04 octubre, 2012

La llamada del futuro



 La llamada del futuro

Héctor Aguilar Camín

En medio del desconcierto que produce su inmenso cambio, México parece haber perdido la fe en sí mismo. Ha pasado del grito autocomplaciente “Como México no hay dos”, al quejumbroso “México no tiene remedio”.
 
No creo que el México de antes fuera grandioso ni el de hoy deleznable. Aquél parecía estar en paz consigo mismo y éste no, pero prefiero la insatisfacción viva de hoy a la paz monologante de ayer. Sobre todo, tengo una confianza absoluta en la calidad del futuro de México.


Cada debilidad mexicana puede leerse desde el ángulo de alguna fortaleza. Sus instituciones democráticas no alcanzan para pactar las transformaciones que el país requiere, pero lo representan y gobiernan en todos los niveles. Tenemos un Estado democrático que se tropieza con sus libertades y su división de poderes, no con la opresión o la anarquía.


La economía política del país presenta grados de concentración y privilegio que frenan su conversión en una moderna economía de mercado. Pero esa misma economía desigual acudió con eficacia a la puerta abierta por el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y convirtió al país en un exportador impresionante, con una planta industrial moderna.


Si se abren oportunidades de inversión en el ámbito de la economía interna, la estructura productiva dará también un salto para construir lo que le falta ganar: el gran mercado de consumidores de primera generación que hay en la población pobre de México.


La sociedad mexicana es una sociedad inequitativa, registra graves injusticias y marginaciones. Pero en el fondo de esa sociedad desposeída hay una épica del esfuerzo y del trabajo que no sabemos escuchar en toda su grandeza, ni estimular debidamente, con mejores redes de educación y salud, y mejores oportunidades de trabajo.


Hablo de los millones de mexicanos que han migrado dentro de su país o fuera de él en busca de trabajo y progreso para ellos y los suyos. Esta es la epopeya silenciosa, la ética invisible de México: la de los millones de mexicanos que van a buscar lo que necesitan donde hay. Y lo encuentran.


Creo que México está llamado a ser lo que quiere ser: un país próspero, equitativo y democrático. Cuando escribí Después del milagro, en el año de 1988, pensaba que alcanzaría a ver personalmente ese país. Mi seguridad ahora es más modesta: estoy seguro de que en el arco de sus vidas lo verán mis hijos.

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