta pregunta se ha hecho acuciante para la izquierda mexicana tras su derrota en las presidenciales del pasado 1 de julio
y ver rechazada hace unas semanas por el Tribunal Electoral su
pretensión de anular las elecciones por supuesta compra de votos por el
Partido Revolucionario Institucional (PRI). ¿Qué hacer con los más de 15
millones de votos que le han convertido en la segunda fuerza del país?
¿Empecinarse en no reconocer la victoria de Enrique Peña Nieto y
aferrarse a la superioridad moral de la que hace gala el candidato del
Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador,
al tiempo que lanza una campaña de movilizaciones contra los poderes
fácticos? ¿Mantenerse unidos en una alianza de moderados y radicales
cada día más esquizofrénica? ¿Convertir el capital político acumulado en
una verdadera alternativa de poder que trate de ocupar el centro y
atienda las demandas de las nuevas clases medias?
En la hora decisiva para la izquierda de este país todas las señales apuntan a la ruptura. López Obrador anunció este domingo a las decenas de miles de partidarios reunidos en el Zócalo de la capital que el próximo jueves se decidirá la conversión del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), su vehículo particular de conexión con las masas constituido hace casi un año, en partido político. La iniciativa irá acompañada por “acciones de resistencia civil, siempre pacíficas” contra la “imposición de un presidente ilegítimo” en una reedición light de lo ocurrido en 2006. Dar ese paso le situará fuera del Partido de la Revolución Democrática (PRD), la principal formación de la coalición progresista. Sus líderes ya han declarado su aceptación de Peña Nieto.
Por su parte, un grupo de notables del PRD como Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del DF; su sucesor, Miguel Ángel Mancera; el tres veces candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas; el senador Manuel Camacho Solís y el exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, se pronunciarán en los próximos días a favor de un nuevo proyecto político, que algunos llaman “opción socialdemócrata”, desmarcándose tanto de López Obrador como de los apparatchiks del PRD, conscientes de que las viejas estructuras partidistas ya no sirven.
Quienes conocen el proyecto aseguran que la nueva formación política buscará construir una verdadera alternativa de gobierno para ganar las elecciones de 2018, que sea capaz de superar el desánimo actual de la sociedad mexicana y dar la batalla cultural e ideológica al PRI en los seis años que vienen.
La urgencia de la renovación de las fuerzas progresistas viene motivada también por la coincidencia en la agenda de reformas que exhiben el PRI y el Partido Acción Nacional (PAN), el del presidente saliente Felipe Calderón y gran derrotado en las elecciones. El PAN, profundamente dividido, requiere el asidero del poder para no perder pie en la nueva etapa y se ofrece como aliado del viejo partido hegemónico, lo que puede marginar a la izquierda. “Son dos versiones de la derecha, la autoritaria y la católica, y se van a entender”, afirma Roger Bartra, sociólogo de la UNAM, convencido de que “la terquedad de López Obrador y la vía de la protesta solo debilitan a la izquierda”.
La llamada opción socialdemócrata no está por la oposición frontal al nuevo presidente. Tiene mucho que decir en materia de seguridad como la idea de forjar de una vez un pacto nacional contra la violencia y quiere influir en las reformas anunciadas: energética, fiscal y laboral. Pero traza líneas rojas en su desarrollo como el rechazo a una subida del IVA y a mayor flexibilidad del empleo. En cambio, sí apoyarán todo lo que signifique más democracia interna y transparencia económica de los sindicatos.
La izquierda mexicana es un conglomerado de fuerzas —PRD, Partido delTrabajo ,
Movimiento Ciudadano— y corrientes, las llamadas popularmente “tribus”,
que han estado siempre uncidas al carisma de su líder, primero
Cárdenas, luego López Obrador.
El profesor del Colegio de México, Sergio Aguayo, sostiene que “los problemas del PRD son mucho más profundos que la personalidad de López Obrador” y enumera los cuatro principales: “División interna; no haber sabido procesar los liderazgos carismáticos como sí se logró con Lula en Brasil, ni qué hacer con los gobiernos estatales y la desorganización”.
En su opinión, la excepción en este panorama y la solución a sus males se encuentra en el DF, donde la candidatura de Mancera arrasó en julio con más del 60% de los votos, casi 800.000 más que los conseguidos por López Obrador, y que la izquierda ha convertido en un ejemplo nacional de gestión democrática y modernidad. Ahí coincide Ramón Alberto Garza, director del periódico Reporte Índigo, quien considera que “López Obrador no claudicará pero que hoy por hoy el hombre a vencer en 2018 es Mancera”. “La izquierda mexicana está en su mejor y peor momento. Nunca antes había tenido tantos votos entre las clases medias o incluso en Estados conservadores como Nuevo León y Jalisco. Lo negativo es que esa acumulación de poder propicia su quiebra”, añade.
Los buenos resultados obtenidos no descartarían una tercera candidatura presidencial de López Obrador —Lula y Rajoy alcanzaron el poder al tercer intento— y el temperamento político mexicano induce al pacto. Así lo cree el periodista y analista Jorge Zepeda: “AMLO buscará una salida digna como líder moral y su resistencia será más simbólica que real. No veo una ruptura dramática de la izquierda. Han formado un matrimonio de conveniencia y si se rompe se deshace el patrimonio”. La solución, muy pronto.
En la hora decisiva para la izquierda de este país todas las señales apuntan a la ruptura. López Obrador anunció este domingo a las decenas de miles de partidarios reunidos en el Zócalo de la capital que el próximo jueves se decidirá la conversión del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), su vehículo particular de conexión con las masas constituido hace casi un año, en partido político. La iniciativa irá acompañada por “acciones de resistencia civil, siempre pacíficas” contra la “imposición de un presidente ilegítimo” en una reedición light de lo ocurrido en 2006. Dar ese paso le situará fuera del Partido de la Revolución Democrática (PRD), la principal formación de la coalición progresista. Sus líderes ya han declarado su aceptación de Peña Nieto.
Por su parte, un grupo de notables del PRD como Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del DF; su sucesor, Miguel Ángel Mancera; el tres veces candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas; el senador Manuel Camacho Solís y el exrector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, se pronunciarán en los próximos días a favor de un nuevo proyecto político, que algunos llaman “opción socialdemócrata”, desmarcándose tanto de López Obrador como de los apparatchiks del PRD, conscientes de que las viejas estructuras partidistas ya no sirven.
Quienes conocen el proyecto aseguran que la nueva formación política buscará construir una verdadera alternativa de gobierno para ganar las elecciones de 2018, que sea capaz de superar el desánimo actual de la sociedad mexicana y dar la batalla cultural e ideológica al PRI en los seis años que vienen.
La urgencia de la renovación de las fuerzas progresistas viene motivada también por la coincidencia en la agenda de reformas que exhiben el PRI y el Partido Acción Nacional (PAN), el del presidente saliente Felipe Calderón y gran derrotado en las elecciones. El PAN, profundamente dividido, requiere el asidero del poder para no perder pie en la nueva etapa y se ofrece como aliado del viejo partido hegemónico, lo que puede marginar a la izquierda. “Son dos versiones de la derecha, la autoritaria y la católica, y se van a entender”, afirma Roger Bartra, sociólogo de la UNAM, convencido de que “la terquedad de López Obrador y la vía de la protesta solo debilitan a la izquierda”.
La llamada opción socialdemócrata no está por la oposición frontal al nuevo presidente. Tiene mucho que decir en materia de seguridad como la idea de forjar de una vez un pacto nacional contra la violencia y quiere influir en las reformas anunciadas: energética, fiscal y laboral. Pero traza líneas rojas en su desarrollo como el rechazo a una subida del IVA y a mayor flexibilidad del empleo. En cambio, sí apoyarán todo lo que signifique más democracia interna y transparencia económica de los sindicatos.
La izquierda mexicana es un conglomerado de fuerzas —PRD, Partido del
El profesor del Colegio de México, Sergio Aguayo, sostiene que “los problemas del PRD son mucho más profundos que la personalidad de López Obrador” y enumera los cuatro principales: “División interna; no haber sabido procesar los liderazgos carismáticos como sí se logró con Lula en Brasil, ni qué hacer con los gobiernos estatales y la desorganización”.
En su opinión, la excepción en este panorama y la solución a sus males se encuentra en el DF, donde la candidatura de Mancera arrasó en julio con más del 60% de los votos, casi 800.000 más que los conseguidos por López Obrador, y que la izquierda ha convertido en un ejemplo nacional de gestión democrática y modernidad. Ahí coincide Ramón Alberto Garza, director del periódico Reporte Índigo, quien considera que “López Obrador no claudicará pero que hoy por hoy el hombre a vencer en 2018 es Mancera”. “La izquierda mexicana está en su mejor y peor momento. Nunca antes había tenido tantos votos entre las clases medias o incluso en Estados conservadores como Nuevo León y Jalisco. Lo negativo es que esa acumulación de poder propicia su quiebra”, añade.
Los buenos resultados obtenidos no descartarían una tercera candidatura presidencial de López Obrador —Lula y Rajoy alcanzaron el poder al tercer intento— y el temperamento político mexicano induce al pacto. Así lo cree el periodista y analista Jorge Zepeda: “AMLO buscará una salida digna como líder moral y su resistencia será más simbólica que real. No veo una ruptura dramática de la izquierda. Han formado un matrimonio de conveniencia y si se rompe se deshace el patrimonio”. La solución, muy pronto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario