04 octubre, 2012

De cómo ya comenzó el divorcio de la izquierda

Leo Zuckermann

Apropósito del lamentable fallecimiento del gran historiador marxista Erik Hobsbawn, Javier Tello recordaba el dilema imperdurable de la izquierda mundial: seguir la línea moderada y negociadora del Frente Popular francés o la radical revolucionaria de los bolcheviques rusos.¿León Blum o León Trotsky? ¿Buscar la equidad de la sociedad a través del reformismo dentro de las instituciones democráticas o levantarse en armas para derribar dichas instituciones?


Ha sido un dilema cotidiano desde que existe la izquierda. México no es la excepción. Tan sólo hay que ver lo ocurrido estos días con respecto a la reforma laboral en el Congreso. Una parte de la izquierda estuvo dispuesta a negociar con el PAN para sacar adelante las disposiciones relacionadas con la democratización y transparencia de los sindicatos, agenda que, hasta hace poco, enarbolaba la izquierda como una manera de atacar el sindicalismo charro del PRI. Otra parte, sin embargo, no quiso saber absolutamente nada de reformas y, fieles a su estilo, tomaron la tribuna para obstaculizar el proceso legislativo. Son dos posturas encontradas que conviven en la izquierda mexicana: la del diputado Fernando Belaunzarán y la del diputado Martí Batres.
Más allá del Congreso, tenemos a políticos como Graco Ramírez, el nuevo gobernador de Morelos, dispuesto a negociar con quien sea para sacar adelante una agenda de izquierda en su estado, y tenemos rebeldes como el subcomandante Marcos que se fue a hacer la revolución a Chiapas.
¿Dónde se encuentra López Obrador en este espectro? De acuerdo a su conveniencia, se inclina hacia un lado o hacia el otro. Permanentemente vive en la semilealtad con las instituciones democráticas. Todo con el objeto de aglutinar a los grupos tan divergentes de la izquierda.
De esta forma, hoy conviven en la izquierda mexicana tres grupos: los socialdemócratas moderados, donde están políticos como Marcelo Ebrard, Miguel Ángel Mancera, Gabino Cué y Graco Ramírez; los revolucionarios que están en la clandestinidad en la sierra, como los del EPR, u organizados dentro de algunas universidades, y los semileales, las veletas que navegan según qué viento les favorezca, donde están los que fielmente siguen a López Obrador.
Hace un año, cuando la izquierda estaba a punto de decidir quién sería su candidato presidencial, cuestionaba si no había llegado la hora de que socialdemócratas y semileales se divorciaran (los revolucionarios, que en realidad son escasos y poco visibles, están, por definición, fuera de las instituciones democráticas). Y es que los pleitos y diferencias entre estos dos grupos eran cada vez más evidentes y estridentes. Pero no se divorciaron. Por el contrario, decidieron ir juntos en las elecciones de este año con López Obrador como su candidato. La unión, hay que reconocerlo, les funcionó. Fue factor clave para convertirse en la segunda fuerza política del país. Pero, terminando los comicios, comenzaron de nuevo las divisiones y los pleitos entre los que querían negociar con el nuevo gobierno de Peña Nieto y los que lo desconocían como Presidente.
Al parecer, ahora sí se divorciarán. El anuncio de AMLO de separarse de los tres partidos que lo apoyaron, para formar uno nuevo, a partir de su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), apunta hacia esa dirección. Y, como en todo divorcio, lo que sigue es lo más delicado: la repartición de los hijos y los activos de la familia. ¿Cuántos militantes del PRD, el PT y el MC se pasarán a Morena? ¿Cuántos diputados y senadores tendrá AMLO bajo su control? ¿Habrá gobiernos estatales o municipales que se pasen al bando de la semilealtad?
No va a ser nada sencillo. Ya tuvimos una probadita la semana pasada en la Cámara de Diputados. Pero, con todo, creo que el divorcio es lo más saludable para la izquierda.
Después de la transición a la democracia en España, la izquierda de allá se dividió en dos partidos. Por un lado, quedó la corriente más centrista en el PSOE, bajo el liderazgo de Felipe González. Por el otro, se unieron siete de las corrientes más radicales, identificadas con el comunismo, en torno a IU, liderados por Julio Anguita. El divorcio permitió que el PSOE eventualmente ganara y gobernara el país con mucho éxito. IU, en cambio, casi desapareció.
Lo que hoy no queda claro en México es, después del divorcio, cuál será el ala de la izquierda que prevalezca: ¿La socialdemocracia o la semi-lealtad? ¿Mancera o AMLO? ¿Ríos Píter o Padierna?

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