08 octubre, 2012

Mito y verdad acerca del libertarismo

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[Este ensayo apareció originalmente en Modern Age, Invierno de 1980, pp. 9-15. Se basa en una ponencia presentada en la convención nacional de 1979 de la Philadelphia Society en Chicago. El tema de la convención era “Conservadurismo y libertarismo”]
El libertarismo es el credo político de más rápido crecimiento hoy en Estados Unidos. Antes de juzgar y evaluar al libertarismo es tremendamente importante descubrir qué es exactamente esta doctrina y, más concretamente, qué no es. Es especialmente importante aclarar una serie de errores acerca del libertarismo que sostiene la mayoría de la gente y particularmente los conservadores. En este ensayo enumeraré y analizaré críticamente los mitos más comunes que se dicen acerca del libertarismo. Cuando se aclaren, la gente será después capaz de discutir sobre libertarismo libre mitos y errores groseros y de ocuparse de él, como debería ser, por sus propios méritos o deméritos.


Mito nº 1: Los libertarios creen que cada individuo es un átomo aislado y herméticamente cerrado, que actúa en el vacío sin influir en otros

Es una acusación común, pero bastante sorprendente. Durante toda una vida leyendo literatura libertaria y liberal-clásica, no me he topado con un solo teórico o escritor que sostenga una postura similar a esta.
La única excepción posible es el fanático Max Stirner, un individualista alemán de mediados del siglo XIX, que, sin embargo, ha tenido una influencia mínima en el libertarismo en su momento y posteriormente. Además, la filosofía explícita de “el poder crea el derecho” de Stirner y su repudio de todo principio moral, incluyendo los derechos individuales como “fantasmas imaginarios”, difícilmente lo cualifican como libertario en ningún sentido. Sin embargo, aparte de Stirner, no hay ninguna opinión que siquiera se acerque a esta acusación habitual.
Es verdad que los libertarios son individualistas metodológicos y políticos. Creen que solo los individuos piensan, valoran, actúan y eligen. Creen que cada individuo tiene derecho a su propio cuerpo, libre de interferencias coactivas. Pero ningún individualista niega que la gente se influye entre sí a cada momento en sus objetivos, valores, pretensiones y ocupaciones.
Como apuntaba F.A. Hayek en su notable artículo, “The Non Sequitur of the ‘Dependence Effect’“, el ataque de John Kenneth Galbraith a la economía del libre mercado en su superventas La sociedad opulenta se basaba en esta proposición: la economía supone que todo individuo llega a su escala de valores totalmente por sí mismo, sin estar sujeto a la influencia de nadie más. Por el contrario, como replicaba Hayek, todos saben que la mayoría de la gente no crea sus propios valores, sino que se ve influida a adoptarlos por otra gente.[1]
Ningún individualista o libertario niega que la gente se influye entre sí constantemente y sin duda no tiene nada de malo este proceso inevitable. A lo que se oponen los libertarios no es a la persuasión voluntaria, sino a la imposición coactiva de valores mediante el uso de la fuerza y el poder de policía. Los libertaros no se oponen en modo alguno a la cooperación voluntaria y a la colaboración entre individuos: solo a la pseudo-“cooperación” obligatoria impuesta por el estado.

Mito nº 2: Los libertarios son libertinos: son hedonistas que anhelan “estilos de vida alternativos”

Este mito ha sido propuesto recientemente por Irving Kristol, que identifica la ética libertaria con el “hedonismo” y afirma que los libertarios “adoran el catálogo de Sears Roebuck y todos los ‘estilo de vida alternativos’ que la opulencia capitalista permite elegir al individuo”.[2]
El hecho es que el libertarismo no es ni pretende ser una teoría moral o estética completa: solo es una teoría política, es decir, el importante subgrupo de teoría moral que se ocupa del papel adecuado de la violencia en la vida social.
La teoría política se ocupa de lo que es apropiado o no que haga el gobierno y el gobierno se distingue de cualquier otro grupo en la sociedad por ser la institución de la violencia organizada. El libertarismo sostiene que el único papel apropiado de la violencia es defender personas y propiedades contra la violencia, que cualquier uso de violencia que vaya más allá de esa justa defensa es en sí mismo agresivo, injusto y criminal. Por tanto, el libertarismo es una teoría que indica que todos deberían estar libres de invasiones violentas, debería de ser libre de actuar como le parezca, excepto invadir la persona o propiedad de otro. Lo que haga una persona con sí misma y con su vida es vital e importante, pero sencillamente es irrelevante para el libertarismo.
Por tanto no debería sorprender que haya libertarios que sí son hedonistas y devotos de estilos alternativos de vida y que haya también libertarios que son firmes defensores de una moralidad “burguesa” convencional o religiosa. Hay libertarios libertinos y hay libertarios que son firmemente fieles a las disciplinas del derecho natural o religioso. Hay otros libertarios que no tienen teoría moral en absoluto aparte  del imperativo de la no violación de derechos. Esto es porque el libertarismo por sí mismo no tiene una teoría moral general o personal.
El libertarismo no ofrece un estilo de vida: ofrece libertad, así que cada persona es libre de adoptar y actuar de acuerdo con sus propios valores y principios morales. Los libertarios están de acuerdo con Lord Acton en que “la libertad es el más alto fin político”, no necesariamente el más alto fin en la escala personal de todos.
Sin embargo, no cabe duda del hecho de que el subgrupo de libertarios que son economistas del libre mercado tiende a estar encantado cuando el libre mercado lleva a un rango más amplio de alternativas para los consumidores y por tanto aumenta su nivel de vida. Incuestionablemente, la idea de que la prosperidad es mejor que la miseria absoluta es una proposición moral y se aventura dentro del ámbito de la teoría moral general, pero sigue sin ser una proposición por la que yo debería pedir perdón.

Mito nº 3: Los libertarios no creen en los principios morales, se limitan al análisis de coste-beneficio suponiendo que el hombre siempre es racional

Este mito está por supuesto relacionado con la acusación anterior de hedonismo y en parte puede responderse igual. Hay realmente libertarios, particularmente los economistas de la Escuela de Chicago, que rechazan creer que la libertad y los derechos individuales sean principios morales y por el contrario tratan de llegar a una política pública comparando supuestos costes y beneficios sociales.
En primer lugar, la mayoría de los libertarios son “subjetivistas” en economía, es decir, creen que las utilidades y coste de los distintos individuos no pueden sumarse o medirse. Por tanto, el mismo concepto de los costes y beneficios sociales es ilegítimo. Pero, lo que es más importante, las mayoría de los libertarios basan su defensa en principios morales, en una creencia en los derechos naturales de cada individuo a su persona o propiedad. Por tanto creen en la inmoralidad absoluta de la violencia agresiva, de la invasión de esos derechos de a la persona y la propiedad, independientemente de qué persona o grupo cometa esa violencia.
Lejos de ser inmorales, los libertarios simplemente aplican una ética humana universal al gobierno de la misma forma que casi todos aplicarían esa ética a todas las demás personas o instituciones en la sociedad. En particular, como he apuntado antes, el libertarismo como filosofía política que se ocupa del papel apropiado de la violencia toma la ética universal que la mayoría tenemos hacia la violencia y la aplica sin temor al gobierno.
Los libertarios no hacen excepciones a la regla de oro y no proporcionan ninguna excepción moral ni doble estándar para el gobierno. Es decir, los libertarios creen que el asesinato es asesinato y no se santifica por razones de estado si lo comete el gobierno. Creemos que el robo es robo y no se legitima  porque los ladrones organizados llamen “impuestos” a sus robos. Creemos que la esclavitud es esclavitud aunque la institución que cometa ese acto lo llame “servicio militar”. En resumen, la clave de la teoría libertaria es que no hace excepciones al gobierno en su ética universal.
Por tanto, lejos de ser indiferentes u hostiles a los principios morales, los libertarios los cumplen al ser el único grupo dispuesto a extender dichos principios en todas partes, incluido el gobierno.[3]
Es verdad que los libertarios permitirían a cada individuo elegir sus valores y actuar de acuerdo con ellos y estaría en general de acuerdo a dar a toda persona el derecho a ser moral o inmoral según le parezca. El liberalismo se opone fuertemente a aplicar cualquier credo moral a cualquier persona o grupo mediante el uso de la violencia, excepto, por supuesto, la prohibición moral contra la propia violencia agresiva. Pero debemos darnos cuenta de que ninguna acción puede considerarse virtuosa si no se realiza libremente, por el consentimiento voluntario de una persona.
Como apuntaba Frank Meyer:
No puede obligarse a los hombres a ser libres ni puede obligárseles a ser virtuosos. Hasta cierto punto, es cierto, puede obligárseles a actuar como si fueran virtuosos. Pero la virtud es el fruto de la libertad bien empleada. Y ningún acto en la medida en que sea coaccionado puede ser partícipe de la virtud (o del vicio).[4]
Si una persona es obligada por violencia o por su amenaza a realizar cierta acción, no puede ya ser una decisión moral por su parte. La moralidad de una acción solo puede derivar de adoptarse libremente; una acción difícilmente puede calificarse de moral si alguien está obligado a realizarla a punta de pistola.
Obligar a realizar acciones morales o prohibir acciones inmorales no puede, por tanto, decirse que estimule la divulgación de la moralidad o la virtud. Por el contrario, la coacción atrofia la moralidad, pues elimina del individuo la libertad de ser moral o inmoral y por tanto priva por la fuerza a la gente de la posibilidad de ser moral. Así que, paradójicamente, una moralidad obligatoria nos quita la misma posibilidad de ser morales.
Es además particularmente grotesco poner la guardia de la moralidad en manos del aparato del estado, es decir, nada menos que la organización de policías, guardias y soldados. Poner al estado a cargo  principios morales es equivalente a poner al proverbial zorro a cargo del gallinero.
Independientemente de cualquier otra cosa que podamos decir de ellos, los detentadores de la violencia organizada en la sociedad nunca se han distinguido por su alta catadura moral y por la precisión con la que sostienen los principios morales.

Mito nº4: El libertarismo es ateo y materialista y olvida el lado espiritual de la vida

No hay relación necesaria entre estar a favor o en contra del libertarismo y tu postura sobre religión. Es verdad que muchos, si no la mayoría de los libertarios actuales son ateos, pero esto se relaciona con el hecho de que la mayoría de los intelectuales, la mayoría de las tendencias políticas, son también ateos.
Hay muchos libertarios que son teístas, judíos o cristianos. Entre los liberales clásicos, antecesores del libertarismo moderno en una época más religiosa hubo multitud de cristianos: de John Lilburne, Roger Williams, Anne Hutchinson y John Locke en el siglo XVII a Cobden y Bright, Frédéric Bastiat y los liberales franceses del laissez faire y el gran Lord Acton.
Los libertarios creen que la libertad es un derecho natural que forma parte de una ley natural de lo que es apropiado para la humanidad, de acuerdo con la naturaleza humana. El de dónde viene esta serie de leyes naturales, si es algo puramente natural o se origina en un creador, es una cuestión ontológica importante, pero es irrelevante para la filosofía social o política.
Como declara el Padre Thomas Davitt:
Si la palabra “natural” significa algo en absoluto, se refiere a la naturaleza del hombre, y cuando se usa con “ley”, “natural” debe referirse a un ordenamiento que se manifiesta en las inclinaciones de una naturaleza humana y a nada más. Por tanto, en sí mismo, no hay nada religioso o teológico en la “ley natural” de Aquino.[5]
O, como escribe D’Entrèves del jurista protestante holandés del siglo XVII, Hugo Grocio:
La definición de la ley natural [de Grocio] no tiene nada revolucionario. Cuando sostiene que la ley natural es un cuerpo normativo que el Hombre es capaz de descubrir por el uso de su razón, no hace sino repetir la idea escolástica de un fundamento racional de la ética. De hecho, se objetivo es más bien restaurar esa idea que se había visto sacudida por el extremo augustinismo de ciertas corrientes protestantes de pensamiento. Cuando declara que estas normas son válidas por sí mismas, independientemente del hecho de que Dios las quiera, repite una afirmación que ya habían realizado algunos escolásticos.[6]
Se ha acusado al libertarismo de ignorar la naturaleza espiritual del hombre. Pero uno puede llegar fácilmente al libertarismo desde una postura religiosa o cristiana: destacando la importancia del individuo, de su libre albedrío, de los derechos naturales y la propiedad privada. Pero uno puede asimismo llegar a estas mismas posturas mediante una aproximación secular y iusnaturalista, mediante la creencia en que el hombre puede llegar a una comprensión racional del derecho natural.
Además, históricamente no está claro en absoluto que la religión se una base más firme que el derecho natural secular para las conclusiones libertarias. Como nos recordaba Karl Wittfogel en su Oriental Despotism, la unión de trono y altar se ha utilizado durante siglos para fijar un reino de despotismo en la sociedad.[7]
Históricamente, la unión de iglesia y estado ha sido en muchos casos una coalición para la tiranía que se refuerza mutuamente. El estado utilizó a la iglesia para santificar y predicar obediencia a su gobierno supuestamente aprobado divinamente; la iglesia utilizó al estado para obtener rentas y privilegios.
Los anabaptistas colectivizaron y tiranizaron Münster en nombre de la religión cristiana.[8]
Y, más cerca de nuestro siglo, el socialismo cristiano y el evangelio social han desempeñado un papel importante en la deriva hacia el estatismo y el papel apologético de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia soviética ha quedado demasiado claro. Algunos obispos católicos en Latinoamérica han proclamado que la única ruta al reino del cielo es mediante el marxismo y, si quiero ser desagradable, podría apuntar que el Reverendo Jim Jones, además de ser leninista, también se proclamó como la reencarnación de Jesús.
Además, ahora el el socialismo han fracasado manifiestamente, política y económicamente, los socialistas han vuelto a lo “moral” y lo “espiritual” como argumento definitivo para su causa. El socialista Robert Heilbroner, al discutir que el socialismo tenga que ser coactivo y tenga que imponer una “moralidad colectiva” en la gente, opina que “La cultura burguesa se centra en los logros materiales del individuo. La cultura socialista debe centrarse en sus logros morales o espirituales”.
Lo intrigante es que esta postura de Heilbroner fue alabada por el escritor religioso conservador, Dale Vree, para la National Review. Escribe:
Heilbroner está (…) diciendo lo que han dicho muchos colaboradores de NR a lo largo del último cuarto de siglo: no puedes tener al tiempo libertad y virtud. Tomad nota, tradicionalistas. A pesar de su disonante terminología, a Heilbroner le interesa lo mismo que os interesa a vosotros: la virtud.[9]
Vree está también fascinado con la opinión de Heilbroner de que la cultura socialista debe “promover la primacía de la colectividad”, en lugar de la “primacía del individuo”. Cita el contraste de Heilbroner de lo “moral o espiritual” bajo el socialismo contra los logros “materiales” burgueses y añade correctamente: “Hay un timbre tradicional en esa declaración”.
Vree continúa aplaudiendo el ataque de Heilbroner al capitalismo porque “no tiene sentido de ‘lo bueno’” y permite que “adultos que consienten” hacer todo lo que quieran. Frente a esta imagen de libertad y diversidad permitida, Vree escribe que “Heilbroner de forma seductora, porque una sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo bueno’, no se ha de permitir todo”. Para Vree, es imposible “tener colectivismo económico junto con individualismo cultural”, así que se inclina hacia una nueva “fusión socialista-tradicionalista”, hacia el colectivismo total.
Podemos apuntar ahora que el socialismo se convierte en especialmente despótico cuando reemplaza los incentivos “económicos” o “materiales”, cuando afecta a la promoción de una “calidad de vida” indefinible, en lugar de a la prosperidad económica.
Cuando el pago se ajusta a la productividad hay considerablemente más libertad, así como niveles más altos de vida. Pues cuando la confianza se deposita únicamente en la devoción altruista a la patria socialista, tiene que reforzarse a menudo mediante el látigo. Un mayor énfasis en el incentivo material individual significa ineluctablemente un mayor énfasis en la propiedad privada y en retener lo que uno gana y conlleva considerablemente más libertad personal, lo que atestigua Yugoslavia en las últimas tres décadas en contraste con la Rusia soviética.
El despotismo más terrible sobre la faz de la tierra en años recientes fue indudablemente la Camboya de Pol Pot, en la que el “materialismo” se olvidó hasta el punto de que el dinero fue abolido por el régimen. Con la abolición del dinero y la propiedad privada, cada individuo era totalmente dependiente de las entregas de raciones de supervivencia y la vida era un completo infierno. Deberíamos tener cuidado antes de desdeñar los objetivos o incentivos “meramente materiales”.
La acusación de “materialismo” dirigida contra el libre mercado ignora el hecho de que toda acción humana implica la transformación de objetos materiales mediante el uso de energía humana y de acuerdo con ideas y propósitos de los actores. Es intolerable separar lo “mental” o “espiritual” de lo “material”.
Todas las grandes obras de arte, grandes emanaciones del espíritu humano, han tenido que emplear objetos materiales: ya sea lienzos, pinceles y pintura, papel e instrumentos musicales o ladrillos y materias primas para las iglesias. No hay fisura real entre lo “espiritual” y lo “material” y por tanto cualquier despotismo que afecta a lo material también afectará a lo espiritual.

Mito nº 5: Los libertarios son unos utópicos que creen que toda la gente es buena y que por tanto no es necesario el control del estado

Los conservadores suelen añadir que como la naturaleza humana es parcial o totalmente malvada, por tanto es necesaria para la sociedad una fuerte regulación estatal.
Es una creencia muy común acerca de los libertarios, aunque es difícil saber con seguridad el origen de este error. Rousseau, el locus classicus de la idea de que el hombre es bueno, pero se ve corrompido por las instituciones, difícilmente era un libertario. Aparte de los escritos románticos de unos pocos anarco-comunistas, a los que no considero libertarios en ningún caso, no conozco ningún escritor libertario o liberal clásico que haya sostenido este punto de vista.
Por el contrario, la mayoría de los escritore4s libertarios sostienen que el hombre es una mezcla de bien y mal y por tanto que es importante que las instituciones sociales estimulen el bien y desanimen el mal. El estado es la única institución social que es capaz de conseguir sus rentas y riquezas mediante coacción; todas las demás deben obtener rentas ya sea vendiendo un producto o servicio a clientes o recibiendo donaciones voluntarias. Y el estado es la única institución que puede utilizar los ingresos de su robo organizado para atreverse a controlar y regular vidas y propiedad. Por tanto, la institución del estado establece un canal socialmente legitimizado y santificado para que la gente mala haga cosas malas, para cometer robos regularizados y ostentar un poder dictatorial.
Así que el estatismo anima lo malo, o al menos los elementos criminales de la naturaleza humana. Como apuntaba agudamente Frank H. Knight:
La probabilidad de que la gente en el poder sean personas a las que les disguste la posesión y ejercicio del poder está al nivel de la probabilidad de que una persona extraordinariamente benevolente obtuviera el trabajo de capataz con látigo en una plantación de esclavos.[10]
Una sociedad libre, al no establecer ese canal legitimado para el robo y la tiranía, desanima las tendencias criminales de la naturaleza humana y estimula las pacíficas  y las voluntarias. La libertad y el libre mercado desaniman la agresión y la compulsión y estimulan la armonía y el beneficio mutuo de los intercambios interpersonales voluntarios, económicos, sociales y culturales.
Como un sistema de libertad estimularía lo voluntario y desanimaría los criminal y eliminaría el único canal legitimado para el delito y la agresión, podríamos esperar que una sociedad libre sufriera en realidad menos del delito violento y la agresión de lo que sufrimos ahora, aunque no hay garantía para suponer que desaparecería completamente. No es utopía, sino una implicación de sentido común del cambio en lo que se considera socialmente legítimo y en la estructura de premios y castigos en la sociedad.
Podemos aproximarnos a nuestra tesis desde otro ángulo. Si todos los hombres fueran buenos y ninguno tuviera tendencias criminales, en realidad no haría falta un estado, como conceden los conservadores. Pero por otro lado, si todos los hombres fueran malvados, entonces la defensa del estado es igual de dudosa, ya que ¿por qué debería nadie asumir que esos hombres que forman el gobierno y obtienen todas las armas y el poder para obligar a otros, deberían estar mágicamente exentos de la malicia de todas las demás personas fuera del gobierno?
Tom Paine, un libertario clásico considerado a menudo como ingenuamente optimista acerca de la naturaleza humana, refutaba el argumento conservador de la naturaleza humana malvada por un estado fuerte como sigue: “Si toda la naturaleza humana fuera corrupta, no se necesita reforzar la corrupción al establecer una sucesión de reyes, que serían siempre viles, pero aun así deben ser obedecidos”. Paine añadía que “NINGÚN hombre desde la caída ha sido nunca fieles a la confianza depositada en ellos para estar por encima de todos”.[11]
Y como escribió una vez el libertario F.A. Harper:
Utilizando de nuevo el mismo principio de que el gobierno político debería emplearse en la medida en que existe el mal en el hombre, deberíamos entonces tener una sociedad en la que haría falta un gobierno político completo de todos los asuntos de todos. (…) Un hombre gobernaría todo. Pero ¿quién sería el dictador? No obstante, sería seleccionado y fijado al trono político, sin duda sería una persona totalmente malvada, ya que todos los hombres son malvados. Y esta sociedad estaría entonces gobernada por un dictador totalmente malvado poseedor del poder político total. ¿Y cómo, en nombre de la lógica, podría conseguirse algo que no sea un mal total? ¿Cómo podría ser mejor que no tener ningún gobierno político en absoluto en la sociedad?[12]
Finalmente, como, como hemos visto, los hombres son una mezcla de bueno y malo, un régimen de libertad sirve para estimular lo bueno y desanimar lo malo, al menos en el sentido de que lo voluntario y mutuamente beneficioso es bueno y lo criminal es malo. En ninguna teoría de la naturaleza humana, sea esta buena, mala o una mezcla de ambas, puede por tanto justificarse el estatismo.
Al negar la idea de que era un conservador, el liberal clásico F.A. Hayek apuntaba:
El principal mérito del individualismo [que defendían Adam Smith y sus contemporáneos] es que es un sistema bajo el que los hombres malvados pueden causar menos daños. Es un sistema social que no depende para su funcionamiento de que encontremos hombres buenos para dirigirlo o en que todos los hombres se hagan mejores de lo que son ahora, sino que hace uso de los hombres en toda su variedad y complejidad existentes.[13]
Es importante advertir lo que diferencia a los libertarios de los utópicos en sentido peyorativo. El libertarismo no busca reamoldar la naturaleza humana. Uno de los principales objetivos del socialismo, que en la práctica significa usar métodos totalitarios, es crear un Nuevo Hombre Socialista, un individuo cuyo principal objetivo será trabajar diligente y altruistamente a favor del colectivo.
El libertarismo es una filosofía política que dice: dada cualquier naturaleza humana existente, la libertad es el único sistema político moral y el más eficaz.
Evidentemente, el libertarismo (igual que cualquier otro sistema social) funcionará mejor cuantos másindividuos sean pacíficos y cuanto menos sean delincuentes o agresivos. Y a los libertarios, igual que a la mayoría del resto de la gente, les gustaría conseguir un mundo en el que más individuos sean “buenos” y menos sean delincuentes. Pero esta no es por sí misma la doctrina del libertarismo, que dice que sea cual sea la mezcla de naturaleza humana que pueda haber en cualquier momento, la libertas es lo mejor.

Mito nº 6: Los libertarios creen que toda persona conoce mejor su propio interés

Igual que la acusación anterior sostiene que los libertarios creen que todos los hombres son perfectamente buenos, este mito les acusa de creer que todos son perfectamente sabios. Aun así, se sostiene, esto no es verdad para mucha gente y por tanto el estado debe intervenir.
Pero el libertario no sostiene la sabiduría perfecta igual que no postula la bondad perfecta. Hay un cierto sentido común en sostener que la mayoría de los hombres conocen mejor sus propias necesidades y objetivos que cualquier otro. Pero no se supone que todos sepan siempre cual es su máximo interés. Los libertarismo más bien afirman que todos deberían tener el derecho a buscar su propio interés como mejor le parezca. Lo que se afirma es el derecho a actuar con la propia persona y propiedad y no necesariamente la sabiduría de esa acción.
Sin embargo, también es verdad que el libre mercado (frente al gobierno) tiene mecanismos propios para permitir a la gente recurrir libremente a expertos que pueden dar buen consejo sobre cómo buscar su propio interés. Como hemos visto antes, los individuos libres no están herméticamente sellados entre sí. Pues en el mercado libre, cualquier individuo, si duda acerca de cuáles puedan ser sus verdaderos intereses, es libre de contratar o consultar a expertos para que le aconsejen basándose en su posible conocimiento superior. El individuo puede contratar a esos expertos y, en el mercado libre, puede probar continuamente su sensatez y auxilio.
Por tanto, los individuos en el mercado tienden a utilizar aquellos expertos cuyo consejo resulte más exitoso. Los buenos doctores, abogados o arquitectos obtendrán recompensas en el mercado libre, mientras que a los malos tenderá a irles mal. Pero cuando interviene el gobierno, el experto del gobierno adquiere sus ingresos por requisas obligatorias a los contribuyentes. No hay prueba del mercado de su éxito en aconsejar a la gente sobre sus verdaderos intereses. Solo tienen que tener la capacidad para conseguir el apoyo político de la maquinaria de coacción del estado.
Así que el experto contratado privadamente tenderá a florecer en proporción a su capacidad, mientras que el experto público florecerá en proporción a su éxito en conseguir el favor político. Además, el experto público no será más virtuoso que el privado; su única superioridad será en ganarse el favor de quienes consiguen fuerza política. Pero una diferencia crucial entre los dos es que el experto contratado privadamente tiene todos los incentivos pecuniarios para preocuparse por sus clientes o pacientes y hacer todo lo que pueda por ellos. Pero el experto público no tiene ese incentivo: obtiene su ingreso en cualquier caso. Por tanto, el consumidor individual tenderá a estar mejor en el mercado libre.

Conclusión

Espero que este ensayo haya contribuido a despejar los escombros de mitos y errores acerca del libertarismo. A los conservadores y todos los demás deberían advertirles educadamente que los libertarios no creen que todos sean buenos, ni que nadie sea un sabio experto en su propio interés, ni en que todos los individuos sean un átomo aislado y herméticamente cerrado. Los libertarios no son necesariamente ateos y los libertarios creen en principios morales.
Procedamos todos a un examen del libertarismo como realmente es, libre del peso del mito o la leyenda. Miremos a la libertad llanamente, sin miedo ni favor. Confío en que, si hacemos esto, el libertarismo disfrutará de impresionante aumento en el número de sus seguidores.

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