El mensaje y los límites
La lección del infame asesinato de
José Eduardo Moreira solo viene a reconocer que el crimen organizado perdió
desde hace tiempo el sentido de los límites. Que todo es posible en un
territorio que hoy le tocó a Coahuila, pero que mañana puede ser cualquier
otro.
Ramón Alberto
Garza
José
Eduardo Moreira no traía camioneta blindada. Tampoco guardias o escoltas que lo
protegieran. Lo emboscaron y lo ejecutaron. Le dieron dos tiros de gracia.
Unos
dicen que para ser el hijo de Humberto Moreira, el exgobernador de Coahuila y
del expresidente nacional del PRI, andaba muy solitario y al descubierto en una
ciudad como Acuña.
Otros
responden que la ausencia de blindaje y guardias solo refleja que el joven de
25 años no sentía la
necesidad de cuidarse de nada ni de nadie. Que viajaba ligero
de equipaje y que no transportaba temores.
Tenía
poco de haber iniciado su familia. Gozaba apenas con una hija de siete meses.
Quienes lo conocieron lo referían como un muchacho lleno de vida, con empuje,
idealista y altruista.
Promovía
programas sociales en la región norte de Coahuila. Hacía méritos porque buscaba
cumplir su sueño de ser presidente municipal de su ciudad.
Por
eso su muerte impactó en Acuña, en Coahuila y en México. Porque esta ejecución
refrendó que el crimen organizado no tiene límites para lograr sus oscuros
propósitos.
Está
claro que si analizamos las formas, se trata de un asesinato con toda la
intención de enviar un mensaje. Lo que no está claro es el fondo. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿A quién?
Hay
quienes advierten que al crimen organizado no le gustaban las prácticas del gobernador
Rubén Moreira de cerrar casinos, tables, garitos, bingos y carreras de
caballos. Que les estaban tocando “sus negocios”. Que ya no había donde cobrar
piso. Puede ser.
Algunos
más dicen que son represalias por la captura en Coahuila de Omar Treviño
Morales, “El Z-42”, hermano de Miguel Ángel, el legendario “Z-40”. En la
refriega de la captura habrían muerto un puñado de Zetas y eventualmente el
hermano del capo.
Pero
de eso a que el mensaje fuera escrito con plomo en la vida de un joven que nada
tenía que ver ni con la clausura de casinos y tables, ni con la captura de los
capos, hay una enorme distancia.
El
crimen de José Eduardo Moreira viene a violentar una regla no escrita. La de no
involucrar a familiares inocentes en las confrontaciones, sean entre cárteles o
sean entre autoridades y capos del crimen organizado.
Y
trascendiendo que los ejecutores dejaron un mensaje dirigido no al padre de la
víctima, sino a su hermano el gobernador Rubén Moreira, podría ser que la
ejecución del sobrino viene a ser apenas el comienzo de algo todavía más
violento.
La
lección de este infame asesinato solo viene a reconocer que el crimen
organizado perdió desde
hace tiempo el sentido de los límites. Que todo es posible en
un territorio que hoy le tocó a Coahuila, pero que mañana puede ser cualquier
otro.
Que
la siembra del terror avanza
implacable por encima de los cadáveres de los miles y miles de José Eduardo
caídos en esta absurda, torpe, fallida y muy sangrienta guerra contra el crimen
organizado emprendida por Felipe Calderón.
El
mensaje va más allá de los Moreira. Es para cada uno de los gobernadores que se
atrevan a tocar o trastocar los intereses de un crimen organizado que se sabe y se siente superior al
Estado en el manejo del uso de la violencia.
¿Algún
gobernador se atreverá a cerrar casinos o a detener capos o a sus familiares
involucrados en sus operaciones después de ver el asesinato de José Eduardo
Moreira? Sí, solo si la familia y los hijos están bien resguardados
allende las fronteras mexicanas.
Y
si lo duda pregunten por qué el Estado Mayor recomendó ayer al presidente
electo Enrique Peña Nieto y al gobernador Rubén Moreira no asistir al funeral
del hijo del amigo, del sobrino. Nadie
le garantiza hoy nada a nadie.
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