Las deudas escondidas
Si le ponemos la lupa a la
discrecionalidad, cada sexenio más laxa, veremos como se fueron multiplicando
–justificada o injustificadamente– los adeudos estatales.
Ramón Alberto
Garza
Algunas
de las bombas de tiempo a punto de estallar en México son las inmanejables
deudas de los Estados.
Su
crecimiento exponencial
viene aparejado a dos causas: Uno, a la manga ancha que
se dieron los gobernadores una vez desmantelado el viejo sistema
presidencialista. Dos, al reparto inequitativo que la Federación hace de lo que
se recauda.
Si
le ponemos la lupa a la discrecionalidad, cada sexenio más laxa, veremos como
se fueron multiplicando –justificada o injustificadamente– los adeudos
estatales.
Y
conforme las deudas crecían, se iban sofisticando los métodos para contraer
nuevos empréstitos para ir disfrazando el desorden financiero.
Y
la cadena se fue haciendo cada día más compleja, con más recovecos, creando
entelequias financieras que ocultaban la cada vez más amarga realidad, e
incluso la quiebra.
Agotados
los límites, los estados optaron por crear empresas paraestatales para
administrar los servicios públicos y eludir la fiscalización.
Y
esas llamadas empresas descentralizadas, con ingresos propios, se le dio la autonomía de endeudarse sin
sujetarse a las mismas reglas de la deuda estatal. Nacieron las “cajas chicas”.
Vino
después la novedosa
figura de hipotecar las participaciones federales. Asumir deuda
a cambio de lo que en el futuro la Federación asignaría en la repartición de
los impuestos. A gastar lo que todavía no se tiene.
Vino
luego un nuevo y rentable negocio para financieros, casa-bolseros y
gobernadores. La llamada bursatilización de la obra pública, como hipotecar a
20 o 30 años, por ejemplo, las carreteras de cuota.
Volver
a cobrar por anticipado el futuro, con un reparto de jugosas comisiones.
Y
la última novedad en el arte de hipotecar las arcas estatales fue bautizada
como Asociaciones de Participación Público-Privadas, mejor conocidas como
APPs.
Una
figura financieramente muy elegante para pedirle a terceros que hagan con su
dinero lo que ya no se puede hacer con recursos propios.
Con
la novedad de que quienes idearon la APPs, lograron la hazaña de evadir las autorizaciones de los
Congresos estatales. Todo bajo el estúpido argumento de que no
son fondos públicos, aunque estén avalados por el estado, que tendrá que pagar
si el privado incumple.
Y
fue así como entre empresas paraestatales, la hipoteca de participaciones, la
bursatilización de obras y las APPs, comenzaron a esconder bajo la alfombra la
basura de las finanzas públicas.
Alguien
tiene que auditar el
verdadero monto de las deudas estatales para conocer la dimensión de la crisis.
Pero
si vamos a entrarle al toro por los cuernos, también valdría la pena atacar el
origen del problema que es el injusto
pacto federal que castiga a quien más recauda y premia a quien exhibe su
pobreza.
Es
cierto que una de las funciones de la Federación es la de compensar los
desequilibrios. Pero bajo la actual fórmula es más negocio ser estado pobre que presumir ser estado
rico.
Y
lo que es peor, que somos legalmente una federación, pero operamos
funcionalmente como un estado central que concentra todos los ingresos
tributarios.
Y
viene luego el reparto bajo cuestionables, tortuosas e incluso corruptas
fórmulas que se negocian entre gobernadores, legisladores y Hacienda.
¿Algún
gobernador podría levantar la mano y tener la honestidad y la decencia de
decirnos cuánto les cobraron los gestores panistas por “bajarles con
oportunidad” los presupuestos ya autorizados?
Ojalá
que el nuevo gobierno sea capaz de proponer nuevas fórmulas y nuevos candados
para atajar de fondo esta bomba de tiempo.
Es
lo menos que esperamos de un gobierno que tiene como operador todopoderoso a un hombre que hizo de
la negociación de las inmanejables deudas del Estado de México el inicio de su
muy productiva y prometedora carrera política. Esperamos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario