24 octubre, 2012

Elba y Romero lo consiguieron



Elba y Romero lo consiguieron

Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps fueron ratificados por seis años más. Serán los poderosos líderes del magisterio y de los petroleros hasta que venga el sucesor de Peña Nieto.

Ramón Alberto Garza

La opinión pública se sacudió el pasado fin de semana cuando se conocieron, casi simultáneamente, las reelecciones de los dos más importantes líderes sindicales de México.
 
Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps fueron ratificados por seis años más. Serán los poderosos líderes del magisterio y de los petroleros hasta que venga el sucesor de Peña Nieto.

 
El aparato electoral del SNTE y la chequera electoral del sindicato de Pemex se mantienen tan incólumes como los rediseñó Carlos Salinas en 1988.


Son los que apoyaron los triunfos de Fox en el 2000 y el de Calderón en el 2006. Por eso con el panismo también fueron intocables.


Pero vino la largamente pospuesta reforma laboral. La que se venía aplazando desde el sexenio de Ernesto Zedillo y que tampoco se pudo consumar en el de Fox.


Peña Nieto la pactó con Calderón. O viceversa, es lo de menos. 


El hecho es que el nuevo gobierno de la renovada transición, al que el primero de diciembre le devuelven las llaves de Los Pinos que le prestaron al PAN en el 2006, quería entrar sin exabruptos laborales. Con el terreno pavimentado.


Pero fuera ideado por el que se va o por el que llega, por ambos o por un tercero, el hecho es que el script falló. Y algunos con más colmillo que otros lo intuyeron oportunamente.


Por eso se aceleraron las reelecciones de Gordillo y Romero Deschamps. Para vacunar a los dos más poderosos sindicatos frente a la eventualidad de que la nueva ley exigiera transparencia, pero sobre todo democracia sindical. No se podían correr riesgos.


Con lo que no contaron los diseñadores de esta operación política es que las formas fueron torpes e insultantes en momentos en que México presume de que va por la modernidad postergada.


Tan torpes, que la reforma laboral –sin transparencia ni democracia sindical– ya había sido aprobada en la Cámara de Diputados que opera Manlio Fabio Beltrones. El PRI y el PAN hicieron mancuerna y consiguieron pasarla así.


Pero el desprecio a la inteligencia del pasado fin de semana propició que los legisladores panistas se rebelaran y se sumaran a la exigencia de los progresistas del PRD, PT y Convergencia.


Y de súbito el jefe supremo del Senado, Emilio Gamboa, se encontró con un bloque mayoritario de 67 progresistas, panistas y panales frenando los compromisos de 61 priistas y sus anexos verdes.


Después de largas sesiones los tricolores se vieron contra la pared. Y no tuvieron otra que aceptar el articulado que exige transparencia y rendición de cuentas. Mantienen en veremos lo de la democracia sindical.


Pero el golpe ya se había asestado. La nueva reforma laboral debía ser devuelta a la Cámara de Diputados para una nueva discusión. Su carácter expedito de iniciativa preferente, se evapora.


Hoy amanecemos con el cambio de 180 grados en la línea originalmente esperada para la reforma laboral. Ni Peña Nieto, ni Calderón, ni el PRI, pudieron sostenerse en lo que prometieron.


La gran lección es que la aprobación de las reformas dista mucho de ser miel sobre hojuelas. El poder legislativo está mostrando pesos y contrapesos. Aun dentro del binomio Beltrones-Gamboa.


Y la devolución de la reforma laboral a los diputados ratifica que eran fundados los temores de Gordillo y Deschamps. Había que acelerar su reelección. 


Si en el remoto caso de que los diputados se convencieran de pasar la democracia sindical como una obligación, no sería retroactiva. Los maestros y los petroleros tienen líder hasta el 2018. 
Alguien ya inhibió a Peña Nieto de dar un “Quinazo”. Al menos contra ellos, no será. ¿De quién es el poder?

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