Elba y Romero lo consiguieron
Elba Esther Gordillo y Carlos Romero
Deschamps fueron ratificados por seis años más. Serán los poderosos líderes del
magisterio y de los petroleros hasta que venga el sucesor de Peña Nieto.
Ramón Alberto
Garza
La
opinión pública se
sacudió el pasado fin de semana cuando se conocieron, casi
simultáneamente, las reelecciones de los dos más importantes líderes sindicales
de México.
Elba
Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps fueron ratificados por seis años más.
Serán los poderosos líderes del magisterio y de los petroleros hasta que venga
el sucesor de Peña Nieto.
El
aparato electoral del SNTE y la chequera electoral del sindicato de Pemex se
mantienen tan incólumes como los rediseñó Carlos Salinas en 1988.
Son
los que apoyaron los triunfos de Fox en el 2000 y el de Calderón en el 2006. Por eso con el panismo también fueron
intocables.
Pero
vino la largamente pospuesta reforma laboral. La que se venía aplazando desde
el sexenio de Ernesto Zedillo y que tampoco se pudo consumar en el de Fox.
Peña
Nieto la pactó con Calderón. O viceversa, es lo de menos.
El
hecho es que el nuevo gobierno de la renovada transición, al que el primero de
diciembre le devuelven las llaves de Los Pinos que le prestaron al PAN en el
2006, quería entrar sin exabruptos laborales. Con el terreno pavimentado.
Pero
fuera ideado por el que se va o por el que llega, por ambos o por un tercero,
el hecho es que el script falló. Y algunos con más colmillo que otros lo intuyeron
oportunamente.
Por
eso se aceleraron las reelecciones de Gordillo y Romero Deschamps. Para vacunar
a los dos más poderosos sindicatos frente a la eventualidad de que la nueva ley
exigiera transparencia, pero sobre todo democracia sindical. No se podían correr riesgos.
Con
lo que no contaron los diseñadores de esta operación política es que las formas fueron torpes e
insultantes en momentos en que México presume de que va por la
modernidad postergada.
Tan
torpes, que la reforma laboral –sin transparencia ni democracia sindical– ya
había sido aprobada en la Cámara de Diputados que opera Manlio Fabio Beltrones.
El PRI y el PAN hicieron mancuerna y consiguieron pasarla así.
Pero
el desprecio a la
inteligencia del pasado fin de semana propició que los
legisladores panistas se rebelaran y se sumaran a la exigencia de los
progresistas del PRD, PT y Convergencia.
Y
de súbito el jefe supremo del Senado, Emilio Gamboa, se encontró con un bloque
mayoritario de 67 progresistas, panistas y panales frenando los compromisos de
61 priistas y sus anexos verdes.
Después
de largas sesiones los tricolores se vieron contra la pared. Y no tuvieron otra que aceptar el
articulado que exige transparencia y rendición de cuentas.
Mantienen en veremos lo de la democracia sindical.
Pero
el golpe ya se había asestado. La nueva reforma laboral debía ser devuelta a la
Cámara de Diputados para una nueva discusión. Su carácter expedito de
iniciativa preferente, se evapora.
Hoy
amanecemos con el cambio de 180 grados en la línea originalmente esperada para
la reforma laboral. Ni
Peña Nieto, ni Calderón, ni el PRI, pudieron sostenerse en lo que prometieron.
La
gran lección es que la aprobación de las reformas dista mucho de ser miel sobre
hojuelas. El poder legislativo está mostrando pesos y contrapesos. Aun dentro
del binomio Beltrones-Gamboa.
Y
la devolución de la reforma laboral a los diputados ratifica que eran fundados los temores de Gordillo
y Deschamps. Había que acelerar su reelección.
Si
en el remoto caso de que los diputados se convencieran de pasar la democracia
sindical como una obligación,
no sería retroactiva. Los maestros y los petroleros tienen
líder hasta el 2018.
Alguien
ya inhibió a Peña Nieto de dar un “Quinazo”. Al menos contra ellos, no será. ¿De quién es el poder?
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