Por: Leopoldo
Escobar
La
elección presidencial de México en 2012 dejó una sensación de déjà vu. Hace 6
años la izquierda estuvo muy cerca de obtener el poder. Ahora no estuvo tan
cerca, pero volvió a representar una amenaza. Y otra vez el candidato
izquierdista perdedor, Andrés López, desconoció los resultados y alegó –mendaz
como siempre- que hubo fraude electoral.
Pero
¿qué pasará en 2018?, ¿tanto va el cántaro al agua que terminará roto?, ¿2018
será la vencida y entonces sí la desgracia caerá sobre México cuando la
elección la gane el izquierdista Marcelo Ebrard? Pero existe otra amenaza
quizás más inminente: que Hugo Chávez y sus secuaces logren seducir al
presidente electo Enrique Peña Nieto y caiga en su órbita, como en su momento
cayó un político tradicional, que originalmente no era izquierdista, como
fue el cado del ex presidente de Honduras, Manuel Zelaya.
Hace
más de un año, en el artículo titulado “¿Un Zelaya mexicano?”, advertíamos: “Desde
el primer día en que Peña empezará a gobernar, sino es que desde antes y si no
es que eso ya ha empezado, las sirenas bolivarianas le cantarán al oído para
que se convierta en el Zelaya mexicano.”
Zelaya
fue seducido por Chávez no porque de veras la ideología “del socialismo siglo
XXI” le gustara. A él le atrajo lo mismo que ha hecho tan atractivos a Fidel
Castro y ahora a Chávez para casi toda la clase política latinoamericana: la
posibilidad de perpetuarse en el poder de por vida, como un monarca absoluto.
El
objetivo supremo de Chávez ha sido implantar su modelo neocomunista en el mundo
entero, pero en primer lugar en América Latina. Mucho ha avanzado en la consecución
de su propósito en el continente, pero algunos países han sido un hueso duro de
roer para los chavistas: Chile, Colombia, Perú y México. Éste último reviste un
interés especial para el totalitario democrático venezolano, porque es la mayor
economía de la región (México exporta más que todos los países latinoamericanos
juntos) y hace frontera con Estados Unidos, el enemigo mortal.
Chávez
ha mantenido un descarado intervencionismo en los asuntos políticos internos de
México. En 2006 movió sus hilos para que el candidato izquierdista, Andrés
López, fuera electo presidente de México. Su apoyo a éste en 2012 es menos
visible, pero sin dudas se dio. Dolores Padierna, la secretaria general del
izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD), al que pertenecía
López hasta hace unas semanas, es una connotada y nada vergonzante agente
chavista.
En
2007 el gobierno chavista publicó el documento “Líneas Generales del Plan de
Desarrollo Económico y Social de la Nación 2007-2013”, en la que expresó de manera
descarnada su injerencia en México:
Áreas
de Interés Geoestratégicas
Son
zonas geográficas definidas de acuerdo al interés estratégico nacional, tomando
en consideración las características, el nivel de las relaciones y la afinidad
política existente, con la finalidad de orientar la política exterior
venezolana en función de la construcción de nuevos polos de poder.
I.
América Latina y el Caribe. Se propone la consecución de los siguientes
objetivos:
(…)
iv. Fortalecer los movimientos alternativos en Centroamérica y México en la
búsqueda del desprendimiento del dominio imperial.
Pero
ya en 2007, Chávez sabía algo que confirmaría en 2012: la izquierda como tal no
estaba en capacidad de tomar el poder por la vía electoral (dos terceras partes
de los mexicanos no quieren saber nada de un gobierno socialista).
Entonces,
desde 2007 Chávez aplicó el “Plan B”: intentar seducir al presidente de México,
Felipe Calderón, intento que fue facilitado por el enfermizo odio que el
mandatario mexicano tiene hacia Estados Unidos.
Para
ello Chávez se valió lo mismo de sus personeros de primera línea, Rafael
Correa, presidente de Ecuador y Cristina Kirchner, presidenta de Argentina, que
de los dos principales agentes chavistas en México (todavía más relevantes que
Dolores Padierna y su esposo René Bejarano): Marcelo Ebrard, hasta hoy jefe de
gobierno de la capital del país y quien ha sido su padrino político, el ex
aspirante presidencial (por el PRI) Manuel Camacho. Ebrard y Camacho fueron los
primeros que facilitaron el acercamiento de Calderón con Chávez y su política.
Calderón
no intentó como Manuel Zelaya en Honduras reformar la Constitución para
eternizarse en el cargo, pero hizo otras cosas muy relevantes para Chávez:
alinear la política exterior de México con la de Venezuela y Cuba, establecer
alianzas electorales en comicios locales entre su partido (Acción Nacional) y
la izquierda y tratar de que esas alianzas derivaran en una coalición electoral
en 2012, que postulara como candidato presidencial al izquierdista Marcelo
Ebrard.
Parte
de esto era la proyectada visita de Chávez a México en la primavera de 2012,
que Calderón buscaba que fuera algo así como la apoteótica visita de tres
semanas de Castro a Chile en 1972, cuando ese país era gobernado por Salvador
Allende.
Pero
las cosas no salieron según lo planeado. La izquierda no postuló a Ebrard como
candidato presidencial, sino a López. El Partido Acción Nacional no secundó al
final la alianza electoral con la izquierda y postuló a Josefina Vázquez
(contra quien Calderón movió su poder para que sufriera una derrota humillante)
y Chávez no pudo viajar a México, debido a sus conocidos problemas de salud.
Tras
de que Peña se impuso en la elección presidencial, Chávez y sus secuaces no
quitan el dedo del renglón, no abandonan su empeño de apoderarse de México. Los
planes “A” y “B” se mantienen, aunque se reformulan ante la nueva realidad
política.
El
plan “A” es, como antes, llevar a Ebrard a la Presidencia de la República en
2018 y que ahí se mantengan hasta que tenga a bien morirse. El plan “B” es
seducir al futuro presidente constitucional de México, Enrique Peña, como se
hizo con Zelaya.
Para
avanzar en ambos planes, Hugo Chávez deja de lado por el momento a los
personeros y viene a México en diciembre de este año. Aquí espera aproximarse
al cuello de Peña para soltarle el “vaho del coyote”, a ver si cae rendido y
platicar con Ebrard para afirmarlo como su representante más conspicuo en este
país.
Esta
es la naturaleza de las amenazas que penden sobre México y para conjurarlas es
que debemos prepararnos. Para empezar, no podemos estar cruzados de brazos ante
la visita de Chávez a México. No sólo se trata de condenar la visita de este
sujeto, sino denunciar la afrenta que significa que el gobierno mexicano lo
invite y se apreste a recibirlo como a un emperador.
Chávez
es una persona non grata en México por muchas razones: porque
por escrito y de manera pública expuso su política de injerencia en asuntos
políticos internos, que sólo conciernen a los mexicanos y con ello ha atentado
contra la soberanía nacional; porque le robó sus empresas a empresarios
mexicanos que invirtieron en Venezuela de buena fe; porque representa una
amenaza para la paz, al apoyar el programa nuclear de Irán; porque es
patrocinador de grupos terroristas como las FARC; porque pretende instaurar en
el mundo entero el sistema más vil que haya sufrido la humanidad, el comunismo;
porque gracias a su apoyo económico se sostiene la dictadura que oprime al
pueblo cubano; porque viola sistemáticamente derechos humanos fundamentales de
los venezolanos, entre ellos a la propiedad, a la libre expresión y a la
seguridad pública.
Hay
que aguarle la fiesta a Chávez en México. Pero eso debe ser sólo una parte de
la ardua lucha que nos espera para impedir que el próximo gobierno caiga en la
órbita chavista y para infligirle a la izquierda una derrota histórica, de la
que jamás pueda levantarse.
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