¿Término o reedición?
Jesús
González Schmal
Calderón creyó, como tantos otros
que embrutecen con el poder, que éste se le concedía por estar predestinado y
que su ejercicio era, simplemente, un despliegue de voluntarismo para que las
cosas sucedieran como él las quiere o las desea.
El resultado, por demás elocuente, lo va a perseguir toda la vida,
a menos que nunca recobre la conciencia o esté impedido para hacer un juicio de
lo ocurrido.
Un atisbo de que empieza a darse
cuenta del desastre que produjo es su último discurso en las Naciones Unidas.
Independientemente de que conserva intacto su narcisismo y soberbia, de la que ha
hecho gala en todas sus apariciones públicas, incluso en el seno del plenario
de las Naciones Unidas (donde, sin el menor recato, tomó el doble del tiempo
concedido a los jefes de Estado que quisieran dirigir unas palabras así haya
sido, como en su caso, en los estertores de su sexenio), dijo lo que debía haber pensado desde
el inicio de su sexenio:
Que la estrategia prohibicionista de
las drogas impuesta por Estados Unidos tenía que haber sido objeto de revisión
seria en el organismo multinacional.
No podemos saber, a partir de ésta
revelación, si Calderón apenas ahora se dio cuenta de la verdad o si, ésta, la
conocía y, a contrapelo, la negó infinidad de veces frente a quienes se la
mencionaban, atribuyéndoles una intención de condescendencia y hasta de
complicidad con los narcotraficantes, e incluso los calificaba de traidores a
México.
Cualquiera que haya sido la causa u
origen de lo que dijo en la ONU, lo cierto es que el balance al ocaso de su sangriento
gobierno lo perseguirá toda la vida y la estela de violencia
sembrada en la patria seguirá cobrando víctimas todavía, al menos durante la
continuidad que él concertó con Peña Nieto.
El cambio de Calderón es dramático;
de perseguidor y censor de quien disintiera de sus decisiones represivas, de
repente se encuentra con la necesidad de rectificar esa línea y encontrar otro
camino. Ante ésta maroma, al momento de despedirse, no creo que quepa ninguna
disculpa.
Desde que firmó la Iniciativa
Mérida, en enero de 2007, con el saliente George W. Bush, que promovía la
candidatura de John McCain, él sabía, perfectamente, que la demanda crea la oferta y
que al extraditar a 11 presuntos jefes de los cárteles mexicanos a Estados
Unidos les estaba
entregando la única fuente de información confiable para su combate verdadero,
si ese hubiera sido el auténtico propósito.
Hoy, la pregunta es básica: ¿Por qué
obró así Calderón? Por
ignorancia, por temor, por malos consejos, por inseguridad, por complejo de
inferioridad frente a los gringos, por instinto de conservación cuando
sabía de lo falso de su triunfo electoral, porque pudo estar bajo el efecto del
alcohol y después no pudo rectificar, porque tenía un pacto previo para
conseguir el apoyo de Bush y su gobierno.
Creo que se podrán formular
infinidad de hipótesis, pero lo cierto es que Calderón usó todo el
presidencialismo mexicano para sacar
al Ejército a funciones policiacas y trastocar el orden constitucional,
como apenas hace unos días lo reconoció la Suprema Corte de Justicia de la
Nación.
Nadie -perdón por la generalización-
se puede dar por sorprendido. Los que no se han dado cuenta de la tragedia es
porque están encerrados
en sus círculos de privilegio, todavía inmunes a la cruda
realidad.
Los que, indiferentes o insensibles
al acontecer nacional, apenas perciben lo ocurrido. Mucho menos los millones de
compatriotas que en el Movimiento Regeneración Nacional lucharon contra esa
fatalidad, y los muchos que, en otros frentes del periodismo, de la academia,
de la fraternidad, como el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, se
han enfrentado, directamente, a la tozudez
y amenazas por contravenir a Calderón.
Lo único cierto es que, hoy, lo que mal empezó todavía no acaba.
Nuestra vida nacional ha sido atacada, a mansalva, con decenas y decenas de
miles de víctimas inocentes asesinadas o desaparecidas, y centenas de miles de
víctimas indirectas: Hijos, padres, esposas, hermanos afectados, traumados,
para siempre, por una experiencia
injusta, inconcebible e inhumana.
Estoy seguro de que este periodo de Calderón no termina
con Peña Nieto. Los signos son de continuismo; el nuevo,
simplemente, reinicia. Avasalló en el Congreso y, al igual que su antecesor,
gobernará con las Fuerzas Armadas.
La prolongación es obvia y, por demás, dramática.
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