Crónica de una Argentina anunciada
La huelga general
que acaba de sacudir al gobierno de Cristina Kirchner podría haberla
secundado Milton Friedman a pesar de que fue convocada por los
sindicatos opositores agrupados en la CGT y la CTA, y de que sus líderes
son, sobre el papel, la antítesis del extinto liberal.
La razón de esto es una perfecta lección sobre el populismo. Cuando
un gobierno se devora la riqueza de un país, tarde o temprano ese país
redescubre la importancia de la propiedad privada y le dice: no me
quites lo mío. Por ello desde hace varias semanas se suceden las
muestras de ira contra el gobierno argentino, de las que la huelga
general es sólo una expresión. Los más gritones en las calles de Buenos
Aires y del interior son los que aplaudieron como focas las medidas de
la pareja Kirchner desde 2003 hasta hoy y quienes más se beneficiaron,
lícita o ilícitamente, de su populismo. Ver a Hugo Moyano, el líder de la facción antigubernamental de la CGT, exigiendo a Cristina no ahogar al pueblo con impuestos y no gastarse el dinero de las pensiones
es asistir a ese instante metafísico y definitivo en que toda
pretensión se va al carajo y sólo queda la esencia de las cosas, o sea
la verdad. ¿Qué verdad? Sencillamente, que el populismo es robo.
De allí que lo que la gente le dice al gobierno mediante encuestas,
huelgas, rumores e intermediarios mediáticos es: devuélveme lo mío.
Todos los reclamos apuntan a lo mismo: la inflación, el reflejo
monetario del populismo fiscal, está reduciendo a la nada la propiedad
de las familias y hogares. Obligado por un déficit
que este año aumentará exponencialmente porque el gasto público pasó de
representar el 36 por ciento a equivaler al 45 por ciento del tamaño de
la economía bajos los Kirchner, el gobierno se está llevando el dinero
de la clase media después de haberse llevado el de los ricos que no le
gustaban (otros ricos le gustaban mucho, pero el círculo de los
privilegiados rotó constantemente). Sablear sin misericordia a los
empresarios del campo, saquear las pensiones privadas y echar mano de
las reservas del banco central no bastó: el "modelo" exigía, además, fagocitar a los asalariados, desnutrir a la clase media
y desviar las pensiones públicas de su objetivo teórico hacia la farra
fiscal, la razones del estallido popular contra Cristina hoy.
Todo ello mientras los dólares se iban evaporando, en parte porque el
que podía se los llevaba para proteger el fruto de su esfuerzo, en
parte porque el gobierno debía cubrir las brechas internas que iban
saltando por todos lados como en un juego de guacamole y en parte porque
se usaban para financiar el desbalance externo, eso que llaman déficit
de cuenta corriente, inducido por la bacanal consumista de un país al
que se le decía: cómpralo todo, que no cuesta nada. El
que podía se iba a Uruguay a buscar un poco de racionalidad. Y el que
no, incubaba lentamente ese odio que hoy parece haber explosionado
contra un gobierno al que ayer nomás los argentinos reeligieron con 54%
de los votos.
En todo este tiempo, un ente teóricamente dedicado a las estadísticas
oficiales pero en verdad abocado a construir una realidad virtual, el
Indec, le iba diciendo al país que entre 2007 y 2011 los salarios habían
subido más de 180% y que en ese mismo lapso la inflación acumulada
había bordeado el 50%, lo que, hechas las sumas y restas, implicaba en
términos reales un aumento notable del bienestar. Había algo conmovedor
en comprobar que las autoridades que construían esta realidad virtual
creían que era posible convencer a la gente, en contra del mensaje
cotidiano de sus propios bolsillos, de que habitaban en aquel Neverland fantasmagórico donde toda realidad era ilusión y toda ilusión, realidad.
Ningún ser humano puede vivir mucho tiempo si no se cree sus propias
mentiras. No tengo dudas de que los responsables del Indec se creían las
suyas. Incluso no dudo de que buen número de argentinos se creyó sus
mentiras también porque, como escribió T.S. Eliot, el género humano no
puede soportar demasiada realidad.
La ilusión era que la economía argentina crecía 8%. La realidad es
que en el último semestre creció 0%. Y los peronistas más recalcitrantes
salen ahora a clamar (sin darse cuenta o tal vez dándose demasiada):
propiedad privada. Ni Reagan ni Thatcher hicieron tanto por el liberalismo económico. Démosle un año más a este gobierno y veremos a Moyano pedir –de hinojos, las manos juntitas— la privatización de la moneda.
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