08 octubre, 2012

¿Término o reedición?



Jesús González Schmal

Calderón creyó, como tantos otros que embrutecen con el poder, que éste se le concedía por estar predestinado y que su ejercicio era, simplemente, un despliegue de voluntarismo para que las cosas sucedieran como él las quiere o las desea.

 
El resultado, por demás elocuente, lo va a perseguir toda la vida, a menos que nunca recobre la conciencia o esté impedido para hacer un juicio de lo ocurrido.
 
Un atisbo de que empieza a darse cuenta del desastre que produjo es su último discurso en las Naciones Unidas. Independientemente de que conserva intacto su narcisismo y soberbia, de la que ha hecho gala en todas sus apariciones públicas, incluso en el seno del plenario de las Naciones Unidas (donde, sin el menor recato, tomó el doble del tiempo concedido a los jefes de Estado que quisieran dirigir unas palabras así haya sido, como en su caso, en los estertores de su sexenio), dijo lo que debía haber pensado desde el inicio de su sexenio:


Que la estrategia prohibicionista de las drogas impuesta por Estados Unidos tenía que haber sido objeto de revisión seria en el organismo multinacional.


No podemos saber, a partir de ésta revelación, si Calderón apenas ahora se dio cuenta de la verdad o si, ésta, la conocía y, a contrapelo, la negó infinidad de veces frente a quienes se la mencionaban, atribuyéndoles una intención de condescendencia y hasta de complicidad con los narcotraficantes, e incluso los calificaba de traidores a México.


Cualquiera que haya sido la causa u origen de lo que dijo en la ONU, lo cierto es que el balance al ocaso de su sangriento gobierno lo perseguirá toda la vida y la estela de violencia sembrada en la patria seguirá cobrando víctimas todavía, al menos durante la continuidad que él concertó con Peña Nieto.


El cambio de Calderón es dramático; de perseguidor y censor de quien disintiera de sus decisiones represivas, de repente se encuentra con la necesidad de rectificar esa línea y encontrar otro camino. Ante ésta maroma, al momento de despedirse, no creo que quepa ninguna disculpa.


Desde que firmó la Iniciativa Mérida, en enero de 2007, con el saliente George W. Bush, que promovía la candidatura de John McCain, él sabía, perfectamente, que la demanda crea la oferta y que al extraditar a 11 presuntos jefes de los cárteles mexicanos a Estados Unidos les estaba entregando la única fuente de información confiable para su combate verdadero, si ese hubiera sido el auténtico propósito.


Hoy, la pregunta es básica: ¿Por qué obró así Calderón? Por ignorancia, por temor, por malos consejos, por inseguridad, por complejo de inferioridad frente a los gringos, por instinto de conservación cuando sabía de lo falso de su triunfo electoral, porque pudo estar bajo el efecto del alcohol y después no pudo rectificar, porque tenía un pacto previo para conseguir el apoyo de Bush y su gobierno.


 Creo que se podrán formular infinidad de hipótesis, pero lo cierto es que Calderón usó todo el presidencialismo mexicano para sacar al Ejército a funciones policiacas y trastocar el orden constitucional, como apenas hace unos días lo reconoció la Suprema Corte de Justicia de la Nación.


Nadie -perdón por la generalización- se puede dar por sorprendido. Los que no se han dado cuenta de la tragedia es porque están encerrados en sus círculos de privilegio, todavía inmunes a la cruda realidad.


Los que, indiferentes o insensibles al acontecer nacional, apenas perciben lo ocurrido. Mucho menos los millones de compatriotas que en el Movimiento Regeneración Nacional lucharon contra esa fatalidad, y los muchos que, en otros frentes del periodismo, de la academia, de la fraternidad, como el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, se han enfrentado, directamente, a la tozudez y amenazas por contravenir a Calderón.


Lo único cierto es que, hoy, lo que mal empezó todavía no acaba. Nuestra vida nacional ha sido atacada, a mansalva, con decenas y decenas de miles de víctimas inocentes asesinadas o desaparecidas, y centenas de miles de víctimas indirectas: Hijos, padres, esposas, hermanos afectados, traumados, para siempre, por una experiencia injusta, inconcebible e inhumana.


Estoy seguro de que este periodo de Calderón no termina con Peña Nieto. Los signos son de continuismo; el nuevo, simplemente, reinicia. Avasalló en el Congreso y, al igual que su antecesor, gobernará con las Fuerzas Armadas. La prolongación es obvia y, por demás, dramática.

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