20 octubre, 2012

La ciencia económica y el método austriaco: Parte II

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Sobre praxeología y el fundamento praxeológico de la epistemología

Al igual que los economistas más grandes e innovadores, Ludwig von Mises intensa y repetidamente analizó el problema del estado lógico de las proposiciones económicas, esto es, cómo llegamos a conocerlas y cómo las validamos. De hecho, Mises ocupa un lugar muy alto entre los que sostienen que tal asunto es indispensable para lograr un progreso sistemático en economía. Porque cualquier malentendido respecto a la respuesta de tales fundamentales preguntas naturalmente conducirá a un desastre intelectual, esto es, a falsas doctrinas económicas. Así pues, Mises dedica tres de sus libros a clarificar los fundamentos lógicos de la economía: su temprano Problemas Epistemológicos de Economía, publicado en alemán en 1933; Teoría e Historia, de 1957; y Fundamentos Últimos de la Ciencia Económica, de 1962, el último libro de Mises, que apareció cuando él ya había pasado su octogésimo aniversario. Y sus trabajos en el campo de la economía también muestran invariablemente la importancia que Mises daba al análisis de los problemas epistemológicos. En particular, La Acción Humana, su obra maestra, ocupa sus primeras cien páginas exclusivamente en tales problemas, y las otras casi 800 páginas del libro están impregnadas con consideraciones epistemológicas.


Entonces, muy en línea con la tradición de Mises, los fundamentos de la economía son también el tema de este capítulo. Me he propuesto un doble objetivo. En primer lugar, quiero explicar la solución que Mises avanza respecto al problema del fundamento último de la ciencia económica, esto es, su idea de una teoría pura de la acción, o praxeología, como él la llamó. Y en segundo lugar, quiero demostrar por qué la solución de Mises es mucho más que una idea indiscutible sobre la naturaleza de la economía y las proposiciones económicas.
La solución de Mises nos proporciona una visión que nos permite también comprender el fundamento sobre el que descansa en última instancia la epistemología. De hecho, como el título del capítulo sugiere, quiero mostrar que praxeología es lo que debe ser considerado el fundamento mismo de la epistemología, y que Mises, además de sus grandes logros como economista, contribuyó también con ideas pioneras a la justificación de toda la empresa de la filosofía racionalista.[1]

II

Regresemos a la solución de Mises. ¿Cuál es el status lógico de las proposiciones económicas típicas, tales como la ley de la utilidad marginal (que siempre que la oferta de un bien, cuyas unidades son consideradas como capaces de proveer la misma utilidad por una persona, se incrementa en una unidad adicional, el valor que se asigna a esta unidad tiene que disminuir ya que sólo puede ser empleada como medio para la consecución de un objetivo que se considera menos valioso, por lo menos, que el objetivo previamente satisfecho con una unidad de ese bien); o la teoría cuantitativa del dinero (que cada vez que la cantidad de dinero se incrementa, mientras la demanda de dinero en efectivo que se mantiene en mano como reserva no ha cambiado, el poder adquisitivo del dinero disminuye)?
En la formulación de su respuesta, Mises enfrentó un doble desafío. Por un lado estaba la respuesta ofrecida por el empirismo moderno. La Viena que Ludwig von Mises conoció fue de hecho uno de los primeros centros del movimiento empiricista, movimiento que estaba entonces a punto de consolidarse como la filosofía dominante en el mundo académico occidental por décadas, y que hasta estos días forma la imagen que la mayoría de los economistas tienen de su propia disciplina.[2]
El empiricismo considera a la naturaleza y las ciencias naturales como su modelo. Según el empiricismo, los ejemplos de proposiciones económicas anteriormente mencionados tienen el mismo status lógico que las leyes de la naturaleza: Al igual que las leyes de la naturaleza se refieren a relaciones hipotéticas entre dos o más eventos, esencialmente en forma de proposiciones si-entonces. Y al igual que las hipótesis de las ciencias naturales, las proposiciones de la economía requieren pruebas continuas, con experimentación. Una proposición sobre la relación de eventos económicos nunca puede ser validada con certeza en un solo momento. En lugar de eso, está por siempre supeditada a los resultados de futuros experimentos contingentes. Tal experiencia podría confirmar la hipótesis. Pero eso no prueba que la hipótesis sea verdad, dado que la proposición económica ha utilizado términos generales (en la terminología filosófica: universales) en su descripción de los eventos relacionados, y por lo tanto, se aplica a un número indefinido de casos o instancias, con lo que siempre deja espacio para una posible falsación con experiencias futuras. Todo lo que una confirmación prueba es que la hipótesis aún no ha resultado equivocada. Por otro lado, la experiencia puede falsar la hipótesis. Esto sin duda probaría que algo andaba mal con la hipótesis en su forma original. Pero no probaría que la relación hipotetizada entre los eventos especificados nunca podría ser observada. Simplemente mostraría que considerando y controlando en las observaciones solamente lo que hasta ahora se había considerado y controlado, la relación aún no se ha presentado. No puede excluirse, sin embargo, que la relación pueda presentarse tan pronto como algunas otras circunstancias hayan sido controladas.
La actitud que esta filosofía promueve y que de hecho se ha vuelto característica de la mayoría de los economistas contemporáneos es un escepticismo: su lema es “en el campo de los fenómenos económicos, no se puede saber con certeza que algo sea imposible.” Con mayor precisión, dado que el empiricismo concibe los fenómenos económicos como datos objetivos, que se extienden en el espacio y sujetos a medición cuantificable—en estricta analogía con los fenómenos de las ciencias naturales—el escepticismo peculiar de los economistas empiricistas puede ser descrito como el de un ingeniero social que no garantiza nada.[3]
El otro desafío que Mises enfrentó vino por el lado de la escuela historicista. De hecho, durante la vida de Mises en Austria y Suiza, la filosofía historicista era la ideología prevaleciente en las universidades de habla alemana y su establishment. Con el surgimiento del empiricismo esa prominencia se redujo considerablemente. Pero, durante más o menos la última década el historicismo ha ganado momento entre los académicos del mundo occidental. Hoy está con nosotros en todos lados bajo los nombres de hermenéutica, retórica, deconstruccionismo, y anarquismo epistemológico.[4]
Para el historicismo, y sobre todo para sus versiones contemporáneas, el modelo no es la naturaleza, sino un texto literario. Según la doctrina historicista, los fenómenos económicos no son magnitudes objetivas que se puedan medir. En lugar de eso, son expresiones subjetivas e interpretaciones que ocurren en la historia que deben ser comprendidas e interpretadas por el economista al igual que un texto literario se desarrolla y es interpretado por el lector. Como las creaciones subjetivas, la secuencia de sus eventos no sigue ley objetiva. Nada en el texto literario, y nada en la secuencia de expresiones históricas e interpretaciones se rige por relaciones constantes. Por supuesto, textos literarios de hecho existen, y también ciertas secuencias de acontecimientos históricos. Pero eso de ninguna forma implica que algo tenía que pasar en el orden en que lo hizo. Simplemente ocurrió. Pero, de la misma manera que uno siempre puede inventar diferentes historias literarias, la historia y la secuencia de acontecimientos históricos, también podrían haber sucedido de una manera totalmente diferente. Además, según el historicismo, y particularmente visible en su versión moderna hermenéutica, la formación de estas expresiones humanas siempre contingentemente relacionadas y sus interpretaciones tampoco está restringida por ninguna ley objetiva. En producción literaria cualquier cosa puede ser expresada o interpreta en torno a algo; y, en la misma línea, los eventos históricos y económicos son cualquier cosa que alguien exprese o interprete de ellos, y entonces su descripción por el historiador y el economista es cualquier cosa que éste exprese o interprete que esos hechos subjetivos del pasado hayan sido.


La actitud que la filosofía historicista genera es un relativismo. Su lema es “todo es posible.” Para el historicista-hermeneuticista, sin restricciones de ninguna ley objetiva, la historia y la economía, junto a la crítica literaria, son asuntos de estética. Y, en consecuencia, su trabajo toma la forma de disquisiciones sobre lo que alguien siente acerca de lo que él siente fue sentido por otra persona—una forma literaria con la que estamos muy familiarizados, en particular en campos como la sociología y ciencia política.[5]
Confío en que uno siente intuitivamente que algo está seriamente mal con las filosofías empiricista e historicista. Sus declaraciones epistemológicas ni siquiera parecen encajar en sus propios modelos auto-elegidos: la naturaleza por un lado y los textos literarios, por el otro. Y en cualquier caso, en relación con las proposiciones económicas, tales como la ley de utilidad marginal o la teoría cuantitativa del dinero, sus declaraciones parecen ser simplemente erróneas. La ley de la utilidad marginal ciertamente no parece una ley hipotética sujeta por siempre para su validación a experimentos de confirmación o des-confirmación aquí o allá. Y concebir los fenómenos de los que se habla en la ley como magnitudes cuantificables parece ser simplemente ridículo. La interpretación historicista tampoco se ve mejor. Pensar que la relación entre los eventos mencionados en la teoría cuantitativa del dinero puede deshacerse si uno simplemente lo quiere hacer parece absurdo. Y la idea de que conceptos tales como dinero, demanda de dinero, y poder adquisitivo se forman sin ningún tipo de restricciones objetivas y se refieren sólo a caprichosas creaciones subjetivas no parece menos absurda. En lugar de eso, contrariamente a la doctrina empiricista, ambos ejemplos de proposiciones económicas parecen ser lógicamente verdaderos y referirse a eventos que son subjetivos en naturaleza. Y contrario al historicismo, parece que lo que afirman no puede deshacerse en toda la historia y contiene distinciones conceptuales que, refiriéndose a hechos subjetivos, están sin embargo, objetivamente restringidas, e incorporan conocimiento universalmente válido.
Como la mayoría de los economistas más conocidos antes que él, Mises comparte estas intuiciones.[6] Sin embargo, en la búsqueda de los fundamentos de la economía, Mises va más allá de la intuición. Él asume el reto del empiricismo y el historicismo para reconstruir sistemáticamente la base sobre la que estas intuiciones pueden ser entendidas como correctas y justificadas. Él no quería crear una nueva disciplina de economía. Pero explicando lo que antes sólo había sido intuitivamente entendido, Mises va más allá de todo lo que se había hecho antes. En la reconstrucción de los fundamentos racionales de las intuiciones de los economistas, él nos garantiza el camino correcto para cualquier desarrollo futuro en economía y nos salvaguarda contra errores intelectuales sistemáticos.
El empiricismo y el historicismo, señala Mises al inicio de su reconstrucción, son doctrinas auto-contradictorias.[7] La noción empiricista de que todos los eventos, naturales o económicos, están sólo hipotéticamente relacionados es contradicha por el mensaje de la proposición básica empiricista misma: Porque si esa proposición fuese considerada simplemente hipotéticamente verdadera, esto es, una proposición hipotéticamente verdadera respecto a proposiciones hipotéticamente verdaderas, ni siquiera calificaría como un pronunciamiento epistemológico. Porque no proporcionaría entonces ninguna justificación para la afirmación de que las proposiciones económicas no son, ni pueden ser, categóricamente verdaderas, o a priori, como nuestra intuición nos dice que son. Sin embargo, si la premisa empiricista básica se asume como categóricamente verdadera, es decir, si asumimos que uno puede decir algo verdadero a priori sobre la forma en que los eventos están relacionados, entonces esto entraría en contradicción con su propia tesis de que el conocimiento empírico tiene invariablemente que ser conocimiento hipotético, por tanto daría espacio para una disciplina como la economía que dice producir conocimiento empírico válido a priori. Además, la tesis empiricista de que los fenómenos económicos tienen que ser concebidos como de magnitudes observables y mensurables—análogos a los de las ciencias naturales—se vuelve no concluyente, también, por su propia cuenta: Porque, obviamente, el empiricismo nos quiere dar conocimiento empírico significativo cuando nos informa que nuestros conceptos económicos se basan en observaciones. Y sin embargo, los conceptos de observación y medición mismos, que el empiricismo tiene que emplear para afirmar lo que dice, son ambos obviamente no derivados de la experimentación observacional en el sentido de que los conceptos como gallinas y huevos, o manzanas y peras son. No se puede observar a alguien hacer una observación o medición. En lugar de eso, uno debe primero entender lo que las observaciones y mediciones son para luego ser capaz de interpretar ciertos fenómenos observables como la realización de una observación o la toma de una medición. Por tanto, contrario a su propia doctrina, el empiricismo se ve obligado a admitir que existe conocimiento empírico que se basa en entendimiento—así como de acuerdo a nuestras intuiciones las proposiciones económicas dicen basarse en entendimiento—en vez de observaciones.[8]
Y en cuanto al historicismo, sus auto-contradicciones también son claras. Porque si, como pretende el historicismo, los eventos históricos y económicos—que concibe como una sucesión de eventos subjetivamente entendidos en lugar de observados—no están gobernados por ninguna relación invariante en el tiempo, entonces esta proposición misma tampoco puede pretender que dice algo constantemente verdadero sobre la historia y la economía. En lugar de eso, sería una proposición con, por así decirlo, un valor de verdad efímero: puede ser cierto ahora, si así lo queremos, pero posiblemente falsa un momento después, en caso ya no queramos, sin que nadie nunca sepa nada acerca de si queremos o no. Pero, si ese fuese el status de la premisa historicista básica, obviamente tampoco calificaría como epistemología. El historicismo no nos ha dado ninguna razón para creer lo que dice. Sin embargo, si la proposición básica del historicismo fuese asumida como invariablemente verdadera, entonces tal proposición acerca de la naturaleza constante de los fenómenos históricos y económicos estaría en contradicción con su propia doctrina que niega tales constantes. Además, la pretensión historicista—y más aún su heredera moderna, la hermenéutica—de que los eventos históricos y económicos son simples creaciones subjetivas, sin restricciones de factores objetivos, se demuestra falsa por la misma declaración en sí misma. Dado que evidentemente, un historicista tiene que asumir esa declaración misma como significativa y verdadera; él tiene que asumir que dice algo específico respecto a algo, en lugar de limitarse a emitir sonidos sin sentido como abracadabra. Sin embargo, si este es el caso, entonces, claramente, su declaración se debe asumir como limitada por algo fuera del ámbito de creaciones subjetivas arbitrarias. Por supuesto, yo puedo repetir lo que dice el historicista en inglés, alemán o chino, o en cualquier idioma que yo desee, mientras las expresiones e interpretaciones históricas y económicas bien pueden ser consideradas como simples creaciones subjetivas. Pero cualquier cosa que yo diga, en el idioma que yo elija, tiene que ser asumida como restringida por algún significado proposicional subyacente de mi declaración, que es el mismo en cualquier idioma, y existe completamente independiente de cualquier forma lingüística peculiar en la que esté expresada. Y contrariamente a la creencia historicista, la existencia de tal restricción no es tal que uno podría disponer de ella a voluntad. En lugar de eso, es objetiva en el sentido que podemos entenderla como un presupuesto lógico necesario para decir algo significativo, a diferencia de solamente producir sonidos sin sentido. El historicista no puede pretender decir algo si no fuese por el hecho de que sus expresiones e interpretaciones están realmente limitadas por las leyes de la lógica como presuposición misma de declaraciones significativas como tales.[9]
Con tal refutación del empiricismo y el historicismo, Mises nota, los reclamos de la filosofía racionalista son exitosamente restablecidos, y se establece un caso para la posibilidad de enunciados verdaderos a priori, como los de la economía parecen ser. De hecho, Mises se refiere de forma explícita a sus investigaciones epistemológicas como una continuación en el trabajo de la filosofía racionalista occidental. Con Leibniz y Kant, él se opone a la tradición de Locke y Hume.[10] Él está al costado de Leibniz cuando responde a la famosa frase de Locke “no hay nada en el intelecto que no haya estado previamente en los sentidos”, con su igualmente famoso “excepto el intelecto mismo.” Y él reconoce su labor como filósofo de la economía como estrictamente análoga a la de Kant como filósofo de la razón pura, es decir, de epistemología. Al igual que Kant, Mises quiere demostrar la existencia de proposiciones sintéticas verdaderas a priori, o proposiciones cuya veracidad puede ser definitivamente establecida, aunque para hacerlo los medios de la lógica formal sean no suficientes y las observaciones innecesarias.
Mi crítica del empiricismo y del historicismo ha probado la afirmación general racionalista. Se ha demostrado que de hecho nosotros poseemos conocimiento que no se deriva de la observación y aún así se ve restringido por leyes objetivas. De hecho, nuestra refutación del empiricismo y el historicismo contiene tal conocimiento sintético a priori. Pero, ¿qué pasa con la tarea constructiva de mostrar que las proposiciones de la economía—tales como la ley de utilidad marginal y la teoría cuantitativa del dinero—califican como este tipo de conocimiento? Para hacerlo, Mises nota de acuerdo a las restricciones tradicionalmente formuladas por los filósofos racionalistas, las proposiciones económicas deben cumplir dos requisitos: Primero, debe ser posible demostrar que no se derivan de evidencia observada, porque la evidencia observacional sólo puede revelar las cosas como pasan; no hay nada en eso que indique por qué las cosas tienen que ser de la forma que son. En lugar de eso, las proposiciones económicas deben mostrar estar basadas en conocimiento reflexivo, en nuestra comprensión de nosotros mismos como sujetos cognoscentes. Y segundo, esta comprensión reflexiva tiene que producir proposiciones de axiomas materiales auto-evidentes. No en el sentido de que tales axiomas tienen que ser auto-evidentes en un sentido psicológico, es decir, que uno tiene que ser consciente de ellos inmediatamente o que su verdad depende de una sensación psicológica de convicción. Al contrario, como Kant antes que él, Mises enfatiza mucho el hecho de que usualmente es mucho más dificultoso descubrir tales axiomas de lo que es descubrir verdades observacionales, como que las hojas de los árboles son verdes o que mido 6 pies 2 pulgadas.[11] En lugar de eso, lo que las hace axiomas materiales auto-evidentes es el hecho de que nadie puede negar su validez sin auto-contradicción, porque en el intento de negarlos uno ya presupone su validez.
Mises señala que ambos requisitos se cumplen en lo que él llama el axioma de la acción, esto es, la proposición de que los seres humanos actúan, que muestran un comportamiento intencional.[12] Obviamente, este axioma no se deriva de la observación—sólo hay movimientos corporales a ser observados, pero no hay tal cosa como acciones—sino que deriva más bien de la comprensión reflexiva. Y este entendimiento es en efecto una proposición auto-evidente. Porque su verdad no puede ser negada, ya que la negación en sí tendría que ser categorizada como una acción. Pero ¿no es esto simplemente trivial? ¿Y qué tiene la economía que ver con esto? Por supuesto, ha sido reconocido previamente que conceptos económicos tales como precios, costos, producción, dinero, crédito, etc. tienen algo que ver con el hecho de que somos gente que actúa. Pero que toda la economía pueda ser fundada y reconstruida sobre la base de una proposición tan trivial y cómo, es ciertamente no muy claro. Uno de los mayores logros de Mises es haber demostrado precisamente esto: que hay ideas implicadas en este, psicológicamente hablando trivial, axioma de acción que no eran psicológicamente auto-evidentes; y que son esas ideas las que proveen de fundamento a los teoremas de la economía como proposiciones sintéticas verdaderas a priori.
Ciertamente no es psicológicamente evidente que con cada acción un actor persiga un objetivo; y que cualquiera que sea el objetivo, el hecho de que era perseguido por el actor revela que el actor tuvo que haber colocado un valor relativamente más alto sobre él que el que puso sobre cualquier otro objetivo que se le ocurrió al comienzo de su acción. No es evidente que para lograr su objetivo más preciado el actor tenga que interferir o decidir no intervenir—que por supuesto, también es una interferencia intencional—en un momento anterior a fin de producir un resultado más adelante; ni es obvio que tales interferencias invariablemente impliquen el empleo de unos medios escasos—por lo menos el cuerpo del actor, el lugar que ocupa, y el tiempo absorbido por la acción. No es auto-evidente que esos medios, entonces, tengan también que tener un valor para el actor—un valor derivado del objetivo—porque el actor tiene que considerar su empleo como necesario para eficazmente lograr el objetivo; ni que las acciones sólo puedan llevarse a cabo de forma secuencial, siempre envolviendo una elección, esto es, tomando el curso de acción que en un momento dado promete los resultados más valorados para el actor, y la exclusión al mismo tiempo de la búsqueda de otros objetivos, menos valorados. No es automáticamente claro que como consecuencia de tener que elegir y dar preferencia a un objetivo sobre otro—de no ser capaz de alcanzar todos los objetivos al mismo tiempo—cada una las acciones implique incurrir en costos, esto es, abandonar el valor que se asigna a la meta alternativa más alta que no puede ser alcanzada o cuya realización debe ser diferida, porque los medios necesarios para alcanzarla están siendo utilizados en la producción del otro objetivo más valorado. Y, por último, no es evidente que en el punto de partida cada objetivo de acción tenga que ser considerado por el actor como más valioso que su costo y capaz de producir un beneficio, es decir, un resultado cuyo valor está en un puesto más alto que el de la oportunidad abandonada, y sin embargo esa misma acción también está invariablemente amenazada por la posibilidad de una pérdida si el actor se da cuenta, en retrospectiva, que contrariamente a sus expectativas el resultado alcanzado, de hecho, tiene un valor inferior que el de la alternativa a la que se renunció hubiese tenido.
Todas estas categorías que sabemos están en el corazón mismo de la economía—valores, fines, medios, elección, preferencia, costos, pérdidas y ganancias—están implicadas en el axioma de la acción. Como el axioma mismo, ellas no se derivan de la observación. En lugar de eso, que uno sea capaz de interpretar las observaciones en términos de tales categorías requiere que uno sepa ya lo que significa actuar. Nadie que no fuese un actor podría entenderlas ya que no vienen “dadas”, listas para ser observadas, sino que la experimentación observacional está enmarcada en esos términos cuando es interpretada por un actor. Y mientras ellas y sus interrelaciones no están obviamente implicadas en el axioma de la acción, una vez que se ha hecho explícito que están implicadas, y cómo, nadie tiene ya ninguna dificultad reconociéndolas como verdaderas a priori en el mismo sentido que el axioma mismo. Porque cualquier intento de refutar la validez de lo que Mises reconstruyó como implicado en el concepto mismo de acción tendría que estar dirigido hacia un objetivo, requerir unos medios, excluir otros cursos de acción, incurrir en costos, someter al actor a la posibilidad de alcanzar o no la meta deseada y así llevar a una ganancia o una pérdida. Por tanto, es manifiestamente imposible disputar o falsar la validez de las ideas de Mises. De hecho, una situación en la que las categorías de acción cesarían de tener existencia real nunca podría ser observada o nunca se podría habla de ella, ya que hacer una observación y hablar son acciones en sí mismas.
Todas las proposiciones económicas verdaderas—y de eso se trata la praxeología y en eso consiste la gran idea de Mises—se pueden deducir por medio de la lógica formal de ese indiscutible conocimiento material verdadero sobre el significado de la acción y sus categorías. De forma más precisa, todos los teoremas económicos verdaderos consisten en (a) la comprensión del significado de la acción, (b) una situación, o cambio de situación—que se asume como dada, o identificada como siendo dada, y descrita en términos de las categorías de acción—y (c) una deducción lógica de las consecuencias—de nuevo, en términos de las categorías—que resultan para el actor de esa situación o cambio de situación. La ley de la utilidad marginal, por ejemplo,[13] se desprende de nuestro conocimiento indiscutible del hecho de que el actor siempre prefiere lo que le satisface más a lo que le satisface menos, más el supuesto de que se enfrenta al aumento en la oferta de un bien (un medio escaso), cuyas unidades él considera como capaces de proporcionar el mismo servicio, en una unidad adicional. De esto se desprende con necesidad lógica que esa unidad adicional solamente puede ser empleada como medio para remover un malestar que se considera menos urgente que el objetivo menos valioso previamente satisfecho con una unidad de ese bien. Mientras no haya error en el proceso de deducción, las conclusiones que la teorización económica produce—no diferentes para cualquier otra proposición económica que el caso de la ley de utilidad marginal—deben ser válidas a priori. La validez de estas proposiciones se remonta en última instancia al indiscutible axioma de la acción. Pensar, como hace el empiricismo, que estas proposiciones requieren pruebas empíricas de continuas para su validación es absurdo, y un signo de confusión intelectual plena. Y no es menos absurdo y confuso creer, como hace el historicismo, que la economía no tiene nada que decir sobre relaciones constantes e invariables, sino que simplemente se ocupa de eventos históricamente accidentales. Decir tal cosa en forma significativa es probar tal afirmación errónea, porque decir algo significativo ya presupone actuar y tener conocimiento del significado de las categorías de acción.

III

Hasta aquí será suficiente como explicación de la respuesta de Mises sobre la búsqueda de los fundamentos de la economía. Ahora pasaré a mi segunda meta: la explicación de por qué y cómo la praxeología también proporciona la base para la epistemología. Mises era consciente de ello y estaba convencido de la gran importancia de esta idea para la filosofía racionalista. Pero Mises no trató el asunto de una forma sistemática. No hay más que unas breves observaciones respecto a este problema, dispersas a lo largo de su gran cantidad de escritos.[14] Así que, a continuación trataré de abrir nuevos caminos.
Empezaré mi explicación con la introducción de un segundo axioma a priori y clarificaré su relación con el axioma de la acción. Tal comprensión es la clave para resolver nuestro problema. El segundo axioma es el llamado “a priori de argumentación,” que establece que los seres humanos son capaces de argumentación, y por lo tanto conocen lo significa verdad y validez.[15] Al igual que en el caso del axioma de la acción, este conocimiento no se deriva de la observación: sólo hay conducta verbal a ser observada y previa cognición reflexiva es requerida para interpretar tal conducta como argumentos significativos. Y la validez del axioma, como la del axioma de la acción, es indiscutible. Es imposible negar que uno puede argumentar, porque la negación sería en sí misma un argumento. De hecho, uno ni siquiera puede decirse a sí mismo en silencio “No puedo discutir” sin contradecirse a sí mismo. No se puede argumentar que no se puede argumentar. Tampoco se puede disputar que uno entiende lo que significa llegar a una proposición verdadera o válida sin implícitamente mostrar como verdadera la negación de esta proposición.
No es difícil detectar que ambos axiomas a priori—de acción y de argumentación—están íntimamente relacionados. Por un lado, las acciones son más fundamentales que las argumentaciones con cuya existencia emerge la idea de validez, siendo la argumentación sólo una subclase de la acción. Por otro lado, reconocer lo que acaba de ser reconocido respecto a la acción y la argumentación y la relación entre ellos requiere argumentación; y por lo tanto, en este sentido, la argumentación debe ser considerada más fundamental que la acción: sin argumentación nada podría decirse que se conoce acerca de la acción. Pero entonces, dado que es en argumentación que tal idea se descubre—mientras que podría ser desconocido antes de cualquier argumentación—de hecho la posibilidad de argumentación presupone acción en que las proposiciones de verdad sólo pueden ser explícitamente discutidas en el curso de una argumentación si los individuos que la realizan saben ya lo que significa actuar y tener conocimiento implicado en la acción—tanto el significado de la acción en general y el de la argumentación en particular deben ser entendidos como hilos entrelazados lógicamente necesarios de conocimiento a priori.
Lo que esta idea sobre la interrelación entre el a priori de acción y el a priori de argumentación sugiere es lo siguiente: Tradicionalmente, la tarea de la epistemología ha sido formular lo que puede ser conocido como verdadero a priori, y también lo que puede ser conocido a priori no ser objeto de conocimiento a priori. Reconociendo, como acabamos de hacer, que las afirmaciones de conocimiento se plantean y deciden en el curso de una argumentación y que esto es innegable, ahora uno puede reconstruir la tarea de la epistemología con mayor precisión: formular las proposiciones que son argumentativamente indiscutibles dado que su verdad está ya implícita en el hecho mismo de dar un argumento y por tanto no se puede negar argumentativamente; y delimitar el rango de tal conocimiento a priori del campo de proposiciones cuya validez no puede ser establecida de esta manera, sino que requiere información adicional y contingente para su validación, o que no pueden ser validadas de ninguna forma y por tanto son simples enunciados metafísicos en el sentido peyorativo del término metafísico.
Pero ¿Qué es lo que está implicado en el acto de argumentar? Es a esta pregunta que nuestra idea sobre la inseparable interconexión entre el a priori de argumentación y el de acción ofrece una respuesta: A un nivel muy general, no se puede negar argumentativamente que la argumentación presupone acción, y que los argumentos y el conocimiento contenido en ellos, son de actores. Y más específicamente, que no puede negarse, entonces, que el conocimiento mismo es una categoría de acción; que la estructura del conocimiento tiene que ser restringida por la función peculiar que el conocimiento tiene dentro del marco de las categorías de acción; y que la existencia de tales restricciones estructurales nunca puede ser refutada en absoluto por ningún conocimiento.
Es en este sentido que debe considerarse que las ideas contenidas en la praxeología proveen los fundamentos de la epistemología. El conocimiento es una categoría muy distinta a las que he explicado antes—de fines y medios. Los fines que nos esforzamos por alcanzar a través de nuestras acciones, y los medios que empleamos para hacerlo, son ambos valores escasos. Los valores ligados a nuestras metas están sujetos al consumo y son exterminados y destruidos en el consumo, y por tanto siempre deben ser producidos de nuevo. Y los medios empleados tienen que ser economizados, también. No es así, sin embargo, con el conocimiento—independientemente de si uno lo considera un medio o un fin en sí mismo. Por supuesto, la adquisición de conocimiento requiere medios escasos—por lo menos el cuerpo y el tiempo de uno. Sin embargo, una vez que el conocimiento se adquiere, ya no es escaso. No desaparece después de ser consumido, tampoco los servicios que puede brindar, a diferencia de los otros medios sujetos a agotamiento. Una vez allí, es un recurso inagotable e incorpora un valor que dura a la eternidad, siempre y cuando no sea simplemente olvidado.[16] Sin embargo, el conocimiento no es un bien libre en el mismo sentido que el aire en circunstancias normales. En lugar de eso, es una categoría de acción. No es solamente un ingrediente mental de toda acción, muy a diferencia del aire, sino de forma más importante, el conocimiento, y no el aire, está sujeto a validación, es decir, tiene que demostrar que cumple una función positiva para el actor dentro de las restricciones invariantes del marco categórico de las acciones. Es tarea de la epistemología aclarar cuáles son esas restricciones y lo que uno puede entonces saber acerca de la estructura del conocimiento.
Si bien tal reconocimiento de las restricciones praxeológicas sobre la estructura del conocimiento podrían no impresionar a uno inmediatamente por su importancia, sí tiene implicaciones muy importantes. Por un lado, a la luz de esta idea una dificultad recurrente de la filosofía racionalista encuentra su respuesta. Ha sido una problema común con el racionalismo en la tradición Leibniz-Kant que parece implicar una especie de idealismo. Al darse cuenta que las proposiciones verdaderas a priori no podían derivarse de las observaciones, el racionalismo respondía a la pregunta sobre cómo el conocimiento a priori podía entonces ser posible adoptando el modelo de mente activa, como opuesto al modelo empiricista de mente pasiva, como espejo que refleja, en la tradición de Locke y Hume. Según la filosofía racionalista, las proposiciones verdaderas a priori tenían su fundamento en la operación de los principios del pensamiento que uno no podía concebir como operando de otra manera; estaban basadas en las categorías de una mente activa. Ahora, como los empiricistas estaban siempre muy dispuestos a señalar, la crítica obvia a tal posición es, que si ese fuese el caso, no se podría explicar por qué esas categorías mentales deberían ajustarse a la realidad. En vez de eso, uno se vería obligado a aceptar el absurdo supuesto idealista de que la realidad tendría que ser concebida como una creación de la mente, para poder afirmar que el conocimiento a priori podía incorporar alguna información acerca de la estructura de la realidad. Y claramente, tal afirmación parecía estar justificada cuando se encontraban con las declaraciones programáticas de filósofos racionalistas como ésta de Kant a continuación: “Hasta ahora se ha supuesto que nuestro conocimiento tiene que estar conforme a la realidad,” en vez de eso se debería asumir “que realidad observacional debería estar conforme a nuestra mente.”[17]
Reconocer al conocimiento como estructuralmente restringido por su rol en el marco de las categorías de acción proporciona la solución a tal queja. Pues tan pronto esto se entiende, todas las sugerencias idealistas de la filosofía racionalista desaparecen, y en lugar de eso una epistemología que propone que las proposiciones verdaderas a priori existen se convierte en una epistemología realista. Entendido como restringido por las categorías de acción, el abismo aparentemente insalvable, entre lo mental por un lado y el mundo real físico exterior por el otro, se supera. De tal forma restringido, el conocimiento a priori tiene que ser tanto un asunto mental y un reflejo de la estructura de la realidad, puesto que es sólo a través de acciones que la mente entra en contacto con la realidad, por así decirlo. Actuar es un ajuste guiado cognitivamente de un cuerpo físico en una realidad física. Y así, no puede haber ninguna duda de que el conocimiento a priori, concebido como un entendimiento acerca las restricciones estructurales impuestas sobre el conocimiento como conocimiento de los actores, tiene de hecho que corresponder a la naturaleza de las cosas. El carácter realista de tal conocimiento se manifiesta no sólo en el hecho de que uno no puede pensar que sea de otro modo, sino en el hecho de que uno no puede deshacer esa verdad.
Pero hay más implicancias específicas envueltas en el reconocimiento de los fundamentos praxeológicos de la epistemología—aparte de la implicancia general que sustituyendo el modelo de mente de un actor que actúa usando como medio un cuerpo físico por el modelo racionalista tradicional de mente activa, el conocimiento a priori se convierte inmediatamente en conocimiento realista (de hecho tan realista que puede entenderse como literalmente imposible de deshacer). Más específicamente, a la luz de esta idea se proporciona decisivo apoyo a los lamentablemente pocos filósofos racionalistas que—contra el Zeitgeist empiricista—obstinadamente sostienen en varios frentes filosóficos que las proposiciones a priori verdaderas acerca del mundo real son posibles.[18] Además, a la luz del reconocimiento de las restricciones praxeológicas sobre la estructura del conocimiento esas diversas empresas racionalistas se integran sistemáticamente en una sola, el cuerpo unificado de filosofía racionalista.
Entendiendo el conocimiento de forma explícita, como se muestra en argumentación, como una categoría peculiar de la acción, se hace evidente de inmediato por qué la perenne insistencia racionalista de que las leyes de la lógica—comenzando con las más fundamentales, esto es, de lógica proposicional y de conectores (“y,” “o,” “si-entonces,” “no”) y cuantificadores (“hay,” “todos,” “algunos”)—son proposiciones a priori verdaderas acerca de la realidad y no meras estipulaciones verbales respecto a las reglas de transformación de signos arbitrariamente elegidos, como los formalistas-empiricistas creen, es correcta. Son tanto leyes del pensamiento como de la realidad, porque son leyes que tienen su fundamento último en la acción y no pueden ser deshechas por ningún actor. En toda acción, un actor identifica una situación específica y la categoriza de una manera en vez de otra para ser capaz de hacer una elección. Es esto lo que en última instancia explica la estructura de incluso las más elementales proposiciones (como “Sócrates es un hombre”) que consisten de un nombre propio, o alguna expresión de identificación para nombrar o identificar algo, y un predicado, para afirmar o negar alguna propiedad específica del objeto nombrado o identificado; y que explica la piedra angular de la lógica: las leyes de identidad y de contradicción. Y es esta característica universal de la acción y la elección que también explica nuestra comprensión de las categorías “hay,” “todos” y, por implicancia, “algunos,” así como “y,” “o,” “si-entonces” y “no.”[19] Uno puede decir, por supuesto, que algo puede ser “a” y “no-a,” al mismo tiempo, o que “y” significa otra cosa. Pero uno no puede deshacer la ley de la contradicción; y uno no puede deshacer la definición real de “y.” Por el simple hecho de actuar con un cuerpo físico en un espacio físico nosotros invariablemente afirmamos la ley de contradicción e invariablemente mostramos nuestro conocimiento constructivo verdadero del significado de “y” y “o.”
Del mismo modo, la razón última para que la aritmética sea una disciplina a priori pero empírica, como los racionalistas siempre han entendido, ahora también se vuelve discernible. La prevaleciente ortodoxia empiricista-formalista concibe la aritmética como la manipulación de signos arbitrariamente definidos de acuerdo a reglas de transformación arbitrariamente establecidas, y por tanto enteramente carente de cualquier significado empírico. Para este punto de vista, que evidentemente convierte a la aritmética en nada más que juego, sin importar qué tan útil pueda ser, la aplicación exitosa de la aritmética en la física es una vergüenza intelectual. De hecho, los empiricistas-formalistas tienen que explicar este hecho simplemente como un evento milagroso. Eso no es ningún milagro, sin embargo, se hace aparente una vez que el carácter praxeológico u operativo—usando aquí la terminología del filósofo-matemático racionalista más notable Paul Lorenzen y su escuela—o constructivista de la aritmética es entendido. La aritmética y su carácter como disciplina intelectual sintética a priori está fundamentada en nuestra comprensión de repetición, repetición de acción. Más precisamente, descansa sobre nuestra comprensión del significado de “haz eso—y hazlo de nuevo, comenzando del resultado presente.” Y la aritmética entonces se refiere a cosas reales: unidades construidas o constructivamente identificadas de algo. Demuestra qué relaciones pueden sostenerse entre dichas unidades por el hecho de que están construidas de acuerdo a la regla de la repetición. Como Paul Lorenzen ha demostrado en detalle, no, todo lo que actualmente se hace pasar por matemáticas puede ser constructivamente fundamentado—y esas partes, entonces, por supuesto, deben ser reconocidas como lo que son: juegos simbólicos epistemológicamente sin valor. Pero todas las herramientas matemáticas que son empleadas en la física, esto es, las herramientas del análisis clásico, pueden derivarse constructivamente. No son simbolismos empíricamente vacíos, sino proposiciones verdaderas acerca de la realidad. Se aplican a todo en la medida en que consisten de una o más unidades distintas, y en la medida en que esas unidades son construidas o identificadas como unidades mediante el procedimiento de “hazlo de nuevo, construye o identifica a otra unidad mediante la repetición de la operación anterior”.[20] De nuevo, uno puede decir, por supuesto, que 2 más 2 es 4 a veces, pero a veces 2 ó 5 unidades, y en la realidad observacional, para los leones, los corderos o los conejos, eso incluso puede ser verdad,[21] pero en la realidad de la acción, en la identificación o la construcción de esas unidades en operaciones repetitivas, la verdad de que 2 más 2 no es nunca otra cosa que 4 no puede ser deshecha.
Además, las viejas aspiraciones racionalistas de que la geometría, esto es, la geometría euclidiana es a priori y sin embargo incorpora conocimiento empírico sobre el espacio encuentra apoyo, también, en vista de nuestra comprensión sobre las restricciones praxeológicas sobre el conocimiento. Desde el descubrimiento de las geometrías no euclidianas y en particular desde la teoría relativista de la gravitación de Einstein, la posición predominante respecto a la geometría es una vez más empiricista y formalista. Se concibe a la geometría como parte de la física empírica a posteriori, o como formalismos empíricamente sin importancia. Pero que la geometría sea bien o un simple juego, o que esté siempre sujeta a la comprobación empírica parece ser incompatible con el hecho de que la geometría euclidiana es la base de la ingeniería y la construcción, y que nadie piensa allí que tales proposiciones son verdaderas sólo hipotéticamente.[22] Reconocer al conocimiento como praxeológicamente restringido explica por qué el punto de vista empírico-formalista es incorrecto y por qué el éxito empírico de la geometría euclidiana no es un mero accidente. El conocimiento espacial está también incluido en el significado de la acción. La acción es el empleo de un cuerpo físico en el espacio. Sin acción no podría haber conocimiento de relaciones espaciales ni mediciones. Medir es relacionar algo a un estándar. Sin estándares no hay medición; y no hay medida, entonces, que pueda falsar alguna vez el estándar. Evidentemente, el último estándar tiene que ser proporcionado por las normas que subyacen la construcción de los movimientos corporales en el espacio y la construcción de instrumentos de medición por medio del cuerpo de uno y de conformidad con los principios de construcciones espaciales contenidos en él. La geometría euclidiana, como nuevamente Paul Lorenzen, en particular, ha explicado, no es más ni menos que la reconstrucción de las normas ideales subyacentes a nuestra construcción de tales formas básicas homogéneas como puntos, líneas, planos y distancias, que están de manera más o menos perfecta, pero siempre perfectible, incorporados o realizados incluso en nuestros instrumentos más primitivos de mediciones espaciales, tales como una vara para medir. Naturalmente, estas normas e implicancias normativas no pueden ser falsadas por el resultado de cualquier medición empírica. Por el contrario, su validez cognitiva se fundamenta en el hecho de que son ellas las que hacen posible las mediciones físicas en el espacio. Cualquier medición real debe presuponer ya la validez de las normas que conducen a la construcción del estándar de medición de uno. Es en este sentido que la geometría es una ciencia a priori; y que tiene que ser simultáneamente considerada como una disciplina empíricamente significativa, ya que no sólo es la pre-condición para cualquier descripción espacial empírica, es también la pre-condición para cualquier orientación activa en el espacio.[23]
En vista del reconocimiento del carácter praxeológico del conocimiento, estas ideas sobre la naturaleza de la lógica, la aritmética y la geometría se integran en un sistema de dualismo epistemológico.[24] La justificación última de esta posición dualista, esto es, la afirmación de que hay dos ámbitos de investigación intelectual que pueden ser entendidos a priori que requieren métodos categóricamente diferentes de tratamiento y análisis, también recae en la naturaleza praxeológica del conocimiento. Eso explica por qué tenemos que diferenciar entre un campo de objetos que es categorizado causalmente y un campo que es categorizado teleológicamente.
Ya he indicado brevemente en mi discusión sobre praxeología que la causalidad es una categoría de la acción. La idea de causalidad de que hay causas que operan de forma invariable en el tiempo que permiten a uno proyectar las observaciones del pasado respecto a la relación de eventos en el futuro es algo (como el empiricismo desde Hume ha notado) que no tiene ninguna base observacional. Uno no puede observar el nexo conector entre las observaciones. Incluso si uno pudiera, tal observación no probaría ser una conexión invariante en el tiempo. En lugar de eso, el principio de causalidad debe ser entendido como implicado en nuestra comprensión de la acción como una interferencia en el mundo que se observa, hecha con la intención de desviar el curso “natural” de los acontecimientos con el fin de producir un estado diferente preferido, esto es, de hacer que sucedan cosas que de otro modo no iban a ocurrir, y por lo tanto presupone la noción de eventos que se relacionan uno con otro a través de causas operativas invariables en el tiempo. Un actor puede equivocarse respecto a sus supuestos particulares acerca de cuál interferencia anterior produjo cuál resultado posterior. Pero exitosa o no, cualquier acción, modificada o no a la luz de su éxito o fracaso anterior, presupone que hay eventos constantemente conectados, incluso si ninguna causa particular para un evento particular puede algún día ser pre-conocida por el actor. Sin tal suposición sería imposible clasificar dos o más experiencias de observación, como falsando o confirmando una a la otra en lugar de interpretarlas como eventos lógicamente inconmensurables. Sólo porque la existencia de causas que operan de forma invariable en el tiempo se asume de antemano puede uno encontrar casos particulares de evidencia observacional confirmando algo o no; o puede existir un actor que pueda aprender algo de la experiencia pasada mediante la clasificación de sus acciones como exitosas, confirmando un conocimiento previo, o no exitosas, no confirmando el conocimiento previo. Es simplemente por virtud de actuar y distinguir entre éxitos y fracasos que la validez a priori del principio de causalidad es establecida; incluso si uno tratara, uno no podía refutar con éxito su validez.[25]
Y así, entender la causalidad como un presupuesto necesario de la acción, implica también que su rango de aplicabilidad tiene entonces que ser delimitado a priori del de la categoría de teleología. De hecho, ambas categorías son estrictamente excluyentes y complementarias. La acción presupone una realidad observacional causalmente estructurada, pero la realidad de la acción que podemos entender como requiriendo dicha estructura, no es en sí misma causalmente estructurada. En lugar de eso, es una realidad que tiene que ser categorizada teleológicamente, como una conducta significativa dirigida-con-propósito. De hecho, uno no puede negar ni deshacer la idea de que hay dos campos de fenómenos categóricamente diferentes, ya que tales intentos, como acciones que tienen lugar dentro de la realidad que ser observa, tendrían que presuponer eventos causalmente relacionados, así como la existencia de intencionalidad en lugar de fenómenos causalmente relacionados para interpretar tales eventos de observación como queriendo negar algo. Ni el monismo causal ni el teleológico podría justificarse sin caer en una abierta contradicción: físicamente declarando una u otra posición, y afirmando decir algo significativo al hacerlo, se establece de hecho un caso para una complementariedad indiscutible de ambos, un campo de fenómenos causales y teleológicos.[26]
Todo lo que no es una acción tiene necesariamente que ser categorizado causalmente. No hay nada que se conozca a priori acerca de este rango de fenómenos excepto que está estructurado causalmente—y que está estructurado de acuerdo a las categorías de la lógica proposicional, la aritmética y la geometría.[27] Todo lo demás que hay que saber acerca de este rango de fenómenos tiene que ser derivado de observaciones contingentes y por lo tanto representa conocimiento a posteriori. En particular, todo conocimiento sobre dos o más eventos específicos observacionales causalmente relacionados o no es conocimiento a posteriori. Obviamente, el rango de fenómenos descritos en esta forma coincide (más o menos) con lo que usualmente se considera como el campo de las ciencias naturales empíricas.
Por el contrario, todo lo que es una acción tiene que ser categorizado teleológicamente. Este campo de fenómenos está restringido por las leyes de la lógica y la aritmética, también. Pero no está restringido por las leyes de la geometría, como incorporadas en nuestros instrumentos para medir objetos que se extienden espacialmente, ya que las acciones no existen aparte de las interpretaciones subjetivas de las cosas observables; y por lo tanto tienen que ser identificadas por la comprensión reflexiva en lugar de con mediciones espaciales. Las acciones tampoco son eventos causalmente conectados, sino eventos que están conectados de manera significativa dentro de un marco de categorías de medios y fines.
Uno no puede conocer a priori cuáles son o serán los valores, las opciones y los costos específicos de un actor. Eso cae enteramente en la provincia del conocimiento empírico a posteriori. De hecho, la acción particular que un actor que va a realizar dependerá de su conocimiento sobre la realidad observacional y/o la realidad de las acciones de otros actores. Y sería imposible concebir tales estados del conocimiento como predecibles sobre la base de causas que operan de forma invariable en el tiempo. Un actor con capacidad de aprender no puede predecir su conocimiento futuro antes de que realmente lo haya adquirido, y él demuestra—simplemente por virtud de distinguir entre las predicciones exitosas y no exitosas—que tiene que concebirse a sí mismo como capaz de aprender de experiencias desconocidas en formas aún desconocidas. Así, el conocimiento sobre el curso particular de acción es sólo posteriori. Y puesto que tal conocimiento tendría que incluir el conocimiento del mismo actor—como ingrediente necesario de toda acción, cuyo cambio puede tener influencia en la acción particular elegida—el conocimiento teleológico también tiene que ser necesariamente reconstructivo, o conocimiento histórico. Sólo proporcionará explicaciones ex-post que no tendrían ninguna relación sistemática sobre la predicción de acciones futuras, porque, en principio, los futuros estados del conocimiento nunca pueden predecirse sobre la base de causas empíricas que operan de forma constante. Obviamente, tal delimitación de una rama de ciencia a posteriori y reconstructiva de la acción se ajusta a la descripción usual de disciplinas como la historia y la sociología.[28]
Lo que es sabido ser verdadero a priori, en el campo de la acción, y lo que tendría entonces que restringir cualquier explicación histórica o sociológica es lo siguiente: Por un lado, tal explicación, que esencialmente tendría que reconstruir el conocimiento del actor, invariablemente tendría que ser una reconstrucción en términos del conocimiento de fines y medios, de elecciones y costos, de ganancias y pérdidas, y así por el estilo. Y en segundo lugar, dado que esas son evidentemente categorías de praxeología como concebidas por Mises, tal explicación también tiene que ser restringida por las leyes de la praxeología. Y puesto que estas leyes son, como ya he explicado, leyes a priori, tienen también que operar como restricciones lógicas sobre cualquier curso futuro de acción. Son válidas independientemente de cualquier estado específico de conocimiento que el actor posea, simplemente por el hecho de que cualquiera que sea ese estado, tiene que ser descrito en términos de categorías de acción. Y en lo que se refiere a las acciones, las leyes de la praxeología tienen entonces que coextenderse a todo el conocimiento predictivo que puede haber en el campo de la ciencia de la acción. De hecho, ignorando por el momento que el status de la geometría como ciencia a priori estaba basado últimamente en la comprensión de la acción por lo que la praxeología tendría que ser considerada como una disciplina cognitiva más fundamental, el rol peculiar adecuado de la praxeología dentro de todo el sistema de epistemología puede ser entendido análogo al de la geometría. La praxeología es al campo de acción lo que la geometría euclidiana es al campo de observaciones (no acciones). Así como la geometría incorporada en nuestros instrumentos de medición restringe la estructura espacial de realidad observacional, igual la praxeología restringe el rango de cosas que posiblemente pueden ser experimentadas en el campo de las acciones.[29]

IV

Estableciendo el lugar propio de la praxeología, he cerrado el círculo delineando al sistema de filosofía racionalista como basado en última instancia en el axioma de la acción. Ha sido mi meta aquí reafirmar la posición de Mises de que la economía es la praxeología; de que el caso de la praxeología es indiscutible; y que las interpretaciones empiricistas o historicistas-hermeneuticista de la economía son doctrinas auto-contradictorias. Y ha sido mi objetivo indicar que la idea de Mises sobre la naturaleza de la praxeología también proporciona el fundamento mismo sobre el que filosofía racionalista tradicional puede ser reconstruida con éxito, y sistemáticamente integrada.
Para el filósofo racionalista, esto implica que debe tomar en cuenta la praxeología. Porque es precisamente la idea de las restricciones praxeológicas sobre la estructura del conocimiento lo que proporciona el eslabón perdido en su defensa intelectual contra el escepticismo y el relativismo. Para el economista en la tradición de Mises esto significa, yo afirmo, que debe explícitamente reconocer su lugar dentro de la tradición más amplia del racionalismo occidental; y que debe aprender a incorporar las ideas proporcionadas por esta tradición para construir un caso aún más impresionante y profundo para la praxeología y la economía austriaca que la hecha por el gran Mises mismo.

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