Una veintena de fuerzas laicas exigen al presidente una nueva Asamblea Constituyente
Ricard González
El Cairo
La polarización que vive Egipto desde el inicio de
la transición entre partidarios y detractores del islamismo político se
ha plasmado hoy en la Plaza Tahrir, icono de la revolución que destronó a Hosni Mubarak
y excelente barómetro de la temperatura política del gigante árabe.
Tras la tradicional plegaria de los viernes, se produjeron
enfrentamientos a pedradas entre centenares de jóvenes que provocaron
varios heridos, pero ninguno de gravedad.
Una veintena de fuerzas laicas, entre ellas el nuevo
Partido de la Constitución de Mohamed el Baradei, habían llamado a una
manifestación “millonaria” en Tahrir para exigir al presidente Mohamed
Morsi el cumplimiento de varios de las demandas insatisfechas de la
revolución. Entre ellas, figura la formación de una Asamblea
Constituyente paritaria –la actual está dominada por los islamistas-, la
fijación de un salario mínimo, y la autorización a la creación de
sindicatos independientes.
Ante la expectativa de la primera manifestación
multitudinaria contra su Gobierno, los Hermanos Musulmanes trataron el
jueves de neutralizar la protesta convocando a sus militantes a acudir a
Tahrir con una demanda diferente: la purga del sistema judicial de
elementos del antiguo régimen. La Hermandad encontró la excusa perfecta
para realizar este movimiento en la absolución el día anterior de varios
altos cargos de la era Mubarak en el juicio sobre la batalla de los
camellos, momento clave durante la revolución en la que matones a sueldo
del antiguo régimen atacaron brutalmente a los manifestantes asentados
en Tahrir.
La manifestación de las fuerzas laicas llega luego
de que el pasado lunes se cumplieran los 100 primeros días de la
presidencia de Mohamed Morsi, periodo que el propio rais se
había marcado para hacer un primer balance de su mandato. Aprovechando
el aniversario de la “victoria” en la guerra del Yom Kippur contra
Israel, Morsi se dio el sábado un baño de masas en un estadio de fútbol, e hizo una férrea defensa de su obra.
Un balance contradictorio
El presidente islamista había establecido cinco
prioridades para esta primera fase de su Gobierno, todas ellas
vinculadas a una mejora de la vida cotidiana de los egipcios: reducir la
congestión del tráfico, poner fin a la escasez de combustible y pan
subvencionado, aumentar la seguridad ciudadana y retirar de las calles
la basura. En su discurso, de una hora y media, el rais aseguró haber cumplido con la mayoría de sus promesas electorales
“Hemos conseguido un 70% de los objetivos de mejora
de la seguridad definidos en el plan para los primeros 100 días ... y
también un 80% de los relativos a la escasez de pan [subvencionado]”,
dijo en un estadio de fútbol ocupado por unas 70.000 almas. “Estamos
dando los primeros pasos hacia un nuevo Egipto”, proclamó.
Sin embargo, la evaluación de sus logros que hacen algunos observadores independientes son muy diferentes. Según el morsímetro,
una página web que supervisa el cumplimiento del programa electoral del
presidente, Morsi solo ha hecho realidad 9 de sus 64 promesas para
estos primeros 100 días, mientras se encuentra en camino de llevar a
cabo otras 23.
De acuerdo con una encuesta del propio morsímetro,
tan solo un 41% de los ciudadanos egipcios se encuentran satisfechos
con la gestión del líder de los Hermanos Musulmanes. No obstante, estos
datos contrastan con los que arroja una encuesta del instituto de
opinión Baseera, y que cifra en un 79% el porcentaje de egipcios
satisfechos con su presidente, frente a un 13% de insatisfechos. La
enorme diferencia entre ambas encuestas pone de relieve, una vez más, la
escasa fiabilidad de los sondeos en este país árabe.
A pesar de haber pretendido concentrarse en mejorar
la vida cotidiana de los egipcios, es en cuestiones como la política
internacional donde el rais obtiene un mayor reconocimiento,
sobre todo entre los analistas. “Morsi se ha mostrado muy activo en la
esfera internacional, y ha conseguido transmitir la idea de que la
política exterior de Egipto ha pasado página respecto a la era Mubarak”,
explica a EL PAÍS Mustafá Kamel, profesor de Ciencias Políticas de la
Universidad de El Cairo.
Asimismo, Morsi apuntaló su popularidad, sobre todo entre los militantes de la Hermandad, al jubilar a Husein Tantaui, el presidente de la Junta Militar que pilotó la transición luego de la dimisión de Mubarak. Con aquel gesto de autoridad, el rais
evidenció por primera vez en seis décadas la subordinación del Ejército
al poder civil. “Estamos muy contentos con él. Ha demostrado que no
solo es un hombre inteligente, sino también con carácter”, sostiene Omar
Ibrahim, un joven estudiante miembro de la cofradía.
En cambio, entre la oposición ha suscitado
preocupación el acoso judicial a algunos medios de comunicación, y el
aumento de los procesos bajo la ley contra la blasfemia. Las fuerzas
revolucionarias están decepcionadas con el presidente egipcio, pues no
ha iniciado una purga de la policía. A pesar de haber recibido con
alegría la amnistía de todos los presos arrestados en actos a favor de
la revolución, el gesto les sabe a poco, y creen que llega demasiado
tarde.
Más allá de las discrepancias sobre su gestión, la mayoría coincide
en la dificultad de los retos que deberá afrontar durante los próximos
meses. Entre ellos, reactivar una economía todavía renqueante, situar
bajo el control del Estado el polvorín del Sinaí, y navegar entre las
movidas aguas del proceso constituyente, que se encuentra en su última
fase y ha profundizado la brecha entre islamistas y laicos.
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