Soberbia superlativa
A partir de la publicación de la obra de John
Rawls A Theory of Justice se ha desatado con mayor ímpetu el deseo
irrefrenable por manipular al ser humano con el pretexto de que hay
personas que tienen ventajas “no merecidas”. En primer lugar, debe
subrayarse que no merecemos haber nacido donde lo hicimos, ni con
nuestras respectivas características físicas e intelectuales, tampoco
merecemos nuestros ingresos ya que son en gran medida consecuencia de
las tasas de capitalización que producen otros y así sucesivamente, de
lo cual no se sigue que terceros se arroguen la facultad de quitarnos
esas situaciones (ni quitarnos la vida que en ningún caso merecemos).
Pero hay mucho más en este asunto. Las habilidades fruto de esfuerzo
personal (que Rawls excluye ya que centra su atención en las “naturales,
no merecidas” y no en las “adquiridas”) son el resultado de los
talentos naturales ya que nos proporcionan condiciones básicas del
carácter y las correspondientes potencialidades para adquirir lo que
adquirimos de modo que la separación se torna muy viscosa e imposible de
precisar.
En segundo término, nadie puede hacer un inventario de
talentos puesto que ex ante no se conocen (ni siquiera el propio sujeto
actuante ya que se van revelando a medida que se presentan las
oportunidades, las cuales pueden no surgir si hay una amenaza de
expropiar talentos). Tercero, en la medida en que no funcione el mercado
(cosa que es bloqueada por Rawls debido a su redistribución “para
compensar” diferentes talentos y por no considerar el derecho de
propiedad como parte de su “lista de libertades básicas”). No es posible
conocer tampoco los talentos ex post ya que si el mecanismo de precios
está adulterado no hay manera de evaluar y ponderar, tomemos por caso,
los talentos de un pianista frente a los de un panadero. Cuarto, la
división del trabajo opera en base a distintos talentos y, por
consiguiente, en la medida de su igualación tenderán a derrumbarse
dichas ventajas. Quinto, como apunta Thomas Sowell, las desigualdades
son multidimensionales y también hacen que ni siquiera el mismo sujeto
sea igual a si mismo de un día para otro con lo que la idea de la
manipulación al efecto de nivelar resulte de una complejidad astronómica
(además de contraproducente). Por último, aun suponiendo que estos
ejercicios pudieran llevarse a la práctica, las eventuales
“compensaciones” abren posibilidades a que se pongan de manifiesto
talentos para utilizarlas con lo que habría que compensar la
compensación en una secuencia sin fin.
Ya he apuntado antes que
Anthony de Jasay escribe en Market Socialism: The Square Circle que es
autodestructiva la tendencia a nivelar antes de que comience “la carrera
por la vida” al efecto de pulir ventajas no adquiridas por el corredor
puesto que, para ser consistente, habrá que nivelar nuevamente a la
llegada, de lo contrario la próxima carrera en la que participarán los
herederos mostrará nuevamente desigualdades “no ganadas” que deberán
limarse lo cual hace que la carrera misma carezca de sentido.
Es
que como señala C.S. Lewis en The Abolition of Man estas manipulaciones
del ser humano no solo revelan una arrogancia y una presunción del
conocimiento realmente abrumadoras sino que, como agrega el antes citado
Thomas Sowell en In Quest for Cosmic Justice, los planificadores de
vidas ajenas se arrogan la facultad de concebir una justicia
supraterrenal que nada tiene que ver con la clásica definición de
Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo” sino que se pretenden ubicar en al
rol de Dios en la Creación y en el día del Juicio Final, en cuyo
contexto se esgrime una idea de la justicia tan atrabiliaria como el
sostener que “es injusto” que llueva o que el sol aparezca por el este.
A
partir de Rawls han surgido otros destacados seguidores que escudriñan
lo propuesto desde diversos ángulos. Para limitarme dos de ellos, me
refiero a Ronald Dawrkin y a Lester Thurow, respectivamente en A Matter
of Principle y The Future of Capitalism. En el primer caso, el autor
dice que “Las personas no deben tener diferentes cantidades de riqueza
simplemente porque tienen diferentes capacidades innatas para producir
aquello que otros reclaman o aquellos cuyas diferencias aparecen
como consecuencia de la suerte. Esto quiere decir que la asignación del
mercado debe ser corregida para acercar a algunas personas en dirección a
que compartan una porción de los recursos que hubieran tenido si no
hubiera sido por aquellas diferencias de ventaja iniciales, de suerte y
de capacidad innata”.
Esta reflexión apunta a la tesis rawlsiana
con el agregado más explícito de la “corrección” al mercado por parte de
los aparatos estatales, lo cual necesariamente se traduce en la
distorsión de los precios relativos con lo que se malguían los
operadores económicos con el consiguiente consumo de capital que, a su
turno, disminuye salarios e ingresos en términos reales.
El
segundo autor, que trabaja en una línea argumental similar, es todavía
más directo y presenta el tema con mayor crudeza (y tengamos en cuenta
que ostenta los grados máximos en economía en Oxford y Harvard y enseña
esa asignatura en MIT): “el capitalismo sostiene que es el derecho de
los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del ámbito
comercial y dejarlos librados a la extinción económica. La eficiencia
capitalista consiste en la `supervivencia del más apto´ y las
desigualdades en el poder adquisitivo. Para decirlo de forma más dura,
el capitalismo es perfectamente compatible con la esclavitud”.
Ese
es la estación final en este recorrido: resulta que el sistema del
respeto recíproco que limita el abuso de poder es en verdad una
esclavitud. Por otra parte, entre los deslices conceptuales que surgen
en estas manías planificadoras se encuentra el del “darwinismo social”.
Un lugar común en estos ambientes pero que extrapola ilegítimamente de
la biología a las ciencias sociales. Como es sabido fue Bernard de
Mandeville con sus explicaciones sobre las ventajas de de evolución
cultural en libertad quien inspiró a Darwin. Ahora aparecen cientistas
sociales que toman la idea del pionero en el desarrollo de ideas
evolutivas circunscriptas a las ciencias naturales para aplicarlas a
otro campo con la enorme diferencia de que ni Mandeville ni Darwin
pensaron en aplicar las mismas consideraciones para uno y otro campo de
investigación sino que de sus estudios surgen claras diferencias. Es
decir, en el campo de la economía, al revés de lo que ocurre en la
biología, como una consecuencia no buscada, los más fuertes trasmiten
fortaleza a los más débiles vía las tasas de capitalización que se
traducen en mayores ingresos y salarios. Además, en ciencias sociales la
selección es de normas de convivencia en un proceso evolutivo de
aprendizaje y no de selección de especies.
En todo caso, como ha
titulado Friedrich Hayek su última obra, se trata de una “arrogancia
fatal” la de pretender re-moldear la naturaleza humana a través de
manipulaciones que se internan en intrincados vericuetos llenos de
contradicciones y acechanzas. He escrito antes que mi
ensayista-cuentista favorito Giovanni Papini sostiene que la mayor parte
de los problemas del hombre provienen de la soberbia, la pretensión de
“ser como dioses” con las consecuencias que están a la vista, provocadas
por los tristemente célebres megalómanos del momento.
Y la
soberbia no es solo en el plano mencionado sino que se extiende a otros
rincones, uno se refiere a las predicciones de los econometristas,
profesión que se dice Dios la creó para no dejar tan mal parados a los
metereólogos. Otro plano puede representarse con el gran escritor
Alejandro Dumas (padre) al que Auguste Maquet fabricó parte de sus obras
sin aparecer, lo cual se ilustra cuando aquel le pregunta a su hijo si
había leído su última novela a lo que Alejandro Dumas (hijo) le responde
“si la he leído ¿y tu lo hiciste?”.
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