24 octubre, 2012

La campaña presidencial en los EE.UU.: De Catón a Sócrates

La campaña presidencial en los EE.UU.: De Catón a Sócrates

Por Alvaro Vargas Llosa
Un error común a la hora de juzgar un debate presidencial es perder de vista que lo primordial es lo que los candidatos necesitan hacer para favorecer su candidatura. Así como hay generales que pierden batallas para ganar guerras, equipos de fútbol que buscan empates en determinado monento para hacarse con el trofeo y corredores de fondo que dosifican su oxígeno cediendo a otros los primeros lugares durante parte de la carrera, hay candidatos a los que les conviene "perder" un debate para lograr un objetivo mayor

Este fue el caso de Romney en el debate final contra Obama. Eso que llaman el "tren de pelea" –la actitud de ataque— corrió por parte de Obama. Una y otra vez, el Presidente criticó a Romney por cambiar de posición en política exterior —de duro a blando— y por parecerse a George W. Bush, el guerrero. Romney mantuvo un tono civilizado y amigable, se abrazó al Presidente, como hacen ciertos boxeadores para restarle movilidad al rival, concordando a menudo con él y evitó la crítica personal o la discusión abogadil. Obama miraba a Romney como mira el fiscal al acusado. Romney miraba a Obama con cara de póker, sin atisbo de emoción ante lo que escuchaba, con ese levísimo anuncio de sonrisa benevolente que es ya una seña distintiva de su imagen.
Incluso cuando Romney enrostraba a Obama que su débil liderazgo ha contribuido a que la Primavera Árabe se esté desmadejando, Irán esté cuatro años más cerca de la bomba nuclear e Israel y Palestina no hayan avanzado, parecía poco interesado en acabar con la credibilidad de su adversario. Obama, en cambio, trataba de zafarse del abrazo del púgil contrario para tener el espacio que permitiera conectar el derechazo al mentón.
¿Por qué Romney, el Catón del primer debate, transmutó en el Sócrates del tercero? Porque su objetivo no era vencer a Obama sino acabar de alterar lo que queda de percepción negativa con respecto a él en el electorado que no está casado con Obama.
En el primer debate, Romney había logrado sacudirse la imagen de ricachón prepotente y radicalizado que la propaganda eficaz del Presidente había dibujado de él, presentándose como un tipo agradable, atento a la clase media y con propuestas para lo que importa: la economía.
En el segundo debate, Romney logró preservar esta nueva imagen de sí mismo, pero esta vez lo hizo jugando a empatar, es decir a no perder puntos, limitándose a contestar a Obama cada vez que éste, feroz, iba al ataque.
En vísperas del tercer debate, quedaba una última duda en el ambiente: ¿será Romney un Bush II en seguridad nacional, un tipo capaz de incendiar la pradera internacional, sin conocimiento de las corrientes entrecruzadas de que se compone la política exterior en un mundo complejo?  Romney necesitaba alejarse de la "guerra preventiva" como doctrina y de las dos guerras, Afganistán e Iraq, como legado, y mostrarse consciente de que la fuerza que mejor funciona es la que no se traduce en el uso de las armas. Era muy difícil, dado que Romney pide un liderazgo más fuerte que el de Obama y se opone al recorte de cerca de un billón de dólares programados en el sector de la Defensa, que golpearán a estados clave de esta elección como Virginia, Florida, Pensilvania y New Hampshire (quinientos millones por reducción presupuestaria del propio gobierno y 500 millones por un pacto legislativo entre demócratas y republicanos que desencadenará ajustes automáticos si no se ponen de acuerdo en cómo bajar el déficit antes de fin de año).
La estrategia de Romney ha consistido, en los tres debates, en modificar la percepción que durante meses lo colocó bastante por detrás de Obama. Al servicio de esa estrategia, sus tácticas han ido cambiando según el momento de la carrera en que se encontrase. El debate inicial, primera ocasión en que los ojos del país entero iba a fijarse en él con mirada sostenida, reclamaba la contundencia de un Catón; el segundo, la templanza de un Sócrates.
Ignoro si esto le funcionará. Los sondeos instantáneos carecen de importancia porque miden el debate, no su impacto en la elección. En el segundo debate, esos sondeos dieron la victoria a Obama pero las encuestas en los días siguientes indicaron que el impulso alcista de Romney no se había detenido. Veremos lo que sucede ahora, pero lo que hizo Romney el lunes por la noche estuvo calculado para "perder" el debate y ganar la elección.

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