El cadáver perfecto
Nadie en sus cinco sentidos cree
cualquiera de las versiones que circulan sobre el levantón o la desaparición
del cadáver de Heriberto Lazcano Lazcano, alias “El Lazca” de una funeraria de
Sabinas, Coahuila.
Ramón Alberto
Garza
Solo
en México sucede que los guiones de capos y de políticos de la vida real
superan a los de las telenovelas. Pregúntele a Genaro García Luna.
Nadie
en sus cinco sentidos cree cualquiera de las versiones que circulan sobre el
levantón o la desaparición del cadáver de Heriberto Lazcano Lazcano, alias “El
Lazca” de una funeraria de Sabinas, Coahuila.
Para
que la versión original fuera creíble tendrían que explicarse tres
circunstancias.
La
primera, que los Marinos que abatieron la gran capo Zeta no tenían la menor
idea a quién confrontaban. Que
fue un chiripazo. Corren incluso versiones de que El Lazca se
suicidó, antes de dejarse atrapar.
La
segunda, que en un acto de irresponsabilidad las autoridades abandonaron en la
funeraria, sin la
debida custodia, los cadáveres de los capos –incluido El
Lazca– todavía no identificados.
Y
tercera, por qué tardaron casi un día para dar a conocer el parte de guerra con
el tímido pronunciamiento de los “indicios” de que alguien que creían era El
Lazca había sido abatido por la Marina.
El
proceso y su comunicación nacieron sucios, se contaminaron y una vez más las
autoridades tienen que salir a
explicar lo inexplicable, lo increíble: Les robaron la evidencia.
Suele
suceder en casi todas las grandes capturas o en los crímenes de Estado.
Que
si podrían capturarlo vivo, pero lo rafaguearon para que no hablara.
Que
si le hacían una cirugía y se les quedó en la plancha. Que si fue abatido en
una plaza pero el cuerpo presentado no correspondía.
Que
si Mario Aburto es el original o nos dieron la copia. Que se nos perdió y nunca
encontramos a Manuel Muñoz Rocha.
A
las autoridades mexicanas se
les escapan “los vivos” como El Chapo y se les escapan “los muertos” como El
Lazca.
Pareciera
que alguien buscara distraernos para que cuestionemos todo, menos aquello que
de verdad deberíamos de estar preguntándonos.
¿Fue
confrontación como dijeron en un principio, fue un cateo accidental en un juego
de beisbol, o fue un suicidio?
¿Es
o no es casual que los dos crímenes más sonados de esta semana –el del hijo de
Humberto Moreira y el de El Lazca– hayan ocurrido en Coahuila?
¿Existe
o no relación? ¿Hay o no causa-efecto? ¿Es una lamentable coincidencia? ¿O es
la Ley del Talión de los narcos para las autoridades y de las autoridades para
los narcos?
¿Quién
exportó de Hidalgo a Coahuila el andamiaje de protección al principal y más
sanguinario de los jefes Zeta?
¿Acaso
estamos ante un montaje más para esconder la entrega de un testigo protegido a
las autoridades mexicanas o norteamericanas?
¿Son
casuales o premeditadas las capturas en solo 30 días de las dos cabezas del
Golfo –Mario Cárdenas Guillén y El Coss– así como de los tres jefes zetas –El
Talibán, La Ardilla y El Lazca–?
¿Era
este un paso indispensable para consolidar
el dominio de El Chapo en el Pacífico y el Z40 en el Golfo? ¿O
van por el último de los jefes Zeta?
¿Acaso
estamos en la ruta perfecta para la consumación del último de los monopolios?
¿Para quién?
¿Era
este el final que Genaro García Luna le escribió a Felipe Calderón cuando le
vendió la guerra contra el narco?
¿Altera
este ajuste de cuentas la estrategia de seguridad que trae bajo el brazo el
nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto?
Está
claro que existen más
preguntas que respuestas. Y está más claro que nos siguen distrayendo con los
títeres mientras que detrás del telón retozan los titiriteros.
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