20 octubre, 2012

Independencia nacional

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[Incuido en The Bastiat Collection (2011); apareció en Sofismas económicos (1845)]

De entre los argumentos que escuchamos aducidos en favor del régimen restrictivo, no debemos olvidar el que se fundamenta en la independencia nacional.
“¿Qué deberíamos hacer en caso de guerra”, se dice, “si quedamos a merced de Inglaterra para el hierro y el carbón?”
Los monopolistas ingleses no dejarán de gritar a su vez:
“¿Qué seria de Gran Bretaña en caso de guerra si dependiera de Francia para aprovisionarse?”
Se olvida una cosa, que es esta: Que el tipo de independencia que resulta del intercambio, de las transacciones comerciales, es una dependencia recíproca. No podemos depender de lo extranjero sin que lo extranjero dependa de nosotros. Esa es la misma esencia de la sociedad. Romper las relaciones internacionales no es colocarnos en un estado de independencia, sino en un estado de aislamiento.


Fijaos en esto: Una nación se aísla previendo la posibilidad de una guerra, pero ¿no es el mismo acto de aislarse el inicio de una guerra? Hace más fácil la guerra, menos gravosa y puede que menos impopular. Dejad que los países sean mercados permanentes para los producido en los demás, dejad que sus relaciones recíprocas sean tales que no puedan romperse sin infligir a los demás el doble sacrificio de la privación y el exceso de productos y ya no necesitarán armamento naval, que los arruinan, ni ejércitos sobredimensionados, que los aplastan; la paz del mundo no se verá así comprometida por el capricho de un Thiers o un Palmerston y la guerra desaparecería por deseo de lo que la sostiene, por deseo de recursos, incentivos, pretextos o simpatía popular.
Soy muy consciente de que se me reprochará (es la moda de hoy en día) el basar la fraternidad de las naciones en el interés personal de los hombres, el vil y prosaico interés propio. Puede pensar que sería mucho mejor que me hubiera basado en la caridad, el amor o incluso en la abnegación y que, interfiriendo de alguna forma en las comodidades materiales de los hombres, debería haber tenido el mérito de un generoso sacrificio.
¿Cuándo acabaremos con estas declaraciones pueriles? ¿Cuándo se eliminará por fin la hipocresía de la ciencia? ¿Cuándo dejaremos de exhibir esta nauseabunda contradicción entre nuestras declaraciones y nuestra práctica? Silbamos y execramos el interés personal; en  otras palabras, denunciamos lo que es útil y bueno (pues decir que a todos los hombres les interesa algo es decir que eso es bueno en sí mismo), como si el interés personal no fuera una fuente necesaria, eterna e indestructible a la que la Providencia ha confiado la perfectibilidad humana. ¿No somos representados como seres angelicales del desinterés? ¿Y nunca se les ocurre la idea a aquellos que lo dicen de que el público empieza a ver con disgusto que este leguaje afectado desfigura las páginas de esos mismos escritores que tienen más éxito en llenar sus propios bolsillos a costa del público? ¡Oh! ¡Afectación! ¡Afectación! ¡Eres realmente el pecado inevitable de nuestro tiempo!
¡Qué! ¿Como la prosperidad material y la paz son cosas correlativas, porque ha placido a Dios establecer esta bella armonía en el mundo moral, no voy a admirar, no voy a adorar Sus mandamientos, no voy a aceptar con gratitud leyes que hacen de la justicia condición de la felicidad? Deseáis paz solo mientras vaya contra la prosperidad material y se rechaza la libertad porque no impone sacrificios. Si la abnegación tiene tanto atractivo para vosotros, ¿por qué no la practicáis en la vida privada? La sociedad os lo agradecerá, pues al menos alguien recogerá el fruto, pero desear imponer a la humanidad como un principio es el culmen del absurdo, pues la abnegación de todos es el sacrificio de todos, lo que es el mal erigido como teoría.
Pero, gracias a Dios, uno puede escribir o leer muchas de estas declaraciones sin que se acabe el mundo por tener que obedecer a la fuerza motivadora de la sociedad, lo que nos lleva a rehuir el mal y buscar el bien y que, nos guste o no, debemos denominarlo interés personal.
Después de todo, es bastante curioso ver sentimientos de la más sublime autonegación invocados a favor del mismo expolio. ¡Ved a qué tiende este presunto desinterés! Estos hombres, que son tan fantásticamente delicados como para no desear la propia paz, si se basa en el vil interés de la humanidad, ponen sus manos en los bolsillos de otros, y especialmente de los pobres.
¿Por qué razón los aranceles protegen a los pobres? Caballeros, sed libres de disponer de lo que os pertenece como os parezca, pero dejadnos la disposición del fruto de nuestro propio trabajo, para usarlo o intercambiarlo como consideremos mejor. Declamad sobre el autosacrificio tanto como queráis, está todo muy bien y es muy bonito, pero sed al menos coherentes.

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