El mérito de Humberto Moreira es el mismo que el de
Martín Fierro. No radica en haber descubierto la existencia de empresarios
convertidos en millonarios mediante vínculos financieros con
narcotraficantes. Estriba en haberlo dicho. En haber emulado al gaucho y
relatado, a su modo, “males que conocen todos, pero que nadie contó”.
Se comprende el transe que atraviesa el ex líder nacional del PRI y se
respeta su infinito dolor de padre. Pero abierta por él mismo la discusión
pública en torno a los testaferros del narco en el mundo empresarial, vale
señalar lo tardío de su denuncia y la ausencia de nombres y apellidos en la
misma.
Hasta donde se recuerda, ningún señalamiento y menos aun alguna acción
concreta realizó Moreira en sus tiempos de influyente político, en especial
durante su paso por el gobierno de Coahuila, para combatir el fenómeno que
ahora devela.
En descargo del ex mandatario, no obstante, debe decirse que el mutismo en
torno al curso del dinero proveniente del negocio de las drogas, no ha sido
privativo de él sino de toda la clase política y gobernante, incluidos en
ésta los más altos funcionarios públicos y los más poderosos empresarios.
Un río de oro que autoridades mexicanas calculan en unos 10 mil millones de
dólares al año, la ONU en alrededor de 20 mil millones y agencias del
gobierno estadunidense hasta en 40 mil millones, extrañamente ingresa al
circuito financiero sin ser detectado por funcionario, banquero o dirigente
empresarial alguno.
La copiosa retórica engañabobos del presidente Felipe Calderón, repetida
hasta la náusea por los miembros del gobierno y propalada con aturdidora
estridencia por el aparato que les hace eco, ha enraizado la idea de que
este fabuloso caudal de recursos se agota en las mansiones de ensueño, los
autos de lujo, las joyas, las pistolas con cacha de oro macizo y otras
chabacanerías de capos excéntricos.
A juzgar por las acciones del gobierno calderonista, el inmenso producto
del tráfico de drogas se ha quedado, asimismo, en manos de narcomenudistas
o de campesinos orillados por la necesidad u obligados por la delincuencia
a sembrar estupefacientes.
Ni por error las autoridades han insinuado siquiera lo que hasta el sentido
común permite suponer, que el dinero en greña del crimen organizado
conforma algunas de las más respetables fortunas del país.
A decir de Humberto Moreira existen “personajes ‘de la sociedad’ que han
pasado de tener un mediano ingreso a ser ahora muy ricos, y además no lo
esconden”.
Son empresarios a quienes él llama “cerdos” y de quienes afirma que se
hacen pasar por gente bien y hasta tienen reconocimiento; se codean con la
sociedad haciéndose pasar por santones, dándose golpes de pecho, y
asumiendo posiciones de autodefensa para no ser descubiertos.
Es una lástima que el ex gobernador no les hubiera puesto nombre y apellido
a personajes cuya semblanza bosquejó con tanta maestría. En todo caso, José
Antonio Meade, Bruno Ferrari, Alejandro Poiré y por supuesto Marisela
Morales, Genaro García Luna, Guillermo Galván y Francisco Sáynez tienen la
responsabilidad de indagar acusaciones tan puntuales.
En medio del duelo insoportable por el asesinato de su hijo José Eduardo,
el ex líder nacional del PRI exige con razón que la investigación en torno
de este caso sea “el inicio para que busquen en cada estado ¿quiénes han
tenido relaciones con ellos?”. Es decir, para emprender ya investigaciones
en todo el país en torno a los narcoempresarios.
Por lo que atañe a Coahuila, Moreira ha dado pistas que hasta el menos
avezado de los investigadores podría seguir con éxito.
Si una muy conveniente miopía les ha impedido a los colaboradores de
Calderón descubrir la montaña de dinero que lavan los representantes
financieros del narco, ahora saben por Moreira que deberían asomarse al
sector de la minería.
La información develada por el ex gobernador resulta novedosa para los
mexicanos del común. Mas si nos atenemos a lo dicho por el ex mandatario,
es conocida desde hace rato por los integrantes del gabinete presidencial.
“No solamente lo advertí, le di información concreta durante mucho tiempo”,
dijo el ex dirigente priista en su entrevista al diario Vanguardia, de
Saltillo, refiriéndose a si informó a la Federación sobre las andanzas del
narco en su tierra, en sus tiempos de gobernador.
“Si te refieres a que llevé información precisa, llevé todo”, le dijo
además Moreira a su entrevistador. Algo que, de ser cierto y si el gobierno
federal baja de las nebulosas, le da sentido a la ruda advertencia del
dolido ex gobernador a los narcoempresarios: “¡Cerdos, pónganse a
temblar!”.
Las declaraciones del polémico priista agitaron al empresariado
coahuilense. Héctor Horacio Dávila, presidente de la Asociación de Hoteles
y Moteles, se dijo preocupado, porque en lo sucesivo será menester saber “a
quién tenemos al lado y quiénes son nuestros amigos”.
El empresario Armando Guadiana Tijerina pidió pruebas, nombres y
ubicaciones, y demandó a las autoridades de los tres órdenes de gobierno
“investigar y hacer justicia”. Y el dirigente de comerciantes, César
Valdés, dijo que todos los sectores de la sociedad corren el riesgo de
verse involucrados con el narcotráfico.
Formalmente nadie conoce la identidad de los empresarios del narco y ni
siquiera ha oído hablar de dineros malhabidos. En los
círculos empresariales de todo el país, sin embargo, se conoce bien, o al
menos se intuye, cuáles fortunas se explican en función no del genio
financiero de sus poseedores sino del crimen organizado.
Esta hermética realidad torna meritoria la actitud de Moreira al haber
hablado, así sea tarde y con reservas, de la existencia de empresarios
mafiosos. Narcos de cuello blanco –debe decirse—amparados desde el poder
público por influyentes padrinos.
Las balas que asesinaron a José Eduardo también mataron las aspiraciones
políticas de su padre, para quien éstas han pasado “a un quinto plano”. En
cambio, el imprescindible activismo a favor de las víctimas de la violencia
inenarrable que vive el país ha ganado al parecer un poderoso agente.
Ya recorre el coahuilense en sentido contrario el camino de otros deudos
para quienes el asesinato de un ser querido ha equivalido a sacarse la
lotería en el mundo de la política.
Bien le dijo en una sentida carta al ex líder del PRI el poeta Javier
Sicilia. Su dolor debe ser desgarrador, mas en su circunstancia ha tenido
al menos consuelo y justicia. Hay miles que no los tienen. “Hay miles que
claman por la justicia que se les debe a ellos y a sus hijos o padres o
esposos o esposas asesinados; hay otros miles más que los tienen
desaparecidos y que no encuentran siquiera la justicia de saber su
paradero”.
Inició con el pie derecho el ex mandatario coahuilense su andar de
activista, hablando de lo que todos saben pero convenenciera o cobardemente
callan: La existencia real, concreta, del narcoempresario. Personaje
sospechosamente invisible para el gobierno calderonista.
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