28 octubre, 2012

Invisibles Narcoempresarios



Invisibles Narcoempresarios
Aurelio Ramos Méndez







El mérito de Humberto Moreira es el mismo que el de Martín Fierro. No radica en haber descubierto la existencia de empresarios convertidos en millonarios mediante vínculos financieros con narcotraficantes. Estriba en haberlo dicho. En haber emulado al gaucho y relatado, a su modo, “males que conocen todos, pero que nadie contó”.

Se comprende el transe que atraviesa el ex líder nacional del PRI y se respeta su infinito dolor de padre. Pero abierta por él mismo la discusión pública en torno a los testaferros del narco en el mundo empresarial, vale señalar lo tardío de su denuncia y la ausencia de nombres y apellidos en la misma.

Hasta donde se recuerda, ningún señalamiento y menos aun alguna acción concreta realizó Moreira en sus tiempos de influyente político, en especial durante su paso por el gobierno de Coahuila, para combatir el fenómeno que ahora devela.

En descargo del ex mandatario, no obstante, debe decirse que el mutismo en torno al curso del dinero proveniente del negocio de las drogas, no ha sido privativo de él sino de toda la clase política y gobernante, incluidos en ésta los más altos funcionarios públicos y los más poderosos empresarios.

Un río de oro que autoridades mexicanas calculan en unos 10 mil millones de dólares al año, la ONU en alrededor de 20 mil millones y agencias del gobierno estadunidense hasta en 40 mil millones, extrañamente ingresa al circuito financiero sin ser detectado por funcionario, banquero o dirigente empresarial alguno.

La copiosa retórica engañabobos del presidente Felipe Calderón, repetida hasta la náusea por los miembros del gobierno y propalada con aturdidora estridencia por el aparato que les hace eco, ha enraizado la idea de que este fabuloso caudal de recursos se agota en las mansiones de ensueño, los autos de lujo, las joyas, las pistolas con cacha de oro macizo y otras chabacanerías de capos excéntricos.

A juzgar por las acciones del gobierno calderonista, el inmenso producto del tráfico de drogas se ha quedado, asimismo, en manos de narcomenudistas o de campesinos orillados por la necesidad u obligados por la delincuencia a sembrar estupefacientes.

Ni por error las autoridades han insinuado siquiera lo que hasta el sentido común permite suponer, que el dinero en greña del crimen organizado conforma algunas de las más respetables fortunas del país.

A decir de Humberto Moreira existen “personajes ‘de la sociedad’ que han pasado de tener un mediano ingreso a ser ahora muy ricos, y además no lo esconden”.

Son empresarios a quienes él llama “cerdos” y de quienes afirma que se hacen pasar por gente bien y hasta tienen reconocimiento; se codean con la sociedad haciéndose pasar por santones, dándose golpes de pecho, y asumiendo posiciones de autodefensa para no ser descubiertos.

Es una lástima que el ex gobernador no les hubiera puesto nombre y apellido a personajes cuya semblanza bosquejó con tanta maestría. En todo caso, José Antonio Meade, Bruno Ferrari, Alejandro Poiré y por supuesto Marisela Morales, Genaro García Luna, Guillermo Galván y Francisco Sáynez tienen la responsabilidad de indagar acusaciones tan puntuales.

En medio del duelo insoportable por el asesinato de su hijo José Eduardo, el ex líder nacional del PRI exige con razón que la investigación en torno de este caso sea “el inicio para que busquen en cada estado ¿quiénes han tenido relaciones con ellos?”. Es decir, para emprender ya investigaciones en todo el país en torno a los narcoempresarios.

Por lo que atañe a Coahuila, Moreira ha dado pistas que hasta el menos avezado de los investigadores podría seguir con éxito.

Si una muy conveniente miopía les ha impedido a los colaboradores de Calderón descubrir la montaña de dinero que lavan los representantes financieros del narco, ahora saben por Moreira que deberían asomarse al sector de la minería.

La información develada por el ex gobernador resulta novedosa para los mexicanos del común. Mas si nos atenemos a lo dicho por el ex mandatario, es conocida desde hace rato por los integrantes del gabinete presidencial.

“No solamente lo advertí, le di información concreta durante mucho tiempo”, dijo el ex dirigente priista en su entrevista al diario Vanguardia, de Saltillo, refiriéndose a si informó a la Federación sobre las andanzas del narco en su tierra, en sus tiempos de gobernador.

“Si te refieres a que llevé información precisa, llevé todo”, le dijo además Moreira a su entrevistador. Algo que, de ser cierto y si el gobierno federal baja de las nebulosas, le da sentido a la ruda advertencia del dolido ex gobernador a los narcoempresarios: “¡Cerdos, pónganse a temblar!”.

Las declaraciones del polémico priista agitaron al empresariado coahuilense. Héctor Horacio Dávila, presidente de la Asociación de Hoteles y Moteles, se dijo preocupado, porque en lo sucesivo será menester saber “a quién tenemos al lado y quiénes son nuestros amigos”.

El empresario Armando Guadiana Tijerina pidió pruebas, nombres y ubicaciones, y demandó a las autoridades de los tres órdenes de gobierno “investigar y hacer justicia”. Y el dirigente de comerciantes, César Valdés, dijo que todos los sectores de la sociedad corren el riesgo de verse involucrados con el narcotráfico.

Formalmente nadie conoce la identidad de los empresarios del narco y ni siquiera ha oído hablar de dineros malhabidos. En los

círculos empresariales de todo el país, sin embargo, se conoce bien, o al menos se intuye, cuáles fortunas se explican en función no del genio financiero de sus poseedores sino del crimen organizado.

Esta hermética realidad torna meritoria la actitud de Moreira al haber hablado, así sea tarde y con reservas, de la existencia de empresarios mafiosos. Narcos de cuello blanco –debe decirse—amparados desde el poder público por influyentes padrinos.

Las balas que asesinaron a José Eduardo también mataron las aspiraciones políticas de su padre, para quien éstas han pasado “a un quinto plano”. En cambio, el imprescindible activismo a favor de las víctimas de la violencia inenarrable que vive el país ha ganado al parecer un poderoso agente.

Ya recorre el coahuilense en sentido contrario el camino de otros deudos para quienes el asesinato de un ser querido ha equivalido a sacarse la lotería en el mundo de la política.

Bien le dijo en una sentida carta al ex líder del PRI el poeta Javier Sicilia. Su dolor debe ser desgarrador, mas en su circunstancia ha tenido al menos consuelo y justicia. Hay miles que no los tienen. “Hay miles que claman por la justicia que se les debe a ellos y a sus hijos o padres o esposos o esposas asesinados; hay otros miles más que los tienen desaparecidos y que no encuentran siquiera la justicia de saber su paradero”.

Inició con el pie derecho el ex mandatario coahuilense su andar de activista, hablando de lo que todos saben pero convenenciera o cobardemente callan: La existencia real, concreta, del narcoempresario. Personaje sospechosamente invisible para el gobierno calderonista.



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