20 octubre, 2012

La ciencia económica y el método austriaco: Parte I

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Praxeología y ciencia económica

Es bien sabido que los austriacos están en fuerte desacuerdo con otras escuelas de pensamiento económico como los keynesianos, los monetaristas, Public Choicers, historicistas, institucionalistas y los marxistas.[1] El desacuerdo es mucho más evidente, por supuesto, cuando se habla de política económica y de propuestas de política económica. A veces también existen alianzas entre los austriacos y, en particular, los de Chicago y los Public Choicers. Ludwig von Mises, Murray N. Rothbard, Milton Friedman, y James Buchanan, por citar algunos nombres, a menudo se unieron en esfuerzos para defender la economía de libre mercado de sus detractores social-demócratas y socialistas.
Sin embargo, por muy importantes que tales acuerdos ocasionales por razones tácticas o estratégicas sean, sólo son superficiales, porque esconden unas diferencias fundamentales entre la escuela austriaca, como representada por Mises y Rothbard, y todas las demás. La diferencia fundamental de la que todos los desacuerdos a nivel de teoría y política económica—desacuerdos, por ejemplo, en cuanto a los méritos del patrón oro versus el dinero fiduciario, banca libre versus banca central, las implicancias de los mercados versus la acción del Estado sobre el bienestar, capitalismo versus socialismo, la teoría del interés y el ciclo económico, etc.—se refiere a la respuesta de la pregunta primera que todo economista tiene que plantearse: ¿Cuál es el objeto de la economía, y qué tipo de proposiciones son los teoremas económicos?


La respuesta de Mises es que la economía es la ciencia de la acción humana. En sí mismo esto no suena muy controversial. Pero luego Mises dice sobre la ciencia económica:
Sus enunciados y proposiciones no se derivan de la experiencia. Son a priori, como los de la lógica y la matemática. No están sujetos a verificación y falsación en base a experimentación y hechos. Son, a la vez, lógica y temporalmente anteriores a toda comprensión de hechos históricos. Son un requisito necesario para cualquier entendimiento intelectual de acontecimientos históricos.[2]
Para enfatizar el estatus de la economía como ciencia pura—ciencia que tiene más en común con una disciplina como la lógica aplicada que, por ejemplo, con las ciencias naturales empíricas—Mises propone el término “praxeología” (la lógica de la acción) para la rama del conocimiento ejemplificado por la economía.[3]
Es este entendimiento de la economía como ciencia a priori—ciencia cuyas proposiciones pueden tener una rigurosa justificación lógica—lo que distingue a los austriacos, o más precisamente a los misesianos, de todas las otras escuelas de economía actuales. Todas las otras conciben la economía como una ciencia empírica, como la física, que desarrolla hipótesis que requieren comprobación empírica continua. Y todos ven la idea de Mises como dogmática y no-científica, de que los teoremas económicos—como la ley de la utilidad marginal, o la ley de los retornos, o la teoría de interés por preferencia intertemporal y la teoría de los ciclos económicos—tienen prueba definitiva al demostrarse que tratar de negarlos es una contradicción plena.
El punto de vista de Mark Blaug, muy alto representante del pensamiento metodológico del mainstream, ilustra esta oposición casi universal al Austrianismo. Blaug dice de Mises, “Sus escritos sobre los fundamentos de la ciencia económica son tan enredados e idiosincráticos que uno sólo puede preguntarse si alguien los ha tomado en serio.”[4]
Blaug no proporciona argumento alguno para justificar su indignación. Su capítulo sobre Austrianismo simplemente termina con esa declaración. ¿Podría ser que el rechazo de Blaug y otros al apriorismo de Mises tiene más que ver con el hecho de los altos estándares de rigor argumentativo, que la metodología apriorista implica, demostraron ser demasiado para ellos?[5]
¿Qué llevó a Mises a su caracterización de la economía como una ciencia a priori? Desde la perspectiva actual podría ser sorprendente escuchar que Mises no veía su concepción como fuera de la visión mayoritaria que prevalecía a principios del siglo XX. Mises no quería prescribir lo que los economistas debían hacer en lugar de lo que realmente estaban haciendo. Por el contrario, él vio a su logro como filósofo de la economía en sistematizar y hacer explícito lo que la economía realmente era, y como era implícitamente concebida por casi todo aquel que se hacía llamar economista.
Y este es de hecho el caso. Al dar una explicación sistemática de lo que antes era sólo conocimiento implícito y tácito, Mises introdujo algunas distinciones conceptuales y terminológicas que anteriormente eran poco claras y desconocidas, al menos en el mundo de habla inglesa. Pero su posición sobre el status de la economía estaba esencialmente en completo acuerdo con el entonces punto de vista ortodoxo en la materia. Ellos no empleaban el término “a priori,” pero la corriente principal de economistas como Jean Baptiste Say, Nassau Senior y John E. Cairnes, por ejemplo, describían la economía de forma similar.
Say escribió: “Un tratado de economía política . . . estará confinado a la enunciación de algunos principios generales, no requiriendo si quiera pruebas o ilustraciones; porque ellos no serán sino la expresión de lo que cada uno sabe, arreglados de forma conveniente para comprenderlos, así como en su totalidad y en su relación de uno con otro.” Y “la economía política . . . mientras los principios que constituyen su base sean deducciones rigurosas de hechos generales innegables, descansa sobre una base inmovible.”[6]
Según Nassau Senior, “las premisas [económicas] consisten en unas pocas proposiciones generales, resultado de observaciones, o consciencia, y apenas requiriendo prueba, o incluso declaración formal, que casi todo hombre, tan pronto como las escucha, las admite como familiares a su pensamiento, o por lo menos como incluidas en su conocimiento previo; y sus inferencias son casi tan generales, y, si él ha razonado correctamente, tan ciertas como sus premisas.” Y los economistas deberían ser “conscientes de que la ciencia depende más del razonamiento que de la observación, y que su principal dificultad consiste no en la certificación de los hechos, sino en el uso de sus términos.”[7]
Y John E. Cairnes remarcó que mientras “la humanidad no tiene conocimiento directo de los principios físicos últimos” . . . “el economista comienza con el conocimiento de las causas últimas.” . . . “El economista entonces debe ser considerado desde el principio de sus investigaciones como en posesión ya de esos principios últimos que rigen los fenómenos que constituyen el objeto de su estudio, descubrimiento que en el caso de la investigación física constituye para el investigador su tarea más ardua.” “Conjetura [en economía] estaría manifiestamente fuera de lugar, en la medida en que poseemos en nuestra conciencia y en el testimonio de nuestros sentidos . . . prueba directa y fácil de eso que deseamos conocer. En economía política, en consecuencia, la hipótesis nunca se utiliza como ayuda para el descubrimiento de las últimas causas y leyes.”[8]
La opinión de los predecesores de Mises, Menger, Böhm-Bawerk y Wieser, es la misma: Ellos, también, describen la economía como una disciplina a cuyas proposiciones pueden—en contraste con las de las ciencias naturales—se les puede dar una justificación última. Una vez más, sin embargo, ellos lo hacen sin utilizar la terminología empleada por Mises.[9]
Y por último, la caracterización epistemológica de Mises sobre la economía era también considerada muy ortodoxa—y, ciertamente no idiosincrática, como Blaug pensaba—después de haber sido explícitamente formulada por Mises. El libro de Lionel Robbins, La Naturaleza y Significado de la Ciencia Económica, que apareció por primera vez en 1932, no es más que una versión ligera de la descripción de Mises de la economía como la praxeología. Sin embargo, fue respetada por la profesión de economía como la guía metodológica por casi veinte años.
De hecho, Robbins, en su prefacio, explícitamente señala a Mises como la fuente más importante de su propia posición metodología. Y Mises y Richard von Strigl—cuya posición es esencialmente indistinguible de la de Mises[10]—son citados con aprobación en el texto con más frecuencia que cualquier otra persona.[11]
Sin embargo, interesante como puede ser todo esto para una evaluación de la situación actual, es sólo historia. ¿Cuál es, entonces, la razón de los economistas clásicos para ver su ciencia como diferente a las ciencias naturales? ¿Y qué hay detrás de la reconstrucción explícita de Mises de tal diferencia como una entre una ciencia a priori y una posteriori? Fue el reconocimiento de que el proceso de validación—el proceso de descubrir si una proposición es verdadera o no—es diferente ambos campos de estudio.
Revisemos brevemente primero a las ciencias naturales. ¿Cómo sabemos las consecuencias de someter un material de la naturaleza a pruebas específicas, digamos, si lo mezclamos con otro tipo de material? Obviamente no lo sabemos antes de realmente experimentarlo y observar lo que sucede. Podemos hacer una predicción, por supuesto, pero nuestra predicción es sólo hipotética, y se necesitan observaciones para saber si estamos en lo correcto o no.
Además, aunque hayamos observado algún resultado específico, digamos que la mezcla de los dos materiales produjo una explosión, ¿podemos estar seguros de que ese resultado se producirá invariablemente siempre que mezclemos esos materiales? De nuevo, el respuesta es no. Nuestras predicciones aún serán, y de forma permanente, hipotéticas. Es posible que una explosión sólo se produzca si ciertas condiciones—A, B y C—se cumplen. Sólo podemos saber si es o no es el caso, y cuáles son esas condiciones, si nos embarcamos en experimentos de prueba y error al infinito. Eso permite mejorar progresivamente nuestro conocimiento sobre el rango de aplicación de nuestra predicción hipotética original.
Ahora pasemos a algunas proposiciones económicas típicas. Consideremos el proceso de validación de una proposición tal como la siguiente: Cuando dos personas A y B, participan en un intercambio voluntario, ambas tienen que esperar beneficiarse de ella. Y tienen que tener ordenamientos de preferencias inversos en los bienes y servicios que intercambian, de manera que A valora más lo que recibe de B que lo que da a B, y B tiene que valorar al revés las mismas cosas.
O considere esto: Toda vez que un cambio no es voluntario, sino forzado, una parte se beneficia a expensas de la otra.
O la ley de utilidad marginal: Siempre que la oferta de un bien aumenta en una unidad adicional, dado que cada unidad sea considerada por una persona como capaz de proveer el mismo servicio, el valor asignado a esa unidad tiene que disminuir. Porque esta unidad adicional puede sólo ser empleada como medio para la consecución de un objetivo que se considera menos valioso que el objetivo menos valorado satisfecho por una unidad de tal bien si la oferta tuviese una unidad menos.
O la ley ricardiana de asociación: De dos productores, si A es más productivo que B en la producción de dos tipos de bienes, aún pueden ellos participar en una división del trabajo mutuamente beneficiosa. Esto es así porque la productividad física total es mayor si A se especializa en la producción del bien que puede producir con mayor eficiencia, en lugar que A y B produzcan ambos bienes por separado y de forma autónoma.
U otro ejemplo: Cuando se implementan leyes de salario mínimo que requieren salarios más altos que los salarios de mercado existentes, se produce desempleo involuntario.
O, como último ejemplo: Toda vez que la cantidad de dinero se incrementa, mientras no cambia la demanda de dinero que se mantiene como reserva de efectivo en mano, el poder adquisitivo del dinero cae.
Teniendo en cuenta tales proposiciones, ¿es el proceso de validación utilizado para determinar la veracidad o falsedad de ellas del mismo tipo que el utilizado para las proposiciones en las ciencias naturales? ¿Son hipotéticas tales proposiciones en el mismo sentido que la proposición respecto a los efectos de mezclar dos tipos de materiales naturales? ¿Tenemos que probar continuamente las proposiciones económicas con observaciones? Y ¿se requiere un proceso de prueba y error al infinito para conocer el rango de aplicación de estas proposiciones y mejorar nuestro conocimiento gradualmente, como en el caso de las ciencias naturales?
Parece bastante evidente—excepto para la mayoría de economistas durante los últimos cuarenta años—que la respuesta a estas preguntas es un claro e inequívoco No. Que A y B tienen que esperar obtener ganancias y tener ordenamientos de preferencias inversos se desprende de nuestra comprensión de lo que es un intercambio. Y lo mismo respecto al caso de las consecuencias de un intercambio coercitivo. Es inconcebible que las cosas pudiesen ser diferentes: Así era hace un millón de años atrás, y así será un millón de años más adelante. Y el rango de aplicación de tales proposiciones es claro y se entiende en un solo momento, de una vez por todas: Son verdaderas cada vez que algo es intercambio voluntario o intercambio coercitivo, y no hay nada más que decir.
No hay diferencia respecto a los otros ejemplos dados. Que la utilidad marginal de las unidades adicionales de la oferta de bienes homogéneos tiene que disminuir se desprende de la indiscutible afirmación que cada persona que actúa prefiere siempre lo que le satisface más a lo que le satisface menos. Es simplemente absurdo pensar que se requieren experimentos continuos para establecer tal proposición.
La ley ricardiana de asociación, al mismo tiempo que la delineación de su ámbito de aplicación establecida de una sola vez, también se deduce lógicamente de la existencia misma de la situación descrita. Si A y B son diferentes como se ha descrito y de acuerdo a eso existe un ratio de sustitución tecnológica de los bienes producidos (una tasa para A y una para B), entonces si se embarcan en una división del trabajo como la caracterizada por la ley, la producción física tiene que ser mayor de lo que hubiese sido en otro caso. Cualquier otra conclusión es lógicamente defectuosa.
Lo mismo es cierto respecto a las consecuencias de las leyes del salario mínimo o del aumento de la cantidad de dinero. Un aumento del desempleo y una disminución en el poder adquisitivo del dinero son las consecuencias lógicamente implicadas en la descripción misma de la condición inicial, como indicado en las proposiciones usadas. De hecho, es absurdo considerar estas predicciones como hipotéticas y pensar que su validez no puede ser establecida independientemente de las observaciones, es decir, imponiendo leyes de salario mínimo o imprimiendo más dinero, y observando lo que sucede.
Para usar una analogía, es como si alguien quisiera establecer el teorema de Pitágoras midiendo los lados y los ángulos de los triángulos. De la misma forma que uno comentaría sobre tal asunto, ¿no tendríamos que decir que pensar que las proposiciones económicas tienen que ser probadas empíricamente es un signo de confusión intelectual?
Pero Mises no simplemente se da cuenta de esta diferencia obvia entre la economía y las ciencias empíricas. Él nos hace entender la naturaleza de esta diferencia y nos explica cómo y por qué una disciplina única como la economía, que nos enseña algo sobre la realidad sin requerir observaciones, puede existir. Ése es el logro de Mises que difícilmente puede pasarse por alto.
Para entender mejor su explicación, debemos hacer una excursión al campo de la filosofía, más precisamente al campo de la filosofía del conocimiento o epistemología. En particular, debemos examinar la epistemología de Immanuel Kant como desarrollada más completamente en su Crítica de la Razón Pura. La idea de Mises sobre praxeología está claramente influenciada por Kant. Esto no quiere decir que Mises sea un simple kantiano. De hecho, como señalaré más adelante, Mises lleva la epistemología kantiana más allá de donde el mismo Kant la dejó. Mises mejora la filosofía kantiana de una forma que hasta este mismo día ha sido completamente ignorada y poco apreciada por los filósofos kantianos ortodoxos. Sin embargo, Mises toma de Kant sus distinciones conceptuales centrales y terminológicas, así como algunas ideas kantianas fundamentales sobre la naturaleza del conocimiento humano. Por lo tanto debemos revisar a Kant.
Kant, en el curso de su crítica al empiricismo clásico, en particular al de David Hume, desarrolló la idea de que todas nuestras proposiciones pueden clasificarse de dos formas: Por un lado son analíticas o sintéticas, y por el otro lado son a priori o a posteriori. El significado de estas distinciones, de forma corta, es el siguiente. Las proposiciones son analíticas cada vez que los medios de la lógica formal son suficiente para averiguar si son verdaderas o no, de lo contrario son proposiciones sintéticas. Y las proposiciones son a posteriori cuando se necesitan observaciones para establecer su verdad, o por lo menos para confirmarlas. Si no se necesitan observaciones entonces las proposiciones son a priori.
La marca característica de la filosofía kantiana es la afirmación de que existen proposiciones sintéticas a priori verdaderas—y es porque Mises se adhiere a esta afirmación de que se le puede llamar kantiano. Proposiciones sintéticas a priori son aquellas cuya veracidad puede ser establecida de forma definitiva, aunque para hacerlo los medios de la lógica formal no sean suficientes (aunque, por supuesto, necesarios) y las observaciones no sean necesarias.
De acuerdo a Kant, la matemática y la geometría son ejemplos de proposiciones sintéticas a priori verdaderas. Pero él también pensaba que una proposición como el principio general de causalidad—esto es, la afirmación de que hay causas que operan de forma invariable en el tiempo, y que cada evento está integrado en una red tales causas—es una proposición sintética a priori verdadera.
No puedo entrar aquí a explicar en detalle cómo Kant justifica esa idea.[12] Unas pocas consideraciones tendrán que ser suficiente. En primer lugar, ¿cómo se deriva la verdad de tales proposiciones, si la lógica formal no es suficiente y las observaciones no son necesarias? La respuesta de Kant es que la verdad se deriva de axiomas materiales auto-evidentes.
¿Qué hace a estos axiomas auto-evidentes? Kant responde, no es porque sean evidentes en un sentido psicológico, en cuyo caso seríamos conscientes de ellos de forma inmediata. Por el contrario, Kant insiste, es usualmente mucho más laborioso descubrir tales axiomas que descubrir una verdad empírica como que las hojas de los árboles son verdes. Son auto-evidentes porque uno no puede negar su verdad sin auto-contradecirse; esto es, al intentar negarlos uno de hecho admite, de forma implícita, que son verdaderos.
¿Cómo encontramos tales axiomas? Kant responde, reflexionando sobre nosotros mismos, entendiéndonos a nosotros mismos como sujetos pensantes. Y ese hecho—que la verdad de las proposiciones sintéticas a priori se deriva en última instancia de experiencias internas producidas mediante reflexiones—también explica porqué es posible que tales proposiciones puedan tener status de ser entendidas como necesariamente ciertas. La experiencia que se basa en observación sólo puede revelar las cosas como son; no hay nada en ella que indique porqué las cosas tienen que ser de la forma que son. Contrario a esto, sin embargo, Kant escribe, nuestra razón puede entender tales cosas como siendo necesariamente de la forma que son, “que ella misma ha producido de acuerdo a su propio diseño.”[13]
En todo esto, Mises sigue a Kant. Sin embargo, como dije antes, Mises añade una idea extremadamente importante que Kant había sólo vagamente abordado. Ha sido una queja común contra el kantismo que tal filosofía parece implicar algún tipo de idealismo. Porque si, como Kant dice, las proposiciones sintéticas a priori verdaderas son proposiciones acerca de cómo nuestra mente funciona, y tiene necesariamente que funcionar, ¿cómo puede explicarse que tales categorías mentales se ajusten a la realidad? ¿Cómo puede explicarse, por ejemplo, que la realidad esté en conformidad con el principio de causalidad si este principio debe ser entendido como uno con el que el funcionamiento de nuestra mente tiene que estar en conformidad? ¿No tenemos que hacer la absurda suposición idealista de que esto es solamente posible porque la realidad es creada por la mente? No me malentiendan, no creo que tal acusación contra el kantismo sea justificada.[14] Y, sin embargo, en parte de sus formulaciones, no hay duda que Kant dio margen de posibilidad a esas acusaciones.
Consideremos, por ejemplo, esta declaración programática de Kant: “Hasta ahora se ha supuesto que nuestro conocimiento tiene que estar conforme a la realidad,” en vez de eso se debería asumir “que realidad observacional debería estar conforme a nuestra mente.”[15]
Mises ofrece la solución a este desafío. Es cierto, como dice Kant, que las proposiciones sintéticas a priori verdaderas están basadas en axiomas auto-evidentes y que estos axiomas tienen que ser entendidos por reflexión sobre nosotros mismos en vez de ser “observables” en algún sentido significativo. Sin embargo, tenemos que ir un paso más allá. Debemos reconocer que tales verdades necesarias no son simplemente categorías de nuestra mente, sino que nuestra mente es una de personas que actúan. Nuestras categorías mentales tienen que ser entendidas como basadas últimamente en categorías de acción. Y tan pronto como esto se reconoce, toda sugerencia idealista desaparece inmediatamente. En lugar de eso, la epistemología que propone la existencia de proposiciones sintéticas a priori verdaderas se convierte en una epistemología realista. Puesto que se entiende como basada en última instancia en categorías de acción, el abismo entre lo mental y el mundo real, exterior y físico es superado. Como categorías de acción, tienen que ser cosas mentales tanto como características de la realidad. Porque es a través de acciones que la mente y la realidad entran en contacto.
Kant dio pistas para la solución del problema. Él pensaba que las matemáticas, por ejemplo, tenían que estar basadas en el conocimiento del significado de repetición, de operaciones repetitivas. Y también se dio cuenta, aunque sólo vagamente, que el principio de causalidad está implícito en nuestra comprensión de lo que es y lo que significa actuar.[16]
Sin embargo, es Mises quien trae esta idea al primer plano: la Causalidad, él se da cuenta, es una categoría de acción. Actuar significa interferir en algún punto más temprano en el tiempo con el fin de producir un cierto resultado más tarde, y por tanto cada actor debe presuponer la existencia de causas que operan constantemente. La Causalidad es un pre-requisito de la acción, en palabras de Mises.
Pero Mises no está, como Kant, interesado en epistemología como tal. Con su reconocimiento de la acción como el puente entre la mente y la realidad exterior, él ha encontrado una solución al problema kantiano de cómo pueden ser posibles las proposiciones sintéticas a priori verdaderas. Y él ha ofrecido algunas ideas muy valiosas sobre el fundamento último de otras propuestas epistemológicas centrales además del principio de causalidad, como la ley de la contradicción como la piedra angular de la lógica. Y así ha abierto un camino para investigación filosófica futura que, a mi entender, apenas ha sido explorado. Sin embargo, el objeto de estudio de Mises es la economía, por lo que voy a dejar aquí el problema de explicar con más detalle el principio de causalidad como una proposición a priori verdadera.[17]
Mises no sólo reconoce que la epistemología indirectamente se basa en nuestro conocimiento reflexivo de la acción y que puede por lo tanto decir algo verdadero a priori acerca de la realidad, sino que la economía también lo hace y lo hace de una manera mucho más directa. Las proposiciones económicas se derivan directamente de nuestro conocimiento de acción, adquirido de forma reflexiva; y el estado de estas proposiciones como afirmaciones a priori verdaderas acerca de algo real se deriva de nuestra comprensión de lo que Mises denominó “El axioma de la acción.”
Este axioma, la proposición de que los seres humanos actúan, precisamente, cumple con los requisitos para una proposición sintética a priori verdadera. No se puede negar que esta proposición es verdadera, ya que tal negación tendría que ser clasificada como una acción—y así la verdad de la afirmación literalmente no se puede deshacer. Y el axioma no se deriva de observación tampoco—sólo hay movimientos corporales que pueden ser observados, pero no tales cosas como acciones—sino que se deriva de conocimiento reflexivo.
Además, como algo que debe ser entendido en lugar de ser observado, aún es conocimiento acerca de la realidad. Esto se debe a que las distinciones conceptuales que intervienen en este entendimiento son nada menos que las categorías empleadas en la interacción de la mente con el mundo físico por medio de su propio cuerpo físico. Y el axioma de acción en todas sus implicancias no es ciertamente auto-evidente en un sentido psicológico, aunque una vez hecho explícito puede ser entendido como una proposición innegablemente verdadera sobre algo real y existente.[18]
Ciertamente, no es psicológicamente evidente ni es observable que con cada acción de un actor persiga un objetivo; y que cualquiera sea el objetivo, el hecho de que es perseguido por un actor revela que él coloca un valor relativamente más alto sobre el objetivo que en cualquier otro objetivo de acción que pudiera concebir al inicio de su acción.
No es ni evidente ni observable que a fin de lograr su objetivo más preciado un actor tenga que interferir o decidir no interferir (que, por supuesto, es también una interferencia) en un punto anterior en el tiempo para producir algún resultado futuro; ni que esas interferencias invariablemente impliquen el empleo de medios escasos (por lo menos el cuerpo del actor, el lugar donde se encuentra parado, y el tiempo absorbido por la interferencia).
No es auto-evidente ni se puede observar que estos medios deben también tener un valor para el actor—un valor derivado del objetivo—porque el actor debe considerar su uso como necesario para eficazmente alcanzar el objetivo; y que esas acciones sólo se puede realizar de forma secuencial, siempre implicando una elección, es decir, siguiendo el curso de acción que en algún momento dado en el tiempo promete el resultado más valorado para el actor, y excluyendo al mismo tiempo el logro de otros objetivos menos valorados.
No es automáticamente claro u observable que como consecuencia de tener que elegir y dar preferencia a una meta sobre otra—de no ser capaz de alcanzar todas las metas al mismo tiempo—toda acción implique incurrir en costos. Por ejemplo, renunciar al valor asignado a la meta alternativa más valorada que no puede ser alcanzada o cuya realización debe ser diferida porque los medios necesarios para alcanzarla están siendo usados de forma conjunta en la producción de otra meta incluso más valorada.
Y, por último, no es claramente evidente u observable que en el punto de partida todo objetivo de acción tenga que ser considerado más valioso, para el actor, que su costo, y capaz de producir un beneficio, es decir, un resultado cuyo valor es más alto que el de las oportunidades a las que renunció. Y, aún así, toda acción también está invariablemente amenazada por la posibilidad de una pérdida si el actor se da cuenta, en retrospectiva, que el resultado logrado—contrariamente a las expectativas anteriores—tiene un valor inferior que el que hubiese tenido la alternativa a la que renunció.
Todas estas categorías—valor, fines, medios, elección, preferencias, costo, ganancias y pérdidas, así como tiempo y causalidad—están implicadas en el axioma de acción. Pero, que uno sea capaz de interpretar las observaciones en tales categorías requiere que uno sepa ya lo que significa actuar. Nadie que no es un actor podría entenderlas. No vienen “dadas”, listas para ser observadas, sino que la experiencia observada toma forma en estos términos a medida que es interpretada por un actor. Su reconstrucción reflexiva tampoco es una simple tarea intelectual psicológicamente auto-evidente, como ha sido demostrado por una larga lista de intentos fallidos contra las ideas que acabamos de delinear sobre la naturaleza de la acción.
Fue necesario un arduo esfuerzo intelectual para reconocer de forma explícita lo que, una vez hecho explícito, todos reconocen inmediatamente como verdadero y pueden entender como proposiciones sintéticas a priori verdaderas, esto es, proposiciones que pueden ser validadas independientemente de observaciones y consecuentemente no pueden ser falsadas por ninguna observación.
El intento de refutar el axioma de acción sería en sí mismo una acción que busca alcanzar una meta, que requiere unos medios, que excluye otros cursos de acción, que incurre en costos, que somete al actor a la posibilidad de alcanzar o no alcanzar la meta deseada y por tanto a una ganancia o a una pérdida.
Y la posesión misma de tal conocimiento entonces no puede nunca ser disputada, y la validez de estos conceptos no puede nunca ser falsada por ninguna experiencia contingente, porque disputar o falsar algo habría ya presupuesto su misma existencia. De hecho, una situación en la que estas categorías de acción dejasen de tener existencia real nunca podría ser observada, porque hacer una observación, también, es una acción.
La gran visión de Mises fue percibir que el razonamiento económico tiene su fundamento precisamente en esta comprensión de la acción; y que el status de la economía como una especie de lógica aplicada se deriva del status del axioma de acción como proposición a priori sintética verdadera. Las leyes de intercambio, la ley de utilidad marginal decreciente, la ley ricardiana de asociación, la ley de control de precios, y la teoría cuantitativa del dinero—todos los ejemplos de proposiciones económicas que he mencionado—se pueden deducir lógicamente de este axioma. Y esta es la razón por la que resulta ridículo pensar que tales proposiciones son del mismo tipo epistemológico que las de las ciencias naturales. Pensar que lo son, y de acuerdo a eso requerir experimentos para su validación, es como suponer que tenemos que llevar a cabo algún proceso de encontrar hechos sin conocer el resultado posible a fin de establecer el hecho que uno es un actor. En una palabra: es absurdo.
La praxeología dice que todas las proposiciones económicas que pretenden ser reconocidas como verdaderas tienen que demostrar ser deducibles por medio de lógica formal a partir del conocimiento material indiscutiblemente verdadero respecto al significado de la acción.
Específicamente, todo razonamiento económico consiste en lo siguiente:
(1) una comprensión de las categorías de acción y el significado de un cambio en cosas tales como los valores, las preferencias, el conocimiento, los medios, los costos, etc.;
(2) una descripción de un mundo en el que las categorías de acción asumen un significado concreto, donde personas específicas son identificadas como actores con objetos específicos identificados como sus medios de acción, con unas metas específicas identificadas como valores y cosas específicas identificadas como costos. Tal descripción podría ser la de un mundo de Robinson Crusoe, o un mundo con más de un actor en la que las relaciones interpersonales son posibles; de un mundo de intercambio por trueque, o de dinero e intercambios que hacen uso del dinero como medio común de intercambio; de un mundo donde sólo hay tierra, mano de obra, y tiempo como factores de producción, o un mundo con productos de capital; de un mundo con factores de producción perfectamente divisibles o indivisibles, específicos o no específicos de la producción; o de un mundo con diversas instituciones sociales, tratando diversas acciones como agresión y amenazándolas con castigo físico, etc. y;
(3) una deducción lógica de las consecuencias que se derivan de la realización de una acción específica dentro de este mundo, o de las consecuencias para un actor específico que resultan si esta situación es modificada de una forma específica.
Si no hay error en el proceso de deducción, las conclusiones que tal razonamiento produce deben ser válidas a priori, porque su validez en última instancia reside en el indiscutible axioma de acción. Si la situación y los cambios introducidos en ella son ficticios o asumidos (un mundo de Robinson Crusoe, o un mundo con factores de producción sólo indivisibles o sólo completamente específicos), entonces las conclusiones son, por supuesto, verdaderas a priori sólo en ese “mundo posible.” Si, por otro lado, la situación y los cambios pueden ser identificados como reales, percibidos y conceptualizados como tal por actores reales, entonces las conclusiones son proposiciones a priori verdaderas acerca del mundo como realmente es.[19]
Tal es la idea de la economía como praxeología. Y tal es, pues, el desacuerdo último que los austriacos tienen con sus colegas: Sus comentarios no pueden ser deducidos del axioma de la acción o incluso están en clara contradicción con proposiciones que pueden ser deducidas del axioma de la acción.
E incluso si hay acuerdo sobre la identificación de hechos y la apreciación de ciertos eventos como relacionados entre sí como causas y consecuencias, este acuerdo es superficial. Porque tales economistas falsamente creen que sus declaraciones son proposiciones empíricamente bien probadas cuando son, de hecho, proposiciones que son verdaderas a priori.

II

Las escuelas de pensamiento no-praxeológicas erróneamente creen que las relaciones entre ciertos eventos son leyes empíricas bien establecidas cuando realmente son leyes praxeológicas necesarias y lógicas. Y luego se comportan como si la proposición “una bola no puede ser toda roja y no roja al mismo tiempo,” requiriera experimentación en Europa, América, África, Asia y Australia (por supuesto pidiendo una gran cantidad de dinero para pagar por tal temeraria y absurda investigación). Además, los no-praxeólogos también creen que las relaciones entre ciertos eventos son leyes empíricas bien establecidas (con implicancias predictivas) cuando el razonamiento a priori puede mostrar que no son más que información respecto a conexiones históricas contingentes entre eventos, que no nos proporciona ningún conocimiento en absoluto sobre el curso futuro de eventos.
Esto ilustra otra confusión fundamental que las escuelas no-austríacas tienen: una confusión sobre la diferencia categórica entre teoría e historia, y la implicancia que esa diferencia tiene para el problema de la predicción social y económica.
Tengo que comenzar de nuevo con una descripción del empiricismo, la filosofía que piensa que la economía y las ciencias sociales en general siguen la misma lógica de investigación que, por ejemplo, la física. Voy a explicar por qué. Según el empiricismo—la visión más extendida hoy en día en economía—no hay una diferencia categórica entre investigación teórica e histórica. Y voy a explicar lo que esto implica para la idea de predicción social. La muy diferente visión austriaca se desarrollará entonces a partir de una crítica y refutación de la posición empiricista.
El empiricismo se caracteriza por el hecho de que acepta dos proposiciones básicas íntimamente relacionadas.[20] La primera y más central es: El conocimiento sobre la realidad, que es llamado conocimiento empírico, tiene que ser verificable o por lo menos falsable por experimentos basados en observación. El experimento, la experiencia, basado en observación sólo puede conducir a conocimiento contingente (en oposición a conocimiento necesario), porque siempre es de tal tipo que, en principio, podría haber sido diferente de lo que realmente fue. Esto significa que nadie puede saber antes del experimento—esto es, antes de realmente haber realizado un experimento de observación particular—si la consecuencia de un evento real será de una manera u otra. Si, por otro lado, el conocimiento no es verificable o falsable por experimentos de observación, entonces no es conocimiento sobre algo real. Es simplemente conocimiento sobre palabras, sobre el uso de términos, sobre signos y las reglas de transformación de los signos. Es decir, es conocimiento analítico, pero no conocimiento empírico. Y es muy dudoso, según este punto de vista, que el conocimiento analítico deba ser considerado como conocimiento.
El segundo supuesto del empiricismo formula la extensión y aplicación del primer supuesto a los problemas de causalidad, explicación causal y predicción. Según el empiricismo, explicar causalmente o predecir un fenómeno real es formular un enunciado del tipo “si  A, entonces B” o, en caso que las variables permitan medición cuantitativa, “si un aumento (disminución) en A, entonces un aumento (disminución) en B.”
Como proposición que se refiere a la realidad (con A y B siendo fenómenos reales), su validez nunca puede ser establecida con certeza, esto es, examinando la proposición sola, o cualquier otra proposición de la que la proposición en cuestión pudo haber sido lógicamente derivada. La proposición siempre será y permanecerá hipotética, dependiendo su veracidad de los resultados de futuros experimentos observacionales que no pueden ser conocidos de antemano. Si el experimento confirma la explicación causal hipotética, esto no prueba que la hipótesis sea cierta. Si uno observa un caso donde B sigue a A como se había predicho, esto no verifica nada. A y B son términos generales y abstractos, o como se dice en terminología filosófica, universales, que se refieren a eventos y procesos de los que hay (o podría haber, en principio) un número indefinido de casos. Experimentos futuros podrían aún falsarla.
Y si un experimento falsa una hipótesis, esto tampoco es decisivo. Porque si se observara que A no fue seguido por B, todavía podría ser posible que los fenómenos relacionados hipotéticamente estuviesen vinculados causalmente. Puede ser que alguna otra circunstancia o variable, hasta ahora no tomada en cuenta y no controlada, haya simplemente impedido que la relación hipotetizada fuese observada. Como máximo, la falsación sólo prueba que la hipótesis particular bajo investigación no estaba completamente correcta en su forma actual. Necesita refinamiento, alguna especificación o variables adicionales que tienen que ser tomadas en cuenta y controladas para que podamos observar la relación hipotetizada entre A y B. Pero, una falsación nunca probaría de una sola vez que la relación entre unos fenómenos dados no exista, así como una confirmación nunca probaría definitivamente que tal relación exista.[21]
Cuando consideramos esta posición, notamos una vez más que implica la negación del conocimiento a priori como conocimiento acerca de algo real. Según el  empiricismo, cualquier proposición que dice ser a priori, es nada más que signos sobre papel, relacionados entre sí por definición o por una estipulación arbitraria, y es entonces completamente vacía: sin conexión con el mundo de las cosas reales. Tal sistema de signos sólo se convierte en teoría empírica significativa una vez que se da una interpretación empírica a sus símbolos. Sin embargo, tan pronto como se da tal interpretación a sus símbolos, la teoría deja de ser verdadera a priori y se convierte en hipotética, y permanece así para siempre.
Según el empiricismo, además, no podemos saber con certeza si algo es una causa posible de algo más. Si queremos explicar un fenómeno, nuestra hipotetización sobre las posibles causas no está de ninguna manera restringida por consideraciones a priori. Todo puede tener alguna influencia sobre todo. Tenemos que descubrirlo con experimentos; pero el experimento no nos dará respuesta definitiva a esta pregunta tampoco.
El siguiente punto nos lleva al tema central de esta sección: la relación entre historia y teoría. Según el empiricismo no hay diferencia fundamental entre explicaciones históricas y teóricas. Toda explicación es del mismo tipo. Para explicar un fenómeno hipotetizamos otro fenómeno como su causa y luego vemos si la causa hipotetizada precedió al efecto en el tiempo. Existe una distinción entre la explicación histórica y la explicación teórica sólo en la medida en que la explicación histórica se refiere a hechos que ya sucedieron, algo que está en el pasado, mientras que la explicación teórica es la explicación, o más bien la predicción, de un efecto que todavía no ha ocurrido. Pero estructuralmente, no hay diferencia entre explicaciones históricas y predicciones teóricas. Hay, sin embargo, una diferencia pragmática que explica porqué los empiricistas en particular resaltan la importancia del poder predictivo de una teoría y no se contentan sólo con probarla frente a datos históricos.[22] La razón de esto es bastante evidente para cualquiera que alguna vez participó en los juegos tontos del análisis de datos. Si el fenómeno a ser explicado ya ha ocurrido, es muy fácil encontrar todo tipo de acontecimientos que le precedieron y que posiblemente podrían ser considerados como su causa. Además, si no queremos alargar nuestra lista de posibles causas encontrando más variables precedentes, podemos hacer lo siguiente (y en la era de las computadoras, es aún más fácil): Podemos tomar cualquiera de las variables precedentes y probar diferentes relaciones funcionales entre ella y la variable a ser explicada—lineales o curvilíneas, funciones recursivas o no-recursivas, relaciones aditivas o multiplicativas, etc. Luego uno, dos, tres, encontramos lo que estábamos buscando: una relación funcional que se ajusta a los datos. Y uno puede encontrar no sólo una, sino cualquier cantidad que uno desee.
Pero, ¿cuál de todos esos eventos precedentes, o cuál de los tipos de relaciones, es la causa o relación causal correcta? Según el empiricismo, no hay consideraciones a priori que nos puedan ayudar aquí. Y esa, entonces, es la razón por la que los empiricistas enfatizan la importancia de las predicciones. Para averiguar cuál de estas explicaciones históricas es correcta—o por los menos no falsa—se nos pide probarlas usándolas en la predicción de eventos que no han ocurrido aún, ver qué tan buenas son, y así ir eliminando las explicaciones equivocadas.
Suficiente con el empiricismo y sus ideas sobre teoría, historia, y predicción. No entraré al análisis detallado de si el énfasis en el éxito predictivo cambia mucho, si es que acaso cambia, respecto a las evidentes implicancias relativistas del empiricismo. Basta con recordar que, de acuerdo a su doctrina propia, ni una confirmación predictiva ni una falsación predictiva nos ayuda a decidir si una relación causal entre un par de variables existe o no. Esto hace ver que es un tanto cuestionable si se gana algo haciendo de la predicción la piedra angular de filosofía de uno.
Quiero desafiar el punto mismo de partida de la filosofía de los empiricistas. Hay varias refutaciones definitivas del empiricismo. Mostraré que la distinción empiricista entre conocimiento empírico y analítico es simplemente falsa y auto-contradictoria.[23] Eso nos conducirá luego a desarrollar la posición austriaca sobre teoría, historia, y predicción.
La afirmación central del empiricismo es: el conocimiento empírico tiene que ser verificable o falsable por experimentación; y el conocimiento analítico, que no es verificable o falsable, por tanto no puede contener ningún conocimiento empírico. Si eso es cierto, entonces es justo preguntar: ¿Cuál es entonces el status de esta declaración fundamental del empiricismo? Evidentemente tiene que ser analítica o empírica.
Supongamos primero que es analítica. De acuerdo con la doctrina empiricista, sin embargo, una proposición analítica no es nada más que garabatos sobre papel, aire caliente, totalmente vacía de contenido significativo; que no dice nada sobre algo real. Y por tanto, uno tendría que concluir que el empiricismo no puede ni siquiera decir y significar lo que parece decir y significar. Pero si, por otra parte, dice y significa lo que pensábamos que decía, entonces sí nos informa acerca de algo real. De hecho, nos informa sobre la estructura fundamental de la realidad. Dice que no hay nada en la realidad que pueda conocerse ser de una forma u otra antes que experimentos futuros confirmen o no nuestra hipótesis.
Y si esta proposición significativa se considera analítica, es decir, como una declaración de que no permite falsación y cuya verdad puede ser establecida por un análisis de sus términos por sí solos, uno no tiene nada menos que una flagrante contradicción en mano. El empiricismo resultaría ser nada más que palabras sin sentido que se destruyen a sí mismas.[24]
Así que tal vez deberíamos elegir la otra opción disponible y declarar la distinción fundamental empiricista entre conocimiento empírico y analítico una proposición empírica. Pero entonces la posición empiricista ya no tendría ningún valor. Porque si hacemos eso, tendría que admitirse que la proposición—como empírica—bien podría estar equivocada, y uno podría preguntar entonces en base a qué criterio uno decidió si la proposición estaba errada o no. Más específicamente, como proposición empírica, correcta o incorrecta, sólo podría describir un hecho histórico, algo así como “todas las proposiciones hasta ahora examinadas caen en dos categorías, analíticas y empíricas”. La proposición sería completamente irrelevante para determinar si es posible producir proposiciones a priori verdaderas que sean empíricas. De hecho, si la afirmación central del empiricismo fuese declarada proposición empírica, el empiricismo dejaría por completo de ser una epistemología, una lógica de la ciencia, y no sería más que una convención verbal completamente arbitraria de llamar con ciertos nombres arbitrarios a ciertas formas arbitrarias de lidiar con ciertas proposiciones. El empiricismo sería una posición carente de cualquier justificación.
¿Qué demuestra este primer paso de nuestra crítica  al empiricismo? Esto demuestra evidentemente que la idea empiricista sobre el conocimiento es errada, y lo demuestra por medio de un argumento a priori significativo. Y al hacerlo, demuestra que la idea kantiana y misesiana de proposiciones a priori sintéticas verdaderas es correcta. Más específicamente, demuestra que la relación entre teoría e historia no puede ser como dice el empiricismo. Tiene que haber también un campo de teoría—teoría de que es empíricamente significativa—que es categóricamente diferente a la idea de teoría que el empiricismo admite. También tiene que haber teorías a priori, y la relación entre teoría e historia entonces tiene que ser diferente y más complicada que la que el empiricismo nos quiere hacer creer. Cuán diferente se hará evidente cuando presente otro argumento contra el empiricismo, otro argumento a priori, y un argumento a priori contra la tesis implicada en el empiricismo de que la relación entre la teoría y la investigación empírica es la misma en todos los campo del conocimiento.
Sin importar que tan apropiadas sean las ideas empiricistas en las ciencias naturales (y creo que son inadecuadas incluso allí, pero no puedo ir a eso aquí)[25], es imposible pensar que los métodos del empiricismo pueden ser aplicables en las ciencias sociales.
Las acciones son el campo de los fenómenos que constituyen lo que consideramos las ciencias sociales. El empiricismo dice que las acciones pueden y tienen que ser explicadas, al igual que cualquier otro fenómeno, por medio de hipótesis de causalidad que pueden ser confirmadas o falsadas con experimentos.[26]
Ahora bien, si ese fuera el caso, entonces el empiricismo sería el primero en ser obligado a asumir—contrario a su propia doctrina de que no existe conocimiento a priori sobre nada real—que existen causas que operan de forma invariable en el tiempo para las acciones.
Uno no puede saber a priori qué evento particular podría ser la causa de una acción particular. Pero el empiricismo quiere que relacionemos experiencias diferentes respecto a secuencias de eventos, ya sea confirmando o falsando unas con otras. Y si se falsan entre sí, entonces respondemos con una reformulación de la hipótesis original. Sin embargo, para hacerlo, debemos asumir constancia en el tiempo de las causas que operan—y saber que sí existen causas para las acciones es, por supuesto, conocimiento sobre la realidad de las acciones. Sin tal supuesto sobre la existencia de causas así, las experiencias diferentes nunca podrían ser relacionadas entre sí como confirmaciones o falsaciones unas de otras. Serían simplemente observaciones inconmensurables no relacionadas. Una aquí, otra allá; las mismas o similares; o son diferentes. De eso no se desprende nada.[27]
Además, aún hay otra contradicción, y hacerla evidente nos lleva de inmediato a la idea central de Mises de que la relación entre teoría e historia en el campo de las ciencias sociales es de una naturaleza totalmente diferente a la que hay en las ciencias naturales.
¿Cuál es la contradicción? Si las acciones pudieran de hecho ser concebidas como regidas por causas que operan de forma invariable en el tiempo, entonces ciertamente uno podría preguntar: ¿Y qué se puede decir de los que dan las explicaciones? ¿Qué se puede decir de predecir causalmente las acciones de ellos? Son, después de todo, las personas que llevan a cabo el proceso mismo de creación de hipótesis y de verificación y falsación.
Para asimilar los experimentos de confirmación falsación—para reemplazar hipótesis viejas con otras nuevas—uno tiene supuestamente que ser capaz de aprender de la experiencia. Todo empiricista está, por supuesto, obligado a admitir eso. De lo contrario ¿para qué hacer investigación empírica?
Pero si uno puede aprender de la experimentación en formas aún desconocidas, entonces es cierto que uno no puede saber en un determinado momento lo que sabrá en un tiempo futuro y, en consecuencia, no puede saber cómo actuará sobre la base de ese conocimiento. Uno sólo puede reconstruir las causas de sus acciones después del evento, igual que uno puede explicar su conocimiento sólo después que ya lo posee. De hecho, ningún avance científico podría jamás alterar el hecho de que uno debe considerar su conocimiento y acciones como impredecibles sobre la base de las causas que operan de forma constante. Uno puede creer que esta concepción de libertad es ilusoria. Y uno bien podría estar en lo correcto si se considera el punto de vista de un científico con poderes cognitivos considerablemente superiores a cualquier inteligencia humana, o desde el punto de vista de dios. Pero no somos dios, e incluso si nuestra libertad fuese ilusoria desde su punto de vista y nuestras acciones siguieran una trayectoria predecible, para nosotros esa es una ilusión necesaria e inevitable. No podemos predecir de antemano, sobre la base de estados anteriores, el estado futuro de nuestro conocimiento o las acciones que resulten de ese conocimiento. Sólo podemos reconstruirlos después del evento.[28]
Por lo tanto, la metodología empiricista es simplemente contradictoria cuando se aplica al campo del conocimiento y de la acción—que contiene conocimiento como ingrediente necesario. Los científicos sociales empiricistas que formulan ecuaciones predictivas respecto a fenómenos sociales están simplemente haciendo cosas sin sentido. La actividad de embarcarse en una empresa cuyo resultados ellos tienen que admitir no saben todavía, demuestra que lo que pretenden hacer no se puede hacer. Como Mises lo expresa y ha enfatizado en repetidas ocasiones: No hay constantes empíricas causales en el campo de la acción humana.[29]
Usando razonamiento a priori entonces, se ha establecido esta idea: La historia social, en contraposición a la historia natural, no produce ningún conocimiento que pueda ser empleado con fines predictivos. En vez de eso, la historia social y económica se refiere exclusivamente al pasado. El resultado de investigar cómo y por qué la gente actuó en el pasado no tiene ninguna implicancia sistemática sobre si actuarán o no de la misma manera en el futuro. Las personas pueden aprender. Es absurdo asumir que se puede predecir en el presente lo que uno sabrá mañana y de qué manera el conocimiento de mañana será diferente o no al de hoy.
Una persona no puede predecir hoy su demanda de azúcar del próximo año más de lo que Einstein pudo haber predicho la teoría de la relatividad antes que la desarrollara. Una persona no puede saber hoy lo que sabrá sobre el azúcar dentro de un año. Y no puede conocer todos los productos que estarán compitiendo con el azúcar por su dinero dentro un año. Puede tratar de adivinar, por supuesto. Pero dado que se tiene que admitir que los futuros estados de conocimiento no se pueden predecir sobre la base de causas que operan de forma constante, una persona no puede pretender hacer una predicción del mismo tipo epistemológico, por ejemplo, que uno hace sobre el comportamiento futuro de la luna, el clima, o las mareas. Esas son predicciones que podrían legítimamente asumir causas que operan de forma invariable en el tiempo. Pero, una predicción sobre la demanda futura de azúcar es una cosa totalmente diferente.
De que la historia social y económica sólo pueda proveer explicaciones reconstructivas y nunca explicaciones que tengan alguna relevancia predictiva sistemática, otra idea muy importante respecto a la lógica de la investigación social empírica se desprende. Y esto es otra crítica decisiva contra el empiricismo, por lo menos en cuanto a su pretensión de ser la metodología adecuada para la investigación en las ciencias sociales.
Recuérdese lo que dije antes acerca de por qué el empiricismo enfatiza la función predictiva de las teorías explicativas. Para cada fenómeno a ser explicado hay una multitud de eventos precedentes, y una multitud de relaciones funcionales con dichos eventos precedentes con los que el fenómeno en cuestión podría ser explicado. Pero, ¿cuál de estas explicaciones rivales es correcta y cuáles no? La respuesta empiricista es: Trate de predecir, y el éxito o fracaso en la predicción de acontecimientos futuros le dirá cual explicación es correcta. Evidentemente, este consejo no va a servir si no hay causas que operan de forma invariable en el tiempo respecto a las acciones. ¿Entonces qué hacemos? El empiricismo, por supuesto, no tiene respuesta a esta pregunta.
Pero incluso si las acciones no se pueden predecir de forma científica, esto no implica que todas las explicaciones históricas reconstructivas sean igual de buenas. Sería absurdo que alguien explicara el hecho de que me mudé de Alemania a los Estados Unidos, señalando, por ejemplo, que el maíz en Michigan, antes de mi decisión, estaba experimentando un crecimiento acelerado y que eso causó mi decisión. Pero ¿por qué no, asumiendo que el evento sobre el maíz de Michigan de hecho sucedió antes de mi decisión? La razón es, por supuesto, que yo les diré que el maíz de Michigan no tuvo ninguna relevancia para mi decisión. Y en la medida en que se sepa algo de mí, se sabe que de hecho ése es el caso.
Pero, ¿cómo se puede reconocer esto? La respuesta es: mediante la comprensión de mis motivos e intereses, mis convicciones y aspiraciones, mis orientaciones normativas, y mis percepciones concretas que resultan en esta acción. ¿Cómo entendemos a alguien y, además, cómo podemos verificar que nuestra comprensión es realmente correcta? En cuanto a la primera parte de la pregunta—uno entiende a alguien entablando una pseudo-comunicación e interacción con esa persona. Digo pseudo porque, evidentemente, no podemos entrar en comunicación real con César para averiguar por qué cruzó el Rubicón. Pero podríamos estudiar sus escritos y comparar sus convicciones expresadas en ellos con sus decisiones reales; podríamos estudiar los escritos y las acciones de sus contemporáneos y así tratar de entender la personalidad de César, su tiempo, su rol particular y posición en el tiempo.[30]
En cuanto a la segunda parte de la pregunta—el problema de verificar las explicaciones históricas—uno debe admitir desde el principio que no existe un criterio absolutamente claro que permita a uno decidir cuál de las dos explicaciones rivales, ambas igualmente basadas en comprensión, es definitivamente correcta y cuál no. La historia no es una ciencia exacta en el mismo sentido que las ciencias naturales son ciencias exactas o en el sentido muy diferente en que la economía es una ciencia exacta.
Incluso si dos historiadores están de acuerdo en la descripción de los hechos y los factores que influenciaron la determinada acción que se trata de explicar, aún podrían estar en desacuerdo sobre el peso que debe asignarse a esos factores que provocaron la acción. Y no hay forma de decidir el asunto de forma completamente no ambigua.[31]
Pero no me malentiendan. A pesar de todo, hay cierto tipo de criterio de verdad para las explicaciones históricas. Es un criterio que no elimina todos los posibles desacuerdos entre historiadores, pero que excluye y descalifica a un amplio rango de explicaciones. El criterio es que cualquier explicación histórica verdadera debe ser de tal tipo que el actor cuyas acciones se tratan de explicar tiene, en principio, que ser capaz de verificar la explicación y los factores explicativos como aquellos que contribuyeron a su actuar en la forma que lo hizo.[32] La frase clave aquí es: en principio. Naturalmente, César no puede verificar nuestra explicación de su paso por el Rubicón. Además, de hecho él podría tener razones para no verificar la explicación incluso si pudiese, dado que tal verificación podría entrar en conflicto con algún otro objetivo que podría tener.
También, decir que una explicación verdadera tiene ser verificable por el actor en cuestión no quiere decir que cada actor sea siempre el más calificado para ser juez de su explicación. Puede ser que Einstein pueda explicar mejor que nadie por qué y cómo se le ocurrió la teoría de la relatividad cuando lo hizo. Pero eso podría no ser así. De hecho, podría muy bien ser posible que un historiador de la ciencia pueda entender a Einstein y las influencias que condujeron a su descubrimiento mejor que el mismo Einstein. Y eso puede ser posible porque los factores que influyen o las reglas que determinan las acciones de uno podrían ser sólo subconscientes.[33] O podrían ser tan obvias que uno no las nota simplemente por eso mismo.
La siguiente analogía puede ser muy útil para comprender el hecho curioso de que otros puedan entender a una persona mejor que la persona misma. Tomemos, por ejemplo, un discurso público. Por supuesto, en gran medida la persona que da el discurso, puede probablemente dar razones para decir lo que dice y enumerar las influencias que le llevaron a ver las cosas como las ve. Es probable que pueda hacerlo mejor que todo el resto de gente. Y sin embargo, al decir lo que dice, la persona sigue reglas habituales e inconscientes que apenas podría, o sólo con grandes dificultades, hacer explícitas. También sigue ciertas reglas de gramática cuando dice lo que dice. Pero muy a menudo sería completamente incapaz de formular estas reglas, a pesar de que claramente influyen en sus acciones. El historiador que comprende las acciones de alguien mejor que la persona en sí misma es bastante análogo al estudioso de gramática analizando la estructura de las frases de un orador público. Ambos reconstruyen y explícitamente formulan las reglas que de hecho se siguen, pero que no pueden, o sólo con grandes dificultades, ser formuladas por el orador mismo.[34]
El orador puede no ser capaz de formular todas las reglas que sigue y puede necesitar ayuda del historiador profesional o del estudioso de gramática. Pero, es de gran importancia darse cuenta que el criterio de verdad de la explicación del estudioso de gramática sin embargo sería que el orador tiene que ser capaz—en principio—de verificar si la explicación es correcta después de hacer explícito lo que antes se conocía de forma implícita. Para que la explicación del estudioso de gramática o del historiador sea correcta, el actor tendría que ser capaz de reconocer estas reglas como las que de hecho influyeron en sus acciones. Hasta aquí es suficiente sobre la lógica de la investigación histórica como investigación necesariamente reconstructiva basada en comprensión.[35]
El argumento que establece la imposibilidad de predicciones causales en el campo del conocimiento humano y las acciones podría haber dado la impresión de que si eso es así, entonces las predicciones podrían ser nada más que adivinanzas exitosas o fallidas. Esta impresión, sin embargo, sería tan errónea como sería pensar que se puede predecir la acción humana en el mismo modo que se puede predecir las etapas de crecimiento de las manzanas. Es aquí donde la genuina visión de Mises sobre la interacción de la teoría económica y la historia entra en escena.[36]
De hecho, la razón por la cual el futuro social y económico no puede ser considerado completa y absolutamente incierto no debería ser demasiado difícil de entender: La imposibilidad de predicciones causales en el campo de la acción se probó por medio de un argumento a priori. Y ese argumento incorporó conocimiento a priori verdadero acerca de las acciones: que no pueden ser concebidas como gobernadas por causas que operan de forma invariable en el tiempo.
Así, mientras que la predicción económica siempre será un arte sistemáticamente imposible de enseñar, es cierto al mismo tiempo que todas las predicciones económicas deben ser vistas como restringidas por la existencia de conocimiento a priori sobre las acciones.[37]
Tomemos, por ejemplo, la teoría cuantitativa del dinero, la proposición praxeológica de que si aumenta la cantidad de dinero, y la demanda de dinero se mantiene constante, entonces el poder adquisitivo de la moneda disminuye. Nuestro conocimiento a priori acerca de las acciones nos informa que es imposible predecir científicamente si la cantidad de dinero será incrementada, disminuida o no será alterada. Tampoco es posible predecir científicamente si, independientemente de lo que ocurra con la cantidad de dinero, la demanda de dinero que se mantiene en efectivo subirá, bajará o permanecerá igual. No podemos pretender ser capaces de predecir esas cosas porque no podemos predecir el estado futuro del conocimiento de las personas. Y sin embargo esos estados evidentemente influyen en lo que sucede con la cantidad de dinero y la demanda de dinero. Entonces, nuestra teoría, nuestro conocimiento praxeológico integrado en la teoría cuantitativa, tiene límites al momento de predecir el futuro económico.
La teoría no permitiría predecir eventos económicos futuros aunque, por ejemplo, fuese un hecho establecido que la cantidad de dinero fue expandida. Uno aún sería incapaz de predecir lo que pasaría con la demanda de dinero. Y aunque, por supuesto, eventos concurrentes a la demanda de dinero afectan el resultado (y cancelan, aumentan, disminuyen, aceleran o desaceleran los efectos provenientes del incremento de la oferta de dinero), esos cambios concurrentes no pueden en principio ser predichos o mantenidos constantes experimentalmente. Es un absurdo completo concebir al conocimiento subjetivo, cuyo cambio impacta las acciones, como predecible en base a variables anteriores y como posible de ser mantenido constante. El experimentador mismo que quiere mantener constante el conocimiento tiene, de hecho, que presuponer que su conocimiento, específicamente su conocimiento sobre el resultado del experimento, no puede ser asumido constante a lo largo del tiempo.
La teoría cuantitativa de dinero entonces no puede presentar ningún evento económico específico, cierto o probable, sobre la base de una fórmula que emplea constantes de predicción. La teoría, sin embargo, de todas formas restringiría el rango de predicciones correctas posibles. Y haría esto no como una teoría empírica, sino más bien como una teoría praxeológica, actuando como una restricción lógica en nuestra construcción de predicciones.[38] Las predicciones que no están en línea con ese conocimiento (en nuestro caso: la teoría cuantitativa) son sistemáticamente erróneas y hacerlas lleva a un número sistemáticamente cada vez más grande de errores de predicción. Esto no significa que alguien que basa sus predicciones en razonamiento praxeológico correcto necesariamente tendría que hacer mejores predicciones de eventos económicos futuros que alguien que llegó a sus predicciones a través de deliberaciones y cadenas de razonamiento lógicamente defectuosas. Significa que en el largo plazo el pronosticador praxeológico obtendría un mejor promedio que los no praxeólogos.
Es posible hacer una predicción errónea a pesar de haber identificado correctamente el evento “incremento de oferta de dinero” y a pesar tener el razonamiento praxeológicamente correcto de que tal evento está por necesidad lógica relacionado con el evento “disminución del poder adquisitivo del dinero.” Porque uno pudo equivocarse pronosticando lo que ocurriría con la “demanda de dinero.” Uno podría haber pronosticado una demanda de dinero constante, pero la demanda podría en realidad haberse incrementado. Entonces, la inflación pronosticada podría no presentarse como se esperaba. Y por otro lado, es igualmente posible que alguien haga la predicción correcta, que no caería el poder adquisitivo, a pesar de estar erróneamente convencido que un aumento en la cantidad de dinero no tiene nada que ver con el poder adquisitivo del dinero. Porque pudo ser que un cambio concurrente sucedió (la demanda por dinero aumentó) y contrarrestó su entendimiento erróneo de las causas y consecuencias, y accidentalmente convirtió su predicción en correcta.
Sin embargo, y esto me trae de vuelta al punto de que la praxeología restringe lógicamente nuestras predicciones de eventos económicos: ¿Qué pasa si asumimos que todos aquellos que hacen predicciones, incluyendo aquellos con y sin conocimiento praxeológico, están en promedio igualmente bien equipados para anticipar los otros cambios concurrentes? ¿Qué pasa si tienen en promedio igual suerte adivinando el futuro social y económico? Evidentemente, tenemos entonces que concluir que los que hacen predicciones reconociendo y en concordancia con las leyes praxeológicas, como la teoría cuantitativa del dinero, serán más exitosos que el grupo que es ignorante de la praxeología.
Es imposible construir una fórmula de predicción que emplee el supuesto de causas que operan de forma invariable en el tiempo que nos permita predecir científicamente los cambios en la demanda de dinero. La demanda de dinero depende necesariamente del estado futuro de conocimiento de la gente, y el conocimiento futuro es impredecible. Por eso el conocimiento praxeológico tiene una utilidad predictiva muy limitada.[39]
Pero de todos los que correctamente pronostican un aumento en la demanda de dinero y perciben de forma correcta que un aumento en la cantidad de dinero ha ocurrido, sólo aquellos que conocen la teoría cuantitativa del dinero harán una predicción correcta. Y aquellos cuyas convicciones están en desacuerdo con la praxeología necesariamente se equivocarán.
Entender la lógica de la predicción económica y la función práctica del razonamiento praxeológico es, entonces, ver a los teoremas a priori de la economía como restricciones lógicas sobre las predicciones empíricas y como límites lógicos sobre lo que puede, o no, suceder en el futuro.

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