26 septiembre, 2012

Los asesinatos de dos abogados sacuden Honduras Las víctimas eran defensores de los derechos de campesinos indígenas. Juan José Dalton San Salvador


El cadáver de Manuel Eduardo Díaz, tras ser tiroteado en Choluteca. / AP

La sociedad hondureña está conmocionada por el asesinato en menos de 24 horas de dos conocidos defensores de los derechos humanos dedicados a proteger a campesinos en un antiguo litigio con varios terratenientes del Valle del Aguán, al sur del país.
Los asesinatos se produjeron en incidentes separados. El domingo Antonio Trejo Cabrera, un abogado defensor de los campesinos quien recientemente había solicitado medidas de protección para él y sus familiares, recibió varios disparos que acabaron con su vida. El lunes, el fiscal encargado de Derechos Humanos en la ciudad Choluteca, Manuel Eduardo Díaz Mazariegos, era acribillado con 11 balazos.


El hambre en España, según ‘The New York Times’. El diario estadounidense publica un demoledor reportaje sobre la crisis económica española

El reportaje comienza con el relato de una joven mujer española que en el madrileño barrio de Vallecas busca comida en la basura. Por su forma de vestir, parece la dependienta de una tienda, pero no. Según cuenta la periodista del The New York Times, Suzanne Daley, esta mujer, de 33 años, perdió su trabajo en una oficina de correos y, tras agotar la prestación del paro, sobrevive con la ayuda de 400 euros. “Cuando no tienes suficiente dinero, esto es lo que hay”, dice la mujer, que no desvela su nombre.
Con esta imagen arranca el texto sobre la situación de España en el contexto de la crisis publicado por The New York Times y que ha coincidido con la visita del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a Nueva York con motivo de la asamblea general de Naciones Unidas (ONU). Mientras Rajoy en su intervención en la asamblea de la ONU no aludió a la crisis económica española y decidió hablar de Gibraltar o el multilateralismo, el periódico neoyorquino publicó en primera página este demoledor reportaje sobre España, ilustrado con una imagen en blanco y negro de un desempleado rebuscando comida en un contenedor de basura.
 
 

La independencia no existe


ENRIQUE FLORES

Los Estados-nación soberanos están liquidados en Europa, son residuos. El déficit fiscal catalán es excesivo, pero no un “expolio”: arréglese. Los catalanismos siempre antepusieron dirigir España a irse de ella

Quiero dedicar este artículo a mis amigos independentistas.
La política. Lamento traer desde Europa esta noticia: la independencia es imposible. No porque alguien la impida. Sino porque la independencia ya no existe en la Europa real, la UE. Como no existe el Estado-nación. Ni la soberanía nacional. Aún pesan. Pero son solo residuo histórico, apariencia en estado terminal, ensoñación.
El sociólogo Daniel Bell estableció ya en 1987 que el Estado era “demasiado pequeño para atender a los grandes problemas del mundo actual y demasiado grande para encarar los pequeños problemas cotidianos del ciudadano”. Desde entonces, el declive del Estado cabalga a la velocidad de la luz. Sobre todo en Europa, empujado por las pinzas trabadas entre la federalización comunitaria y la globalización; entre la transferencia de soberanía hacia arriba y el traspaso de competencias hacia abajo.


Democracia de calidad frente a la crisis Nos ha faltado un marco ético, capaz de estimular la responsabilidad social. Victoria Camps / Adela Cortina / José Luis García Delgado

Un gran número de españoles está viviendo la crisis actual como un auténtico fracaso del país en su conjunto. Hace ya más de tres décadas emprendimos una transición política y social que, con sus luces y sombras, como todo en este mundo, se ha convertido en una auténtica referencia para algunos países deseosos de dar el paso de la dictadura a la democracia. El poder político pasó paulatinamente de un partido de centro a partidos de centro-izquierda y centro-derecha, sin más ruido de sables que el del 23-F y sin más mecanismo que el de instituciones políticas y elecciones libres y bien reguladas. Se transformaron las infraestructuras, se modernizaron los medios de comunicación, aumentó el número de estudiantes universitarios, ingresamos en la Unión Europea, construimos un razonable Estado de justicia, creímos haber alcanzado la velocidad de crucero propia de países democráticos, no solo en política y economía, sino también, y sobre todo, en cultura. La disposición al diálogo, el espíritu abierto y tolerante parecían haber sustituido los viejos estilos de vida en una sociedad pluralista.


El reto de los nuevos dirigentes chinos Tendrán que abordar las insatisfacciones de la sociedad y las relaciones internacionales. Ana Palacio

Me embarqué en un viaje de estudio a China organizado por el European Council on Foreign Relations (ECFR), suponiendo que el mayor reto a que se enfrentaba el país giraba en torno al fomento del consumo doméstico para mantener tasas de crecimiento elevadas. Concluido el viaje, aprecio una compleja imagen, mezcla de autoconfianza e incertidumbre, de aplomo y agitación.
Pese a su inminencia, un halo de misterio envuelve el XVIII Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh). Se supone que tendrá lugar en octubre, pero las fechas exactas siguen siendo desconocidas y es poco lo que ha trascendido acerca del proceso interno y de las deliberaciones preparatorias.
Creíamos saber al menos el nombre del ungido nuevo secretario general del PCCh —Xi Jinping—, aunque nadie fuera capaz de agotar medio minuto detallando sus ideas y previsibles líneas de actuación. Su misteriosa evaporación —Jinping estuvo desaparecido dos semanas, cancelando de forma repentina reuniones con la secretaria de Estado de EE UU y con los primeros ministros de Dinamarca y Singapur, actuaciones especialmente extraordinarias en un país obsesionado por el protocolo— no hizo más que alentar conjeturas y acentuar el interés en este decisivo traspaso de poderes. Esta desaparición permitió cuestionar, además, cómo un liderazgo propenso al secretismo puede gobernar eficazmente la segunda economía mundial.


España, Alemania y la salvación del euro Europa está siendo desgarrada entre lo económicamente necesario y lo políticamente posible. Javier de la Puerta

Final del partido en la crisis del euro. Hace unas semanas George Soros daba un plazo de tres meses para resolverla, antes de que Grecia nos sitúe otra vez al borde del abismo —el impago y la salida de la eurozona— cuando ya la misma economía alemana se vea arrastrada por la caída de la periferia, y Berlín sea incapaz de reaccionar. Ahora es España, la cuarta economía de la zona euro la que está al borde de la intervención total, gracias a una operación política del Banco Central Europeo (BCE) que nos rescata previa claudicación. Tras la última ración de auto-canibalización económica (65.000 millones en recortes que son otros tantos mordiscos a nuestra demanda interna, nuestra capacidad de crecimiento, nuestras necesidades sociales, nuestro futuro y nuestra dignidad) ni los mercados financieros ni las instituciones europeas ni nuestros socios en el euro ni, lo que es más, los mismos ciudadanos, concedían a nuestro país ni una mijita de energía económica o voluntad política propia. La tan celebrada victoria del eje Roma-Madrid-París sobre la intransigencia de Berlín, en el Consejo Europeo de junio, ha resultado ser un triunfo pírrico. Las “concesiones” arrancadas a la canciller Merkel —recapitalización directa de los bancos españoles (previa creación de una supervisión bancaria europea), luz verde al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE) para comprar bonos italianos y españoles (sujeta a “estricta condicionalidad”), y el esbozo de una futura Unión Bancaria— están siendo menos efectivas como cortafuegos del incendio financiero de lo que parecían en su momento. Ha sido necesario subcontratar al BCE una inyección monetaria de caballo para reavivar las constantes vitales de una periferia moribunda. En cambio, el coste político en Alemania —en términos de desgaste del Gobierno Merkel y de reducción de su margen de maniobra— es más elevado de lo que el resto de los europeos podemos permitirnos.


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