Jorge Fernández Menéndez
¿Se imagina usted a algún personaje
en México que haya sido durante cinco años consecutivos jefe de la
policía (en cualquier nivel, federal, estatal o municipal) y que deje el
cargo con más de 80% de aprobación? Ocurre en algunos países: sucedió
con William Bratton, el entonces jefe de la policía de
Nueva York, cuando redujo drásticamente las cifras de delitos en esa
ciudad (aunque las palmas se la llevó el entonces alcalde Rudy Giuliani), lo que le permitió a Bratton
(que había sido jefe de policía en Boston, antes de llegar a Nueva
York) ser contratado como jefe de policía en Los Ángeles, un cargo que
abandonó en 2009 y se ha convertido ahora, además de consultor privado,
en el asesor del premier David Cameron en Gran Bretaña, para la restructuración de las fuerzas policiales de ese país, labor por la que fue condecorado por la reina Isabel II apenas el año pasado.
Y algo similar, sin reina ni condecoración, ocurrió con el general Óscar Naranjo, quien fue durante cinco años el jefe de la policía nacional de Colombia. Naranjo dejó esa responsabilidad hace unos meses, con más de 36 años de carrera policial y con una aceptación mayoritaria de la población de su país. Es un hombre popular, reconocido por tener, al mismo tiempo, una mano policial muy firme combinada contalento
político y que jugó un papel preponderante en la desconstrucción de los
grandes cárteles de la droga y de las FARC. Es un hombre, además, de
toda la confianza de los servicios de seguridad de Estados Unidos, con
quienes trabajó en forma muy cercana en el contexto del Plan Colombia , tanto con la administración de Bush como con la de Barack Obama.
Durante la reciente campaña electoral, Enrique Peña Nieto designó a Naranjo como asesor en temas de seguridad. Al mismo tiempo, Naranjo aceptó el nombramiento de director de un centro de estudios de la ciudadanía que se hará público el próximo 21 de septiembre, un instituto impulsado por el Tecnológico de Monterrey, en cuya presentación participará, entre otros, el ex primer ministro británico Tony Blair.
Hace unos días, en La Razón, ese muy buen analista que es Fernando Escalante, se asombraba de que un ex jefe de la policía pudiera encabezar un centro de estudios ciudadanos. Y fuera del contexto general del crítico artículo de Escalante (que tiene muchos puntos acertados) no me parece tan descabellado que un ex jefe de policía, que se caracterizó por lograr el involucramiento de la gente con las tareas de seguridad en una nación que estaba siendo brutalmente azotada por la delincuencia de todo tipo, esté al frente de un centro de estudios ciudadanos. Uno de nuestras mayores deficiencias es la ausencia de la participación ciudadana en las tareas de seguridad. Una distancia que muchas autoridades se han ganado a pulso a lo largo de los años, pero que impide en otras ocasiones que se reconozcan esfuerzos positivos o que se establezca una sinergia entre la gente y los organismos de seguridad pública que aísle a los grupos criminales. Me parece que el binomio de derechos y responsabilidades de la ciudadanía no puede desligarse de una acertada política de seguridad.
Obviamente, con Peña Nieto, Naranjo no cumplirá con tareas operativas: es un asesor, pero un asesor que debe ser escuchado. No inventará el hilo negro: en seguridad nadie puede inventarlo, pero servirá, me imagino, para reafirmar convicciones que no pueden ser ajenas al próximo gobierno: fortalecer las instituciones, centralizar cuerpos policiales en la medida en que lo permita el marco constitucional y político del país, profesionalizar esas fuerzas y administrar los esfuerzos para obtener mejores resultados. Todo con la convicción de que lo que se requiere afianzar no son las estrategias, sino las políticas de seguridad.
Me parece que en un medio que suele estar tan contaminado como el de la seguridad, con tantos personajes que en realidad hablan mucho y saben muy poco, con políticos queriendo presumir de sapiencia en el tema, cuando sólo tienen intereses específicos o personales, la visión de Naranjo le puede ayudar y mucho a Peña Nieto.
Con un capítulo adicional: Naranjo fue designado ayer como parte de la comisión del gobierno de Colombia que encabezará el diálogo con las FARC, en busca del desarme y la reintegración social de ese grupo armado que lleva más de medio siglo en la guerrilla (y que en las últimas décadas decidió financiarse mediante el secuestro y el narcotráfico). Un grupo armado que, además, tiene viejas y sólidas relaciones de todo tipo con grupos mexicanos. No creo que esa labor distraiga a Naranjo de sus nuevas responsabilidades en México: por el contrario, lo acercará con nuevas visiones y propuestas.
Y algo similar, sin reina ni condecoración, ocurrió con el general Óscar Naranjo, quien fue durante cinco años el jefe de la policía nacional de Colombia. Naranjo dejó esa responsabilidad hace unos meses, con más de 36 años de carrera policial y con una aceptación mayoritaria de la población de su país. Es un hombre popular, reconocido por tener, al mismo tiempo, una mano policial muy firme combinada con
Durante la reciente campaña electoral, Enrique Peña Nieto designó a Naranjo como asesor en temas de seguridad. Al mismo tiempo, Naranjo aceptó el nombramiento de director de un centro de estudios de la ciudadanía que se hará público el próximo 21 de septiembre, un instituto impulsado por el Tecnológico de Monterrey, en cuya presentación participará, entre otros, el ex primer ministro británico Tony Blair.
Hace unos días, en La Razón, ese muy buen analista que es Fernando Escalante, se asombraba de que un ex jefe de la policía pudiera encabezar un centro de estudios ciudadanos. Y fuera del contexto general del crítico artículo de Escalante (que tiene muchos puntos acertados) no me parece tan descabellado que un ex jefe de policía, que se caracterizó por lograr el involucramiento de la gente con las tareas de seguridad en una nación que estaba siendo brutalmente azotada por la delincuencia de todo tipo, esté al frente de un centro de estudios ciudadanos. Uno de nuestras mayores deficiencias es la ausencia de la participación ciudadana en las tareas de seguridad. Una distancia que muchas autoridades se han ganado a pulso a lo largo de los años, pero que impide en otras ocasiones que se reconozcan esfuerzos positivos o que se establezca una sinergia entre la gente y los organismos de seguridad pública que aísle a los grupos criminales. Me parece que el binomio de derechos y responsabilidades de la ciudadanía no puede desligarse de una acertada política de seguridad.
Obviamente, con Peña Nieto, Naranjo no cumplirá con tareas operativas: es un asesor, pero un asesor que debe ser escuchado. No inventará el hilo negro: en seguridad nadie puede inventarlo, pero servirá, me imagino, para reafirmar convicciones que no pueden ser ajenas al próximo gobierno: fortalecer las instituciones, centralizar cuerpos policiales en la medida en que lo permita el marco constitucional y político del país, profesionalizar esas fuerzas y administrar los esfuerzos para obtener mejores resultados. Todo con la convicción de que lo que se requiere afianzar no son las estrategias, sino las políticas de seguridad.
Me parece que en un medio que suele estar tan contaminado como el de la seguridad, con tantos personajes que en realidad hablan mucho y saben muy poco, con políticos queriendo presumir de sapiencia en el tema, cuando sólo tienen intereses específicos o personales, la visión de Naranjo le puede ayudar y mucho a Peña Nieto.
Con un capítulo adicional: Naranjo fue designado ayer como parte de la comisión del gobierno de Colombia que encabezará el diálogo con las FARC, en busca del desarme y la reintegración social de ese grupo armado que lleva más de medio siglo en la guerrilla (y que en las últimas décadas decidió financiarse mediante el secuestro y el narcotráfico). Un grupo armado que, además, tiene viejas y sólidas relaciones de todo tipo con grupos mexicanos. No creo que esa labor distraiga a Naranjo de sus nuevas responsabilidades en México: por el contrario, lo acercará con nuevas visiones y propuestas.
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