30 octubre, 2012

Después del éxito obtenido, ¿qué sigue ahora? ¿San Lázaro y el Senado, y una embajada?

Después del éxito obtenido, ¿qué sigue ahora? ¿San Lázaro y el Senado, y una embajada?

Con su conducta, a años luz de la que tendría el verdadero revolucionario, sólo refuerzan al enemigo que dicen combatir.

Ángel Verdugo
Después de ver el éxito obtenido por el grupo de vándalos que tomó —con una impunidad que debería avergonzarnos— las oficinas de la representación del estado de Michoacán en el Distrito Federal como émulos baratos (versión Conasupo) de Edén Pastora, el Comandante Cero, las preguntas surgieron al bote pronto, ¿qué sigue ahora? ¿Dónde será la siguiente “acción revolucionaria” de este grupo, expresión acabada del lumpen proletariat que Marx definiera con precisión?


La impunidad, cobijada y estimulada por una clase política miope y cobarde, cobra hoy facturas acumuladas durante decenios. Empantanada en el error histórico de equiparar su obligación primera de hacer respetar la ley con la represión, nos ha llevado a la situación que todo el mundo condena en privado pero en público, nadie criticarla y mucho menos exige que se haga respetar la ley.
El afán de querer quedar bien con todos para verse modernos, democráticos y respetuosos de “las manifestaciones populares”, nos ha colocado en una situación que pone en peligro la estabilidad política y amenaza la imagen del país como destino seguro para invertir.
Hoy, nadie distingue entre lo legal y la violación flagrante de la ley; llegamos, merced a una política de condescendencia y abdicación total y vergonzosa de la obligación de hacer que se respete la ley, a una situación de violencia y anarquía, propia de un Estado fallido.
La experiencia en varios países más lo visto aquí desde mediados de los años ochenta del siglo pasado, demuestra que una conducta como la nuestra desde esos años, sólo conduce a un endurecimiento de las condiciones políticas; el Estado, acosado por la impunidad rampante y omnipresente, recurre a todo para combatir la ilegalidad y empezar a vivir, como debe ser, dentro del respeto pleno de la ley.
Los integrantes del lumpen, cubiertos con el desgastado disfraz de guerrilleros de pavimento que popularizó el subcomediante Marcos, irrumpen en edificios públicos y propiedades privadas y los dañan en la mayor de las impunidades; con su conducta, a años luz de la que tendría el verdadero revolucionario, sólo refuerzan al enemigo que dicen combatir.
Estos grupos del lumpen, son fácilmente manipulables y sirven, más que para “destruir a la burguesía”, para perpetuar la explotación y el atraso que dicen combatir. El resultado único de su “lucha revolucionaria”, es la exigencia al gobierno por parte de sectores amplios de la sociedad, para que detenga esta espiral descendente que sólo conduce a la anarquía. ¿Eso quieren sus patrocinadores?
¿Qué sigue ahora? ¿Se conformarán estos “revolucionarios” con tomar las oficinas de la representación de algún otro gobierno estatal “fascista”, o dada la complicidad de las autoridades del Gobierno del DF, escalarán sus acciones? ¿Tomarán San Lázaro y el Senado de la República y alguna embajada, para graduarse de revolucionarios con todos los honores? ¿Cuándo veremos actuar a la autoridad, para hacer que la ley sea respetada? ¿Cuándo actuará para que se respeten las reglas que norman una convivencia civilizada?
¿Acaso lo que esperamos y deseamos, dada la complicidad de las autoridades como ha sucedido en otros países con la formación de grupos paramilitares o escuadrones de la muerte, es que la sociedad se haga justicia por su propia mano? ¿De eso se trata esta evasión cobarde —casi de locura— de la autoridad? ¿Eso buscan los que hoy eluden su responsabilidad?

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