07 septiembre, 2012

¿Y el estadista que necesitamos?



¿Y el estadista que necesitamos?

Luis Soto

Ya en su condición de presidente electo, Enrique Peña Nieto ha pronunciado dos discursos que pudieron haber sido importantes pero que se quedaron a medio camino entre lo bueno y lo malo, apuntan los observadores políticos objetivos e imparciales.

La primera de esas declaraciones la hizo el mexiquense el viernes 31 de agosto, día en que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación declaró la validez de la elección y extendió la constancia de presidente electo. En esa ocasión, el discurso de Peña Nieto fue una innecesaria reiteración de todo lo que había dicho cientos de veces durante la campaña electoral. Dio la impresión el futuro residente de Los Pinos de estar todavía anclado en la búsqueda de los votos.


La segunda oportunidad que desperdició el acorazado de Atlacomulco fue el martes 4 de septiembre, al dar a conocer al multitudinario grupo del llamado "equipo de transición" que se encargará de coordinarse con los funcionarios del gobierno calderonista para que unos entreguen y otros reciban la vajilla de Los Pinos... con uno que otro plato roto.

Ese día, Peña Nieto se encargó de leer una aburrida lista de nombres y cargos de sus colaboradores, y lo más destacado que dijo fue que no se atrevan a pensar que los hombres y mujeres designados para la tarea de la transición también formarán parte del próximo gabinete.


Ni una palabra que justificara la presencia del presidente electo en ese acto de simple trámite cuasiburocrático. Para eso, hubiese sido suficiente que la presentación la hicieran los dos coordinadores generales del equipo: Luis Videgaray Caso y Miguel Ángel Osorio Chong.

Si Enrique Peña Nieto considera que en política la forma es fondo, haría bien en modificar sus discursos postelectorales, porque ahora lo verdaderamente trascendente es que sus mensajes dejen atrás las promesas o compromisos del candidato y se concentren en un par de aspectos, a cual más importante:



Por una parte, ratificar a los ciudadanos que votaron por él que hicieron lo correcto, y por la otra, convencer a los millones que votaron por otras candidaturas de que él cumple a plenitud las características de un hombre a la altura de su próximo destino y que será no solamente un presidente más, de los que hemos tenido muchos, sino un estadista, que es lo que la nación pide a gritos.

¿Sería demasiado pedir que el presidente electo formara un equipo interdisciplinario de auténticos intelectuales, escritores, filósofos, sociólogos y politólogos, que dieran forma a sus próximos discursos y lo ayudaran a transmitir sus ideas a la sociedad en un lenguaje menos trillado, reiterativo, plano y avejentado?

La historia, agregan los observadores, proporciona buenas lecciones y ejemplos a seguir. Un caso destacado fue la preparación del discurso de toma de posesión del presidente de Estados Unidos John F. Kennedy.

Existe consenso desde entonces de que la forma y el fondo de la pieza oratoria que Kennedy pronunció el 20 de enero de 1961 son modelo de profundidad, visión de Estado, altura de miras y uso impecable y hasta poético del idioma.

¿Era el trigésimo quinto presidente estadounidense un gran orador? Sí, pero no era tan extraordinario como se mostró en el discurso mencionado. La razón de que el texto resultara fuera de lo común fue sencilla:



Una vez que John F. Kennedy ganó las elecciones el 8 de noviembre de 1960, su equipo de asesores preparó cartas para los más destacados intelectuales, científicos, artistas, escritores, poetas, pensadores y periodistas del país, en las que el propio presidente electo solicitaba el envío de uno o dos párrafos con ideas o sugerencias que esos excepcionales hombres y mujeres consideraran que deberían de incluirse en el discurso de toma de posesión.

La respuesta fue unánime, y después los redactores de discursos de Kennedy se encargaron de conjuntar las aportaciones externas con las ideas del propio presidente, con el magnífico resultado que todos conocemos.

¡Quien tenga oídos, que escuche!




Agenda previa

El otro "trinquete azucarero" que según el secretario de Agricultura, Francisco Mayorga, también se consumó, fue la deuda y finiquito que el gobierno federal tenía con el Grupo Santos (a quien también le expropiaron sus ingenios en 2001, pero se los regresaron hace varios años).



Santos adeudaba a la extinta Finasa unos 400 millones de dólares, pero al mismo tiempo el gobierno le debía a Santos otros miles de millones de pesos por la indemnización y por otras "transas" que hizo la banda del señor "Lino Corleone" en el sexenio de Fox, y algunas más en la actual administración, realizadas por un secretario de Estado que le entregó a un industrial refresquero varios millones de "verdes" porque según él, un juez se lo había ordenado.

El gobierno federal demandó a Grupo Santos y éste contrademandó al gobierno en un juicio que duró más de un lustro. En cierta ocasión, según informes proporcionados al columnista, el mismo presidente Felipe Calderón ordenó que se ejecutaran todas las acciones legales contra Santos (padre e hijo), pues le hicieron creer que el gobierno había ganado los juicios.



Para no hacerles el cuento largo, nunca pudieron ejercer ninguna acción legal en contra de tan desprestigiada familia regiomontana; a lo que sí llegaron, según Mayorga, fue a un arreglo (bajo el agua, sospechan algunos) "en donde ambos quedamos satisfechos", dijo el funcionario.

De esta forma, la administración calderonista pretende poner punto final a la expropiación de los ingenios que decretó Vicente Fox en septiembre de 2001, y que la Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró inconstitucional años después. Hay que recordar que las fábricas azucareras expropiadas dejaron al gobierno federal varios cientos de miles de millones de pesos por la comercialización del "polvito blanco".



A la fecha nadie sabe dónde está esa lana. Y para que no se investigue, pues mejor cierran los fideicomisos que las operaban, venden los negocios, y todos gritan ¡Viva México! ¡Viva el Año de Hidalgo! Y también el de Carranza porque el de Hidalgo ya no alcanza. ¡Viva la cultura de la transa que Calderón propuso desterrar! ¡vivaaaa!

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