La campaña presidencial en los EE.UU.: De Catón a Sócrates
Por Alvaro Vargas Llosa
Un error común a la hora de juzgar un debate presidencial es perder
de vista que lo primordial es lo que los candidatos necesitan hacer para
favorecer su candidatura. Así como hay generales que pierden batallas
para ganar guerras, equipos de fútbol que buscan empates en determinado
monento para hacarse con el trofeo y corredores de fondo que dosifican
su oxígeno cediendo a otros los primeros lugares durante parte de la
carrera, hay candidatos a los que les conviene "perder" un debate para lograr un objetivo mayor.
Este fue el caso de Romney en el debate final contra Obama. Eso que
llaman el "tren de pelea" –la actitud de ataque— corrió por parte de
Obama. Una y otra vez, el Presidente criticó a Romney por cambiar de
posición en política exterior —de duro a blando— y por parecerse a
George W. Bush, el guerrero. Romney mantuvo un tono civilizado y
amigable, se abrazó al Presidente, como hacen ciertos boxeadores para
restarle movilidad al rival, concordando a menudo con él y evitó la
crítica personal o la discusión abogadil. Obama miraba a Romney como
mira el fiscal al acusado. Romney miraba a Obama con cara de póker,
sin atisbo de emoción ante lo que escuchaba, con ese levísimo anuncio
de sonrisa benevolente que es ya una seña distintiva de su imagen.
Incluso cuando Romney enrostraba a Obama que su débil liderazgo ha
contribuido a que la Primavera Árabe se esté desmadejando, Irán esté
cuatro años más cerca de la bomba nuclear e Israel y Palestina no hayan
avanzado, parecía poco interesado en acabar con la credibilidad de su
adversario. Obama, en cambio, trataba de zafarse del abrazo del púgil
contrario para tener el espacio que permitiera conectar el derechazo al
mentón.
¿Por qué Romney, el Catón del primer debate, transmutó en el Sócrates del tercero?
Porque su objetivo no era vencer a Obama sino acabar de alterar lo que
queda de percepción negativa con respecto a él en el electorado que no
está casado con Obama.
En el primer debate, Romney había logrado sacudirse la imagen de
ricachón prepotente y radicalizado que la propaganda eficaz del
Presidente había dibujado de él, presentándose como un tipo agradable,
atento a la clase media y con propuestas para lo que importa: la
economía.
En el segundo debate, Romney logró preservar esta nueva imagen de sí mismo, pero esta vez lo hizo jugando a empatar, es decir a no perder puntos, limitándose a contestar a Obama cada vez que éste, feroz, iba al ataque.
En vísperas del tercer debate, quedaba una última duda en el
ambiente: ¿será Romney un Bush II en seguridad nacional, un tipo capaz
de incendiar la pradera internacional, sin conocimiento de las
corrientes entrecruzadas de que se compone la política exterior en un
mundo complejo? Romney necesitaba alejarse de la "guerra preventiva"
como doctrina y de las dos guerras, Afganistán e Iraq, como legado, y
mostrarse consciente de que la fuerza que mejor funciona es la que no se
traduce en el uso de las armas. Era muy difícil, dado que Romney pide
un liderazgo más fuerte que el de Obama y se opone al recorte de cerca
de un billón de dólares programados en el sector de la Defensa, que
golpearán a estados clave de esta elección como Virginia, Florida,
Pensilvania y New Hampshire (quinientos millones por reducción
presupuestaria del propio gobierno y 500 millones por un pacto
legislativo entre demócratas y republicanos que desencadenará ajustes
automáticos si no se ponen de acuerdo en cómo bajar el déficit antes de
fin de año).
La estrategia de Romney ha consistido, en los tres debates, en modificar la percepción que durante meses lo colocó bastante por detrás de Obama.
Al servicio de esa estrategia, sus tácticas han ido cambiando según el
momento de la carrera en que se encontrase. El debate inicial, primera
ocasión en que los ojos del país entero iba a fijarse en él con mirada
sostenida, reclamaba la contundencia de un Catón; el segundo, la
templanza de un Sócrates.
Ignoro si esto le funcionará. Los sondeos instantáneos carecen de
importancia porque miden el debate, no su impacto en la elección. En el
segundo debate, esos sondeos dieron la victoria a Obama pero las
encuestas en los días siguientes indicaron que el impulso alcista de
Romney no se había detenido. Veremos lo que sucede ahora, pero lo que
hizo Romney el lunes por la noche estuvo calculado para "perder" el debate y ganar la elección.
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